lunes, 26 de julio de 2010

Guía para empezar a no correr (Sesenta mil satanases 22)

Lo siento por todos aquellos que dedican parte de su tiempo libre a trotar por los parques, pero correr me parece una pérdida de tiempo. ¿Por qué corre la gente? ¿Qué es lo que empuja a una persona normal a ponerse unas zapatillas y unos pantalones lycra y echar a correr durante horas? ¿Qué extraño placer subyace bajo el ejercicio sudoroso y cansado de hacer una y otra vez el mismo recorrido?
No acabo de verlo claro, porque no termino de creerme eso de que vivimos en una sociedad sedentaria. Ni siquiera quienes nos pasamos diez horas delante de un ordenador echamos culo de forma pasiva. La vida nos pone en nuestro camino escaleras, atascos, obras, horarios, compromisos… Y nos vemos obligados a caminar, fregar suelos, escribir a máquina o peinarnos. O lo que es lo mismo, nos encontramos suficientes obstáculos y hacemos demasiado ejercicio inconscientemente como para tener un minuto para vaguear ante una cerveza en una terraza. Porque, sí, podemos sentarnos y pedir una caña, pero enseguida nos comerán los remordimientos. Nos han condicionado publicitariamente para ello. Por eso inventaron lo de correr, para compensar ese sentimiento de culpa al que nos han avocado quienes controlan el mundo a través de las modas y los anuncios.
El secreto de correr es que es barato, no hace falta saberse la teoría, y es barato. De hecho, es tan barato que los Iluminati tuvieron que inventarse la cinta andadora para poder cobrarte por correr en un gimnasio –luego vendrían la bicicleta estática y la banqueta de abdominales-. Consecuencia de su gratuidad es que también es universal. Puede hacerlo todo el mundo y a todas las edades; o eso es lo que nos han vendido. Dicen, además, que es saludable. Tanto como hacer malabarismos con hachas ardiendo. Los devotos de la carrera urbana nos cuentan sus virtudes sobre el corazón, los pulmones y el colesterol. Se les olvida comentar los tirones, las agujetas, los esguinces, las fracturas y los infartos. Las consultas de traumatología están llenas de corredores amateurs, superando incluso a los abuelos descalcificados.
Hay mejores formas de matarse.
Hablaba antes de la teoría. La hay, cientos de libros sobre cómo correr, algo que creo sabemos todos de forma innata desde que bajamos de los árboles hace unos cuantos millones de árboles. Lo que pasa es que si no está en un libro, o en un DVD interactivo, pues no se le da la importancia que merece. En estos bonitos y caros manuales de cómo correr se insiste en dos elementos muy importantes, además del acto en sí. El calentamiento, o hacer estiramientos, y la rutina. Calentar significa perder la dignidad como ser humano realizando movimientos y gestos repetitivos, y ridículos, para preparar la musculatura para el ejercicio; lo que ocurre, y cualquier profesional del deporte lo puede suscribir, es que nadie lo hace bien. Por mucho que te muevas como un espástico sobre el césped no te librarás del calambre en el gemelo.
Estirado y calentito, echas a correr con el ojo puesto en el cronómetropulsómetro-barómetro de muñeca, lo que viene siendo un reloj de McGyver, vamos, por un circuito discontinuo que tiene poco de aire libre y natural, por mucho que uno vaya hasta El Palo emulando al Correcaminos.
Terminado el ejercicio, echas el bofe y vuelta a casa… Hasta el día siguiente. ¿Otra vez? Cadena perpetua, amigo. Si quieres que tanto sudor y lágrimas sirvan para algo, y puedas vacilar de tipazo en la playa, o en el trabajo, esto hay que hacerlo todos los días. Llueva o granice. Domingos y festivos. En Navidad y en Feria. A eso se le llama rutina.
Y ahora viene lo mejor. Correr ya no es barato. Por lo que llevamos visto, sabemos que este noble arte se puede practicar desnudo y descalzo, pero como sería algo un tanto mal visto en nuestras calles, no por indecencia sino por que no generaría ningún ingreso, llegan los de siempre y lo complican todo con mega ajustada ropa deportiva con protección ultravioleta y transpirable –el sudor la lava-; zapatillas de running con cámaras de aire y cordones de adamantium; relojes multifunción con TDT; iPods y emepetreses diminutos para escuchar los grandes éxitos de Kiss FM mientras desfalleces. Como ocurre siempre en estos casos, disfrazarte de deportista no te convierte en uno.
Déjense de pamplinas. Si han de correr, es que no deberían llegar a su destino. Es mejor detenerse en el acto y pedirse esa cerveza.


El Pueblo de Albacete, 25 de julio de 2010

1 comentario:

  1. pufffffff, tanto hablar de ejercicio fue demasiado agotador para mi. Mejor me tomo una cerve y recupero fuerzas, y sigo leyendo su articulo.

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