domingo, 18 de diciembre de 2011

Rubia de bote

Estaría yo en primero o segundo de BUP, y recuerdo irrumpir en mitad de una conversación entre dos compañeros, justo en la frase que da título a la columna de hoy. “Rubia de bote...”, dijo aquel, con una media sonrisa. No pillé el chiste. Los dos me miraron con complicidad y al ver mi cara de pasmado volvió a insistir: “Ya sabes, rubia de bote...”. Pero mi cerebro, víctima de una empanada mental que aún hoy creo que perdura, no daba con la segunda parte de la oración.
Esa mente privilegiada de detective mía se sacudió las telarañas, y en décimas de segundo analicé qué estaba ocurriendo allí. Era evidente que el que había hablado, llamémosle Sujeto A, le estaba contando sus hazañas erótico-festivas del fin de semana a su colega, el Sujeto B. Dado que conocía bastante el comportamiento social de A fuera de las clases del Vandelvira, sabía por dónde iban los tiros, e incluso podía llegar a sospechar la identidad de la interfecta de raíces negras y puntas doradas. Tirando del banco de memoria, podría apostar mi mano derecha a que estaban hablando, ejem, de la Sujeto C, mozuela de buen ver para los estándares de la época -tal y como se las gasta hoy la chavalada, ahora no pasaría de ser una medianía-, de la clase de enfrente del pasillo. Aunque, bien mirado, tampoco descartaría a otra sujeta, la D, que estaba un curso por encima pero que conocíamos por algún amigo común.
Fuera C o D, lo más seguro es que el bueno de A se la atrajese a su vera desplegando su encanto personal, combinado con unos Levis ajustados que al parecer insinuaba culo -uno de los puntos clave que examinan las mujeres, por si no lo sabían-, y una paga semanal que triplicaba la mía, y por tanto, le otorgaba un x3 al Atractivo en la barra del bar. Un poco de charla insustancial para trabajarse el esparto, un par de litros de cerveza con granadina -guarrerías que bebíamos entonces-, sumados a un leve contoneo a modo de baile chunda-chundero y el Sujeto A tendría a la chica metida en el bolsillo. Siempre que ella se decidiera a ello, of course.
En el caso de los roleros con gafas y sin Levis, el 99 por cierto de las veces aquello quedaba en nada y acababas pidiendo al camarero que se pagara unos chupitos, o de charleta en un banco del Altozano con los congéneres. Pero A no era de los nuestros, sino de los suyos, y a ellos les funcionada aquella magia seductora de tres al cuarto, y así, había acabado aquella noche sabatina con la rubia falsa. Y el lunes lo contaba en el descanso entre clase y clase. Hoy el acontecimiento no habría tardado ni cinco minutos en estar colgado en el facebook, con documentación gráfica y sonora, pero entonces no, entonces había que esperarse, con lo que te daba tiempo a meditar la película, a mejorar el montaje y ponerle una adecuada banda sonora.
Y en esas estábamos, bueno, estaban ellos dos, y yo de espontáneo que llegaba en el último segundo y sin comprender el final. El hilo de mis pensamientos se había desenrollado sin dar con la clave que ellos esperaban. La presión de volver a quedar como un pringado comenzó a hacerme sudar... Miré a un lado y a otro, pero allí no había nadie más que nosotros tres. Maldita sea, ¿dónde estaría todo el mundo? Rubia de bote... Rubia de bote... rubiadebote... Nada, no me venía nada por ese nombre...
Y entonces se hizo la luz. “Rubia de bote...”. Ahí había un suspense, un giro inesperado, un ¡zas en toda la boca! verbal. Aquello era un dicho, un refrán, un chiste que, conociendo a los interlocutores, debería hacer referencia a algo guarrete.
Así que lo solté sin más. Sin pensar en las consecuencias, sin conocimiento ninguno, pero con la satisfacción del que se quita un peso de encima y sigue su camino.
-Rubia de bote, ande o no ande.
Y me fui a mi sitio.


El Pueblo de Albacete,  18 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Pequeñas cosas extraordinarias

Estoy sentado en la terraza plastificada de un bar mientras tecleo esta columna en mi móvil. Hasta que lo he escrito no me he dado cuenta de lo extraordinario que es que pueda tomarme un café –vale, una caña- en la calle, y escribir en una especie de miniordenador a la vez. Sí, como inconveniente está que tengo que usar la puntica del dedo para manejarme en este teclado diminuto (no vayan a pensarse ahora que tiro de iphone, ni mucho menos), pero es una mierda de pega comparada con el prodigio de la ingeniería y la electrónica que sostengo en la mano izquierda.

Y mientras mi índice tantea en el teclado qwerty virtual de la pantalla táctil, con un promedio de aciertos de tres de cada cinco letras, pues no soy hombre de escribir con los pulgares, hasta ahí llego, miro el café –la cerveza-, humeante en su taza –en realidad, no-, como un buen remedio contra el frío –y el calor-, me doy cuenta de lo extraordinario que es que pueda permitirme el estar sentado una mañana de sábado sin tener otras haciendas que estar así, sentado –un poco encogido por el frío- y bebiendo en un bar, tan a gusto, viendo a la gente pasar con prisa, en sus coches o a pie. Es un privilegio poder echar el freno y apearse de la frenética actividad humana aunque sea el tiempo que dura un cortado –o un par de cañas-.

El sol entra con ganas a través de los plásticos de la terraza. Hace un frío del carajo aquí fuera –el móvil me dice que estamos a dos grados-. Tengo cerca una estufa de butano de esas de exterior que tienen ahora todos los bares para estas circunstancias, pero nadie la ha encendido todavía. Podía haberme quedado dentro, pero me apetecía, en serio, sentir la helor junto al toque del sol en la cara. Igual que no lo soporto en verano, en invierno parece que el astro es mi mejor amigo. Siempre te alegras de verle. Me encanta el frío, pero sin abusar. Me percato ahora mismo de lo extraordinario que es que mi cazadora de cuero y mis botas sigan siendo lo bastante buenas como para mantenerme caliente a pesar de todo. Dos simples prendas perfectamente funcionales, a pesar de que llevan mucho tute a cuestas, de hecho, están tan castigadas por el uso que rara es la semana que alguien no me sugiere que me deshaga de ellas. Me resisto… Y me ratifico aquí, impermeable al par de grados centígrados, en la calle. Pero pijo, no hay nada en el Decathlon que se pueda comparar a mi vieja chupa y mis botas.

Y mientras hago un rápido cálculo mental sobre cuántas palabras llevo escritas y cuántas más quiero hacer, compruebo en el reloj que en poco más de media hora llegará todo el mundo, porque está bien tener un ratico de intimidad, a solas con tus pensamientos, tu móvil, tu café –cerveza- y tus consideraciones, pero está mejor poder compartir otro poco de este tiempo de oro con la gente que quieres, con la familia y los amigos, y eso, ajá, es extraordinario. Porque la verdad, más allá de esas historias de que el ser humano es un ser social, o que necesitamos establecer redes interpersonales con los demás, o que creamos familias no consanguineas, o lo que quieras leer en el "Muy interesante" para explicar cómo funcionamos las personas, lo que es cierto es que estar solo (de soledad, no de soltero) es una mierda. En cambio, es un delicioso milagro el poder contar con un círculo de buenos amigos, de gente que se quiere entre sí, con y a pesar de sus movidas, gilipolleces y traumas.

En estos treinta minutos que me quedan aprovecho para terminar de teclear, o más bien de pulsar, porque no hay teclado físico. Por la puerta entreabierta del bar se desliza hacia fuera un retazo de "I don't wanna miss a thing" de Aerosmith, una canción que no puede faltar en cualquier selección de canciones para ponerse tierno, pero con huevos. No es la mejor del grupo, pero bueno, salía en "Armageddon". Y en "Armageddon" Bruce Willis moría por salvarnos a todos, hasta a Ben Affleck. Me río, yo solo, asustando un poco a la chica de la mesa de al lado, porque, coño, me siento bien. Es extraordinario como cuatro pequeñas cosas te traen la felicidad y te hacen creerte el Rey del Mundo, como DiCaprio.

Lo único que puede rubricar este momento es otro café- cerveza- y en cuanto despegue el dedo del móvil, tras enviar el texto por mail, sacaré un pequeño habano –de la Habana de verdad, no de República Dominicana- que me han traído de una boda, y me lo voy a fumar aquí mismo a mi salud y a la de todos vosotros. Y eso sí que va a ser extraordinario.


El Pueblo de Albacete, 11 de diciembre de 2011

lunes, 5 de diciembre de 2011

Apostolando a Zappa

Lo siento, pero si no te gusta al menos un disco de Frank Zappa para mí no eres nadie que merezca la pena. Sólo te pido uno, de una discografía que supera con creces el centenar de álbums (más de doscientos si cuentas toda la morralla posmortem). Frank Vincent Zappa murió el 4 de diciembre de 1993, a los 53 años, si bien nunca ha dejado de estar con nosotros. Sí, ya sé que esto último está muy manido, pero no por ello es menos cierto en el caso del Genio del Bigote.
Zappa es un hombre al que cualquier artículo de la enciclopedia virtual Wikipedia no le hace justicia, el primero que se atrevió a reírse de los Beatles a la cara con un álbum (We´re Only in It for the Money) y pionero también en inaugurar el concepto de álbum conceptual y el término fusión.
Fue compositor, guitarrista, letrista, cantante, productor, fundó varios sellos propios. Sus composiciones abarcan todos los estilos, mezclados, reconstruidos, reinventados. Y a pesar de todo, Zappa no tuvo pretensiones “intelectuales”, siempre definió a la música como una “forma de entretenimiento”, por eso nunca desechó ningún estilo ni despreció a otros intérpretes. Su criterio siempre fue: ‘’Si existe ‘esa’ música es porque a alguien le gusta escucharla’’. También decía que el ser humano es estúpido hasta que se demuestre lo contrario.
Los expertos coinciden en señalar que la obra de Zappa está enmarcada en dos conceptos: el Proyecto/Objeto y la Continuidad Conceptual. Al primero lo define como “la incorporación de cualquier medio visual, el conocimiento de los que participan en él, las deficiencias perceptibles, Dios (como energía), y La Gran Nota (como cimiento básico de la construcción universal), entre otras cosas”. El segundo concepto es inherente a la coherencia y elementos comunes de todas sus composiciones, letras, tapas, reportajes, películas…
A veces carecen de sentido en el contexto de la canción, son pequeñas “chorradas”, que sin embargo, forman parte de una continuidad conceptual, un entramado de links que se extiende por toda su obra. Pero la continuidad conceptual va más allá. Se establece un vínculo cercano al que escucha, el artista abre un pequeño espacio personal para los que conocen su obra, y además es divertido y original. A la par que un gran entretenimiento para los fans.
Desde que llegara a mi vida, hace más de una década, en forma de casete de oferta con unos conciertos grabados entre 1968 y 1970, Zappa me atrapó con su talento, su sensibilidad y su sentido del humor. Aquel primer contacto fue extraño, lleno de matices, de instrumentos, de voces... Impactante, o más bien, demoledor. A mí me sedujo desde el primer momento, pero hubo gente a la que se lo hice escuchar que no lo soportaba más allá de diez minutos. He observado que la ópera suele causar este mismo efecto, y no es casualidad, porque es música que requiere un esfuerzo por parte del oyente, un trabajo previo (como leerse el libreto).
Desde entonces, he comprado libros sobre Zappa, he conseguido reunir, y escuchar, casi toda su obra, no he conseguido una camiseta ni una chapa del Maestro, pero lo haré. Y he predicado el zappismo, como ahora, a quien quisiera oírme; y en mi misión sagrada, cómo no, me he topado con las burlas y la incomprensión de mis semejantes, o hasta indiferencia, pero también amigos, aliados, y sobre todo, conversos.
Los cristianos ven la mano de Dios por todas partes, se encuentran con señales de su presencia a cada momento. A mí me sucede lo mismo con el líder de The Mothers of Invention. Y no me refiero a encontrar trazas zapparianas en otros músicos, que eso sería lo normal, dada su relevancia en la historia de la música moderna, sino en campos en los que Frank no despuntó especialmente, como la poesía, el cine, el cómic, la arquitectura... O la política, puesto que su activismo le llevó a la osadía de presentarse para la presidencia del Gobierno de los EEUU en sus últimos días. Zappa está por todas partes. O al menos, en las que yo miro. Como si todo el universo formara parte de su Continuidad Conceptual, como si él fuera el verdadero y único Compositor.
Merece la pena conocerle.


El Pueblo de Albacete, 5 de diciembre de 2011

lunes, 28 de noviembre de 2011

Ojico con los villancicos

Yo ya lo voy advirtiendo para que luego no les coja de sorpresa. Que sí, que llega la Navidad y hay que crear un ambiente festivo y conmovedor para animar al consumidor a gastar, y si de paso se despiertan los buenos sentimientos, pues mejor. No tengo nada en contra de la iluminación navideña, de los arbolitos, los portales de Belén o los papás Noel que trepan por las ventanas. Cada cosa cumple su función, siendo las más extendidas la de hacer un moderado ridículo, causar daños irreparables a las retinas, o amontonar polvo. Todo sea por la paz y el buen rollo. Incluso los integristas de las buenas costumbres hispanas -esa misma gente que tuerce el morro cada Halloween-, siente el espíritu de la Navidad y acaba por mezclar árbol, belén, Reyes Magos y Santa Claus, por hacer felices a los críos.
Lo que no me explico es por qué, si de lo que se trata es de bombardear sensorialmente al individuo con oleadas de buenos sentimientos (aquí el trabajo de programación mental de las películas de la tele es impecable y necesario), de inducirlo a un trance en el que le parezca genial fundirse la paga en marisco congelado, champán toledano y regalos que apenas puede permitirse para todo quisque, por qué –insisto- ponen en todas partes villancicos.
En la guerra de Irak, los norteamericanos torturaban psicológicamente a los prisioneros de guerra haciendo sonar una y otra vez “Enter Sandman” de Metallica, en los barracones que hacían de celdas. Pero también la canción infantil de Barney el Dinosaurio Morado, y algunas de Barrio Sésamo. Mientras, las luces parpadeaban. ¿Les suena familiar? Esta forma de tortura, que ha sido ampliamente documentada, parece la base sobre la que se sustenta el empleo machacante de villancicos en navidad, pero no acabo de descubrir cuál es el propósito final de este maquiavélico plan. ¿Comprar más? ¿Comprar más rápido, sin detenerte a pensar en lo que te estás llevando o lo que te está costando, porque solo piensas en huir? Podría funcionar en los hombres, pero ellas han recibido sobrado adiestramiento en estas lides en sus tiendas de ropa y juraría que son casi inmunes.
Villancicos, no puedes escapar de ellos. Están por todas partes, en todos los comercios, tiendas, supermercados, estancos y funerarias. Los sacan a la calle, maldita sea, en altavoces gigantes por si aún no te habías dado cuenta de en qué época del año estabas. Se te meten en el sentido y se instalan en tu cerebro como un parásito que, poco a poco, pone huevos y sus larvas se alimentan de las pocas neuronas que te quedan sanas después de los excesos de alcohol y las radiaciones del móvil.
En estos sitios pinchan dos tipos de villancicos, a cual más horrible. Uno, los interpretados por coros de voces blancas, que se me antojan niños encerrados en un oscuro sótano, sometidos bajo siniestros abusos sexuales, y obligados a cantar, una y otra vez, lo de la Virgen que se está peinando. A veces, hasta creo oír que piden ayuda entre líneas. Me producen el mismo efecto en el sistema nervioso que arañar un plato con un tenedor.
El segundo tipo es aún peor, los ejecutados por una especie de coro rociero. Villancicos aflamencados cantados por Raya Real o cualquiera de sus innumerables clones. Por lo general, cualquier cosa cantada por estos grupos me hace pensar en que sería más agradable que te hicieran una gastroscopia después de una colonoscopia sin limpiar el mismo chisme.
Esta clase de villancicos me despiertan ese Hulk que todos llevamos dentro. Porque los de verdad, los cantados en vivo por los aguilanderos, los chiquillos, o tus cuñados, son otra historia. Entra dentro de lo tolerable, y hasta puede ser divertido, rememorar a voz en grito con los parientes y amigos el  incidente entre el hombre ese que hacía botas y San José, o esa crónica del tráfico de costo en borriquilla en Oriente medio, o la del tamborilero de Raphael, mientras golpeas una pandereta de los chinos. Sin embargo, esas mismas tonadas grabadas por profesionales, ya sean devotos de la Blanca paloma o efebos encadenados, son un arma de destrucción masiva.
Así que aviso, no podemos tolerar por más tiempo el bombardeo acústico constante de villancicos, esa agresión sonora a nuestra psique y a nuestro buen oído. Porque no estoy seguro de que la humanidad sucumba en un Apocalipsis Zombi, pero no descarto que los villancicos provoquen una Tercera Guerra Mundial.



El Pueblo de Albacete, 27 de noviembre de 2011

domingo, 20 de noviembre de 2011

Aniversario

La cosa esta de las elecciones generales ha evitado que este 20 de noviembre los medios de comunicación nos detengamos como se merece en una de las efemérides más importantes para cualquier ser civilizado. Por suerte, estaba su seguro servidor ojo avizor para evitar que tan importante fecha no pasase sin pena ni gloria, así que valgan estas líneas como modesto homenaje a un hombre cuyas ideas visionarias, entusiasmo y trabajo cambiaron, no solo un país, sino toda la civilización.
Estoy hablando –sí, lo habéis adivinado- de Garrett Augustus Morgan.
Como sabéis, el señor Morgan, tal día como hoy, del año 1923, lograba la concesión de la patente del semáforo “moderno”.
Si bien Morgan es mucho más conocido por atribuírsele la máscara de gas, hay que agradecerle que este afroamericano, el séptimo de once hijos de un matrimonio de esclavos, que se estableció en Cleveland desde Kentucky para prosperar, invirtiese sus esfuerzos en la mejora del tráfico urbano, que ya en aquellos tiempos de maricastaña debía ser fino –él fue el primer negro del estado en tener coche-. Este hombre de múltiples talentos, autodidacta, que comenzó montando su propio taller de costura y hasta creo un periódico, “The Cleveland Call”, no dejó de luchar por los derechos civiles y ha sido reconocido por autoridades y gobiernos. Falleció en 1963.
Como ocurre con cualquier invento relevante, cuesta discernir en sus orígenes al verdadero creador. Semáforos ya había antes, claro, y el honor de ser considerado el primer aparato para regular el tráfico, entonces de los carros, recae en uno de Londres, veinte años antes de los crímenes de Jack el Destripador. Existe, por tanto, cierta polémica en torno al semáforo Morgan y su supuesta relevancia, o lo que es lo mismo, hay historiadores que están en contra de considerar a Morgan como el verdadero padre de este aparato, puesto que, rebaten, mucho antes ya había muchos semáforos en desarrollo, con mejores o más modernos diseños, incluso eléctricos y automáticos, con los colores que todos conocemos. De hecho, hasta 1923 habían recogidas casi 60 patentes previas de otros tantos semáforos de distinto pelaje. Además, a la discusión se aportan dos importantes datos: uno, no hay constancia real –a pesar de lo que dice la Wikipedia-, de que dicho semáforo llegara a instalarse en alguna parte; y dos, no existe ningún registro que avale la historia -la leyenda, pues- tantas veces repetida de que Morgan vendió su patente a General Electric por 40.000 dólares.
Lo que sí nos dice el diseño de la patente es que el primer aparato de Morgan contaba con luces rojas y verdes, colocadas sobre unos soportes con forma de brazo y cambiaba de color de forma manual, con una manivela que tenía que ser accionada por una persona. Su semáforo tenía forma de cruz con tres posiciones: Stop, Go y una posición de parada en todas las direcciones, que permitía a los peatones cruzar con seguridad. El semáforo Morgan puede que no fuera el primero, pero sí fue el que supo aunar los distintos conceptos para regular el tráfico que una forma que ha perdurado hasta nuestros días.
La leyenda cuenta que se puso manos a la obra después de ser testigo de una colisión entre un automóvil y un carruaje tirado por caballos. Desde entonces, estos dispositivos se han prodigado por las calles de todo el mundo, salvando vidas. No nos damos cuenta de su existencia cuando vamos a pie, o al volante, de su presencia hasta que nos enfrentamos a un cruce. Ahí sí, en ese momento estos cíclopes electrónicos se convierten en todopoderosos demiurgos que con solo un parpadeo nos dejarán, o no, pasar, llegar a nuestro destino. Ellos permanecen impávidos a nuestras maldiciones y toques de claxon cuando nos frenan, cuando huimos acelerando del intermitente ámbar que está a punto de cambiar a rojo... y bien que los echamos de menos cuando los fitipaldis de turno nos impiden, como a la gallina del chiste, llegar al otro lado. Por todo esto, no me digan que no merecen, al menos, un puñado de párrafos. A fin de cuentas, nos recuerdan que el ser humano no sabe andar solo sin acabar chocando.




El Pueblo de Albacete, 20 de noviembre de 2011

domingo, 13 de noviembre de 2011

El voto de mi señora madre

Mi señora madre no podrá votar el día 20 porque hace unas semanas le robaron el DNI. En realidad, le quitaron el monedero, con el carné, las tarjetas, un billete de veinte y algunas monedas sueltas. Unos dedos ligeros abrieron su bolso casi en sus narices en el mercadillo de Los Invasores y, voilá, adiós a la documentación y a las perras. En mi casa nos quedamos sin guíscanos, puesto que ellos eran el destino de esos veinte lereles, y mi señora madre se ganó un sofoco y toda una hilera de llamadas y visitas para denunciar, anular y protestar. Por suerte, o por desgracia, tiene cierta experiencia en estas lides, puesto que tampoco era la primera vez que es víctima de los malos. En menos de diez años los cacos han demostrado la querencia a sus bolsos así, a bote pronto, dos o tres veces, aunque en ocasiones anteriores el método elegido había sido el poco sofisticado y doloroso tirón en moto. Si bien, no por conocido es menos molesto el lento procesionar burocrático de bancos, comisarías y demás, entre la vergüenza y la indignación. Una mañana perdida.
El caso es que mi señora madre llegó pasado el mediodía a casa, maldiciendo por lo bajo, sin bolsa de guíscanos pero con una copia de la denuncia y un teléfono apuntado para pedir cita para solicitar un nuevo DNI –el robado, por cierto, estaba casi a estrenar-, y la cita se la dieron para el veintitantos. O sea, pasados los comicios.
No cayó en la cuenta hasta cinco días después del incidente de que, sin documentación, no podría votar. Y aunque mi señor padre apuesta a que sí le dejan hacerlo con la denuncia en la mano, creo que ha renunciado del todo. Ella, que siempre ha sido muy demócrata y de votar, al final se quedará a las puertas del colegio electoral sin papeleta que echarse a la boca, como tampoco nosotros pudimos comer setas.
Ah, ese ladrón no sabía lo que estaba haciendo cuando deslizó sibilinamente la cremallera del bolso de mi señora madre. Pensaba que estaba reuniendo un buen botín -que digo yo que mucha habilidad, pero muy poca vista-, y a consecuencia de su acto delictivo una familia se quedó sin comer, o casi, y ha impedido a un elector ejemplar ejercer su derecho al voto. Digo yo que esto serán agravantes.
Porque mis progenitores son muy de votar. Lo han hecho desde siempre que se puede votar, concienciados, como si fuera una obligación, un deber moral como ciudadanos, manchegos y españoles. Son de esos que van a primera hora al colegio, cogidicos del brazo, con los datos de la tarjeta censal memorizados, y el sobre con la papeleta traído de casa, bien cerrado, hasta la mesa correspondiente. Y luego, si no hay que trabajar, a almorzar. Tanto lo viven que sus vástagos, que hemos salido pelín ácratas –pero limpios y decentes-, hemos de sufrir durante la campaña electoral sufridos cara a cara y duros discursos antiabstencionismo; y para colmo, nos miran mal cuando acudimos directamente al almorzaje sin pasar por la urna. O quizá sea porque vamos de gorra.
Y aunque estoy casi seguro de que mi señora madre lamenta más el vuelo de los 20 leuros que el deneí, lo de verse fuera de la cacareada “fiesta de la democracia” no le hace mucha gracia. Es como asistir a una boda y no poder chupar ni la cabeza de una gamba. Luego, en el bar, me hablaba un amigo de que, a pesar de tener el carné en regla, no piensa votar, me describe muy gráficamente cómo y por dónde les pueden dar a los políticos, y pienso en ella y en que es curioso como varían las prioridades según las personas. Yo, por ejemplo, sigo pensando en esos guíscanos que no me comí...

El Pueblo de Albacete, 13 de noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

Reto fanzine 2011

Que no, que no me he olvidado del Reto Fanzine de este año. Aunque actualice nada y menos por cuestiones de mucho curro, hay que ir preparando la séptima, creo, edición de este bonito certamen que va camino de convertirse en algo épico, tanto por el número de asistentes, de participantes, de fanzines presentados, y lo que es más importante, de la grandísima calidad de estos.

Así que, sin más, se convoca el Reto Fanzine 2011 para el viernes 30 de diciembre.
Lugar y hora: cafetería Aqua, a las 19.30 horas, con Mahous a tutiplén y posterior cena en chino y más cubatas posteriores.*

Recordar las Tres Reglas de Oro:
1. Los fanzines no se regalan al público en general, salvo expresa indicación del autor. Los colaboradores son caso aparte. O se intercambian (pero no es obligatorio), o se pagan -en dinero o cerveza-.
2. No es una competición.
3. Se ruega puntualidad.

Os recomiendo, también, traer fanzines de sobra, para esos espectadores espontáneos, y una bolsa para meterlos y llevároslos a casa después.




Ojo de Halcón nos convoca desde los Redondeles de la Feria.


* Si hubiera algún cambio en la programación se procurará avisar con tiempo de sobra.

Leyendas urbanas

Me cuentan en un bar la última leyenda urbana que circula por la ciudad. Quien me la cuenta sabe que yo no me creo estos bulos, así que me narra la historia con timidez, casi convencido de que se la voy a chafar. Y aunque me contengo unos cinco segundos después de que haya terminado de explicarse, no puedo más que responderle que eso es mentira, que, en efecto, no es más que la actualización de un viejo chisme.
Recuerdo que hace unos años, quizá una década, el tema de las leyendas urbanas se puso de moda, y se publicaron varios libros muy interesantes al respecto, muchos de los cuales tuve la oportunidad de leer –hasta cayó alguno hacia mis estanterías, “Leyendas Urbanas en España”, de A. Ortí y J. Sempere-. Lo que en ellos se exponía se puede resumir en que “si parece mentira, seguramente lo sea”. Y no es que me niegue a creer que vivimos en un mundo donde puede pasarnos cualquier cosa, porque estoy harto de leer noticias curiosas, bizarras y escalofriantes, pero eso no quiere decir que tenga que creer a pies juntillas lo que dice mi madre que dijo que vio el cuñado de la Antonia. Albacete es un magnífico criadero de estos bulos, posee esas cualidades entre rural y urbanita que permite, como decía antes, que nuestra madre nos hable del familiar de una vecina, al que acaso identificamos vagamente, como si se tratase de un testigo fiable. Cualquier mentiroso, cuentista o pareja infiel sabe que para camuflar una historia extraordinaria hay que enmarcarla en un entorno conocido, familiar, vulgar…
Mi experiencia como testigo de hechos que se salían medianamente de lo normal, y no hablo de hechos sobrenaturales, sino de accidentes e incidentes, puede confirmaros que uno no retiene ni recuerda un pijo de lo que ha visto, y ni un habilidoso interrogatorio policial serviría para extraer detalles concretos que sirvieran en un juicio. Para fiarse de los testigos oculares, oiga.
Luego está el problema de cuando la realidad imita, si no supera, a la ficción, enturbiando entonces la frontera entre lo que es y lo que parece. Basta un caso, o una presunción de culpa, que nuestro sentido de la generalización convertirá en norma, en certeza, dándole alas a aquellos que creen en las tetas de silicona que explotan en los aviones, que no hay chinos enterrados en España, o que las calcamonías tienen droga.
Las leyendas urbanas funcionan como los romances juglarescos de antaño, corren de boca en boca, con una especie de advertencia o moraleja final frente a los peligros de la ciudad. Son fruto de nuestras pequeñas psicosis, y por eso triunfan y se extienden como el petróleo en el mar. Lo peor, sin duda, es el impresionante número de personas que, al contrario que mi amigo, no dan su brazo a torcer y están convencidos de que su verdad es la verdad, ciegos a las pruebas que demuestran lo opuesto, o peor aún, pseudo conspiranoicos amigos del cuando el río suena.
Pero los libros y la casuística están ahí para quien quiera investigarlo. Las mismas historias siniestras, repetidas en diferentes países, en distintos momentos, con sus variantes, claro, pero con raíces comunes. No secuestran a mujeres en los todo a cien de los chinos. No hay un violador en serie que marque a sus víctimas con la “sonrisa del payaso”. No se cuelgan unas zapatillas viejas de un cable para marcar el punto donde se vende droga o donde murió un miembro de una banda latina. No hay un hombre del saco en los parques tratando de llevarse a tu hijo. Ni siquiera llevar el teléfono móvil en los pantalones te va a provocar cáncer o te va a dejar estéril.
Nos creemos muy listos, rodeados de información, con tanto periódico, radio, televisión, internet… que la mayoría no sabe –ni tiene tiempo de- manejar, ni interpretar, ni mucho menos criticar. Pensamos que a nosotros no nos pueden engañar, ni manipular, cuando ocurre precisamente todo lo contrario, somos incapaces de discernir entre tanta fuente cuál es la de fiar. Al final, te quedas con la colorida anécdota que te cuenta tu amigo en el bar, o tu madre en la comida del domingo, formando parte de la cadena de propagación del bulo, extendiendo la leyenda urbana. Somos críos, en el fondo, asustados por que viene el coco.


El Pueblo de Albacete, 6 de noviembre de 2011

domingo, 30 de octubre de 2011

El duelo

 El Rubio se plantó frente a mí sin decir una palabra. Hizo crujir sus nudillos muy despacio a modo de saludo. De desafío. Movió el cuello, produciendo un sonoro chasquido de sus cervicales. Así era él, usaba toda su anatomía para intimidar en las distancias cortas, pero dado que esta no era demasiado impresionante, recurría al truco sucio del restallido de las articulaciones. Un ensayado ademán de superioridad.
Una pequeña racha de viento levantó el polvo del suelo y arrastró algunos hierbajos. Una mosca se posó en el hombro de la mujer –siempre hay una mujer-, que se mordía el labio inferior. Hubiera preferido que lo hiciera más por nerviosismo que por aburrimiento. A fin de cuentas, si El Rubio y yo estábamos ahí plantados era en parte culpa suya. Ella se mantenía apoyada en el umbral de la entrada a la casa, aguardando el desenlace del duelo, en tanto el fresco del interior mantenía a raya las gotas de sudor en su tostada piel. Cruzaba los brazos, enmarcando con ellos su generoso escote, escote para el que, en ese momento, no teníamos ojos.
En este mediodía de verano, nuestras sombras habían desaparecido bajo los pies y en la piel sentíamos la mordida del sol. A lo lejos se escuchaba el murmullo de otras gentes que vivían felices ajenas a nuestros problemas y a nuestras formas de resolverlos. El Rubio y yo permanecíamos como estatuas de sal, completamente abstraídos del entorno, con las pupilas clavadas en los abismos oculares del otro.
Aquello era estúpido, pero inevitable. Y no se puede luchar contra lo inevitable. Los dos teníamos nuestras pistolas, enfundadas en nuestras cartucheras hechas a medida. Estaban cargadas con seis proyectiles aunque sólo íbamos a necesitar uno: el primero y el último. Velocidad o puntería. El dominio de estos conceptos inclinaría la balanza hacía uno u otro lado. Todos los sentimientos que hasta hacía un momento andaban bullendo en las cabezas se habían diluido en cuestión de segundos: la ira inicial, el orgullo herido, la vergüenza, la venganza… Entre El Rubio y yo ya no quedaba nada de eso, salvo un cierto miedo.
-Cuando acabe la música, dispara, si puedes -dije, y le hice un gesto a ella para que cogiera el móvil y pusiera la canción. Por supuesto, había elegido Carillon, el tema del duelo final de La muerte tenía un precio.
El tono comenzó a sonar.
Aquello, más que estúpido, era ridículo. Una gilipollez. Estábamos los dos, los tres en realidad, ahí, listos para partirnos el alma al primer tiro. Sólo que aquello no era la calle mayor de Tombstone, sino la parcela del Rubio; este no era Clint Eastwood, sino mi amigo; ella no era Claudia Cardinale, sino su novia. Y las armas en lugar de Colt Peacemakers eran dos N-Strike Maverick de simple acción cargados con seis balas de esponja. No recuerdo el origen de la discusión, lo que nos llevó a aquello, algo que dijo ella, seguro, y que él se vio obligado a defender en la calle, mientras el resto de colegas seguían dentro de la casa preparando la paella y bebiendo sin parar. En realidad, daba lo mismo, habíamos ido demasiado lejos y, poseídos por el espíritu de Sergio Leone, teníamos que llegar hasta el final.
Sonaba el reloj de Morricone, en la versión larga de casi seis minutos. Los dos minialtavoces del teléfono desgranaban las notas épicas del italiano, haciendo que la respiración y hasta los latidos se acompasaran al ritmo de la melodía.
Gotas de sudor comenzaron a correr por mi columna vertebral, axilas y palmas de las manos.
El solo de trompeta secó mi garganta. Los dedos se abrían y cerraban espásticos sobre la culata del arma de plástico amarillo, sin atreverse a tocarla.
Hasta la mujer se conmovió, por fin, por la tensión electrizante que nos embargaba.
Rl carrillón del reloj iba más y más despacio.
No respirábamos, el corazón no bombeaba sangre, sólo esperábamos la última nota. Y entonces... desenfundar, amartillar la Nerf y disparar.
El proyectil surcó el aire dejando atrás el sonido del resorte. Un instante después siete centímetros de gomaespuma gris golpearon el pecho de El Rubio y rebotaron hacia un lado, mientras su disparo se perdía por mi derecha. Soltó una maldición. Su novia se dio la vuelta y nos insultó por lo bajo, y desde dentro nos reclamaron para poner la mesa. Aunque los dos volvimos tan amigos, en mi mente él había caído fulminado, sobre el suelo polvoriento, y por eso yo sonreía como Henry Fonda.


El Pueblo de Albacete, 30 de octubre de 2011

domingo, 23 de octubre de 2011

Mis conversaciones con los médicos (DCVIII)

-Hola, muy buenas tardes.
-Buenas tardes.
-Perdona por hacerte esperar.
-No pasa nada, venía preparado, con el móvil cargado a tope.
-Bien, tú dirás. Qué te pasa…
-Pues verá –remarco la forma verbal-, es que creo que tengo chiflinosis y necesito un tratamiento…
-Un momento -me corta raudo-. ¿Chiflinosis? –teclea en el ordenador-. ¿Algún especialista te ha diagnosticado chiflinosis?
-No… Es que todavía no sé a quién debo matar para conseguir una cita con el especialista. Pero vamos, esto ya me había pasado antes y mi anterior médico de cabecera me dijo que lo más seguro es que fuera chiflinosis, y me mando un tratamiento a base de chuchacoides y se me curó…
-No veo nada de eso en el ordenador…
-Es que fue hace años, antes del ordenador.
-Hum -Me mira la médico muy extrañada. Muy extrañada-. Sabes, creo que lo tuyo no es chiflinosis, sino zascanditis fregorreica. A ver, cuéntame qué síntomas tienes…
-Pues me ha salido un sarpullido aquí. Por aquí se me ha escamado la piel. Aquí, se me ha puesto verde y por aquí brilla en la oscuridad…
-Lo que yo decía (me corta, otra vez), típico de la zascanditis fregorreica. Pero de todo eso que me dices, yo no te veo nada…
-Ya, estaba mucho peor hace tres días, el domingo. Esta mañana no aguantaba más el dolor y me he echado una pomada que tenía por ahí mi madre, y parece que algo se me ha quitado… Pero mañana quién sabe cómo evolucionará esto…
-Entiendo. En estos días de cambio de estación, o en situaciones de estrés, o cuando juega el grajo vuela bajo, suele acentuarse la chiflinosis… Y la zascanditis también…
-Sí, eso dicen. Por eso necesito un tratamiento a base de chuchacoides que…
-Hum, así que chuchacoides, ¿eh?
-Sí, algo a base de, o con chuchacoides, para tratar la chiflinosis…
-Pero es que ya te he dicho que no creo que tengas chiflinosis, sino zascanditis fregorreica.
-¿Y cuál es el tratamiento para la zascanditis fregorreica?
-Pues… chuchacoides también… Pero, ya sabes que, tanto si tienes zascanditis fregorreica, como chiflinosis, los chuchacoides no te la van a curar. Ambas son patologías crónicas, no tienen cura, y los chuchacoides solo te aliviarán los síntomas una temporada…
-Hombre, si consigo no parecer el hombre elefante y que no me apedreen los niños del barrio ya
es bastante...
-Además, independientemente de la zascanditis, deberías dejar de fumar y perder peso…
-¿Cómorl? Pero oiga, que yo no fumo... ¿Y qué tendrá que ver el peso con todo esto?
-Por supuesto que tiene que ver. Los pacientes con sobrepeso son más proclives a la chiflinosis…
-¿Pero no hemos quedado en que lo mío es zascanditis fregonosequé y que no se cura?
-Tienes que cuidarte más, yo solo te digo eso. Ya no sólo por la zascanditis, sino por tu salud en general.
-Ahora mismo, la zascanditis es lo único que me preocupa… Lo que me urge, para poder trabajar,
hacer vida normal… Joder, parece que a ustedes los médicos les ha dado por meterse con los fumadores y los gordos, como si todo se curase dejando de fumar y de comer…
-No es eso, pero date cuenta que la población fumadora y con obesidad es más propensa a ciertas enfermedades, lastran el sistema sanitario y…
-Muy bien –corto yo-. Muy bien. Nosotros a lo nuestro. Recéteme algo para lo que sea esto, y yo ya me pondré a dieta en mi casa…
-De acuerdo. Veamos -teclea en el ordenador. Teclea en el ordenador y vuelve a teclear aún más en el ordenador-. Ajá. Lo sabía. Te vas a tomar estas pastillas de chuchacoides todas las noches antes de acostarte, después de cenar y durante una semana. Y esta loción también te la pones por la mañana todos los días antes de desayunar. En dos semanas, en principio, debería haber remitido la zascanditis. Si ves que no y todavía sigues igual, vuelves a pedir cita para que te volvamos a ver.
-Ea, pues muchas gracias.
-Muchas gracias a ti por tu visita. Cuando salgas, y si me puedes hacer el favor, llama a Perico de los Palotes para que pase, que es el siguiente.


El Pueblo de Albacete, 23 de octubre de 2011

domingo, 16 de octubre de 2011

El Síndrome de House

Ser borde mola (it’s so cool!). Es una moda que empezó hace unos años y que no tiene pinta de que vaya a acabarse. Hay quien lo llama el Síndrome House, por el personaje de la tele, o el Risto Mode, por el otro tipo televisivo de las gafas. El caso es que de la pantalla dio el salto a la calle y ahora se lleva y se practica mucho esa manera de faltar al personal, de vacilarle con una mezcla de socarronería, ironía, mala leche y superioridad.
El principal problema que le veo yo a esta actitud radica en que no estamos en un programa o en una teleserie.
Entiendo que a los habitantes del siglo XXI le cueste más discernir la realidad de la ficción, no sé si por culpa de haber colectivizado las cámaras y las pantallas, por estar así permanentemente enfocado, retratado y grabado para la posteridad del facebook o el youtube, viviendo nuestro propio reality a propósito (y no de forma inconsciente como el bueno de Truman). En este maremagnum de telerrealidades entrelazadas en la que se ha convertido nuestra existencia, la autoestima y la personalidad se ven subordinadas a la imagen que ofrecemos al resto de los demás. Nos hemos diluido como personas para pasar a ser personajes, actores que escriben e interpretan sus propias líneas de diálogo, y luego corrigen y reescriben el papel si la respuesta del público no convence, si la crítica no es buena.
Con este panorama, lo que casi todos se les escapa es que, a pesar de lo que nos diga la tele y el cine español, para ser actor o guionista hay que saber. Y estudiar, mucho. Y que cuando no hay un director en la función –los roleros lo tienen claro-, esta se va a la mierda. Y que se necesita una escenografía ad hoc para darle empaque. Joder, y un millón de cosas más. Así pues, sin método, ni marcas, ni consciencia objetiva sobre nuestra personalidad -porque antes para saber cómo somos en verdad, vistos desde fuera, preguntabas a los íntimos, y ahora te juzgas tú mismo por lo que ves en el monitor y los comentarios de internet-, ni pollas en vinagre, acudes al plagio, a emular los arquetipos molones que ofrece la pantalla, figuras más o menos bien construidas por todo un equipo de escritores y asesores de imagen.
En este punto está la mayoría, creyéndose los Al Pacinos del barrio, cuando ya ni siquiera Al Pacino es Al Pacino, viviendo en la constante imitación, tan falsos como un chándal Abidas. Y descontextualizados dentro del duplicado, porque House tiene gracia en el Princeton-Plainsboro, pero no la tendría en el Perpetuo Socorro, igual que gusta ver a Dexter matando en Miami, pero otro gallo te cantaría si te esperase en el Altozano; y si os digo la verdad, no me imagino a Bernie Stinson trabajándose el esparto en la Zona, sin que al final acabara recibiendo una manita de hostias en las inmediaciones de Villacerrada.
Aún así, está ocurriendo, los clones están ahí fuera, con otras caras, en otros decorados, haciendo el gilipollas, poniéndose bordes como House, pero sin cojera, sin moto, sin Cuddy, y sin el límite de 45 minutos por episodio. Porque esa es otra, ni siquiera Goyo se aguantaría a sí mismo más de una hora, pero los imitadores lo son a tiempo completo, aferrados al clavo ardiendo del personaje de moda, ignorando aquello de que lo poco agrada y lo mucho cansa.
Y lo que es peor, somos los demás quienes los sufrimos y salimos perjudicados por estos tontacos de lo cool, tan vacíos de personalidad como el personaje de Eliza Dushku en Dollhouse. Nosotros, que no tenemos culpa, tenemos que apechugar con estos cansinos personajes que piden a gritos un mando a distancia con el que cambiar de identidad, o una somanta palos que los espabile.


El Pueblo de Albacete, 16 de octubre de 2011

domingo, 9 de octubre de 2011

Lanzamientos (Sesenta mil satanases, 83)

Entre el cúmulo de barbaridades vistas esta semana en los medios de comunicación –cada vez más bizarres-, destaca, para mí, la propuesta del congresista de Miami Ritch Workman de recuperar la sana tradición del lanzamiento de enanos, prohibido en los 90, con objeto de que este divertimento podría crear puestos de trabajo.
Suena estúpido, como tantas cosas que se inventan en EEUU, pero el lanzamiento de enanos no es un invento de ahora, según dice la Wikipedia, que no tiene por qué ser cierto, la cosa ya se practicaba en Mesopotamia, si bien no aclara si se ejercía en el mismo entorno etílico que ahora en, cágate lorito, EEUU, Reino Unido, Australia, Francia y Canadá. Con sus propios campeonatos del mundo y todo, oiga.
Lanzar enanos envueltos en velcro sustituye, o sustituía, a los dardos y el futbolín como forma de entretenimiento en los bares. Unas consumiciones y tenías derecho a coger al muchacho y arrojarlo contra el muro. Con un par. Bien es cierto que cada uno se entretiene como buenamente puede, sabe, o le da, que tampoco nos vamos a echar nosotros, los españoles, las manos a la cabeza por unos enanos cuando aquí se practican todo tipo de festejos salvajes, eso sí, sustituyendo la denigración a los enanos por variopintos animales, que por algo somos parte de la civilizada Europa. Y como sucede aquí con los toros, allí enarbolan para su vuelta la tradición y la cultura, y ahora, la creación de empleo.
Que sí, que como pasa siempre, han salido algunos enanos aplaudiendo la medida, pero en general, los enanos de la Unión, la Little People of America, como ellos mismos se denominan (enanoamericano, traduciría aquí más de uno), ya han mandado recado al gilipollas de Workman, indicándole a quién puede lanzar contra una pared. Yo, además, le obligaría a dimitir del cargo y a ingresarlo en una clínica de desintoxicación, porque nadie en sus cabales puede pretender generar empleo contratando a personas de un metro de altura para ser arrojadas como en una bolera.
¿Se imaginan a un diputado proponiendo en nuestro país algo así? Lo cierto es que tampoco me extrañaría. Lo que ocurre es que, desconociendo el actual censo de enanos, no creo que se redujesen mucho las listas del paro... Aunque, si nos paramos a pensarlo, bien mirado quizás haya una propuesta que, bien estudiada, puede que hasta sea la llave que nos haya de sacar de la crisis. Y es que, en lugar de lanzar enanos, ¿por qué no lanzar hijos de puta?
Porque, amigos, -y no es la primera vez que lo digo en esta columna- es innegable que somos una potencia mundial en hijoputas, y hay que darles salida, y para ello, nada mejor que poner de moda un deporte donde implique vejar y humillar a esta gentuza, con tradición y cultura, eso sí. El coste económico de este ejercicio sería más bien poco, un sueldo a nivel becario y una chichonera a cambio de innumerables horas de diversión en los locales de ocio, fomentando de paso, el consumo. Al contrario del enano, que es chiquitico por definición, este tipo de seres, al carecer de una fisonomía más o menos estándar, son más difíciles de manipular por una sola persona, con lo que el lanzamiento de hijoputa debería establecerse como un deporte de equipo, tras unas actividades iniciales, cual jornadas de la tapa, para darlo a conocer entre los ciudadanos, seguido de liguillas, campeonatos y finales retransmitidas en directo por algún canal de TDT. Ya estoy viendo, por ejemplo, esa despedida de soltero donde, inmersos en los vapores etílicos de la barra libre y tras el estriptis de rigor, los amigachos del novio agarran a uno de estos fulanos y, al grito de ¡a la mierdaaa!, lo arrojan con todas sus fuerzas contra una pared. El velcro puede ser opcional.
De este modo, se acaba con la discriminación física del ente lanzable y se alude a una característica inmaterial, pero igual de evidente, porque al hijoputa se le ve, de lejos, sin que importe su sexo, raza, religión o tamaño. ¿Acaso habría una modalidad deportiva más constitucional y democrática, ideal para exportar al Mundo Libre? Una nueva disciplina en la que seríamos, no cabe duda, Campeones del Mundo.


El Pueblo de Albacete,9 de octubre de 2011

domingo, 2 de octubre de 2011

Tienes una cita (Sesenta mil satanases,82)

Desde el advenimiento de internet, y sobre todo del Big Bang de las redes sociales, suelo toparme con citas y frases celebres por todas partes. Cualquier fulano, en ese afán de síntesis e inmediatez que se nos ha metido en el cuerpo desde que nuestras vidas dependen del router, intenta describirse a sí mismo y a su idiosincrasia con una línea de caracteres, extraídas de google sabe dónde, atribuida a un personaje popular, o populoso, real o de ficción. La cita, junto a la imagen de nuestro avatar –que es un tema aparte, a tratar otro día-, pasa a ser nuestra carta de presentación, la primera impresión que queremos dar, que es la que queda, ante el mundo.
Ojico, que no es que censure la ocurrencia, pues en ocasiones se nos hace necesario recurrir a lo que otro dijo antes, al respecto de algo, porque lo expresó, no sólo mejor, sino insuperablemente. Porque ocurre que las palabras no aparecen siempre cuando se las necesita, o se nos pierden entre el cerebro y la boca, o la mano, y lo que teníamos tanta prisa por compartir, se esfuma como la luz de una bombilla al pulsar el interruptor.
No es por falta de genialidad, estoy convencido de que la mayoría de este tipo de frases son fruto del ingenio y la oportunidad, de cierta espontaneidad, aunque no dudo de que haya quien se trabaja el esparto y se encierra, petulante, en la soledad de su dormitorio a pensar oraciones lapidarias por las que pasar a la posteridad. Por eso creo que cualquiera de nosotros está más que capacitado para soltar un par de one-liners de este tipo en su vida, otra cosa es que haya quien la recoja, y que tengamos la trascendencia necesaria para hacerla perdurar.
Más allá de la referencia cultural, que denota por dónde van nuestros gustos y pareceres, hay frases que definen a la perfección un estado de ánimo, una forma de vida, una actitud política. Como una referencia bibliográfica, la cita es el argumento avalado por un experto, requerido para dar empaque a esa idea que queremos transmitir de nosotros mismos, y que complementa la imagen de nuestros distintos perfiles virtuales. Y aún de nuestra persona física, pues por algo están de moda las frases “con mensaje” en las camisetas, y que nos convierte en signos –semióticamente hablando- encarnados.
Igual que sucede con las gambas, el peligro está en el abuso. Ni siempre son necesarias, ni siempre son acertadas. Más allá de lo expuesto, las citas se ven más como un recurso pedante para demostrar erudición, sobre todo por parte de esos autores con complejo de pene pequeño. Lo he visto mucho en poemarios reguleros y en novelas, malas, tan sobrecargadas de citas que más parecían un tomo recopilatorio y que han acabado con mi paciencia y con el libro. Y hablo no sólo por esos que ilustran el capítulo mentando a Dante, o a Kierkegaard, sino que los párrafos son pura filfa parafraseada; un ejercicio metalingüístico que ejemplifica que, en realidad, no tenía nada que contar. Un vicio, por cierto, que se ha extendido demasiado a otras artes, como el cine, donde si bien más que mencionar a grandes personalidades de antaño, son los guionistas quienes ponen en boca de los protagonistas grandilocuentes sentencias para la posteridad.
¿Quieren frases? Ahí tienen Wikiquote, que a fecha de 2010, cuenta con más de 364.000 páginas en decenas de idiomas, y casi 4.000 artículos sólo en español. Todo un agobio para alguien con poca personalidad. Recuerdo que en mi carpeta del instituto tenía escritas varias frases, unas motivadoras, otras guerrilleras y alguna transgresora. Una de ellas era la oración de Conan antes de la batalla final –de chaval ya apuntaba maneras-, que nunca he olvidado por ser el rezo más sincero que he visto nunca: “Crom, jamás te había rezado antes, no sirvo para ello, nadie, ni siquiera tú, recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos, no, lo único que importa es que dos se enfrentan a muchos, eso es lo que importa, el valor te agrada Crom, concédeme pues una petición, concédeme la venganza, y si no me escuchas ¡vete al infierno!”. No sé hasta qué punto me define hoy en día, pero desde luego, me sigue encantando.

http://www.youtube.com/watch?v=VDSvquo3b7w

El Pueblo de Albacete, 2 de octubre de 2011

jueves, 29 de septiembre de 2011

Resplandior

Leo en diferentes sites (tal que aquí, y aquí, por ejemplo) sobre la última amenaza que se cierne sobre nosostros, la secuela de El resplandor (la novela) que por lo visto Stephen King tiene ya casi finiquitada. Y mientras en Hollywood deben andar ya buscando reparto y director, yo me siento un tanto encogido porque, personalmente, creo que la susodicha novela es una patata.
No sé cuántos se lo habrán leído realmente, porque sí tengo claro que la gran mayoría ha visto la genial película de Kubrick, pero es uno de los tochos más densos y aburridos del Maestro. Tiene todos los defectos marca de la casa elevados a la enésima potencia, sobre todo párrafos llenos de morralla, pero es que, además, es una gilipollez de historia.
Kubrick supo desbrozar el texto, retorcerlo y adaptarlo a su película mental, apartándose bastante de la novela, para crear una obra maestra del terror que no ha sido superada hasta la fecha, y que por lo visto disgustó al ex gafancio. De hecho, King se gastó sus buenos cuartos en producir una mierda teleserie  que adapta con más fidelidad su libro. Os desafío a tragaros este mojón de más de cuatro horas.
Ahora King ha cedido a yo qué sé intereses -supongo que a otro camión de dinero aparcado en su puerta-, para ponerse a este rollo, después de que el proyecto de las adaptaciones fílmicas de La Torre Oscura se hayan ido al pijo. Por cierto, que hay anunciado el lanzamiento para 2012 de otra novela del ciclo, The Wind Through the Keyhole, que se supone autónoma, de las aventuras de Roland entre  el Libro IV y el V, y que se va a comprar Tabitha King.
EDITO: Más novedades sobre el de Maine que se me había olvidado contar: en octubre sale en España Todo oscuro, sin estrellas, que reúne cuatro novelitas cortas que parecen interesantes. Podéis leer de qué va el asunto en http://www.stephenking.com.ar/, página imprescindible donde las haya para fans del Rey. Ahí mismo podrán ver también el booktrailer del libro. Y también ahí podrán leer de qué va el más inmediato lanzamiento de SK -que espero con ansia-: 11/22/63. La fecha lo dice todo, ¿no?

Les dejo con la mejor adaptación hecha hasta la fecha del Resplandor.
 




domingo, 25 de septiembre de 2011

Estas botas son para caminar (Sesenta mil satanases, 81)

Leí en alguna parte que a un hombre se le juzga por su calzado. En las novelas buenas del oeste, siempre se le echa un vistazo a las botas del forastero (eso, y se le intercambia tabaco). En las películas de guerra aceptables, vemos cómo se le roban los zapatos a los muertos. Los esclavos van descalzos. Los pobres les lustren los mocasines a los ricos. Charlot pasaba tanta hambre que tenía que comerse su propio zapato en La quimera del oro. Dorothy volvía a Kansas entrechocando los zapatos de rubíes, que le había robado previamente a la bruja mala del Este. El gato sólo necesitaba unas botas para sacar de la miseria a su amo. En inglés, en lugar de decir “ponte en mi lugar” se dice “ponte en mis zapatos”. De fetichismos ni hablamos...
No le descubro nada a nadie diciendo que lo que viste los pies dice más de una persona que el resto de su indumentaria, su peinado, sus usos y costumbres. Toda su personalidad queda retratada en sus zapatos. Puede que los ojos sean el espejo del alma, pero el calzado es el alma misma, un reflejo de la personalidad del portador, tan explícito y descriptivo como un carné de identidad.
Siendo los pies una parte tan íntima, tan delicada y a la vez tan importante para nosotros, como individuos y como especie -nuestra civilización ha dependido del calzado, todos los ejércitos que han dominado la tierra iban bien calzados, de las sandalias romanas a las botas militares-, es lógica la tremenda trascendencia de enfundarlos, vestirlos, adornarlos, etc, convenientemente.
El calzado está por encima de los códigos de vestimenta, porque tiene su propia taxonomía y lenguaje. Una de las primeras cosas que de pequeños nos enseñan las madres es que hay un calzado, y una vestimenta, para cada ocasión. Pero también lo hay para cada estación, para el trabajo y para el ocio, para la lluvia y para la playa... Toda nuestra vida pivota en torno al zapato que nos toca ponernos por la mañana. Si echáramos la vista atrás, podríamos rememorar nuestra historia siguiendo ese reguero de suelas desgastadas, cordones rotos, tacones perdidos y agujeros varios.
La necesidad de calzarse no implica que tengamos un armario como el muestrario de una zapatería. Hay quien tiene decenas de zapatos y quien solo dos pares. Quien los cuida como oro en paño y quien los destroza sin contemplaciones. Las relaciones entre uno y sus zapatos casi podría extrapolarse a ese uno consigo mismo y con los demás.
Escoger zapato es complicado. No solo hay que buscar un motivo estético que vaya con nosotros, sino que además debe ser cómodo, no se puede andar si te rozan, si te salen ampollas, si te aprietan. Qué mal se pasa. Y debe estar dentro de nuestras posibilidades económicas. Porque los zapatos, a pesar de las imitaciones chinas, son un artículo de lujo. Entiendo a quien prefiere comprarse diez pares de diez euros a uno de noventa, a pesar de que acabe usando y tirando uno al mes. En ocasiones tengo la impresión de que una mano negra especula con el calzado. ¿Cómo es posible que un artículo de primera necesidad, de buena calidad, sea tan caro? Y lo peor es que no puedes reclamar. Si un zapato se te rompe o se te despega, no puedes volver a la tienda a que te devuelvan el dinero o a cambiarlos por unos nuevos, porque no tienen garantía. Porque, ojo, un zapato bueno siempre será caro, pero un zapato caro no tiene que ser necesariamente bueno, y lo digo por experiencia. Puedes cambiar una tele que ha salido rana, pero no unas botas, y este es un fallo por el que deberíamos quejarnos.
Y créanme, son más necesarias las botas.


El Pueblo de Albacete, 25 de septiembre de 2011


domingo, 18 de septiembre de 2011

En el cielo sí hay alcohol (Sesenta mil satanases, 80)

Fue en 2006 cuando unos astrónomos británicos del Observatorio Jodrell Bank anunciaron el descubrimiento de una nube de alcohol metílico, de unos 463.000 millones de kilómetros de extensión, en una zona de la Vía Láctea. Se equivocaron, pues, tanto Pabellón Psiquiátrico como Kase O.
Así a ojo, calculo que en nuestra Feria andamos de alcohol a pizcaspajas con nuestra galaxia, y si me apuran un poco, a tenor de algunos cubatas que he tenido la desgracia de probar, con más metílico que etílico.
La Feria nos destroza, de un modo u otro. Los bolsillos, el hígado, el sueño..., a propósito o sin querer queriendo, el caso es que el ciudadano sufre la frenética hiperactividad de estos diez días feriados de los que, casi, se necesita del resto de septiembre para recobrar la rutinaria normalidad con la que se ha de convivir el resto del año. En Albacete, pues, el Año Nuevo comienza el día 18, después de un cotillón de dos semanas en una vorágine de comida y, sobre todo, bebida como si no hubiera un mañana. Es este particular sistema solar que es el recinto ferial, todo gira en derredor del condumio y el bebercio. Si antaño esto era una feria ganadera, hoy por hoy es el ganado humano quien se ha apropiado del lugar, en busca de un conveniente abrevadero en el que meter el hocico.
Que sí, que me dirán que hay más actividades en la Feria, que se bailan manchegas, se visita a la Virgen, se compran artículos de broma y hasta alguna navaja, hay conciertos, y atracciones, pero estos vecinos van y vienen. Los que se quedan en los redondeles emulan con gran precisión a los peces del villancico.
Desde el tiento de la bota que ayuda al paso gaznatil de la berenjena de Almagro, al par de chatos de vino de la borriquilla que activa la circulación, unas sidras con los miguelitos, y una botellica de orujo miel del templete. Cerveza a litros –aunque recomiendo siempre de bote-. Mojitos aliñados con resaqueitor. Cubalitros importados desde Fukushima.
Esto por lo “legal”. Porque lo tradicional desde unos atrás es el botellón. Y ojo, este no se circunscribe a los alrededores de la plaza de toros, sino que se extiende, como el chapapote en el mar, a cualquier escenario más o menos cercano a los redondeles. Portales, plazas, cabinas de teléfonos, todo vale. Sorprende ver cómo en las paradas del autobús, gratuito, que lleva al personal a la Feria se agolpa la juventud cargada de bolsas repletas de alcohol, refresco y hielo. Los mismos que no ayudan a su madre con la compra, cargan con media docena de botellas de Brugal y un saco de cubitos. El transporte público parece, entonces, una auténtica discomóvil, donde por supuesto no falta la música, por obra y gracia de sus infernales teléfonos móviles.
Para amortiguar el efecto alcohólico sobre el estómago, lo habitual en estos casos es acabar comprando a lo largo de la noche un bocadillo de pseudojamón, morcilla o guarra, aunque por aquello de la variedad cultural, ahora se puede recurrir a un kebab, pizza o hamburguesas. Ojo, no confundir este momento con el de retirada, en el que, emprendiendo el largo camino a casa, no hay más remedio que detenerse en el puesto de las hamburguesas Uranga para llevarse una puesta.
Escribía el año pasado que en Feria todo está permitido, como si hubiera bula papal, y como a todos los tontos les da por lo mismo, quizá sea por eso por lo que aquí, en lugar de alancear al Toro de la Vega nos luce castigamos el hígado trasegando más alcohol que un cosaco en la fábrica de Knebep. Diez días inmersos en nuestro personal “Living Las Vegas”, naufragando en un vaso de plástico que dicen que es de litro pero que no lo es y devorando frutos de gorrinera a deshoras. Ríase usted del triatlón Ironman ese, esto sí que es una prueba de triple resistencia: física, mental y gástrica. Y si en lugar de durar semana y media, hubiera un mes de Feria, tal y como deseaban algunos el año del Centenario, pues ahí que los tendría usted, a los ferieros con sus bebidas espirituosas, noche tras noche, seres inamovibles frente una fuerza imparable. Tan a gusto, en su cielo. Ea.

El Pueblo de Albacete, 18 de septiembre de 2011



miércoles, 14 de septiembre de 2011

Amazon ya está aquí

Pues sí, aquí (http://www.amazon.es/) tienen el enlace que lo corrobora. El gigante ha abierto sus puertas en el idioma de Cervantes, con todo lo que eso conlleva. Ahora sólo falta ver cómo se desenvuelve su modelo de negocio con las leyes, empresas y costumbres españolas (y europeas), y sobre todo, con la falta de perras con la que andamos.
Con todo, es una buena noticia y solo espero que no se contagie del spain is different y siga prestando esa estupenda atención al cliente, marca de la casa, de la que puedo dar fe respecto a los amazon de EEUU, Reino Unido y Alemania.
Y sobre todo, por el kindle, el mejor lector de libros electrónicos, que actualmente se vende a 139 dólares, unos 102 euros al cambio. Esto sí que va a ser un revulsivo para la industria...

De esto ya hablé en su día:
http://eljuegodelmuerto.blogspot.com/2011/08/epub-en-el-kindle.html
http://eljuegodelmuerto.blogspot.com/2011/08/mas-barato-senores.html
http://eljuegodelmuerto.blogspot.com/2009/11/hacia-el-libro-digital.html




lunes, 12 de septiembre de 2011

Replicansex

Quienes me leen y me conocen sabe que estaba esperando algo así. De hecho, me ha alegrado mucho más encontrar esta parodia porno de Blade Runner, una de mis películas fetiche, que el enésimo anuncio/intención de Ridley Scott de hacer una precuela/secuela/sacacuartos de la misma para 2014.
Babe runner era necesaria, qué diablos, y lo que pretende rodar Scott, treinta años después, no.
Porque si algo nos sobran son versiones de Deckard y Rachel -ahí las tengo, en casa, cogiendo polvo después de cagarme en toda la cúpula celestial tras el visionado del "montaje definitivo"-. La única forma que vea ese nuevo Blade Runner es que lo dirija el hermano malo, Tony. Y es que para estas mierdas ya tenemos a George Lucas y sus retoques sin fuste ni gracia.
Sinceramente, creo que me lo voy a pasar mejor con estas pellejudas tetonas.


domingo, 11 de septiembre de 2011

Otro once de septiembre (Sesenta mil satanases, 79)

Dicen que la fecha de hoy es clave. 11 de septiembre. El día en que cambió el mundo. Han pasado diez años desde que Matías Prats retransmitiera en directo el choque de los aviones contra las Torres Gemelas, metiéndonos el miedo en el cuerpo ante una escena que ni los más osados y dementes directores de Hollywood habrían imaginado. Aquel día se nos pegaron a las retinas las escenas del humo, del polvo, de la gente saltando al vacío, del derrumbe casi instantáneo... Todos acusábamos el golpe terrorista, no en vano Nueva York es un poco una ciudad universal, iconográfica, visualmente tan familiar como Madrid, por ejemplo. No entendíamos nada, y en nuestra impotencia, sólo podíamos intercambiar miradas y apretar los labios. Aquello era muy gordo.
Y lo que vino después. Nuevos nombres se incorporaron a nuestro vocabulario casi sin querer: Al Qaeda, Osama bin Laden, Al Jazeera... También vinieron los gilipollas de siempre a decirnos que ya se veía venir, que lo raro es que no hubiera pasado antes. Luego, más idiotas, los conspiranoicos de siempre, negando la mayor, o acusando a los de dentro, con profecías inventadas ad hoc de Nostradamus y la madre que los parió... y luego la guerra de Afganistán, y la de Irak, y el ahorcamiento de Sadam Hussein, y el 11M, y tantas y tantas cosas...
El siglo XXI había comenzado de verdad.
Qué se puede añadir que no se haya dicho ya sobre el 11S. Probablemente nada. Ni siquiera puedo aportar un punto de vista original puesto que, más o menos, a todos nos pilló de igual modo, comiendo, tan tranquilos, con las insulsas noticias de fondo. Toda esa espiral de caos, miedo e indignación, de la blasfemia a la lágrima, esa necesidad de estar con los seres queridos, como si el brillo de la guadaña traspasara el televisor, que se repitió un marzo en Madrid tres años después.
Sí puedo contar lo que queda en mi cabeza una década después, y es casi nada. Suena triste, frío, pero es la verdad. Después del visionado continuo, una y otra vez, una y otra vez, de las secuencias de la destrucción por parte de todas las televisiones, hasta que lograron descontextualizarlas, hasta que lograron hartarnos, convertirlas en material de cine; después de las barbaridades cometidas después en nombre de la venganza y el petróleo, demostrando que el ser humano pone el listón de la hijoputez cada vez más alto; después de que la propia naturaleza diera un golpe sobre la mesa con sus propias catástrofes; después de que la burbuja inmobiliaria estallara y llegara la crisis, y la gente se haya quedado en la calle, sin casa, sin trabajo, sin esperanzas... ¿Quién de nosotros se acuerda del 11S y se estremece como entonces? ¿Quién, en Albacete, va a llorar hoy por los muertos, como sucedió hace una década?
Tampoco nos fustiguemos. A fin de cuentas, está en nuestra biología que el cerebro se defienda del shock traumático y olvide, o minimice, el dolor. Porque duele, y mucho, que dos aviones nos dieran la vuelta como a un calcetín. O más bien hicieran patente la fragilidad de este Matrix en el que vivimos voluntariamente, tras elegir gustosos la pastilla azul cada vez que nos agitan los cimientos.
Y es en efemérides como la de hoy que nos acordamos de Santa Bárbara, sobre todo los medios y los que en ellos trabajamos, para honrar, un poquito, a los muertos por la sinrazón –aunque ¿acaso hay muertes razonables?- con un pésame y una misa. Con más pragmatismo que sentimiento. Pero quizá hasta con una sincera reflexión, acerca de si todo aquello nos ha servido de algo. Permítanme, amigos, ser aquí pesimista, y decirles que no.
Lo siento por los desgraciados que todavía no han sido del todo lobotomizados, porque hoy lo van a pasar mal. El resto, supongo que nos iremos a la Feria, donde venden un sucedáneo de la pastilla azul de Morpheo, en vaso de litro.

El Pueblo de Albacete, 11 de septiembre de 2011

domingo, 4 de septiembre de 2011

Queremos caldico reparador (Sesenta mil satanases, 78)

Escribo esto apenas unos días antes de que dé comienzo la Feria de este año, a ciegas por no haber podido ver aún el programa de 2011 y, pues, con la incógnita de si habrá o no caldico reparador.
La Septembrina del Centenario nos lo quitó sin mediar explicación, y sin que, al parecer, nadie salvo los habituales de las tres de la mañana en el stand diputacional, nos rasgásemos las vestiduras. ¿Adónde fue nuestro caldico? ¿Tan caro era de preparar que se eliminó del programa de un plumazo, a traición? Me cuesta creerlo, vista la cantidad de actividades más careras, y posiblemente prescindibles, que permanecieron vigentes. Hubo quien me dijo que su desaparición obedecía a “razones estéticas”, por aquello de no parecer paletos, pero dudo que fuera así, puesto que ¿acaso la misma Feria no es pura exaltación del paletismo manchego, del gañanerismo verbenero elevado a la enésima potencia? Está muy bien invertir buena parte del escueto presupuesto municipal en actuaciones culturales, pero no podemos permitirnos desechar los pequeños guiños a la vecindad, renegar de esa parte de nuestro pasado rural, origen de la misma Septembrina, por ser, o más bien parecer, “modernos”, reemplazando todo lo que huela a boina y a pana por wifi y proyecciones de powerpoints en los arcos. El caldico reparador, como la limpieza o la seguridad, es un servicio público y como tal debe mantenerse.
Han de saber las autoridades competentes que no es cosa fácil renunciar a ese líquido manjar de dioses que se nos ofrecía, calentico, en vasicos de plástico, que asentaba no sólo el estómago sino el espíritu. En las frescas, cuando no directamente frías, noches feriales, ese líquido maná nos confortaba como una madre, devolviéndonos la serenidad perdida entre tanta música pachanguera y estallido de luces. Un caldico casero, compartido fraternalmente con vecinos anónimos, tras una rápida cola ante la gigantesca olla de acero en la que, con suerte, hasta podías repetir. En este delicado momento se formaba un oasis de buen rollo que espantaba la fatiga, el aburrimiento y hasta la borrachera, se creaban espontáneas tertulias intergeneracionales donde se comentaba lo mejor y lo peor de la jornada, si los toros habían sido buenos, qué atracción era mejor o dónde se podía beber cerveza sin aguar.
Allí, cual galos ante el buen druida Panoramix, bebíamos la poción mágica que había de conferirnos el poder de calmar el ardor del bocadillo de guarra, de aguantar hasta el amanecer, o darnos las fuerzas para emprender a pie el largo camino a casa. Los que se habían perdido en la vorágine se volvían a congregar allí –en el Pincho no hay quien se encuentre-; los que andaban con hambre pero sin un duro hallaban ahí un gratuito consuelo; en definitiva, el caldico se conformaba como un imprescindible punto de encuentro que alguien, desde un despachito, se cargó por ahorrar unas perras.
Gratuito, decía. He ahí otra de las claves del éxito del mágico bebedizo, puesto que en Feria todo tiene un precio, y no suele ser barato, qué puede haber más satisfactorio que encontrarse con algo gratis después de todo un día de gastos desaforados. Gambas, mojitos, cañas, miguelitos, sidra, tómbolas, coches de choque, Caseta de los Jardinillos, hasta la Carpa Joven te saca los ahorros durante nuestros diez días grandes, sólo las vaquillas y el caldo iban libres de gasto, y ya sólo perviven las primeras. Porque la Feria va sobrada de ofertas atractivas a esas horas intempestivas, pero ninguna es gratis, ninguna te recompensa por haber sido un buen albaceteño, por haber cumplido con los cánones feriales. ¿Acaso les niegan a los atletas una botella de agua después de correr?
Pero también es una forma de que los poderes públicos se congratulen con nosotros, la ciudadanía, de devolvernos algo tangible de lo mucho que les damos, el caldico es un mínimo detalle bebible de que se preocupan de nuestro bienestar.
Sería mejor para todos que vuelva el caldico reparador, antes de que nos obliguen a hacer botellón de caldo –caldellón- en el aparcamiento de la plaza de toros.


El Pueblo de Albacete, 4 de septiembre de 2011

domingo, 28 de agosto de 2011

Lecturas de espada mellada (Sesenta mil satanases, 77)

De un tiempo a esta parte, los libros que mayoritariamente han pasado por mis manos pertenecen al género de la fantasía medieval. La temática está en plena efervescencia gracias a la recreación para la televisión del paradigma de la moderna fantasía heroica, o lo que es lo mismo, la saga de la Canción de Hielo y Fuego, del norteamericano George RR Martin.
Al buen conocedor y aficionado a esta materia no voy a descubrirle nada, al profano, señalarle apenas que, aunque nunca han faltado títulos en este género literario, desde que el cimmerio Conan comenzase sus andaduras en la Edad Hiboria, sin duda el éxito de las películas basadas en la obra de Tolkien han creado nuevos lectores ávidos de leer historias repletas de batallas, aventuras épicas, héroes y monstruos. Un boom que no se repetía desde que los primeros jugadores de rol compaginaron los dados de veinte caras con El Señor de los Anillos, las crónicas de la Dragonlace de Margaret Weis y Tracy Hickman, las novelas de R.A. Salvatore y las desventuras de Elric de Melniboné, de Michael Moorcock.
Y aunque desde La espada rota, de Paul Anderson, a Andrej Sapkowski y su saga de Geralt de Rivia ha llovido mucho, parece que esta última oleada de éxito -comparable al auge de la literatura zombi que estamos viendo desde hace un par de años- está asentando definitivamente el género en las librerías, más allá de ser carne para frikis y/o adolescentes. Sólo espero que el recién llegado no se desanime con la elección del folletín insufrible e inacabado de Martin, más cercano a Falcon Crest que a Ursula K. LeGuin o Robert Jordan, y acabe por abandonar, en el tomo III, tanto a los personajes de los Siete Reinos, como a todo un universo de posibilidades.
Señalaba antes a los zombis, y su conquista, lenta e inexorable, de los estantes en las librerías. La nueva fantasía épica, heroica, adulta, o como pijo quieran decirle, comparte con los muertos vivientes ese regusto realista y oscuro más propio de la novela negra que de los amanerados elfos de Rivendel, y que tanto, tanto, tanto vende en épocas de crisis. Atrás quedaron los juegos florales, los malvados caballeros negros y los eternos viajes campbellianos del héroe, al menos tal y como los conocíamos. Porque ahora esos mismos temas aparecen trastocados, reconstruidos bajo un prisma llamémoslo tarantiniano -quizás incorrecto pero muy descriptivo-, más acorde a nuestros tiempos. Considero en gran parte responsable de este trabajo de desmitificación, y de reescritura de un género que se estaba acartonando a Terry Pratchet y su Mundodisco; sin duda, al verter su corrosivo sentido del humor, su cabronía, a los arquetipos tolkianos, lovecraftianos y todo lo que se menee, da el primer paso y abre nuevos caminos para interpretar de otras formas -como ya hizo antes la New Wave en la ciencia ficción en los 60- el mundo fantástico.
Lo que leemos ahora, con Joe Abercrombie como adalid de esta nueva ola de autores, posee un realismo sucio que se plasma en la descripción de personajes de moral ambigua -o directamente unos hijos de puta como Thomas Covenant, el Incrédulo-, así como de la vida en la corte, en las aldeas, en el campo de batalla. Héroes, o antihéroes, que matan inocentes, cagan, follan, traicionan por cuatro perras y maldicen, descreídos, contra reyes y magos. A fin de cuentas, qué hay más épico que enfrentarse a la miseria humana.
Así, pues, esta literatura ha cubierto el hueco que tradicionalmente correspondía a las novelas policiacas, las cuales parecen acusar el golpe del efímero boom sueco, y nos entretienen con una ficción adulta, pelín siniestra, donde ha lugar la conspiración, la mentira, la violencia, transportada ahora a una imaginaria tierra medieval tan próxima a nuestro imaginario folklórico como lejana a nuestra comprensión urbanita occidental. Libres del corsé de la espada mágica y cantarina, caballeros del ciclo artúrico y del Ojo de Sauron, estas novelas nos acercan, en su lugar, a malvados banqueros y gobernantes, a violadores y asesinos como protagonistas, y espadas melladas, listas para verter la sangre de quien se interponga en el camino de la venganza. Toda una gozada para los que pensaban, en su día, que Frodo era un poco papafrita.

viernes, 26 de agosto de 2011

Mudanza bloguera

Bueno, pues ya he terminado la migración, post por post, de http://cizalla.lacoctelera.net/ a http://eljuegodelmuerto.blogspot.com/. Iba a hacerlo a wordpress pero no me aclaraba con sus menus infernales, así que nos quedamos con el mal menor.
He procurado trasladar, en lo que ha sido un trabajo infernal, todas las entradas así como sus respectivos comentarios. Si bien con las primeras he podido respetar la fecha original de publicación, no pude hacer lo mismo con vuestros comentarios, pero bueno, aquí están todos.
Creo que he conseguido incorporar todas las imágenes, pero no así algunos vídeos, porque resulta que ahora blogger no te deja adjuntar otros que no sean de youtube. Lo mismo pasa con otros enlaces como goear, o pdfs, no hay manera de subirlos o incrustarlos. Pequeñas putadas de este sistema, ea.
De paso, le he hecho un pequeño lavado de cara a No hay enemigo pequeño, mi otro blog, al que pueden pasar también cuando gusten.
Vamos a ver si en este alojamiento consigo reducir los problemas y que todos nos leamos bien.
Espero vuestros comentarios, sugerencias y demás.
Y en breve, más cosas.

Nuevo hogar

Bueno, pues ya he terminado la migración, post por post, de lacoctelera a blogspot. Iba a hacerlo a wordpress pero no me aclaraba con sus menus infernales, así que nos quedamos con el mal menor.
He procurado trasladar, en lo que ha sido un trabajo infernal, todas las entradas así como sus respectivos comentarios. Si bien con las primeras he podido respetar la fecha original de publicación, no pude hacer lo mismo con vuestros comentarios, pero bueno, aquí están todos.
Creo que he conseguido incorporar todas las imágenes, pero no así algunos vídeos, porque resulta que ahora blogger no te deja adjuntar otros que no sean de youtube. Lo mismo pasa con otros enlaces como goear, o pdfs, no hay manera de subirlos o incrustarlos. Pequeñas putadas de este sistema, ea.
De paso, le he hecho un pequeño lavado de cara a No hay enemigo pequeño, mi otro blog, al que pueden pasar también cuando gusten.
Vamos a ver si en este alojamiento consigo reducir los problemas y que todos nos leamos bien.
Espero vuestros comentarios, sugerencias y demás.
Y en breve, más cosas.



domingo, 21 de agosto de 2011

La herramienta no se presta (Sesenta mil satanases, 76)

Pensaba el otro día en mi padre cuando, aprovechando el asueto vacacional, me tocó intentar arreglar los pequeños desperfectos cotidianos de la casa. Un tornillo que se cae, un grifo que pierde, cosas así para las que pensaba que estaba preparado. Pero no. Pensaba en mi padre, pero lo que añoraba en realidad eran sus cajas de herramientas. Cajas grandes metálicas, con bandejas abatibles, repletas de destornilladores, alicates, llaves, y atiborradas de mil y una piezas de todos los tamaños, materiales y formas. Del arcón con la taladradora, lijadora, y demás aparatos eléctricos, ni hablamos. Miraba las mías, de feo plástico traslúcido, con herramientas esportilladas compradas en los chinos y en los saldos de los hipermercados, un rollo de cinta aislante y un puñado de tuercas, tornillos y tacos de plástico, y se me caía el alma a los pies. Con semejante material, más que hacer un poco de bricolage casero, iba a emular a McGyver.
Es curioso, porque el señor García (padre) nunca ha destacado precisamente por su habilidad a la hora de las reparaciones caseras, siendo de esos que prefieren funcionalidad a la estética, provocando enmiendas de desastrosa apariencia en sus chapuzas. Reconozcámosle, eso sí, su genialidad con la electrónica y la juguetería; no hay quien le gane arreglando electrodomésticos y coches teledirigidos. Pero, sobre todo, hay que envidiarle sus cajas de herramientas, trabajadas, completadas durante décadas de ensayo-error, listas para solventar casi cualquier problema, conservadas en perfecto estado gracias a la máxima que casi tiene grabada en las tapas y que, aún de vez en cuando, me dice: “La herramienta no se presta”.
Por eso, cuando comprobaba que yo no tenía juntas de goma para el grifo, ni una llave de tubo, ni una mala tuerca, no hacía más que añorar el tesoro paterno, amén de culpar a mi progenitor por no haberme preparado para esto. Qué menos que haberme hecho entrega, a modo de ajuar, de una buena caja de herramientas con lo básico, ¿no? Porque manteles y toallas no me faltas, gracias a mi suegra y mi señora, pero ¿dónde está mi cola de carpintero para las sillas? Sé que es un sentimiento compartido por muchos amigos, a la pregunta de “a ver cuándo me das un nieto” que le hizo su padre, un conocido contestó “cuando tenga el atornillador de Black&Decker”.
Es una tradición que urge crear, porque en lo que menos piensa uno cuando sale del nido es en llevarse un martillo o una sierra, y luego, cuando empiezan a romperse las cosas, tienes que acudir a la carrera a un bazar chino de todo a un euro, a por un juego de destornilladores de prácticamente un solo uso y cinta aislante que no pega, en lugar de acudir a una ferretería de verdad. Y luego, por la propiedad acumulativa que tienen los trastos, al cabo de los años resulta que nos hemos juntado no con una buena emulación del botiquín chapucero paterno, sino con un montón de mierda que apenas nos sirve para apretar un tornillo, y una tonelada de llaves allen del Ikea.
Pero no quisiera pecar de injusto, ya que al menos a mí me han enseñado los fundamentos de la chapuza casera, que he visto a gente de mi quinta que ni siquiera sabe arreglar un enchufe. Y aquí sí que debería hacer un llamamiento a las instituciones educativas, que deberían tratar estos temas en los institutos. Sería más útil y menos polémica una asignatura de Chapuza y Reparación casera que Religión o Educación para la ciudadanía; a fin de cuentas, independientemente de sexos, credos e ideologías, todos tenemos que coger un taladro alguna vez, y no estaría de más saber qué tipo de broca usar. No se trata de levantar un invernadero en el jardín, como el de Bricomanía, sino de saber instalar la lámpara del techo, por ejemplo.
Hasta entonces, para los de ahora, tendremos que aguantarnos con lo que tenemos y sabemos –consultando las dudas en internet, que para algo somos la generación online- y, en todo caso, llevarnos a escondidas los alicates de papá (y devolvérselos antes de que se dé cuenta).


El Pueblo de Albacete, 21 de agosto de 2011

domingo, 14 de agosto de 2011

La conspiración del grunge (y II) (Sesenta mil satanases,75)

La revista Entertainment Weekly comentaba, acertadamente, y quizás en más sentidos de lo deseado, en un artículo de 1993 sobre el grunge y la Generación X, que "no se había dado esa clase de explotación de una subcultura desde que los medios descubrieron a los hippies en los 60".
Existen, y muchos, antecedentes de la CIA en cuanto a su intervencionismo social a través de los movimientos culturales asociados a la música. La Operación MK-Chaos ejemplifica a la perfección su manera de hacer las cosas, en este caso, terminar con el movimiento hippie desde dentro, o al menos, volverlo inofensivo.
En una nación convulsa como era los Estados Unidos en los 60, donde afloraban con demasiada premura los objetores de conciencia subversivos, en lugar de buenos y sanos tragakelloggs con ánimo de matarse en Vietnam, la Agencia dirigió laboratorios clandestinos que abasteciesen el mercado de la droga, e incluso se instituyó una mafia hippie, La Hermandad del Amor Eterno, que llegó a hacerse con el monopolio del tráfico de LSD en Estados Unidos, sustancia directamente relacionada con las pruebas del programa de control mental archiconocido como MK-Ultra.
El contexto histórico de EEUU de principios de los 90 guarda muchas similitudes con el final de la década hippie. Altas tasas de desempleo y criminalidad, desencanto con el gobierno y el trasfondo de una nueva guerra, la del Golfo, y su televisiva Operación Tormenta del Desierto, un conflicto motivado por fines económicos que poco o nada tenía que ver con el pasado bélico norteamericano, y que nadie sabía ubicar en un mapa.
En este escenario, las letras del gangsta rap eran un factor de cohesión dentro de la comunidad afroamericana más castigada, como antaño hicieran los Black Panther, enfocada a la desobediencia civil, exaltando la vida fuera de la ley de las bandas callejeras,  que no sólo desafiaba el statu quo de la población blanca  -en cuestiones como el alistamiento militar, donde el 22% del ejército  estadounidense es negro- sino que, además, como moda, amenazaba con extenderse a la población blanca, y eso era algo que las autoridades no podían consentir.
Recordemos, asimismo, el "incidente" Rodney King, víctima de la brutalidad policial de cuatro agentes blancos de Los Ángeles en 1991, cuya paliza fue grabada y emitida en todo el mundo, y la oleada de indignación que produjo la absolución de estos al año siguiente, que condujo a cuatro días de disturbios civiles que se saldó con 55 muertos, 2.300 heridos y más de un billón de dólares en daños para la ciudad. Las letras del gangsta rap se hacían realidad.
El grunge, en cambio, era la perfecta antítesis, en lugar de salir a la calle a tirotear a la policía, hablaba de sentarse en un rincón oscuro a lamentar ser el bicho raro de la clase. Al mismo tiempo, fomentaba la apatía política y el consumismo, con lo que la inversión quedaba cubierta, y encima generaba más dinero. Al menos por un tiempo.
Y cuando llega el momento de ponerle punto y final a sus programas, la CIA parece recurrir siempre a lo mismo, descabezar al líder. Dentro de la Operación Caos de los setenta, se puso en el punto de mira a Jimi Hendrix, a quien ciertos autores dan por asesinado, como también ocurre con Morrison. Tampoco la muerte de John Lennon a manos de Mark David Chapman está libre de sombras, puesto que su asesino había recibido adiestramiento por parte de la CIA, y hay quien ve en él a un perfecto "candidato de Manchuria" (ver El mensajero del miedo, versión 1962).
El 5 de abril de 1994 muere Kurt Cobain, a los 27 años, de un disparo en la cabeza, aunque su cadáver no se encuentra hasta tres días después. Los teóricos de la conspiración, y las incoherencias de los informes, siempre han señalado a Courtney Love, su esposa, como la "suicidadora" a través de una tercera persona, y a la mano de la Agencia, como el contacto necesario de la cantante de Hole para poder desviar la investigación policial, manipular la declaración de un forense y hacer desaparecer pruebas y testigos, hechos todos presentes en la muerte de Cobain.
En la misma línea del plan MK-Chaos, le tocó el turno al gangsta dos años después del tiro de Kurt y posterior desplome del grunge. Tanto el rapero Tupac Shakur, como su contrapartida, The Notorius BIG, fueron acribillados a balazos en un intervalo de seis meses, en pleno auge del hip hop racial y gangsteril. Asesinatos con suficientes sombras que, si bien se señala como culpables a las distintas bandas de pandilleros, aún hoy permanecen oficialmente abiertos y sin resolver.
Desde entonces hasta ahora, la Agencia parece haber encontrado un mejor aliado en internet y sus memes para crear cortinas de humo y devolver el rebaño a su redil, y a nosotros, un puñado de buenos discos y una pequeña irritación de consciencia.

domingo, 7 de agosto de 2011

La conspiración del grunge (I) (Sesenta mil satanases,74)

Iniciada la década de los noventa surge con una fuerza inusitada un nuevo estilo de rock, sucio y ruidoso, denominado por algunos como punk lento, pero conocido para siempre como grunge. La lluviosa ciudad de Seattle se convierte de la noche al día en una factoría de grupos más o menos clónicos a cuya cabeza se sitúa Nirvana, que en apenas dos años conquista el mundo y que concluyó, apenas un lustro después (1994), con el suicidio del cantante Kurt Cobain.
La teoría de la conspiración señala a la CIA como la principal responsable del auge de la música de Nirvana y sus émulos. Fue la agencia americana, de la que el entonces presidente Bush padre había sido director en los 70, quien encumbró intencionadamente a un grupo de tercera, que apenas sabía tocar, a las cabeceras de las listas de éxitos, a las radios y a la MTV, hasta convertirlos en un fenómeno de masas, arquetipos para una nueva tribu social y banda sonora de toda una generación. Todo ello justificado por el argumento de la defensa nacional, ante la amenaza del gangsta rap negro. Este subgénero del hip hop se caracteriza por ensalzar las historias de gángsters y drogas, en letras subversivas y violentas contra la sociedad blanca.
Según wikipedia, el tercer álbum del grupo NWA (Niggaz Wit Attitudes), Niggaz 4 Life (1991) consagra la escena del gangsta rap en la costa oeste, aunque fue la creación de la discográfica Death Row Records por Dr. Dre y Marion Suge Knight la que asentaron comercialmente y propalaron este sonido hasta las listas comerciales de ventas.
El clima salvaje y frustrante que se vive en los guetos marginales, con bandas, enfrentamientos con la policía y las autoridades, trapicheo de drogas, prostitución y desempleo se expresa con rabia empleando el hip hop. A finales de los 90, dos de las mayores estrellas de la escena hip hop, Notorious Big y Tupac, habían muerto a tiros, y las formas gangsta estaban totalmente desacreditadas.
Pero volvamos a Los Angeles, donde rimar las hazañas de los delincuentes del barrio, sin ningún apoyo mediático, tiene premio. Los chungos NWA sacan a la calle en 1989 Straight outta Compton, con el megahit Fuck Tha Police, y hace temblar los cimientos de la industria y de la sociedad. Sus polémicos cortes son censurados en las emisoras, se cancelan conciertos, y toda clase de grupos, organismos oficiales y asociaciones civiles arremeten contra ellos por su exaltación de la vida criminal. Pero no había nada que hacer, la bomba ya había caído, el disco logra un disco de platino y el gangsta se propaga de costa a costa, sale del gueto y entra en los walkmans y en los gigantescos radiocassettes. Lo irónico del asunto es que este movimiento subversivo no tardaría en ser aceptado como una nueva forma de entretenimiento por los acomodados blancos rebeldes que buscaban emociones fuertes.
Entretanto, y casi en las mismas fechas, la megacorporación Sony Music (dueña de Columbia y Epic) se dedica a reclutar bandas de rock en Seattle tras la muerte anunciada del heavy y del punk ochenteros, sin mucho éxito, salvo el conseguido inicialmente por Alice in Chains.
Entonces, llega Nirvana.
Bajo el auspicio de Geffen, los Nirvana graban lo que será el álbum bombazo del año –y de la década-: Nevermind. Aquí es donde se comienza a ver una extraña sombra, porque todo el éxito y las ventas, 3 millones de discos en seis meses, dependieron de una sola canción apática, lenta, simple, casi zombificadora: Smells Like Teen Spirit. Nirvana desbanca al grupo estrella de la compañía Geffen, Gun’N’Roses, y a lo que debía ser su ópera magna, el doble Use Your Illusion. Incluso sobrepasa al mismísimo Michael Jackson.
Enseguida se advierte que el impulso mediático al grunge es brutal y sin precedentes, en contraposición al beligerante gangsta. A pesar de que los grupos “nirvaneros” apuestan por los modos y la imagen de la típica basura blanca, su postura anticomercial y contracultural cae en saco roto; el grunge es una máquina de hacer dinero. Aparece la marca grunge, asociada al artificial taxón de Generación X y se convierte en moda. Enseguida surgen películas como Singles (1992) o Reality Bites (1994), que toman la taquilla –ambas recaudaron el triple de su presupuesto- y extienden el mensaje de la “generación perdida”, convenientemente edulcorado. La frustración blanca contrasta con la negra. Los grunges no esgrimen armas automáticas ni trapichean con crack, sólo parecen lamentarse como perros aullando a la luna, en macrofestivales como Lollapalooza, lo que evidentemente conviene al Gobierno norteamericano.

(Continuará la próxima semana)

El Pueblo de Albacete, 7 de agosto de 2011

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...