domingo, 7 de agosto de 2011

La conspiración del grunge (I) (Sesenta mil satanases,74)

Iniciada la década de los noventa surge con una fuerza inusitada un nuevo estilo de rock, sucio y ruidoso, denominado por algunos como punk lento, pero conocido para siempre como grunge. La lluviosa ciudad de Seattle se convierte de la noche al día en una factoría de grupos más o menos clónicos a cuya cabeza se sitúa Nirvana, que en apenas dos años conquista el mundo y que concluyó, apenas un lustro después (1994), con el suicidio del cantante Kurt Cobain.
La teoría de la conspiración señala a la CIA como la principal responsable del auge de la música de Nirvana y sus émulos. Fue la agencia americana, de la que el entonces presidente Bush padre había sido director en los 70, quien encumbró intencionadamente a un grupo de tercera, que apenas sabía tocar, a las cabeceras de las listas de éxitos, a las radios y a la MTV, hasta convertirlos en un fenómeno de masas, arquetipos para una nueva tribu social y banda sonora de toda una generación. Todo ello justificado por el argumento de la defensa nacional, ante la amenaza del gangsta rap negro. Este subgénero del hip hop se caracteriza por ensalzar las historias de gángsters y drogas, en letras subversivas y violentas contra la sociedad blanca.
Según wikipedia, el tercer álbum del grupo NWA (Niggaz Wit Attitudes), Niggaz 4 Life (1991) consagra la escena del gangsta rap en la costa oeste, aunque fue la creación de la discográfica Death Row Records por Dr. Dre y Marion Suge Knight la que asentaron comercialmente y propalaron este sonido hasta las listas comerciales de ventas.
El clima salvaje y frustrante que se vive en los guetos marginales, con bandas, enfrentamientos con la policía y las autoridades, trapicheo de drogas, prostitución y desempleo se expresa con rabia empleando el hip hop. A finales de los 90, dos de las mayores estrellas de la escena hip hop, Notorious Big y Tupac, habían muerto a tiros, y las formas gangsta estaban totalmente desacreditadas.
Pero volvamos a Los Angeles, donde rimar las hazañas de los delincuentes del barrio, sin ningún apoyo mediático, tiene premio. Los chungos NWA sacan a la calle en 1989 Straight outta Compton, con el megahit Fuck Tha Police, y hace temblar los cimientos de la industria y de la sociedad. Sus polémicos cortes son censurados en las emisoras, se cancelan conciertos, y toda clase de grupos, organismos oficiales y asociaciones civiles arremeten contra ellos por su exaltación de la vida criminal. Pero no había nada que hacer, la bomba ya había caído, el disco logra un disco de platino y el gangsta se propaga de costa a costa, sale del gueto y entra en los walkmans y en los gigantescos radiocassettes. Lo irónico del asunto es que este movimiento subversivo no tardaría en ser aceptado como una nueva forma de entretenimiento por los acomodados blancos rebeldes que buscaban emociones fuertes.
Entretanto, y casi en las mismas fechas, la megacorporación Sony Music (dueña de Columbia y Epic) se dedica a reclutar bandas de rock en Seattle tras la muerte anunciada del heavy y del punk ochenteros, sin mucho éxito, salvo el conseguido inicialmente por Alice in Chains.
Entonces, llega Nirvana.
Bajo el auspicio de Geffen, los Nirvana graban lo que será el álbum bombazo del año –y de la década-: Nevermind. Aquí es donde se comienza a ver una extraña sombra, porque todo el éxito y las ventas, 3 millones de discos en seis meses, dependieron de una sola canción apática, lenta, simple, casi zombificadora: Smells Like Teen Spirit. Nirvana desbanca al grupo estrella de la compañía Geffen, Gun’N’Roses, y a lo que debía ser su ópera magna, el doble Use Your Illusion. Incluso sobrepasa al mismísimo Michael Jackson.
Enseguida se advierte que el impulso mediático al grunge es brutal y sin precedentes, en contraposición al beligerante gangsta. A pesar de que los grupos “nirvaneros” apuestan por los modos y la imagen de la típica basura blanca, su postura anticomercial y contracultural cae en saco roto; el grunge es una máquina de hacer dinero. Aparece la marca grunge, asociada al artificial taxón de Generación X y se convierte en moda. Enseguida surgen películas como Singles (1992) o Reality Bites (1994), que toman la taquilla –ambas recaudaron el triple de su presupuesto- y extienden el mensaje de la “generación perdida”, convenientemente edulcorado. La frustración blanca contrasta con la negra. Los grunges no esgrimen armas automáticas ni trapichean con crack, sólo parecen lamentarse como perros aullando a la luna, en macrofestivales como Lollapalooza, lo que evidentemente conviene al Gobierno norteamericano.

(Continuará la próxima semana)

El Pueblo de Albacete, 7 de agosto de 2011

3 comentarios:

  1. L Miguez, de pronto crítico musical.16 de agosto de 2011, 0:32

    Fíjese que sabré yo poquito de música, y sin embargo me veo en la obligación de responderle a algo. Permítame que dude eso de que Sony reclutara "bandas de rock en Seattle tras la muerte anunciada del heavy y del punk", ya que entiendo que precisamente la aparición del grunge es causa de la decadencia o desaparición de otros estilos y no al revés. Grupos rockeros como Grant Lee Buffalo dieron a la luz, por aquel entonces, magníficas canciones y discos, pero se comieron más bien poco en aquel ambiente de gemiditos y quejas por lo bajini... ¿No?

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  2. Estimado Señor Miguez, evidentemente se trata de un artículo de ficción, en la línea de creación de una teoría conspiranoica.
    La discusión de qué fue consecuencia de qué es compleja, está claro que nunca dejó de haber buenos grupos de rock en los 90, con muy buenos discos, pero no eran lo que "molaba".
    Es España pasó más o menos lo mismo con el auge del indie y el bakalao. Buenos discos y grupos rockeros fueron enterrados bajo el peso mediático de las nuevas tendencias, y si no que le pregunten a Subterfuge.

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  3. Por cierto, ahora que saca el tema conspiranoico, le diré que me parece un divertidísimo tema sobre el que "ficcionar"...

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