viernes, 29 de abril de 2011

DKKWP IIYXN MBTYE LWLX (Sesenta mil satanases, 60)

Ultimamente me ha dado por la criptografía. En buena medida es culpa de tres factores: el libro Criptonomicón, la película Los tres días del condor, y la serie Rubicón. De alguna manera, estos tres elementos se han confabulado durante este mes de abril para coincidir ante mis ojos, con lo que he pasado unas semanas envuelto en mensajes cifrados y conspiraciones secretas. Dada mi incapacidad innata para las matemáticas, como bien recordarán mis profesores del instituto, hay ciertas partes del análisis criptográfico que están más allá de mi comprensión, por mucho que haya visto y leído después sobre la máquina Enigma, análisis de frecuencias y cifrados asimétricos. Lo que no me cabe duda es que las contraseñas y pines que generalmente utilizo, y utilizamos casi todos, son pura filfa.

Lo que me sorprende aún más es que una multinacional como Sony esté al mismo nivel de seguridad que un usuario medio de hotmail, a tenor del escándalo del robo de datos que ha sufrido esta semana. Sony se ha visto más vulnerable que una cuenta de facebook hackeada por una novia ultracelosa que quiere ver si su pareja mantiene agregada como amiga a su ex, o que la wifi del vecino ante el Aircrack. Miedo me da pensar qué pasará con las empresas -privadas y públicas- españolas y hasta qué punto tienen o no protegidos nuestros datos.

Si algo tiene internet es que incita a la paranoia. En el caso concreto de los datos, constantemente vemos noticias parecidas a la de la megacorporación japonesa, con lo que parece que la red está llena de ávidos hackers empujándose por ser los primeros en apropiarse de la información de tus cuentas bancarias, de tus mails, de tus fotos y tus blogs. Cuando lees estos teletipos y piensas que tu clave de usuario es tu fecha de nacimiento, o los primeros dígitos del DNI, te sientes como un gilipollas, sobre todo porque sabes que, en algún momento mientras te registrabas, viste un mensaje donde se te advertía de que no empleases ese tipo de información y lo ignoraste porque, si no, cómo coño vas a recordarlo. La culpa es del cerebro, que no retiene datos sin sentido lógico, y de nuestra vagancia, por no plantearnos siquiera alguna regla mnemotécnica para conservarlos.

Entre el pin de la tarjeta de crédito, el del móvil, las contraseñas del correo, de tu blog, web y cuentas en todas las redes sociales habidas y por haber, tienes un cacao mental de números y letras para salir trastornado, así que es habitual que, al final, recurras a utilizar la misma para casi todo. O cosas peores: he visto de todo, desde gente que lleva escrita la clave al dorso de la tarjeta del banco, o el pin del teléfono detrás de la tapa de la batería, a un listado completo de claves apuntadas en una bonita libreta. Como dice el comisario Roldán, si no puedes recordar los números, no tengas tarjeta, y eso se hace extensivo a todo lo demás.

Deambulamos por las webs entre la confianza ciega y el recelo absoluto, confiamos en los códigos captcha y nos molesta que una tienda virtual nos pida el código de verificación de tarjeta, nos registramos en foros extraños para poder tener acceso al link de descarga directa de la última película de la Marvel, y sin embargo, clickamos en Cancelar cuando, para actualizar el firmware de nuestro móvil, nos piden una dirección de correo. Es mejor buscarla en otro foro, ¿eh? Hay quien expone toda su vida y milagros y quien sólo es un nick con un avatar oscuro. Los expertos señalan que falta cultura de seguridad en la red, que igual que le damos un par de vueltas a la cerradura de casa, hay que poner algunos cierres en nuestra faceta "virtual". Y aquí es donde entran los sistemas de encriptación.

Puede que pensemos que, como no tenemos un leuro en el banco, o en nuestro disco duro sólo hay terabytes de porno, no necesitamos meternos en estos fregados que nos suenan a película de espías, y es evidente que para enviarle a tu primo un powerpoint de chistes de Lepe no hace falta codificarlo con algoritmos PGP, pero sí hay otro tipo de transacciones, o de cuentas, a las que no vendría mal ponerle un par de cerraduras FAC virtuales. Ninguna clave es segura al cien por cien, claro, pero siempre será mejor una combinación de cifras y letras mayúsculas y minúsculas, que una serie tipo 123456.

Y por cierto, si tu novia te ha forzado la contraseña del facebook es hora de cambiar de clave. Y de novia.




El Pueblo de Albacete, 1 de mayo de 2011

Tomo 1 reloaded


-¡Hombre, hola! Tú eres Juan García Ródenas, el del inspector Serrano...
-Rodenas, es llana no esdrújula...
-Sí, lo que sea. Macho, tío, me encantan tus libros, qué cosas escribes...
-Gracias, gracias, amable desconocido... Me alegro much...
-Oye, Juan, perdona, pero mira, es que me leí el Tomo IV y me gustó mucho y eso, así que fue a la librería y me pillé el II y el III, ya sabes, pero resulta que el primero no, porque me dijeron que estaba agotado...
-Sí, es una pena, pero es normal. Salió hace ya seis años y...
-¿Pero tú no tienes ninguno suelto? Porque vi en tu blog lo de los packs esos de los cuatro tomos, pero es que no voy a comprármelos todos otra vez sólo por el primero, ¿sabes?
-No, lo siento, pero si realmente estás interesado, ya habrás visto en el blog que puedes pillarte las novelas del tomo 1 por Lulu...
-Sí, tío, pero es que son muy caras, y además, que es que has cambiado todo el formato, la portada y tal... No voy a empezar la colección otra vez. Jejeje... Que me gustan las novelas del Serrano, pero tampoco es Sadman, ¿no?
-Hum... Entiendo lo que dices, pero ahora mismo una segunda edición es económicamente inviable. Si aún no he pagado este último...
-Ya, macho, qué putada. ¿Y no puedes hacer algo? No te digo que me lo pases en pdf, pero joder, algo se podrá hacer, tío, por tus fans.
-Pues ahora que lo dices, he tenido una idea que a lo mejor podría funcionar... Si de verdad quieres completar la colección y tener los cuatro libros igualicos, todo bonitos ahí en la estantería, puedes entrar en Lulu.com, que veo por tu cara que no te hace mucha gracia, pero es el único sitio donde este tipo de ediciones puede funcionar, eso, que entras a Lulu, buscas la saga reloaded, y te lo compras, que creo que sale a 11 euros, una ganga, más gastos de envío. Como salta a la vista que eres un tipo espabilado, supongo que esperarás a que haya una oferta de esas de gastos de envío gratis y tal. Pues eso, te pides el libro, que es exactamente igual que la primera edición del tomo I, corregido y remaquetado, eso sí, pero igual salvo porque es 2,66 centímetros más alto y 0,29 más ancho...

-Pero...
-Espera, hombre, que ahora viene lo mejor. Como ves, la diferencia en anchura es irrelevante, pero de altura sobresaldría mucho entre los otros tres. Pero está todo pensado, porque lo único que tienes que hacer es acercarte a una imprenta, que seguro que en tu barrio hay alguna, y pedirles por favor, por favor, que te guillotinen esos 2,66 cm de más. Si eso, hasta puedes llevar uno de los otros tomos para que te lo hagan al ras.
-Pero cómo voy a hacer eso, tío...
-Pues con un poco de morro, hombre. No creo que te pongan pegas, siempre que seas educado. A las malas puedes preguntarles si te cobrarían por hacértelo, pero no creo que por un librico... Ya si lo que quieres es cortar cuatro o cinco, sería otro cantar, pero no es el caso, ¿no?
-O sea, lo compro por Lulu y luego lo llevo a que me lo corten... ¿Y no vale una copistería?
-Hombre, el tomo son 352 páginas... Si la copistería tiene una máquina que pueda cortar ese grosor de folios, pues cojonuten.
-Pues la verdad es que no es mala idea... Podría funcionar...
-Es lo mejor que se me ha ocurrido. Como ves, sí que tengo en cuenta a "los fans", como tú dices. Bueno, me tengo que ir que he quedado. Si llegas a hacerlo no dejes de informarme, por mail, por el blog...
-Ok, Juan, muchas gracias, ¡y a ver cuándo sacas otro!
Algo así como esto...

miércoles, 27 de abril de 2011

Lecturas varias de abril


Recupero aquí estas palabras de Douglas Adams que inician un artículo de 1999, How to stop worring and learn to love the Internet (Cómo dejar de preocuparse y aprender a amar el Internet) (enlace al texto en inglés) sin ninguna razón aparente, más que el sentirme viejo y un poco al hilo de ciertas conversaciones que he tenido esta semana santa sobre nuevas tecnologías, ereaders, móviles táctiles o con teclado, feisbuk y tuiter como encarnación o no del Anticristo...
1) Todo lo que está a nuestro alrededor cuando nacemos es normal.
2) Todo lo que es inventado entre ese momento y antes de que cumplamos 30, es increíblemente excitante y creativo, y con un poco de suerte puedes hacer carrera en eso.
3) Todo lo que se inventa después de que cumples 30 está en contra del orden natural de las cosas y el principio del final de la civilización tal como la conocemos, y nos habituamos hasta que está alrededor de nosotros cerca de 10 años, cuando gradualmente la aceptamos.
Ale, ahora a reflexionar según la franja de edad en la que se encuentren...

Y por cierto, qué decirles de Adams, a quien me he decidido a leer este mes por influencia de mi hermana. Pues primero, que el Autostopista Galáctico no me ha hecho gracia. No me la hizo la película y tampoco le he visto esa vis cómica a un libro cuyos fans se cuentan por millones en todo el mundo. Creo que es un problema mío con los autores británicos que se suponen que son graciosos, porque tampoco me hacen gracia Wodehouse ni Tom Sharpe. Pero...
...ahora estoy con Dirk Gently, detective holístico, que hasta donde llevo leído lo estoy disfrutando más, y no es que me esté descuajeringando de la risa, pero le veo más y mejor fuste. La putada, que mientras del autostopista hay lo menos cinco libros, de este sólo dos y la incompleta -e intraducida al cristiano- del salmón (ojeen su bibliografía en wikipedia).
Ah, también he conseguido terminarme el Criptonomicón, de Neal Stephenson.La conclusión: me gustan la criptografía y la criptología clásicas, no entiendo ni papa de sistemas cripto-informáticos, ni de matemáticas más complejas que una división (culpemos a las calculadoras del móvil). La trama actual aburre a las ovejas, la trama de la segunda guerra mundial es cojonuda. Sobran la mitad de personajes, tramas secundarias, y páginas. Por lo demás, bien, aunque mis niveles de conspiranoia ha subido un nivel.

miércoles, 20 de abril de 2011

El troll calvo (Sesenta mil satanases, 59)

Conozco a una persona que tiene un troll calvo en su dormitorio. Cuando digo troll, me refiero, claro está, no a su pareja, sino a uno de esos muñecos que se hicieron famosos hace unos años, característicos por su melena de punta, en todos los tonos más chillones del pantone, y por tener en el ombligo una gema de plástico transparente. De cuello para abajo, son como un nenuco, pero su cabezón tiene también una nariz chata de boxeador y una enigmática sonrisa. Como algunos amigos informáticos, son feos pero simpáticos, y quizá ahí radique el secreto de su éxito.

Los trolls estos se vendían como churros entonces, los había hasta con luz, y según se decía, traían todo tipo de parabienes, siguiendo el mismo método cromático de los chinitos de la suerte, otros abalorios ridículos de madera que gozaron de su verano en el top ten de las chorradas para críos, como los chupetes, budas, pulseras y demás talismanes de un todo a cien.

En el caso de esta persona, lo que llama la atención es su alopécico muñeco, que mide sus buenos veinte centímetros, la gema de su ombligo es verde y lleva unos calzoncillos de ratones. Al dejarlo al cero, desaparece toda posibilidad de que este trozo de plástico made in China llegue a tener algún poder mágico. Por lo tanto, el troll, como Sanson, está castrado por la vía capilar.

Como investigador de chorradas y frikeces, me interesé por el origen de estos trolls, así que me dejé llevar por San Google a unos cuantos artículos donde venía la genealogía de estos bichos, que ahora les resumo para su solaz disfrute. Resulta que los trolls son la creación genial de un leñador danés, el señor Thomas Dam en 1959, que fabricó el primero para su hija porque no tenía cuartos para comprarle una. El éxito del juguete, junto al lío que se hizo Tomás con eso de las patentes y los copyright, hicieron que los troll fueran rápidamente copiados, falsificados e imitados hasta la saciedad, y vendidos por millones por todo el mundo, puesto que cada década volvían a ponerse de moda, y sin que los Dam vieran un duro hasta 2003, cuando los EEUU reconocieron su autoría.

Ahora, en Dinamarca los fabrican y los venden -caros- a todo el globo, los coleccionistas se gastan fortunas en subastas como si fueran obras de arte; han tenido su propia serie de dibujos y puede que Dreamworks haga una película.

Pero no todo es hermoso en el historial web de estos barriguitas con peinados de drag queen, porque de pronto me encuentro con docenas de sitios que los acusan de ser entes satánicos, malvados, más peligrosos que sus primos los muñecos vudús, más letales que Chucky con una siete muelles. Ante mis ojos desfilan foros y comentarios en caligrafía HOYGAN, donde se exponen conjuros a la luz de la luna llena llenos de latinajos como “Salve Satanas”, “luciferum” y “bifidus”, acompañados de baños en sangre de cabra o cerveza; testimonios de fieles de iglesias tan desconocidas como absurdas que equiparan el tener una de estas chochonas danesas con un crucifijo invertido, el auténtico Necronomicón o el último disco de Kiko y Shara; advertencias apocalípticas y maldiciones en cadena, cuyo efecto más patente e inmediato debe ser una lesión cerebral profunda en el centro del control de la ortografía y la atrofia de los dedos ante el teclado.

Tendría que meterme en terrenos antropológicos para saber cómo puede un simple muñeco ser objeto a la vez de devoción y aversión, pero lo que en realidad me preocupaba era que mi amiga, considerada hasta entonces como una persona inteligente, hubiera llegado a rasurar al monstruito recauchutado de los bosques como obedeciendo a algún tipo de ritual o como medida de protección contra sus “poderes oscuros”. Ante semejante panorama, no podía más que mirarlos a ambos con otros ojos, incómodo por el resquemor de qué oscuro pacto hubo, o hay, entre los dos, para que al menos uno no haya acabado todavía en la basura. Cuando, en mi última visita a su casa, mi amiga me sorprendió sentado en su cama con el troll en las manos, no tuve más remedio que armarme de valor y preguntarle por él. Me dijo que se llamaba Juan, era un regalo de su abuela y el pelo lo había perdido cuando lo metió en la lavadora, de tal manera que la única fatalidad que se le podía achacar al troll era atascar el filtro del aparato.

Lo que no me explicó era por qué el muñeco se llamaba como yo y por qué lo había metido en la lavadora...


El Pueblo de Albacete, 24 de abril de 2011

viernes, 15 de abril de 2011

Cuando fuimos héroes (Sesenta mil satanases, 58)

Digamos que hasta los veinticinco años, cuando veía una película de acción, de mucha acción, disfrutaba poniéndome en la piel del protagonista, sobreviviendo a explosiones, palizas, accidentes de coche, saltos imposibles de un tejado a otro y hasta polvos salvajes. También me encantaba soñar con subsistir en un mundo posapocalíptico a lo Mad Max, empuñar un hacha en un reino medieval junto al Rey Arturo, o cabalgar por el Monument Valley hecho un centauro del desierto. Entonces, me dejaba embaucar con alegría infantil por la gran mentira de la ficción cinematográfica y era un tío feliz viendo a esos fulanos repartir estopa por doquier. Uno estaba joven, sano y delgado, y bien mirado, podía correr, brincar y dar volteretas, al menos en teoría, como aquellos mazas que se asomaban a las pantallas de cine y del televisor.

Luego, maduras y ya no es lo mismo. Para empezar, consideras que si un mal constipado te tiene en cama tres días, en la Edad Media palmarías en veinte minutos, por la gripe o por un corte infectado hecho con tu propia espada; en el desembarco de Normandía no llegarías a bajar de la barcaza y en Vietnam caerías por fuego amigo; un paseo al trote camino de Dodge City te dejaría el culo y las ingles como la espalda del Cristo; en la autopista austral posnuclear se te rompería la correa del distribuidor y pelecharías bajo un sol de justicia; y en San Francisco, te atracarían, violarían y matarían, no necesariamente en ese orden, antes de poder desenfundar siquiera el Smith&Wesson .44 Magnum.

¿Dónde está ese action hero de antaño? Pues enterrado bajo capas de grasa, tendinitis, contracturas, astigmatismo, calvicie y desánimo. Atrofiado por el trabajo sedentario e internet (eso de correr es para gente que no tiene wifi), por decenas de pizzas, kebabs y salsa agridulce, por cafés de máquina, cervezas Steinburg y gintonic de garrafón. Y sobre todo, castigado por los dolores de espalda, que son la señal última de que ya eres un adulto como dios manda. Lumbalgias y hernias convertidas en un mal endémico de país civilizado, que no se curan nunca, por mucho estiramiento que hagas, ozono que te inyecten, u operación que te casquen -salvo que seas futbolista del Real Madrid-. ¿Dónde se ha visto a un héroe doblado por el dolor de espalda? Una cosa es recibir un viril tiro en un hombro, y otra andar hecho un escorzo como el Pozí, suplicando myolastanes, una inyección de Voltarén en el carrillo del culo y un cojín eléctrico para los riñones.

La hernia lumbar es el verdadero supervillano a este lado del telón, es quien rompe la magia del fotograma y te postra de dolor, quien te golpea a traición, quien te impedirá, no ya saltar de un camión en marcha en llamas, con una bomba nuclear en su interior, a ciento ochenta kilómetros por hora, por un puente roto, sino levantarte de la cama para ir al baño. Sí, no hace falta que Kevin Spacey le corte la cabeza a tu mujer para sentir la IRA, basta una protusión discal el primer día de tus vacaciones.

Con estas nuevas apreciaciones, nuestras cintas y series de televisión favoritas se contemplan con otros ojos, con más despego, más ironía... Con una pizca de nostalgia y envidia cuando vemos a los nuevos machangos del negocio, como Statham, esquivando ráfagas de Uzi como si tal cosa; con cierto desprecio a quienes lo hacen cogidos con cuerdas delante de un croma verde; y con una sincera empatía que aflora al observar la machacada cara de nuestro Stallone de siempre en sus últimas cintas, donde pide a gritos una cama con refuerzo lumbar y una tortilla de ibuprofenos después de cada plano. A fin de cuentas, es Sly quien nos dice por boca del Potro Italiano, en el discurso que le suelta al papafrita de su hijo en Rocky Balboa -pero también a nosotros y nuestras maltrechas espaldas-, que lo que importa es “lo duro que resistas y sigas avanzando”. Y eso es lo más sensato que se ha escuchado en un cine en la pasada década.






El Pueblo de Albacete, 17 de abril de 2011

viernes, 8 de abril de 2011

OutRun por el cementerio (Sesenta mil satanases, 57)

Si escribo OutRun, los de mi quinta sabrán perfectamente que se trata del videojuego de carreras donde manejábamos un Ferrari descapotable a través de un millón de carreteras, acompañados de una rubia, por el módico precio de cinco duros la partida. Aunque el Testarrosa rojo lo veíamos desde atrás, sus gráficos -patateros, en comparación con lo que se hace ahora- nos metían la velocidad en el cuerpo, y acabábamos apretando el volante con todas nuestras fuerzas cuando el crono llegaba a cero y no habíamos llegado al checkpoint o a la meta. Las generaciones posteriores, criadas a golpe de consolas y Grand Turismo, no han experimentado el adrenalínico chute del inolvidable pitido del semáforo, ni el temor reverencial de las señales de flechas rojas que indicaban las curvas, si bien no dudo de que, a su manera, conservan sus propios deliciosos recuerdos y vivencias respecto al mundillo de la velocidad virtual.

Recordé el otro día este arcade cuando, circulando por la carretera del cementerio, me adelantó un coche. No era un deportivo, ni siquiera era rojo, pero sus maniobras y su velocidad eran exactamente las mismas que la de aquel puñado de píxeles que imitaban a un vehículo.

Esta vía, para quien lo desconozca, es una pista estrecha de asfalto regulero, sin arcenes -nada que ver con las carretas del juego-, que discurre paralela a la autovía A-31 unos dos kilómetros, y que parece estar en perpetuo estado de obras -quizás por ello su denominación exacta sea Carretera "Nueva" del Cementerio-. Tras la última remodelación de su acceso por la rotonda de Vitalparque, entrar al cementerio se ha convertido en una especie de scalextric Hacendado, con rotondas mal señalizadas y sin iluminar, a varios desniveles, que amenazan con lanzarte, por aquello de la inercia y la fuerza centrípeta, por los aires si se cogen más allá de la segunda marcha.

Así, lejos de sentirte, por un momento, Steve McQueen en Bullit, lo realmente terrorífico llega cuando uno recorre esa recta hasta la carretera de Ayora, o viceversa, y se encuentra con que el límite marcado por la señalización de 60 km/h es meramente testimonial. No importan las bandas sonoras, los baches, las excavadoras, los peatones y ciclistas que se aventuran a pasar por aquí, el conductor habitual de esta vía -densamente transitada- se empeña en correr como si tratase de marcar sus iniciales en lo más alto de la pantalla del ránking.

Me resultan inconcebibles las causas a las que obedecen esos arrebatos de aceleración en esta carretera, por qué han de recorrerse esos dos mil metros y pico como si se escapase del fin del mundo si, a la entrada y a la salida hay una batería de stops, cedas, rotondas y semáforos que van a obligarte a frenar y perder esas décimas de segundo que, tan ansiosamente, el corredor ha ganado haciendo el hijoputa. Si la velocidad se contagia, como un mal constipado, entonces la culpa será de la autovía de Alicante, pero no creo que los tiros vayan por ahí.

Recuerdo el OutRun lo suficiente como para saber que el coche se salía de la pista, hacía unos trompos o te dabas unas hostias de campeonato contra las piedras. En los juegos de conducción más modernos, el realismo se extiende a los accidentes, y las colisiones acaban muy mal. En la vida real, no hay que explicar lo que sucede en una de estas circunstancias. Y aun así, con dos cojones y turboinyección, son muchos los que se disparan a sí mismos por este carril sin fuste, como si, de camino al trabajo o de vuelta a casa, en esos dos kilómetros, pudieran sentirse a los mandos de un Ferrari, con una rubia despampanante de copiloto en lugar del moreno Alex, el colega sin coche. ¿Tan monótona, y por consiguiente, despreciable, es la vida para algunos que tienen que ponerla en riesgo al menos durante unos minutos? Sentirse vivos, en la vía del camposanto. Una curiosa paradoja. O una muestra más de gilipollez extrema albaceteña.

El Pueblo de Albacete, 10 de abril de 2011


miércoles, 6 de abril de 2011

Gazpachos manchegos a lo Lovecraft

Fue en el baúl de mi fallecido tío abuelo, quien fue cocinero en la Universidad de Miskatonic (Arkham, Mass) allá por los años 20, donde encontré una caja sumamente extraña, marcada con un obsceno e inquietante bajorrelieve, donde encontré, junto a una enigmática y vetusta tabla de cortar jamón, esta arcana receta, extraída al parecer de un oscuro libro desconocido por mí hasta entonces, el Cocinomicón, atribuido a un tal Abdul Al-Guinyanoh, que transcribo tal cual a continuación:
En un lóbrego y vasto recipiente de metal, bien pudiera ser una olla, hallada en lo más profundo del ciclópeo mueble de cocina, añadir con pulso tembloroso unos dos ignominiosos litros de agua primordial y poner a hervir sobre los ígneos fuegos. En cuanto sobrevenga el hervor, se pondrá a cocer un pollo y un conejo de dimensiones megalíticas. De más allá del umbral pondremos con insoslayable certidumbre también los fabulosos ajos y la espectral pimienta.
Cocida la mórbida carne, procederemos a sacarla y dejarla enfriar. Cuando ésta se halle gélida, desmenuzarla despegando la capa muscular viscosa de los huesos para evitar posteriores atragantamientos que pudieran acabar vertiginosamente con la suprema experiencia de nuestra existencia. Diligentemente, guardaremos el orlado caldo primigenio.
Hacer un sofrito con la cebolla picadita en nimios pedazos. Cuando esté translúcida, permitir que se manifieste el impulso fatal de añadir el rezumante tomate triturado y los champiñones (de Yuggoth). Puede añadirse tímidamente, y a pesar de que habrá quien nos mire con desconfianza y turbación, un poco de jamón.
Dejar unos minutos, según la concepción temporal normal, y añadir celosamente la informe carne fragmentada, añadir sal de tiempos remotos al gusto, dar unas circunvoluciones al contenido y verter el caldo de carne hasta que ésta quede sumergida en la acuosas tinieblas, eso sí, armonizando la cantidad de líquido caldótico con la cantidad de torta que se vaya a emplear.
Como impulsado por un destino inexorable, añadir la vesánica torta manchega desmenuzada y remover. Dejar todo, sobrecogido de horror cósmico, unos 10 minutos hirviendo enfebrecidamente en sus correspondientes coordenadas tempoespaciales, hasta que adquiera un aspecto inequívoco de espesidad o la torta chupe el caldo, puesto que tiene que quedar como una mezcla inconexa fundida fantásticamente por los caprichos del fuego.
Desgarrado entre el loco impulso de huir y la curiosidad vital por continuar, servir caliente y regar con abundante y evanescente vino de tierra.

De pura locura.

lunes, 4 de abril de 2011

Van Damme, a por el trono de Georgie Dann

Vía http://hazmeelchingadofavor.com/, web recomendabilísima para perderse entre bizarradas y otras cosas de interés, llega este fenomenal videoclip que, desde esta humilde blog, propongo para canción de este verano 2011, con JCVD de saleroso protagonista.
Impagable.

Yo ya le estoy copiando el baile, salvo los pasos finales, para las bodas de este año...

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...