viernes, 30 de julio de 2010

La vida es porno (y II) (Sesenta mil satanases 24)

Hemos dejado claro que si hay algo ligado a nuestro paso por este mundo es el porno. No lo tienen en cuenta los currículos educativos en sus objetivos y contenidos de educación sexual, no vayan a revolucionarse las (H)AMPAs, pero es evidente que, como parte de nuestra sexualidad, el cine porno es una valiosa fuente de información y diversión. Uno descubre el porno en la prepubertad. En el caso de los de mi quinta, los primeros avistamientos de algo parecido al sexo vinieron, en un principio, por la exhibición de felpudos en las películas de Mariano Ozones. El posdestape, las paridas de Pajares y Esteso, y esas astracanadas jaimiteras de Alvaro Vitali, donde entre risas y flautas siempre se las apañaban para enseñar un buen par de tetas o una ingle como gatete acurrucao, no era porno, claro, pero nos indicaba a los zamarros por dónde iban a ir los tiros en cuanto diéramos el estirón. Mucho hemos perdido en este tema gracias a elementos como Bigas Luna y Vicente Aranda. Es lo que tiene el cine de autor. De autor malo.
En una época en donde toda la educación sexual en el colegio era pintar una chorra en un cuaderno y ver en clase de gimnasia el bamboleo pectoral de la pechugona de turno, las cuatro fotos mal tiradas en blanco y negro de una revista de descampado eran lo más parecido a un coito real que habíamos visto. Esas revistas, empezando por el Interviu, que ya la portada nos daba calambres en la entrepata, la Lib y las otras que el kioskero medio ocultaba en la parte de arriba o en la del fondo, tenían una misteriosa tendencia en mi barrio a acabar en las inmediaciones de las vías del tren, bajo el finado Puente de Hierros, y en una papelera que revisábamos escrupulosamente cada semana. Como usuarios precursores de las redes P2P, los críos las compartíamos e intercambiábamos como si fueran cromos, siendo siempre el peor parado el último de la lista de usufructuarios.
En plena fase onanismo-adolescente llegó el Canal + y sus noches de viernes codificados, de cintas VHS grabadas por un vecino y regrabadas por el amigo de los dos vídeos, de la zona tras la cortina del vídeoclub. Otra inesperada fuente de material pornográfico eran los propios padres, que como pornófilos furtivos, creían mantener a salvo de nuestras manos una revista de importación a todo color oculta en el fondo del armario, o un misterioso vídeo sin carátula en el altillo. Pobrecicos, si nosotros lo tuvimos mal, ellos no veas, que tuvieron que recurrir a la observación furtiva, el Alto de la Villa y los permisos de la mili (las becas Erasmus militares de antaño).
Ese porno cardado, sudoroso y cachondo nos enseñó mucho sobre cómo iba eso del sexo, a modo de tutorial, aunque luego en la práctica apenas lográsemos tocar una teta por encima del sujetador. Un recuerdo recurrente, ese primer contacto íntimo, que ha dado para muchas tardes de aburrimiento y noches de soledad.
Por aquel entonces, contábamos en Albacete con cines X, pero lo cierto es que el negocio no llegó a cuajar demasiado y no sé de ninguno de mis conocidos que acudiera a las oscuras salas del actual Candilejas. De todas maneras, siempre me ha chocado la cuestión del visionado del porno en grupo, como no fuera para echarse unas risas a costa de los doblajes (tema que daría para un artículo per se) o las chichas de los actores, en casa de un colega cuyos padres estaban de viaje, rodeados de cerveza, kalimocho y tabaco. El porno, es una opinión personal, se aprecia mejor en solitario, o como mucho en pareja –sabemos que esto último es una utopía-.
Los primeros ordenadores con cdrom metieron en nuestros dormitorios, en los 90, una nueva forma de ver y entender el porno. Discos grabados fácilmente disimulables, con sus múltiples opciones de visionado. Adiós al mando del vídeo, ahora era posible congelar o repetir en bucle la escena predilecta, extraerla y guardarla en el disco duro, un lugar donde jamás la encontraría tu madre. Las productoras asumían la realidad de sus cintas y pasaban de guiones y tramas irrisorias, para centrarse en el tema, de una secuencia a otra, sin apenas diálogos. Adiós al fontanero que llegaba para desatascar cañerías. Hola a los tatuajes, a los piercing y a los atletas del sexo.
Y llegó internet.
Todo se hizo más fácil con el advenimiento de la gloriosa red de redes. Porque sí, internet es igual a porno. Google es porno. Emule es porno. El spam es de porno... Y pese a lo que cuente la SGAE, lo cierto es que la industria más afectada por las descargas es la pornográfica, y ahí los tienen, tirando del carro, sin pedir canon por klínex vendido ni nada por el estilo. Si hasta lo dan gratis. Semejante oferta ha facilitado que uno vea y almacene porno en cantidades industriales, que uno pueda administrarlo y clasificarlo por géneros, estilos y número de participantes. La informática ha sido creada, desarrollada y puesta al servicio de los consumidores de porno. La oferta en la red es tanta que puedes llegar a sentirte desbordado. Además, la industria del sexo aplica a rajatabla la máxima de para gustos los colores y, ciertas prácticas recogidas ante la cámara puede llegar a provocar rechazo o directamente asco. Pues se apaga y a otra cosa. Recuerde que es ficción. Fantasía (no necesariamente la suya).
Que estamos en esto por diversión. Y porque nos gusta el cine y el sexo.

El Pueblo de Albacete, 8 de agosto de 2010

La vida es porno (I) (Sesenta mil satanases 23)

Hablar bien de las películas porno en voz alta siempre es complicado porque uno corre el riesgo de ser tachado de pervertido, enfermo mental o directamente pajillero. Yo lo haré desde una perspectiva masculina –que no machista- heterosexual, que es la mía. Del resto de opciones que escriban sus respectivos miembros, con perdón. Como indicaba al principio, no hay entre las filas de los aficionados a estos filmes más perturbados que, por ejemplo, entre quienes gustan del cine convencional, el fútbol o coleccionar dedales de porcelana. Todo es fruto de la hipocresía y de la miopía social bienpensante, que niega lo que no es políticamente correcto, y el porno, por desgracia, no lo es. A aquellos defensores de la moral que no saben distinguir entre realidad y ficción, entre lo que es entretenimiento y lo que es doctrina, les diré, antes de empezar, que el porno no es mejor ni peor que el cine comercial convencional, ni se humilla ni se veja a nadie ante las cámaras más que en cualquier otra forma de cine, literatura, teatro o fórmula de esparcimiento previo pago, cuyo cartel sí vemos anunciado en los media. Que en todo caso, habrá películas mejores y peores. Que si hay que culpar a alguien de algo, antes que nada, habrá que mirarse el ombligo como sociedad y especie. Y ajo y agua.
Teniendo clara la inexistencia de causalidad entre una mente enferma, asumimos que el porno, como el sexo, forma parte de nuestras vidas. La erotomanía social en la que nos desenvolvemos nos ofrece sexo en todas sus formas, tamaños y colores -lo mismo ocurre con las drogas, también implícitas en el ecosistema humano-; antes lo hacía de tapadillo, ahora de frente, mañana de nuevo de estrangis... La moralina, como la economía y la historia, es cíclica. Y hablando de historia, podemos observar a lo largo del tiempo cómo el sexo siempre ha arrimado el ascua a las nuevas tecnologías. El ser humano, guarrete él, nunca ha dejado de aplicar los productos de su ingenio a sus bajas pasiones, o lo que es lo mismo, el progreso y el sexo siempre han ido de la mano. Hay tetas desde Altamira hasta el móvil. Por supuesto, faltó tiempo para que el invento de los Lumiere se aplicase al fornicio. Había nacido el cine porno.
Mucho ha llovido desde esos casquetes en blanco y negro, ahora tenemos una industria mundial que genera empleos y cantidades ingentes de dinero. El secreto de su éxito es el mismo que el de los realities: el morbo de ver, en pantalla, las intimidades de los demás. ¿Y qué hay más íntimo que el sexo? Lo peliagudo, para algunos, es esa nueva dimensión que adquiere el sexo -un tabú, a fin de cuentas- al sacarlo de la privacidad del dormitorio y exponerlo públicamente en el televisor. Eso y que, a las claras, el porno sirve básicamente para masturbarse. Esto del autoestímulo parece ser que es lo que más molesta a quienes todavía creen que el contacto genital produce ceguera, que se desperdicia material genético, o que menearse la sardina te convierte en el asesino de la katana o en el violador del Eixample. Pues va a ser que no.
De hecho, les regalo un dato a tener en cuenta: el porno ha logrado lo que ningún sistema educativo español ni Lost, esto es, que veamos cine en versión original y sin subtítulos. Y creánme que hay películas que tienen argumento y nos cuesta, a la generación del Follow me, seguir el guión entre polvo y polvo.
Pero separemos la paja –con perdón- del grano. Al igual que Bricomanía no te incita a construir estanterías, tampoco el porno se reduce a facilitar cinco contra uno. Porque lo mismo que hay fans, gente sana y cuerda, de Star Wars, de la Pantoja o de las novelas de vampiros adolescentes, existen cinéfilos del porno. Pornófilos. Cuando te preocupas por leer los créditos, por saber cómo se llama tu actor o actriz favoritos, en qué películas más han participado, por directores, por el año de la producción… Amigo, has trascendido a otro nivel. A ojos de los demás serás siendo un guarro que le da al joystick, pero, entre tú y yo, te has hecho un pornófilo. Si conoces son más de tres nombres de actores/actrices porno no españoles y eres capaz de reconocer sus caras, amigo, eres de los míos, aunque no quieras reconocerlo ante tu “cari”.
Envidio a esos pornófilos sin vergüenza ni complejos cuyas estanterías lucen títulos que abarcan desde clásicos como Tras la Puerta Verde, paridas del tipo Eduardo Manospenes, refinamientos posmodernos como Latex o simples recopilatorios como The Best of New Sensations 2008, en lugar de las habituales carátulas gafapastiles de Peter Greenaway, Hitchcock o Amenábar. Lo ideal sería que unas y otras compartieran balda, y no que las primeras fueran sólo archivos .avi relegados a un disco duro externo. A mí, el modernillo intelectual me parece más reprobable socialmente que un sano aficionado al porno.
Así que, amigos pornófilos, basta de hipocresía, de bochornos y complejos, sed auténticos; relegar la enciclopedia Espasa a una caja en el trastero -ya tenéis la wikipedia, ¿no?- y colocad bien visibles vuestras películas favoritas. Vuestra casa, y por extensión, el mundo, será un lugar mejor. Y más divertido. A fin de cuentas, el sexo, aunque sea en soledad, es para pasárselo bien.

El Pueblo de Albacete, 1 de agosto de 2010

Stand by vacacional

Pues eso, que me voy a disfrutar de mi merecido descanso. Pero no se preocupen, porque será más bien breve y apenas lo van a notar en esta bitácora porque les voy a dejar con una ración doble de satanases sobre el porno.
Cosas del calor...

Be seeing you!, que decían en El Prisionero.

jueves, 29 de julio de 2010

Agárrense que vienen curvas

Porque el señor SSB lo demandaba:
Si, como dice el insigne Paco Fox (Vicisitud y Sordidez), las mujeres son como los CDs, Christina Hendricks es la discografía completa de Frank Zappa, incluyendo los albums piratas y las compilaciones postmorten que está editando su familia.
He dicho.

Y para los que piensen que sólo nos fijamos en las tetas la delantera ahí tienen este vídeo:

P.D.: Desde luego, intenta hacer uno un blog de libros y al final... Ea, lo achacaremos al calor.

martes, 27 de julio de 2010

Dresden, más allá del Magia Borrás

Acabo de terminar de leer la tercera entrega de la saga de Harry Dresden La tumba. Esto quiere decir que tengo que comprarme pronto el cuarto El caballero y que La Factoría vuelve a quedarse con 20 eurillos de mi bolsillo que no acaban de merecerse, pero de esto hablaré al final.
Lo primero es presentar al personaje para el que no lo conozca. Harry Dresden es un mago con ínfulas de detective bogartiano, algo así como si la vida hubiera tratado mal a Harry Potter (el parecido no es casual) y el muchacho hubiera acabado emulando a Sam Spade. Como tal, las historias suelen comenzar con la presentación de un caso, siguiendo los cánones de Chandler, Spillane y demás, que se va complicando, y en donde se entremezclan muchos secundarios, a los cuales iremos viendo en sucesivas entregas -por algo es una serie-, hasta el desenlace explosivo, de esos que me gustan a mí, con algún personaje muerto y todo.
Como mandan los cánones, y aquí mandan mucho, Dresden es deslenguado, cínico, divertido, un tanto antihéroe y el narrador de la historia. Novela policiaca de toda la vida, pues, que no acaba de tomarse a si misma en serio, y donde los mafiosos, las drogas, mujeres fatales, secuestros y demás delitos que pueblan las historias hard boiled son aquí protagonizados o sustituidos, en este caso, por la magia, los demonios, fantasmas, y por supuesto, vampiros y hombres-lobo... Lo que se llama ahora fantasía urbana, vamos, categoría en auge gracias, por ejemplo, a esta serie, a los Crepúsculos, a Anita Blake, cazavampiros o la mía del inspector Serrano,  ya puestos.
Estamos ante una serie de novelas entretenidas, con sentido del humor -insisto porque es su toque distintivo-, buenas trazas de género negro, personajes bien dibujados -la mayoría- y un concepto de la magia cercano y más sencillo que el de cualquier juego de rol con dragones de por medio.
La magia es la gran baza de Dresden. El protagonista es un mago, por lo que no pega tiros, ni da palizas, más bien las recibe todo el rato, y usa hechizos, conjuros y talismanes para llegar hasta el fondo del asunto. Como decía antes, se trata de una forma de magia que ya hemos visto en el Potter, muy del palo de los juegos de rol de World of Darkness (Vampiro, Hombre-Lobo...) de los que se ve que Butcher ha jugado y mucho. Para el que no sea rolero, eso del Consejo Blanco y demás le sonará a Sabrina, Cosas de Brujas, En esto del mundo sobrenatural también se nota la influencia de Clive Barker. A fin de cuentas, Barker es quien mejor ha interrelacionado la magia, los demonios y los mundos fantásticos con la realidad urbana. Y si no pregúntele al tipo ese que le hacía las fotocopias a Alan Moore.
En los EEUU la serie goza de gran popularidad, como demuestra la profusión de ediciones, y las adaptaciones a tebeo y TV, que por desgracia han pasado con más pena que gloria. En concreto, The Dresden Files, la serie de televisión, se canceló tras una irregular primera temporada que aquí llegó a emitir la sexta, cuatro o una de esas. A mí, personalmente, que la vi antes de leer nada, me gustó, si bien tras comparar los personajes que ahí aparecían con los de los libros me di cuenta de que no habían respetado una mierda, y eso los fans no lo perdonan. Y sin el respaldo de los fans, quién va a querer ver esto pudiendo ver follar a los vampiros de True Blood o las curvas de Christina Hendricks en Mad Men. La cosa parecía un remedo de Buffy, o aún peor, de Angel.
Intuyo que Jim Butcher (el tipo tiene pinta de venirse al Aqua una tarde de estas) escribe mejor de lo que se le traduce, pero como por el momento no voy a ponerme a leer en inglés, aunque no lo descarto si mi ritmo de lectura sobrepasa al de las publicaciones, y tiene pinta, teniendo en cuenta que La Factoría acaba de reeditar el primero de la saga, un poquico más pequeño y dos euros más barato. Recular en lugar de avanzar, se llama esto en mi barrio. El caso es que el tercer libro de la saga contiene erratas fácilmente subsanables sólo achacables al responsable de supervisar el texto, que no lo hizo.

Aquí iba a poner una foto del autor, pero quedaba mejor la Christina.
Por ejemplo: si a estas alturas no sabemos cambiar las comillas anglosajonas de los diálogos por los guiones largos que se estilan en los países de habla hispana, mal vamos. Sólo este pequeño descuido complica la lectura de tal manera que no sabes quién o cuando hablan los personajes. Luego están los errores en los tiempos verbales, fallos ortográficos varios... Vamos, lo que se llama el síndrome del traductor de best-seller, que para quien no lo sepa, es un mal que afecta a muchos de esos libros de centro comercial, cuyos editores piensan que para un libro de mierda de 9 euros para cuatro frikis no van a calentarse los cascos con las traducciones y las correcciones. Como muestra de esto no tienen más que coger cualquier libro de bolsillo de Stephen King de los 80.
El problema es que la saga de Harry Dresden no es un best-seller del Carrefour, o al menos sus libros no cuestan igual que éstos, por los que se les supone algo más de cuidado, sobre todo si La Factoría tiene intención de crear un poso de aficionados al mago. Dresden no es Geralt de Rivia, vale, pero Bibliopolis sí ha cuidado esto (al menos hasta el último tomo).
A pesar de todo, insisto, repetiré.

Jim Butcher. Si le ponen una Mahou en la mano parece primo hermano del señor Aroca y mío.

lunes, 26 de julio de 2010

Guía para empezar a no correr (Sesenta mil satanases 22)

Lo siento por todos aquellos que dedican parte de su tiempo libre a trotar por los parques, pero correr me parece una pérdida de tiempo. ¿Por qué corre la gente? ¿Qué es lo que empuja a una persona normal a ponerse unas zapatillas y unos pantalones lycra y echar a correr durante horas? ¿Qué extraño placer subyace bajo el ejercicio sudoroso y cansado de hacer una y otra vez el mismo recorrido?
No acabo de verlo claro, porque no termino de creerme eso de que vivimos en una sociedad sedentaria. Ni siquiera quienes nos pasamos diez horas delante de un ordenador echamos culo de forma pasiva. La vida nos pone en nuestro camino escaleras, atascos, obras, horarios, compromisos… Y nos vemos obligados a caminar, fregar suelos, escribir a máquina o peinarnos. O lo que es lo mismo, nos encontramos suficientes obstáculos y hacemos demasiado ejercicio inconscientemente como para tener un minuto para vaguear ante una cerveza en una terraza. Porque, sí, podemos sentarnos y pedir una caña, pero enseguida nos comerán los remordimientos. Nos han condicionado publicitariamente para ello. Por eso inventaron lo de correr, para compensar ese sentimiento de culpa al que nos han avocado quienes controlan el mundo a través de las modas y los anuncios.
El secreto de correr es que es barato, no hace falta saberse la teoría, y es barato. De hecho, es tan barato que los Iluminati tuvieron que inventarse la cinta andadora para poder cobrarte por correr en un gimnasio –luego vendrían la bicicleta estática y la banqueta de abdominales-. Consecuencia de su gratuidad es que también es universal. Puede hacerlo todo el mundo y a todas las edades; o eso es lo que nos han vendido. Dicen, además, que es saludable. Tanto como hacer malabarismos con hachas ardiendo. Los devotos de la carrera urbana nos cuentan sus virtudes sobre el corazón, los pulmones y el colesterol. Se les olvida comentar los tirones, las agujetas, los esguinces, las fracturas y los infartos. Las consultas de traumatología están llenas de corredores amateurs, superando incluso a los abuelos descalcificados.
Hay mejores formas de matarse.
Hablaba antes de la teoría. La hay, cientos de libros sobre cómo correr, algo que creo sabemos todos de forma innata desde que bajamos de los árboles hace unos cuantos millones de árboles. Lo que pasa es que si no está en un libro, o en un DVD interactivo, pues no se le da la importancia que merece. En estos bonitos y caros manuales de cómo correr se insiste en dos elementos muy importantes, además del acto en sí. El calentamiento, o hacer estiramientos, y la rutina. Calentar significa perder la dignidad como ser humano realizando movimientos y gestos repetitivos, y ridículos, para preparar la musculatura para el ejercicio; lo que ocurre, y cualquier profesional del deporte lo puede suscribir, es que nadie lo hace bien. Por mucho que te muevas como un espástico sobre el césped no te librarás del calambre en el gemelo.
Estirado y calentito, echas a correr con el ojo puesto en el cronómetropulsómetro-barómetro de muñeca, lo que viene siendo un reloj de McGyver, vamos, por un circuito discontinuo que tiene poco de aire libre y natural, por mucho que uno vaya hasta El Palo emulando al Correcaminos.
Terminado el ejercicio, echas el bofe y vuelta a casa… Hasta el día siguiente. ¿Otra vez? Cadena perpetua, amigo. Si quieres que tanto sudor y lágrimas sirvan para algo, y puedas vacilar de tipazo en la playa, o en el trabajo, esto hay que hacerlo todos los días. Llueva o granice. Domingos y festivos. En Navidad y en Feria. A eso se le llama rutina.
Y ahora viene lo mejor. Correr ya no es barato. Por lo que llevamos visto, sabemos que este noble arte se puede practicar desnudo y descalzo, pero como sería algo un tanto mal visto en nuestras calles, no por indecencia sino por que no generaría ningún ingreso, llegan los de siempre y lo complican todo con mega ajustada ropa deportiva con protección ultravioleta y transpirable –el sudor la lava-; zapatillas de running con cámaras de aire y cordones de adamantium; relojes multifunción con TDT; iPods y emepetreses diminutos para escuchar los grandes éxitos de Kiss FM mientras desfalleces. Como ocurre siempre en estos casos, disfrazarte de deportista no te convierte en uno.
Déjense de pamplinas. Si han de correr, es que no deberían llegar a su destino. Es mejor detenerse en el acto y pedirse esa cerveza.


El Pueblo de Albacete, 25 de julio de 2010

lunes, 19 de julio de 2010

Cuesta abajo hacia el final

Escribo el final de la saga de la ciudad oscura a salto de mata, cuando me dejan las obligaciones laborales y familiares y el calor, que perjudica especialmente a los tipos gorderas como yo. Cada día un cachito, un paso más hacia el momento en el que el punto final será más final que nunca.
Ocho años llevo metido en esta historia, ocho largos años en los que he volcado todo lo que tenía en estos libros, a veces con ilusión, otras con desencanto, por gusto y por obligación con quienes se han enganchado a las historia de Serrano. Lo cierto es que si me animo a teclear es por vosotros, los que os habéis hechos fans, en cierto modo, del inspector Serrano y todo el universo que lo rodea.
El abismo se acerca y la responsabilidad de hacer las cosas bien se hace cada vez más pesada. Uno no puede frenar a estas alturas de la película, y el miedo a cagarla, a hacer un final indigno, crece exponencialmente cada quinientas palabras. He leído demasiados finales de mierda y sé lo que se siente cuando, después de tanto tiempo invertido, tantas páginas y tantas dioptrías quemadas, te encuentras con una patata donde debería haber una conclusión gloriosa. Ahí tienen la Torre Oscura 7 (bueno y la 5 y la 6...), sin ir más lejos. O La piel del tambor. O...
¿Caeré en los mismos errores que los maestros -una mala tarde la tiene cualquiera- o sabré evitarlo?
¿O ,acaso, ocurrirá como con Perdidos,que da igual lo que haga porque unos lo aplaudirán y otros se acordarán de mis ancestros?
¿Acabará Serrano luchando a brazo partido con el Malo en lo alto de los Chorros de Riópar, en homenaje a El problema final? ¿O una bomba nuclear arrasará con todo Albacete?
Lo veremos muy pronto....

sábado, 17 de julio de 2010

La playa es un estado mental (Sesenta mil satanases, 21)

Andaba yo el año pasado al resguardo del sol levantino en el medio metro de arena que había bajo la sombrilla, despotricando contra todo lo que nos rodeaba en la playa: niños gritones que nos salpicaban tierra en sus constantes idas y venidas al agua; dos chuloplayas de bañador fardagüevos y raiban de espejo jugando al ping pong en nuestras narices; señoras en topless ignorantes de los efectos de la ley de la gravedad en sus maduras anatomías; una bullanguera cuadrilla de adolescentes sin reparos en compartir su odiosa música, sus pensamientos declamados a gritos y el humo de sus porros; las colillas semienterradas en la arena; compresas flotantes que entablaban una fragorosa batalla naval con las medusas y los bañistas; cuando mi cuñado, que además es poeta, me interrumpió con la inquietante frase “Cuñado, la playa es un estado mental”.
Yo le miré preguntándome si la combinación de cerveza y sol le había empezado a pasar factura. Allí estábamos, dos parejas en un infierno abrasador, atestado de gente que, como yo -lo veía en sus ojos-, odiaba estar allí, sentados como indios en el suelo, luciendo cuerpos paliduchos y blandorros, cargados con más aperos que un soldado de infantería medieval. Algunos lo disimulaban leyendo un libro comprado en el Carrefour, apoyados en la nevera cargada de hielo, latas y tortilla, con las llaves, el dinero y el móvil ocultos en una alpargata; otros hacían como que escuchaban la radio por los auriculares; los más se rendían al sol con la vana intención de, al menos, coger un tono bronceado -que al final sería rojo cangrejo- para lucirlo el lunes en el trabajo.
La playa para mí no es un estado mental, es una pesadilla muy tangible a la que nos arrojamos los de secano de cabeza como los lemmings. Cuatro horas de coche para fingir que lo estás pasando bien con los tuyos, para gastarte la paga extraordinaria en gasolina, en chiringuitos cuya materia prima parece provenir de Chernobyl, pero a precios de Barcelona capital, en cremas y, finalmente, en medicamentos para las quemaduras y la diarrea. Tan divertido como subir al sapito loco en Feria puesto hasta las patas de orujo miel. Y a pesar de todo, es inevitable no dejarse caer al menos un par de días por la costa -y por el sapito, a todo esto-, a disfrutar, como una extraña tradición anual a la que es inútil resistirse. Ah, el horror...
Supongo que mi cuñado se refería a esas idílicas playas de la tele, desiertas, de arenas blancas y aguas cristalinas, esas en las que puedes tumbarte en una hamaca, bajo una palmera, sin más preocupación que la de que se acabe tu cocoloco. Esas playas a las que, imaginación mediante, huyes mientras acabas tu mahou tibia, cubierto de arenilla, y con los ojos cerrados bajo una sombrilla de cocacola. Si te concentras lo suficiente, al final, hasta logras sonreír. Aunque puede que se deba al humo de los chavales de al lado.

El Pueblo de Albacete, 18 de julio de 2010

miércoles, 14 de julio de 2010

Dos rusos se comen a un científico israelí

Descubro con gran asombro, gracias al señor absencito y su blog -de imprescidible y obligatoria lectura-, que "con la llegada del verano florecen noticias en las que se anuncia que científicos de alguna universidad israelí han realizado revolucionarios descubrimientos o constatado extravagantes correlaciones estadísticas".
Antes que nada, les recomiendo ir directamente a la entrada del blog ausente para deleitarse con los increíbles estudios reseñados que, por cierto, no cesan de aparecer en las agencias de noticias.
Parte de mi trabajo en el periódico es rastrear este tipo de noticias para las contras, por aquello de sacar una sonrisa al personal, que no todo han de ser desgracias, datos económicos o las pugnas políticas de turno. Las noticias más raras o que aportan datos curiosos son mis favoritas. A poco que uno repase las agencias de prensa, descubre que la hermandad del frikismo se extiende por todo el mundo, formando una gran cadena, que lleva la historia desde el protagonista al lector.
Hay temas que no fallan: la Madre naturaleza, que se empeña en demostrarnos que no es tan sabia como se dice; los países remotos y sus costumbres, sobre todo si se trata de China (o cualquier país oriental del mismo palo), con ese sabor tan español que es reírse del forastero (al pilón!); y los sucesos vergonzantes, del tipo se pilla el pene con la impresora (estos, si pueden ser españoles, mejor).
Recuerdo cómo, hace no tantos años, aparecían casi diariamente en La Verdad de Albacete noticias a cual más marciana sobre China y sus ciudadanos. Desde el chino que se caso consigo mismo a las descripciones gastronómicas más bizarras o -como los israelís- los estudios más raros.
También durante muchos años, pero esta vez en invierno, pudimos leer en los periódicos aquello de dos rusos borrachos que se comían a un tercero. La reiteración, año tras año, de esta historia nos hacía pensar que, o bien es una macabra costumbre esteparia devorar a tu compadre cuando vas pasado de vueltas de vodka, o bien era un fake que siempre vuelve a casa por navidad.
NOTA: Algunos caníbales rusos (o de cualquier país ex soviético del mismo palo) más de ejemplo:

Supongo que hasta para estas noticias insólitas hay una línea editorial, establecida por tipos como yo (qué miedo).
Pero, independientemente de que publiquemos estas cosas para regocijo nuestro y escarnio ajeno, si nos atenemos a la información pura y dura, en el caso de las universidades de Israel, es innegable que algo raro pasa allí. Justifíqueme usted sino un presupuesto para un estudio sobre  que " los diputados feos lo tienen más difícil para aparecer en pantalla", con la que está cayendo alí.
¿Son los universitarios israelís unos frikazos? ¿Son los rusos antropófagos? ¿Estamos ante una perversión más de la profesión periodística o sólo es evasión sin maldad?

viernes, 9 de julio de 2010

El final del Mundial en trifásico (Setenta mil satanases, 20)

Uno
Que el personaje de este Mundial es el pulpo Paul es indiscutible. Desde la semifinal, el octópodo ha conseguido más minutos en los medios de comunicación que la propia selección, la Carbonero, o el mismísimo Mandela. Quién nos iba a decir que a estas alturas íbamos a corear el nombre de un pulpo pitoniso, la cosa tiene guasa, que se ha decantado claramente por la selección española. Tras el ruso del trololó, Paul ha vuelto para llenar ese hueco efímero de gilipollez friki que todos albergamos en nuestros corazones, y ya no digamos en los ordenadores. Se han visto, en cuestión de días, banderas españolas donde, en lugar de la habitual silueta de un toro bravo, aparecía un pulpo. El cocinero José Andrés lo ha sacado de sus menús “en consideración” con el cefalópodo y para generar buen karma. Hay quien ya ha pedido que sea el bicho quien entregue la copa del mundo a Casillas, o que protagonice su propia película —aquí sí que podemos oler la larga mano de Disney—, en un remedo del Día de la Marmota pero bajo el mar. Hasta le han pedido a Zapatero que lo nombre ministro de Economía, y a Rajoy que sea su reemplazo —lo que ocurre es que Paul no tardaría en ser imputado por corrupción al aceptar mejillones a cambio de recalificar terrenos—. Todo es mejor si nos lo dice un pulpo. Pero eso es porque no somos Alemania…

Dos
Todo está listo para la resaca. ¿La resaca? Pues sí. Gane o pierda la Roja, lo que habrá mañana será una España en resaca comunal de tres pares de gin tonic. Y es que tanto las derrotas y, sobre todo, las victorias las regamos con alcohol en estos lares. Para que luego digan de los (incomprendidos) muchachos del botellón. No se ha ofrecido en televisión una imagen de quienes miran los partidos —ya sea en casa o en un bar— sin que apareciera en cuadro una cerveza o un cubata. Ahí, dando buen ejemplo. Había hasta quien fumaba. Suponemos que se bebe para evitar el golpe de calor y porque las uñas ya nos las comimos en el penalti ante Paraguay y algo hay que echarse a la boca. Pues que sea en vaso de tubo. Los locales han hecho su agosto —permítanme el chiste fácil— en julio gracias a los de Del Bosque. Que la Mahou no es tonta y por algo patrocina a la selección. Tras las pantallas gigantes de plasma plantadas en la calle, se amontonan las sillas en inusitado graderío con derecho a voces y birra a cubos, según se ha visto por todo Albacete. Cubos, capachos o bañeras, el caso es acabar el partido más cocido que un primo gallego de Paul con grelos, para después darle caña a la vuvuzela de los chinos y a los cánticos populares hasta alcanzar la afonía. No hay nada que hermane más que el fútbol pasado por alcohol.
Recuerde: un Bloody mary, lo mejor antes de ir a currar.

Tres
¿Quién quiere vacaciones si en la puerta de casa tienes romería futbolística hasta las cinco de la mañana, con baño en fuente pública incluida? Que ganen o que pierdan, da casi lo mismo, que a los de Albacete lo que nos gusta es eso de tirarnos de cabeza a las fuentes de las rotondas que, con tan buen ojo, nos puso Castell. Como si estuviesen llenas de vino, allá que vamos, empapados por dentro para mojarnos por fuera. Debe ser por culpa del Albacete Balompié, que como sólo nos da disgustos, tenemos el ansia de curarnos el trauma y festejar lo que surja como los grandes. Al agua, pulpos. Como además es verano, y las temperaturas que soportamos son de aupa, pues podría pensarse que es una buena idea pasar por el pilón circular. Lo que ocurre es que después del primer centenar de forofos, la inmersión no es demasiado recomendable ni balsámica. Aún recuerdo la celebración de la Eurocopa, donde la avenida de España estaba cortada y cientos de chiquillos mentales se salpicaban despreocupadamente en la fuente, cuyas aguas engorrinadas no tenían nada que envidiar a las del Ganges. Aunque claro, ¿quién repara en eso cuando lo que se celebra es la copa del mundo? (Quizás tu madre y/o tu mujer al día siguiente). En nuestro descargo, señalar que al menos no nos da por quemar contenedores o saquear comercios como en Barcelona.

Señores, esto se ha acabado. A partir del lunes sólo les queda el triste consuelo deportivo del tenis, del ciclismo, las motos y la Fórmula 1 ante los impuestos, el desempleo, la subida de la luz y la suegra. Y sí, no es lo mismo, pero no se preocupen, que antes de que quieran darse cuenta, ya tenemos la Feria encima. Y esas son diez/doce finales mundiales consecutivas en las que nuestro equipo siempre gana.


El Pueblo de Albacete, 11 de julio de 2010




P.D.: ¿Alguien duda de que el pulpo Paul es el emisario del Gran Cthulhu?

lunes, 5 de julio de 2010

Músicas pa todo y pa todos (Sesenta mil satanases 19)

Cuando te adentras en los misterios de la psique humana, uno de los aspectos que más llama la atención es qué define los gustos musicales de cada cual.Qué lleva a una persona a decantarse por uno u otro estilo musical, y por qué. Dentro del axioma psicológico del dime qué escuchas y te diré quien eres, la aplicación más práctica que se me ocurre en esto de definir, o al menos esbozar, al otro a través de sus discos favoritos es en el campo del ligoteo.
Es inevitable, siempre que se conoce, o hay interés en conocer, a alguien se saca el tema de la música. Si volvemos al asunto del cortejo, la banda sonora del local ayuda mucho a este propósito, aunque no hay que confundir el conocimiento, o el bailoteo, de ciertos temas con que éstos estén realmente dentro de la discografía favorita de la otra, ya que cuando una está de fiesta, y el alcohol ayuda mucho, se danza cualquier cosa.
La música forma parte de la cultura, de las tradiciones, de los momentos vividos, y por supuesto, de la personalidad. Los expertos de la Universidad escocesa de Heriot-Watt han establecido que los aficionados a la música clásica y el jazz son creativos, quienes se decantan más por el pop son más trabajadores, y los heavys son amables, creativos y con una gran autoestima. Del bakalao y el reggaeton no han dicho nada, pero ya se ve que hay que coger estos resultados con pinzas de depilar; por la misma regla de tres, cualquier día podríamos ver cómo la UCLM se pone a investigar la relación entre la personalidad y las tapas de las Tascas, y así concluir que quien se pide rabo frito es más creativo que quien prefiere caracoles.
Centrándonos de nuevo en la cuestión, creo que hay dos momentos indiscutibles donde la música que escuchamos nos marca para siempre. El primero, claro está, es la infancia. Nuestra mente de preescolar es una esponja que lo absorbe todo, pero sobre todo música, como demuestra el hecho pedagógico de que casi todo lo que se enseña a los críos se hace a través de canciones –véase el éxito de los Cantajuegos-. La industria lo sabe de sobra y por eso bombardea a nuestros mocosos con series, películas y productos de todo tipo basados en la música y en las canciones repetitivas (y quizá aquí, en ese mecanismo mental prepúber extendido a nuestra sociedad cada día más infantilizada, radique también el éxito de cosas como OT o La Oreja de Van Gaal).
Es muy importante, señores padres, que sus vástagos escuchen en casa música de la buena, y no me refiero sólo a Mozart (por cierto, se ha demostrado que no existe el tan cacareado “efecto”), sino a gente como la Creedence o Camarón. Eclecticismo sonoro, pero de forma natural. El otro momento importante, ya lo habrán adivinado, es la adolescencia. Un periodo de ruptura y rebeldía no podría existir sin un debido acompañamiento musical que encauce la búsqueda de uno mismo y de la personalidad propia. Es la hora del heavy, del punk, del techno… Llega el ruido, la distorsión, las letras guarras, el perreo grosero… O todo lo contrario, el pop meloso, los cansautores, la cosa étnica, baladas de amor… Es cuando se descubre que existen miles de músicas, casi una para cada uno. Aquí quienes influyen en el gusto son los amigos. En mis tiempos, eran los colegas, los compañeros de clase, quienes gracias al constante flujo de cassettes, te mostraban el vasto universo sonoro que existía más allá de los 40 principales. Ahora supongo que serán los mismos, mediante intercambios de myspaces, spotifies y demás inventos, tienen a su disposición –lega e ilegal- toda la producción del mundo. Y lo mejor es que no tienes por qué alinearte a los gustos de los demás, sino que por pura gana de llevar la contraria, puedes lanzarte en dirección contraria. Serás el raro del grupo, sí, pero en el fondo eso te encanta.
Lo bueno que tiene la música, o mejor dicho, los buenos melómanos, es que no son fundamentalistas. Dos personas con gustos diferentes pueden charlar y defender sus posiciones enfrentadas sin la violencia de los forofos del fútbol, la política o la religión. Es más, estoy convencido de que, en algún momento, podrán encontrar un punto en común. Y es que nadie, por mucho que digan los expertos, escucha sólo un estilo de música. Poseer cierta cultura musical es imprescindible, pues, para manejarse entre personas, e imprescindible para tratar de llegar al corazón, o la ingle, de un individuo o individua.
Cuidar el detalle musical hasta el punto de saber elegir el tono de llamada del móvil es tan necesario como disponer de unas buenas gigas de álbumes, porque aunque parezca mentira, todavía funciona aquello de “en mi casa/coche tengo unos discos que a lo mejor te gustaría escuchar”.


El Pueblo de Albacete, 04 de julio de 2010

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...