jueves, 30 de septiembre de 2010

Un truño como el puño

O lo que es lo mismo, el estreno más infame del año. El Caballero del Antifaz.
 
Cualquier cosa que pueda decir ya lo han comentado por ahí mejor (por ejemplo, los amigos de Cine cutre o los de Las Horas Perdidas). Tan sólo añadir que me alegra de que no hayan respetado el nombre del personaje original para que jamás podamos asociar el personaje de Gago a esta cosa.
Y por qué será que me da que el Capitán Trueno no va a ser mejor que esto...
Edito: Han mejorando el trailer.

Los Na'vi se lo montan

Los fans de la cinta de Cameron ya sabían que las escenas de sexo, que haberlas haylas, fueron eliminadas del montaje final. Pero lo que no se esperaban, al menos no tan pronto, era que la industria del porno corriera a subsanar este error, eso sí, a su manera.
Desde que la famosa productora pornográfica Hustler anunciara que estaba trabajando en la versión X de Avatar muchas habían sido las expectativas creadas por parte del público, pornófilo y común, por ver cómo se llevaba este proyecto a cabo, puesto que al igual que su original, estaba rodado en 3D. Eso sí, recurriendo al viejo sistema de las lentes bicolores rojo y azul. 
Hustler ya ha puesto en el mercado versiones mucho más subidas de tono, y más humorísticas, de series de culto como Star Trek, Glee, Buffy cazavampiros, o la mismísima Los Monster (aquí ya fueron pioneros en pintarse la piel, de verde), y siempre ha destacado por la calidad de sus productos, por lo que eran los indicados para llevar a buen puerto la historia de amor de la princesa Na’vi Neytiri y del guerrero Jake Sully, y su lucha por la defensa del ecosistema del planeta Pandora contra las fuerzas invasoras.
Finalmente, This Ain’t Avatar XXX, que así se titula el invento, se comercializará este mes. Protagonizada por la afamada pornostar Nikki Hunter, la película ha supuesto para sus intérpretes todo un desafío encarar a unos personajes con los cuerpos totalmente pintados de azul y con el rostro maquillado como los Na’vi.
Avatar, que ya fue el taquillazo más grande de la historia -ha recaudado  más de 2.300 millones de euros sólo en los cines-, y que James Cameron ya ha confirmado que será una trilogía, ha vuelto a reestrenarse esta semana “por tiempo limitado, con casi diez minutos de escenas inéditas y sólo en 3D”, según dicta la propaganda del filme.
Con los números por delante, es normal que todos quieran apuntarse al carro de los beneficios del 3D, entre ellos, los fabricantes de reproductores Blue-Ray y televisores con este dispositivo, y por supuesto, la industria del cine de todo tipo.
Los productores anuncian con énfasis que This Ain’t Avatar XXX sembrará precedentes en este género.

(El Pueblo de Albacete, 1 de octubre de 2010)

sábado, 25 de septiembre de 2010

Una carta que nunca envié (Sesenta mil satanases, 30)

Hola, X:

No sé por qué te estoy escribiendo esto. Quizás es que necesito desahogarme y te ha tocado a ti soportarme la chapa. Es posible que lo que teclee a continuación te lo diga personalmente cuando nos veamos, así que permíteme que esta carta sea un principio de discurso:
Estoy hasta las narices de las paellas, y aún más, de los Expertos en Paellas de Albacete. Yo nunca me las he dado de listo, ni de Arguiñano, ni siquiera de valenciano, a pesar de haber vivido allí un tiempo, o de tener familia en Puerto de Sagunto. A mí, todo ese rollo místico a la hora de hacer una paella que se llevan estos me parece absurdo y ridículo. Puedo entender que cada uno tenga su receta, su forma de hacer las cosas, pero todo este montaje que se han autoinventado los que ya sabemos no me gusta, me da asco.
Insisto, no soy cocinero, ni gourmet, ni gilipollas. Sé guisar desde hace años, he cocinado platos más complejos y elaborados que una paella, pero eso no me hace especial, aunque hay quien piense que sí y eso es patético. Esgrimir lo de Experto en Paellas, como hacen otros, como si se tratase de un título nobiliario o un Master me repugna, y no hay más que darse una vuelta por ahí para ver que ni las paellas son un manjar tan exquisito, ni hay una Receta Única.
No quiero entrar más en este juego enfermizo de quién sabe más de paellas, aunque creo que eso será inevitable. No quiero más críticas “constructivas” por parte de estos majaderos, que ignoran el esfuerzo y la dedicación que uno, en su buena fe, ha puesto en una paella, porque en su infinita sabiduría creen que te falta sal, te sobran judías o está mejor con arroz de Calasparra. Me parece fantástico que cada cual dé su opinión en la forma que crea más conveniente, pero que no cuenten conmigo ni en mi casa. Podemos echar unos callos con garbanzos, o asar un pollo, incluso -fíjate qué ironía- una fideuá, pero nada de paellas.
Lo que viene a continuación quizás te haga gracia, a mí no.
Voy a dejar de hacer paellas. No creo que te sorprenda saberlo, no creo que se sorprenda nadie. Disfruto entre fogones, y hasta hace poco entraba a la cocina rebosante de energía, dispuesto a llevar la paella a lo más alto. Ahora ya no. La verdad es que no he hecho una desde hace un año, pero ¿para qué? No es que dejarlo me alegre, pero sí me libera un poco, te hacer ver las cosas de otra manera.
Y no soy el único. El tiempo se está encargando de darme la razón, nadie quiere juntarse con los expertos paelleros para comer. No disfruto con ello, y no quiero repetirles lo de “ya os lo dije”. La verdad, me molesta porque me gusta la paella, y más en domingo, pero prefiero cocinar y comer otra cosa que perder un amigo.
Una paella es algo hecho por y para la familia, para los amigos, no para la sociedad, el pueblo o la posteridad. Aspirar a la posteridad por una paella es patético e irreal. Los que están ahí, los que de verdad saben de esto, no van a dejarse arrebatar el puesto que tantos años les ha costado ganar, y algunos de ellos, en justicia, hasta merecen.
Por mi parte, no creo que vuelva a hacer una paella. Ya no lo necesito.

P.D.: Por mucho que se empeñen, y me destierren por ello, insisto además en que unos gazpachos manchegos están infinitamente mejor que cualquier maldita paella.


El Pueblo de Albacete, 26 de septiembre de 2010

martes, 21 de septiembre de 2010

El último de la saga

A quien pueda interesar.
Hace ya unas semanas que terminé de teclear la octava novela del inspector Serrano. La última, con la que cierro el tomo IV, la saga y este proyecto suicida que me ha llevado casi 10 putos años. Ando ahora en fase de corrección, luego tocará maquetar, diseñar una portada y, si encuentro un presupuesto aceptable y los dineros, pa la imprenta y a las librerías. Siempre he odiado esta última fase, pero en esta ocasión la asumo con tranquilidad, puesto que lo más duro -escribir- ya está hecho.
La crisis parece que ha puesto el precio del papel más inalcanzable que nunca, al menos para un libro de las características de los de La saga de la ciudad oscura, que se sale de -o no llega a- los tamaños estándar (105x148 mm) y del número de páginas (las 400 o más). Aún así, sería una mierda pena que después de tres libros el cuarto se quedara en un doc (o en un epub). Estamos trabajando en ello.
De una forma u otra, el libro estará disponible antes de fin de año. Es posible que también esté toda la saga en formato digital o de alguna otra forma, con nuevas portadas y cosas así. Después no creo que vuelva a escribir sobre Serrano en al menos una década.
A todos aquellos que me han seguido y ayudado en esta aventura, GRACIAS!
Edito (varias horas más tarde): Por cierto, que no os he dicho de qué van las dos novelas del tomo IV.
Mil trescientos setenta y cinco. Serrano contra los zombis, o lo que es lo mismo la primera novela de SURVIVAL HORROR MANCHEGO.
El Dios del crepúsculo. El apocalipsis va a llegar... a Albacete, por lo menos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El juego de la muerte (Sesenta mil satanases, 29)

Pocos juegos hay tan nocivos para el conjunto familiar que un parchís. Pocos somos los que percibimos casi de inmediato la peligrosidad de tan extendido elemento lúdico, llevado al hogar inconscientemente, sin comprender la magnitud del peligro ni el significado de sus actos… Como quien lleva un gremlin, vamos.
En lo básico, el parchís supone competitividad, rivalidad pura y dura, no tiene ningún valor positivo ni educativo aceptable, si no eres nativo de Esparta. Ese tablero de cuatro colores, con su cubilete, su dado y sus fichas, han sido diseñados para hacerte morder el polvo, para hacerte perder la serenidad. Es sobre su retícula donde el pez grande no siempre se come al chico, donde el aura de autoridad y superioridad de los padres se arrastra al nivel de los vástagos, en una falsa igualdad de condiciones, donde toda acción se reduce a comer o ser comido, a cerrar el paso aún a costa de tu propia victoria. A jugar por joder. Fastidiar alegremente gracias a la inmunidad que otorga la confraternización inicial y el sometimiento voluntario a cuatro reglas estúpidas que sólo conocen los de la propia casa –jamás juguéis en otros hogares que no sean el vuestro- y la severa dictadura de los dados.
Porque la malignidad del parchís reside en el azar. Son los dados, por encima de la inquina íntima de cada uno, quienes sellan el destino de nuestra jugada. Dioses de seis caras que ordenan nuestro quehacer y nosotros, encantados de obedecer, libres de toda culpa, sin los remordimientos del libre albedrío. Si me como tu ficha no es porque quiera, es porque así ha salido en los dados, y se come, se ataca, como soldados en una batalla. Como autómatas despiadados. Afloran entonces el rencor, la venganza, el saldar viejas cuentas a través del tablero, haciendo tambalear las bases de la relación familiar, arruinándola. Cuántas partidas han acabado en bronca, en pelea, en gritos y fichas volando por los aires… Es una brecha que nunca volverá a cerrarse.
Y es que el parchís es un juego bélico, más aún que el ajedrez. No lo percibimos porque sus fichas carecen de personalidad, de identidad propia, sin percatarnos de que estamos tratando con peones, individuos como nosotros mismos, en pugna por conquistar un pedazo de tierra ajeno, arrancados de su hogar, sólo porque lo dice alguien más grande. Es una carrera en una sola dirección, en la que todos quieren ser los primeros y harán lo que sea para conseguirlo. Aquí no hay pactos, no hay negociación como en el Risk. Sólo violencia pura. El parchís es primera línea de fuego; a tomar la cota, muchachos.
Siento un profundo temor cuando llego a una casa y descubro uno de esos tableros malditos en una estantería o debajo de la mesa. Y es peor aun si en lugar de un cuadrado se trata de un pentágono o un hexágono para más jugadores. Más víctimas inocentes. Puedo comprender que le enseñen a jugar a esto en el colegio a los niños, a fin de cuentas, forma parte de su adiestramiento para la vida en nuestra sociedad americapitalista, pero me asombra ver cómo son propios los padres los que precipitan su propia destrucción arrojando a sus hijos a este juego. Saturno devorado por culpa del parchís.
Mucho se ha escrito sobre la influencia de la tele, o los videojuegos, pero nadie se ha atrevido a alzar la voz contra el parchís, o el trivial, otro juego aparentemente divertido e inocuo que, sin embargo, debería prohibirse antes que el fumar en los parques. El diabólico tablero de los quesitos basa su funcionamiento en ridiculizar y exhibir públicamente al menos inteligente de la casa, lo cual ofende y traumatiza al interfecto. Luego nos sorprendemos cuando esta gente crece, coge un fusil y entra en una hamburguesería en un mal día. Lo único que quieren es contarse veinte y llegar a la meta.
Cuídese mucho de los juegos de mesa, la próxima vez que quiera hacer un regalo, o vaya a visitar a un pariente. Ante un simple tablero reticulado de los veinte duros podría estar jugándose el pellejo.
De los naipes hablaremos otro día.

El Pueblo de Albacete, 19 de septiembre de 2010

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Minilego, miniyo

Siempre he sido más de playmobil, pero lo cierto es que los legos tienen muchas más posibilidades para la frikez.
Tenéis que probar esto: http://www.gominimango.com/miniyou/
Con una foto tipo carné vuestra y la de dos amigos tendréis un vídeo para echaros unas risas. Sí, ya sé que la cosa está pensada más para críos que para tipos bragaos, pero si os gustan los legos no podeis dejad de hacerlo.
En el enlace siguiente tienen al compañero Bolaños, al presidente Barrera (lo primero que pillé a mano) y a u servidor n el mundo de los bloques: http://www.gominimango.com/miniyou/getwidget.php?userid=ku6z3zikdowofqqlpq4g3844

La imagen es cortesía de http://www.reasonablyclever.com/?page_id=31
(La próxima hablo de libros, lo juro por Crom)

martes, 14 de septiembre de 2010

Lo que el zombi no ve

Antes que nada, les diré que estoy trabajando mucho y paso demasiadas horas delante del ordenador, así que disculpen el tono mono-temático de las últimas entradas...
Al turrón: Echando un ojo a las críticas de Resident Evil Afterbite, antes de que Mr. Gárgola me la cuente este fin de semana en el bar, he reparado en la siguiente imagen:

Ahí tenemos una foto promocional del filme, con Milla Jovovich repitiendo papel de tipa dura matazombis de Umbrella, aunque para mí siempre será Leeloo (El quinto elemento). A su lado, una chavala británica a la que no tenía el gusto de conocer, Kacey Barnfiel.
Si apartamos la escopeta de nuestra línea de visión y le quitamos a Kacey la ropa mojada para que se seque un poco, nos quedaría algo así:

Si algo así se ve en la película -¿ein, Mr. Gárgola?- que me guarden unas gafas 3D pero ya...
(En breve, noticias sobre libros, lo juro)

viernes, 10 de septiembre de 2010

El estigma gafancio (Sesenta mil satanases, 28)

Soy un cegato. Por cuestiones de genética, castigo divino o mala suerte, el caso es que tengo un buen puñado de dioptrías en cada ojo, que nunca han dejado de crecer. Incluyo la posibilidad del castigo de Dios entre las posibles causas porque fue justo después de hacer la Primera Comunión cuando empecé a perder vista, lo cual me lleva a pensar que quizás debí hacer algo mal aquel día.
Las gafas siempre han sido una inagotable fuente de anécdotas para mí, la mayoría de ellas vergonzantes, por lo que no me centraré en ellas hoy, sino en su efecto sobre los demás. Y es que asombra la influencia que tan insignificante adminículo ejerce, no ya en uno mismo, sino en la gente, más que los tatuajes, los piercings o la vestimenta. Cualquiera que haya llevado gafas (de ver) en algún momento de su vida comprende los fundamentos de la transformación de Superman/Clark Kent: no es el traje, ni la capa, sino las gafas las que obran la metamorfosis. Así, las lentes en un rostro tienen un efecto, casi sobrenatural, de dotar al que las porta de una nueva personalidad, casi siempre, en inferioridad de condiciones respecto al resto del género humano. Por su culpa, debemos enfrentarnos toda la vida a toda una serie de prejuicios que se empeñan en considerarnos como parias, una subespecie digna de mofa. Las gafas nos convierten en los hobbits de la sociedad moderna.
Su efecto traumático se siente especialmente en la adolescencia. Piensa que los tipos guapos que les gustan a ellas no llevan gafas. Tus héroes de acción tampoco. Con gafas de ver no puedes ponerte gafas de sol, que son las que molan, a menos que te las gradúen, y entonces pierden su atractivo. Puede que a Woody Allen le haya salido bien, pero a ti no. Estás perdido, macho. Eres un pringado.
Para empezar, las gafas te apartan del deporte. Un balonazo o un codazo en la cara, seguido de un corto vuelo y un estrepitoso aterrizaje que se salda con un cristal, o el puente roto, te dejan ipso facto incapacitado para la práctica deportiva. Los únicos que gritan tu nombre son tus padres cuando les llevas la montura y los vidrios por separado; los únicos aplausos que recibes son en la cara. Siendo como es el ejercicio físico la forma más primitiva de interrelación de la humanidad, verse relegado a la grada, amén de llenarte de frustración, te empuja inconscientemente hacia otras labores de interior. Y no hablo precisamente de estudiar, que la creencia de que uno es listo por llevar gafas es falsa. No hay magia en ellas, ni te dan un punto más en los exámenes, sin embargo, aunque te hayan caído siete, tienes cara de empollón y te ganarás unas collejas por eso.
Las gafas también te apartan de las chicas. Supongo que por razones antropológicas, las mujeres más atractivas, lo que viene siendo una tía buena, que es en las primeras que nos fijamos, no se sienten atraídas por los varones con gafas, salvo que estas sean de sol y muy caras. No puedes entrarle a una diosa del sexo si llevas gafas porque es como si llevases un “La tengo diminuta” pintado en la frente. Si, en cambio, lo que portas son unas Ray-Ban último modelo, y da lo mismo que sea de noche y estés en una discoteca, lo que dice tu cara es “La tengo diminuta, pero puedo comprarte lo que quieras”. Ya se sabe que no hay mejor afrodisiaco que los billetes de 500 euros.
Para el sexo masculino, que sean ellas las que llevan gafas jamás ha sido un problema, porque en lo que nos fijamos queda bastante por debajo de la cara. Por cuestiones antropológicas, recuerden. De todas formas, y por si les sirve de consejo para ligar, les desmontaré la leyenda de que las chicas que se atreven con las gafas son más accesibles por carencias de autoestima. No, es que no ven bien sin ellas.
En cambio, las gafas atraen a los imbéciles. Nunca me han faltado dos idiotas que, al pasar cerca, me griten un “cuatroojos”, “gafas” o “lupas” porque sí. Siempre he creído que mentar las gafas como insulto es absurdo; es como si yo le dijese a uno de estos oligofrénicos “zapatillas” o “chándal”. En todo caso, me ofendería más un “miope” o “cegato”, que a fin de cuentas sí atañe a una deficiencia, que resaltar lo que la corrige. Provoca escalofríos comprobar, cual experimento, cómo al llevar lentillas deja de percibirse esa hostilidad por parte de los machitos alfa de los parques. Casi puede uno aproximarse a ellos y a sus pitbulls y osar pedirles un cigarro como uno más.
Aparte de la presunción de intelectualidad, reforzada hoy en día si encima la montura es de pasta, las gafas no aportan nada bueno a su portador. Y que conste que no creo que ser considerado un intelectual sea algo positivo. Si acaso, y uno no sucumbe a la tentación de las lentillas o la cirugía ocular para volver al seno de la masa, te vuelves más duro. Más fuerte. Y un poco más friki de lo norma

El Pueblo de Albacete, 12 de septiembre de 2010

martes, 7 de septiembre de 2010

Cuando Nueva York da paso a Las Vegas (Especial Feria)

La Feria tiene múltiples facetas, pero si no eres padre, menor de 12 años o mayor de 50, lo que te interesa de la Septembrina es su juerga y su desmadre. Se trata de un vía crucis encantador de diez días por el que estás deseando pasar, aunque reniegues, como San Pedro, los días previos y posteriores. Pero lo haces con toda tranquilidad. Lo que pasa en la Feria se queda en la Feria.
Y sí, la Feria obra el milagro. Los edificios que tanto impresionaron al maestro Azorín se empequeñecen ante la noria y el poderío lumínico del Recinto Ferial, y así pasamos de ser la Pequeña Manzana del Llano a la Ciudad del Pecado Manchega. Y no es para menos. Como en la capital de Nevada, Albacete se sumerge durante esta semana y media en el frenesí y el exceso, como si el Paseo y la Sartén conjugasen una especie de fiebre en quienes la hollan, ya sean forasteros y locales. Una locura que nos empuja al desenfreno. No hay dolor, no hay hartura.
Echar el día en la Feria es una experiencia, que de haberla conocido Hunter S. Thompson nos hubiera dedicado un libro, Miedo y asco en La Feria, quizás. Nuestros particulares casinos, sin nada que envidiar en cuanto a luminotecnia y decibelios al Luxor, son las tómbolas, las casetas de tiro y las pinzas. Los hipnóticos neones y seductores fluorescentes de los bingos nos empujan a gastar euro tras euro en papeletas extrañas que siempre le tocan a otro, en pos de la chochona de turno. En realidad, el premio nos da lo mismo, de hecho suele ser un engorro caminar con un peluche de dos metros de alto toda la noche; lo hacemos por experimentar el chute de adrenalina de rozar la gloria con los dedos -¡Me falta el 33!- y porque nuestro subconsciente requiere de una frustración a modo de excusa para lanzarnos luego al consumo desaforado de alcohol. La casetas del gancho y las de tiro, de tirar lo que sea, dardos, balones, chorros de agua..., son otra forma de catarsis masculina, con la que satisfacer el instinto primigenio de cazador que todo macho alfa reprimido posee. Obtener el trofeo para la hembra se convierte en una obsesión para unos, especialmente intoxicados por la bebida espirituosa, y en diversión para otros, que miran y escuchan en la distancia. Especial mención tiene el chisme del punching ball,que congrega a su alrededor a lo más granado de la manada adolescente local, empeñada en destrozar la pelota a puñetazos como parte de su ritual de celo y apareamiento.
Las atracciones y conciertos gozan de gran acogida en nuestros lares. Podría pensarse que son los pequeños quienes más disfrutan de las primeras, pero no es cierto. No hay diversión completa sin pasar un mal rato en la noria, en el sapito loco o en cualquier otra máquina que te permita ponerte el estómago del revés y perder las llaves. Como en el caso del juego, se trata de purgar los pecados cometidos o tenemos previsto cometer; queremos acallar la pulsión suicida de la mala conciencia, para volver, absueltos y sin mácula, a la senda del mal camino de los Ejidos.
En cuanto a la música, hay tanta que hasta la venden en formato de conciertos, en la Caseta de Los Jardinillos, en el estadio José Copete, en el Teatro Circo, y ahora, hasta en la Carpa Rock. Pero quién quiere pagar por lo mismo que ofrecen gratis los Redondeles. Allí hay música por todas partes, a todas horas, como en los campos de prisioneros iraquíes, sólo que en lugar de Metallica se escuchan los últimos éxitos bizarros de Los 40 Principales que, sin embargo, no puedes dejar de corear y hacer como que bailas. En fiestas todo da lo mismo. No hay Creedence en la Feria, aunque puedes acercarte al stand de los heavys de la Amiga o al de los anarquistas para algo más contracultural, o a los de Amnistía si te va más el buenrollismo y robar vasos de plástico.
Los puestos y los vendedores ambulantes, por centenares, más allá de cumplir con su labor de sostén económico, ejercen la humanitaria labor de homogeneizar el paisaje ferial con cualquier disparate made in Taiwan. Sombreros vaqueros, gafas con luces, pulseras fosforescentes, lo que sea que ayude a crear comunión y hermandad entre las gentes. En la Feria, por unos eurillos, todos somos iguales.
Lo que en Las Vegas es excepción, aquí es norma: alcohol a cualquier hora. Y es que en realidad la Feria no entiende de horario. El sol sale el día 7 y se pone el 17 (este año, el 19). En medio, una suerte de maratón de comida y bebida que recuerda las grandes ocasiones del año. Como bien dicen los buenos ferieros, en Feria todos los días es Nochevieja. Flotamos a la deriva en esta vorágine atemporal, que como la cinta de Moebius, no tiene inicio, ni fin, y lo que está dentro, está a su vez fuera. Como en un fugaz pase de diapositivas, el tiempo corre entre miguelitos aplastados antes de tragarlos, noches de Ateneo, de cubalitros vendidos al peso de hielo y tabaco chino de imitación a la baguette de jamón traslúcido y los orujo-miel a litros del templete; del botellón en la plaza de toros -donde se lidia el garrafón con bolsas Hacendado- a los bocadillos de morcillas hechas con gorrinos radiactivos de Almaraz, que producen ardores infernales de madrugada; de los litros de agua con sabor a cerveza a precio de Cardhu, a los Ejidos, convertidos en afters para los más golfos, duros e insomnes; de la riña con la pareja a los mensajes en el móvil de los amigos perdidos; del momento de añoranza del toro de
fuego de Barrax que nos quemaba los pantalones, al caldico reparador que nos devuelve un pellizco de cordura; luego llegan las vaquillas del día siguiente, con el estómago apenas ocupado por una ración de pizza, o la lata de mejillones de la tómbola de Cáritas, o de churros y chocolate. Y a casa, a ducharse y cambiarse de ropa para seguir la marcha.
Y qué sería de una Feria sin las colas eternas en los váteres de chicas. Los varones se apañan en cualquier parte... Pero no importa, por mucho que se esmeren, que se esmeran, los servicios de limpieza -verdaderos héroes-, los auténticos aromas de estos días son el orín y las gambas.
Es la magia de la Feria, que une y separa. Te trae ese añorado reencuentro con el amigo perdido de la infancia, que se abraza a ti -borracho como una cuba- para rememorar aquellas melenas de más y esos kilos de menos. Te trae también a la ex novia que te puso los cuernos con tu ex mejor amigo. Te acerca a los brazos la chica soñada, a la que acabas por regalar una rosa envuelta en celofán; y te arrima una paliza por parte de unos fritillas pasados de vueltas porque, según ellos, los estabas mirando mal. De hecho, si hubiera capillas como en Las Vegas, más de uno se casaría a las cinco de la mañana al pie del pincho. Cualquier cosa puede pasar. Pero, ya se sabe, lo que pasa en la Feria...

O como cantaría Elvis,¡Viva la Feria!




El Pueblo de Albacete, 7 de septiembre de 2010

lunes, 6 de septiembre de 2010

Crónicas marcianas, pervertidas y marranas

Escribir para... ¿qué?
A estas alturas puedo decir que no es por el dinero, ni por la fama, ni por los lectores, ni por mi madre, ni por acallar las voces que hay en mi cabeza...
Lo que en realidad me motiva, hoy por hoy, es que algún día una linda chica llegue a componer y a cantarme algo como lo que verán a continuación (en cuanto SSB le tape los ojos a sus vástagos):
(Debí leer más a Bradbury y menos a Asimov)
*Visto en http://turbiales.blogspot.com/

Elogio del surrealismo hispano en el Lejano Oeste (Sesenta mil satanases, 27)

Quisiera terminar esta insospechada trilogía de artículos dedicada al Far West hispano con la que quizás sea la película más injustamente menospreciada de la historia de la cinematografía española de todos tiempos: Al Este del Oeste. Que a nadie sorprenda la mención de esta cinta perpetrada por Mariano Ozores y encabezada por Fernando Esteso como una de las más grandes producciones de humor que se han filmado en nuestro país, a la vez que un magistral homenaje a todas las películas del oeste, tal y como hiciera su prima hermana Sillas de montar calientes, del genio cómico Mel Brooks.
Al Este del Oeste posee ese espíritu gamberro y transgresor del que ahora hacen gala los nuevos cómicos españoles, y más en concreto nuestros paisanos chanantes/muchachada/coconuts. Con un guión plagado de guiños al western clásico protagonizado por John Wayne, combinado con el ambiente sucio y polvoriento de los italianos Trinidad, y aderezado con los potorros al aire del tardodestape patrio, observamos con total desvergüenza una trama clásica de dos bandas rivales de forajidos que mantienen bajo el yugo del terror a todo un pueblo de honrados, pero cobardes, ciudadanos, que aguardan al pistolero salvador. Mismamente Infierno de cobardes, sí señor. A este lugar arriban los protagonistas, Esteso, un vagabundo que quiere adquirir un rancho, y Antonio Ozores, vendedor ambulante de un remedio para todo destinado al fracaso, la Cola-coca. Todo ello rodado en el genuino desierto de Almería, más americano que los americanos, y con una pléyade de secundarios que brillan con luz propia entre chistes verdes y coñas marineras. Los enredos, equívocos y el cachondearse de todos los clichés del oeste están servidos. Los alardes de puntería, el póker, la pelea en el saloon, la chica raptada y hasta el duelo final… Todo está aquí, convertido en espertento valleinclaniano. Mariano Ozores se burla con gran cariño desde el primer momento del género, desde la misma canción en espanglish de los títulos, que imita el estilo de ciertas superproducciones setenteras del palo de Johnny Guitar o Pat Garret... Ozores emplea el mismo recurso que Brooks, o José Luis Cuerda en Amanece que no es poco, para crear humor, esto es, descontextualizar el texto y emplear la metalingüística, convirtiendo, de repente, lo que era una burla de trazo grueso y despelote en un auténtico cine de autor, del mismo tipo que luego alabaríamos con gusto en el caso del cineasta manchego, como ejercicio de surrealismo, pero que en Ozores ha pasado sin pena ni gloria por los libros de texto (que no por las estanterías de los videoclubs). Un indio interpretado por Juanito Navarro, que se llama Black&Decker, y que dice ser navajo porque su abuelo era de Albacete ejemplifica a la perfección lo que quiero decir: surrealismo puro con genuina vocación de hacer reír.
Me resulta incompresible cómo lo que en una película es digno de elogio, en la otra es reprobable, cuando ambas son la misma cara de monedas distintas. Ambas destilan una dulce locura que nos arranca la sonrisa, con poéticas distintas pero con idéntico mensaje. Vista sin complejos, como ha de verse una comedia, la película resulta fresca y divertida. Inocente, a pesar de las guasas pseudoeróticas, muy del gusto de una España que pretendía sacudirse la caspa franquista como era la de los ochenta. De obligada exhibición en filmotecas, Al Este del Oeste representa pura spanish movie, imitada a posterioridad con desiguales resultados una década después en Aquí llega Condemor, donde es Chiquito de la Calzada, ese pecador que ha aportado más al lenguaje hispano que tres Vargas Llosa juntos, quien lleva la voz cantante y la vis cómica de un guión sin vocación revisionista del género, cosa que sí ocurre en la obra de Ozores y Esteso.
También Chiquito no es un actor, no al menos uno de la talla de Esteso, grande entre los grandes, de nuevo despreciado por esos creadores de genio fatuo que renegaron de su legado cinematográfico para creerse la “Nube Vaga” de la península ibérica. Esteso estaba destinado a coger el testigo de Alfredo Landa, de José Luis López Vázquez, pero se le cerraron las puertas por hacernos reír junto a unas chicas en cueros. Si le hubieran dejado hacernos llorar, como sí pasó con su colega Pajares -o el mismo Landa-, pronunciaríamos su nombre con la misma devoción que hablamos ahora de Marlon Brando o Tony Leblanc.
La película, víctima de su época, necesitaría de una explicación previa para las generaciones futuras que desconocen el chiste de la Casera, el de los vaqueros, o el de Solchaga. También, como en cualquier homenaje, hay que tener conocimientos previos de los homenajeados, por lo que habría que incluirla como guinda en un ciclo de western. Pero aún siendo vista desde la más completa ignorancia, creo que se disfruta, porque es graciosa, más que cualquier cosa rodada hoy en día.
Quizás ahora que vuelve a ponerse de moda ese humor cafre y multireferencial que nos venden en series como Padre de familia o Loquesea Movie, sea el momento de revisitar este clásico y reírnos de nosotros mismos, que buena falta nos hace.


*El vídeo se intuye más que verse, pero es que no lo he encontrado de más calidad.


El Pueblo de Albacete, 5 de septiembre de 2010

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...