domingo, 24 de febrero de 2013

Dolores de cabeza



En esa labor diaria que es observar lo que nos rodea, he observado que cada vez más personas se hinchan a ibuprofeno. Paracetamol también, pero lo otro más. Parece que el mal más extendido son los dolores de cabeza, y para acallarlo, se ve que lo propio es atizarse un pastillujo de estos con unos sorbitos de agua y confiar en que hará efecto cuanto antes. Y no estoy hablando de aquellos que han pillado la gripe o cualquier otra enfermedad estacional, sino que, a priori, no hay ninguna razón patológica para que, de pronto, nos duela el cráneo como si nos lo estuvieran apretando con una mordaza. Y como el mal no se nos va, pues toca ir corriendo al botiquín.
Tiene sus efectos secundarios, como todo medicamento, pero también eso nos da lo mismo. A mí, por ejemplo, me destroza el estómago, pero para eso existe otra pastilla, un omeprazol, así que ya en lugar de una, son dos pastillas las que tengo que tomar. Algo insignificante en comparación con el mágico resultado obtenido. Y si, en un futuro, en lugar de dos son tres, o cuatro, o media docena de píldoras las que hay que deglutir para que la cabeza deje de zumbarte como un tambor, pues adelante.
Y así vamos por la vida últimamente, medicados, calmados de forma artificial. Estamos satisfechos con el rápido remedio y despreocupados por las causas, no sea que ponernos a pensar en qué nos ha producido la jaqueca fuera a despertarla de nuevo. A todos nos gustan las soluciones rápidas y baratas, y ahí el ibuprofeno es el rey. Qué lástima que no exista una súper pastilla que tuviera el mismo efecto en otros males que nos aquejan, y ya no hablo solo de la salud. Una dosis y adiós problemas, al menos por unas horas.
Pero espera, creo que eso ya está inventado. Y por lo que se ve, tampoco es que sirva de mucho. Entonces, ¿qué? Inventamos algo más fuerte, más eficaz, más poderoso, y lo aplicamos indiscriminadamente a todo quisque. O podemos acudir a la fuente del dolor. Atacar la causa y no los síntomas. Creo que la medicina iba de eso. Será más difícil, más costoso, y sin garantías, pero sin duda se estará más cerca de la verdad, que, a fin de cuentas, es lo que todos andamos buscando siempre.
O a lo mejor ya no.


domingo, 17 de febrero de 2013

Rabia

Tengo en las estanterías de mi casa un ejemplar de Rabia de Stephen King, en edición de Martínez Roca de 1987. La historia trata sobre un adolescente armado hasta los dientes que secuestra a toda su clase del instituto. Publicada originalmente en 1977 bajo el pseudónimo de Richard Bachman, esta novela corta ya no se edita en Estados Unidos desde 1997 por decisión expresa del autor.
La culpa la tienen al menos cuatro incidentes sucedidos en la década de los noventa, en donde distintos adolescentes acabaron a tiros en sus respectivos institutos. La gota que colmó el vaso fue un tiroteo en donde un chaval de 14 años acabó con la vida de tres compañeros de clase y dejó cinco heridos. El mentado libro apareció entre los objetos de los asesinos. Después de aquello, King prohibió la edición y reedición del libro, así como cualquier adaptación del mismo a televisión, cine o lo que fuera.
King fue profesor antes que escritor de éxito y describió en esta novela lo que mejor conocía entonces. Es una historia, la primera que publicó con pseudónimo, sin seres ni poderes sobrenaturales, el énfasis –y así nos lo recuerdan las contraportadas de casi todas las ediciones- está puesto en el puro terror psicológico: aquí los monstruos son las personas, en concreto, esos adolescentes que no se entienden ni ellos mismos. Quizás el problema es que resulta, entonces, demasiado real.
Pero ¿cree él realmente que su libro puede dar ideas, influir en la mente trastornada de un chaval multiacomplejado con acceso a armas de fuego e incitarle a liarse a tiros? También es cierto que habrá pesado en su decisión la posibilidad de que le cayera encima alguna demanda multimillonaria de esas tan típicas de los americanos. Pero en su último ensayo, titulado Guns, publicado tras la última masacre escolar, King hace un alegato por el control de las armas de fuego en su país. Dice, entre otras cosas interesantes, que su libro no trastornó a aquellos chavales asesinos, ya lo estaban previamente, pero teme que sí que pudiera servir de catalizador. King explica que “uno no deja un bidón de gasolina donde un chico con tendencias piromaníacas pueda encontrarlo”.
Pero detengámonos ahora en esta idea: Stephen King se ha autocensurado un libro. Puede hacerlo porque es multimillonario, porque podría ponerle su nombre a una escoba y venderla por millones. Ciertamente, no necesita la pasta que podría obtener con Rabia, pero tampoco tenía por qué hacerlo. Su libro lleva más de diez años sin venderse y, a pesar de todo, los adolescentes de EEUU han seguido disparándose en las escuelas. Nadie ni nada le ha obligado a hacerlo. Cuando se supo que El guardián entre el centeno de Salinger era la lectura favorita de Mark David Chapman, el asesino John Lennon, el libro alcanzó fama mundial y un nivel estratosférico de ventas. A nadie se le ha ocurrido prohibir, censurar o considerar a esta obra maestra de la literatura Norteamérica culpable de algún modo, y eso que los más conspiranoicos lo han vinculado a otros asesinos famosos como Charles Manson, Lee Harvey Oswald o Sihran Sihran.
El caso de King no es un caso inédito, pero tampoco abundan. En un tiempo en el que casi nadie asume la responsabilidad de sus actos, donde parece que casi todo es disculpable, donde ni siquiera hay por qué dar explicaciones, y mucho menos darlas a la cara, alguien decide, de acuerdo a sus convicciones, y sin ser culpable de nada, evitar la tentación para evitar el pecado. Y esto es aún más raro.
Pero tampoco tengo claro si es una buena decisión. Porque estoy harto de ver cómo, cada cierto tiempo, los vigilantes de la virtud se lanzan al cuello de los libros, las películas, los videojuegos o la música, tachándolos de todos los males de la sociedad moderna. Es más fácil señalar al libro que al padre que le compró el rifle al chiquillo. O a las leyes que permiten que cualquier garrulo pueda tener armas automáticas en su casa. O a los educadores del centro escolar que se hacen los suecos ante el acoso escolar. O yo qué sé. No, la culpa es de Stephen King, de Tarantino, de Marilyn Manson. Entonces, la disposición del Maestro de Maine parece más cobarde que otra cosa.
Pero, por encima del acierto o error de esta autocensura, lo que es evidente es que una sociedad a la que hay que quitarle un libro de ficción porque, según algunos, podría inducir a alguien a cometer una locura es una sociedad enferma. Y una sociedad donde el único que muestra algo de responsabilidad ante una desgracia es un autor de best-seller tiene múltiples carencias. 
Una sociedad de mierda.


lunes, 4 de febrero de 2013

Listos

Hay quien necesita empotrar el coche contra una farola para darse cuenta de que conducir conlleva sus riesgos. Es esa cosa que tenemos las personas de creernos más listos de lo que en realidad somos, o al menos más que los que tenemos alrededor. La mejor forma que tenemos de destacar por encima de la media es auparnos a nosotros mismos, sin darnos cuenta, hasta que es demasiado tarde, que estamos haciendo el imbécil. Estirar el cuello para parecer más alto o meter tripa para aparentar delgadez es igual de útil e inteligente que pensar que uno ya lo sabe todo, que lo tiene todo controlado. Pero no es así, y es cuando aparece esa farola de repente y se te echa encima y te destroza la carrocería. Maldito mobiliario urbano, si es que van como locos.
El equivalente moderno a estamparse por ahí con lo que va dejando el ayuntamiento por las calles viene dado por la implementación universal, a menos en nuestro primer mundo, de las redes sociales. Todos, salvo los psicópatas, tenemos cuentas en alguna red social, pero casi ninguno las utiliza con responsabilidad, con conocimiento de lo tenemos entre manos. En realidad conducimos puestos hasta los ojos de solysombras, sacando el brazo con un cigarro humeante por la ventanilla, mientras alternamos las canciones de Los Chunguitos con los resultados del Carrusel deportivo en la radio. Y parece que no pasa nada, que lo tenemos todo bajo control porque no vemos a la Guardia Civil. Pero en realidad no tenemos ni idea.
Primero, nos creemos que sabemos lo que hacemos porque no nos ha costado ningún esfuerzo aprender. El interfaz de estas webs es tan sencillo que hasta un mono podría tener y actualizar sin problemas su perfil del facebook. Pero quién se lee las condiciones de la cuenta, quién ajusta la privacidad de su perfil, de sus notificaciones, de sus accesos. Para qué perder el tiempo con estas nimiedades cuando puedes estar compartiendo chistes de Rajoy con tus viejos camaradas de facultad. Como es fácil creemos que lo tenemos dominado, y no. Te están engañando para que te autoengañes.
Copón. Mira si han simplificado las cosas que todos estos programas ahora se llaman aplicaciones, se manejan con la punta del dedo y vienen en los supermóviles. Y digo supermóviles porque considero esta palabra esta más cercana a la realidad y más bonica que smartphone, si bien es cierto que la traducción habitual de smartphone, “teléfono inteligente”, me da pie a contaros una tira de Supermaño donde un personaje le dice al cazurro protagonista que hay perros más listos que sus amos, a lo que Supermaño contesta cargaíco de razón: “El mío es uno desos”.
Pues bien, nadie parece haberse dado cuenta de que, con nuestros aparatos, sucede lo mismo que con el perro del personaje de Calvo, que algunos son más listos que sus dueños, y así, les pierde la soberbia de creerse unos expertos en telecomunicaciones solo porque tienen una docena de aplicaciones absurdas en el móvil con la que pueden perder el tiempo de doce maneras distintas a la vez. Impresionante. Pongo el dedo aquí, y tengo una canción, una foto, una película, lo que me dé la gana. Con poner un dedo en un icono parece que puedas dominar el mundo. Claro que sí.
Hasta que un día cometes la soberana estupidez de emplear las redes sociales cuándo, cómo y dónde no debes. Y la cagas. Una foto inoportuna, un comentario visceral, una frase fuera de contexto, un pensamiento sincero aunque políticamente incorrecto y te conviertes en el blanco de las iras y/o las burlas de toda la comunidad. Ay, amigo, tú que pensabas que esos dos mil amigos/seguidores lo eran porque te querían de verdad y adoraban cuanto decías, y basta un desliz para que, no dos, sino ocho mil personas más te dejen bien pregonao por Internet.
Asume entonces tu responsabilidad y ni se te ocurra quejarte o culpar a la concurrencia; eras tú el que pensaba que el coche se conduce solo y que Twitter, o cualquier otra, es como el salón de tu casa, que puedes decir lo que quieras que no va a pasar de las cuatro paredes. Vosotros, los que ni os leéis las instrucciones de los aparatos, ni los prospectos de las medicinas, os merecéis todo lo malo que os pase, y aún será poco. Por listos.




domingo, 3 de febrero de 2013

Triscar en el bosque o viva el ecoporno

El mundo del porno es un mundo viv, sin hartura.Solo la anatomía y la ley marcan los límites de una actividad que genera dinero a espuertas, aunque como en todo, solo para unos cuantos. Lo increíble es que, a pesar del amplísimo mercado existente, no dejan de aparecer nuevas iniciativas, algunas de las cuales ya hemos tocado aquí, como aquella moda de esnifar esperma o ponerse bolsas de papel en la cabeza, que enseguida reúne a miles de seguidores y se convierte en tendencia.
Así ha pasado con el FFF, Fuck for Forest. Follar en el bosque, vamos, una cosa que se ha hecho toda la vida, sobre todo en el pasado —ahora, o no hay bosque donde meterse, o te multan los del Seprona, o te pega un tiro un cazador— y que ahora, previa grabación, se presenta como una moda entre lo porno y lo hippie, sin ánimo de lucro, y ecológico.
Los folladores forestales comenzaron como una pareja de Noruega, Leona Johansson (28 años), y Tommy Hol Ellingsen (34 años), que se dedicaba a practicar el ecologismo jincando, o pajeándose, entre los árboles. Ellos fueron, en 2004, los primeros en colgar sus vídeos ecopornos en la red. Concienciados con la naturaleza, les gustaba follar y experimentar, y exhibirse, como demuestra su más famoso golpe de efecto, con el que se hicieron mundialmente famosos, al follar delante de 4.000 espectadores en el escenario durante el concierto de The Cumshots. Al juez le dijeron luego que era una performance para demostrar hasta donde podían llegar para salvar la naturaleza, pero entre que no coló, y que el bueno de Tommy le enseñó el rabo al juez, les cascaron una multa de 2.200 euros.
Pero el buen resultado de aquello fue que las visitas se dispararon y aumentaron los miembros de esta especie de comuna virtual. Agrupados principalmente en torno a la web de FFF, pero no exclusivamente, cuelgan sus vídeos y sus fotos, mostrando «la belleza del amor» y unos sobacos peludos de órdago, y de paso recaudar dinero para rescatar las selvas pluviales mundiales. Aja, hay que pagar/hacer un donativo de 15 pavos para ver a estos hijos del bosque puestos a veinte uñas, de los cuales nos dicen que 12 euros van para el bosque.
En el manifiesto que FFF tiene en su web declara que si los malos emplean el sexo para atraernos al consumismo, y a comulgar con todo tipo de mierdas, por qué no usarlo para hacer el bien. Este concepto del sexo como superpoder, que hay que usar con responsabilidad, es un poco inquietante, pero no menos que el pensar que se están grabando a cambio de dinerete, que luego se gastarán, no sabemos cómo, en ayudar a la Madre naturaleza. Me gusta que digan que «salvar el planeta es sexy». En estos tiempos de calentamiento global, quién sabe si la solución viene por el calentamiento inguinal. Qué son unos euros con la posibilidad de a) salvar el mundo, b) tener acceso a miles de fotos y videos porno genuinamente amateurs. Chicos, chicas, todos con todos, pelo por doquier…
Bueno, en realidad hay otra forma de ver los vídeos de FFF sin pagar. O sea, de apoyar a la organización. Estamos hablando de convertirte en un activista eco-erótico. Coge el coche, una manta y a tu pareja, busca un pinar romántico… ¡y a follar por el planeta! O vete al monte a zurrirte la sardina, pintado como un indio de las praderas (un Arapajote, y perdón por el chiste fácil). En solitario o por parejas, o en plan orgía si tienes más vida social, lo grabas bien con el móvil o con la cámara del Mediamark y se lo envías a FFF. Ayudarás a mejorar el planeta, trabajarás por un mañana mejor. ¿Acaso no es FFF la ong con la que siempre has soñado? Y encima tienes acceso gratuito a los vídeos de los compañeros activistas, que siempre viene bien coger ideas. Después de 6 años de existencia, FFF ha logrado reunir a más de 1.300 personas que apoyan la causa con fotos eróticas o vídeos.
Pero no sólo la causa verde se reivindica follando en el bosque. También la libertad individual, la espiritualidad, la lucha contra la represión y opresión de la sociedad se combate haciendo el amor, y no la guerra, a pelo entre la hojarasca. Sin embargo, a pesar de su buenrollismo, siguen siendo unos incomprendidos dentro del mundillo eco. A pesar de haber logrado recaudar casi medio millón de dólares a base de donativos, descontando multas y fianzas, sus métodos no ortodoxos, pero más sinceros, de conseguir la pasta les ha traído problemas tales como que la ong WWF rechace su dinero, o que la empresa de reforestación Arbolfilia de Costa Rica también se haya negado a trabajar con ellos. Porque hacen porno. Por cierto, que la excusa de WWF, aquella cuya sede en España tenía al Rey de presidente honorífico hasta el elefantegate, es que no aceptan dinero de empresas relacionadas con el tabaco, el alcohol, las armas, la explotación de combustibles fósiles y el porno. Ahora entiendo muchas cosas. Así que se han tenido que poner a trabajar por su cuenta, o eso dicen en la wikipedia, con las comunidades indígenas de Costa Rica y la Selva amazónica brasileña.
Dicen ellos que son vídeos eróticos, más que porno, lo cierto es que es un porno amateur regulero, tirando a soso, que es lo que pasa cuando mezclas la coyunda con el activismo forestal. Defender la naturaleza no está reñido con una mamada, pero está claro que al espectador el primer objetivo le desvía la atención del segundo. Además, uno los ve, ahí tirados en medio del monte, y se desconcentra pensando en los chinarros, las ramas y los bichos que habrá por el suelo y que, seguro, se les están clavando en el culo.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...