jueves, 30 de abril de 2009

Gripe porcina o virus Z

La mayoría de la gente no admite que algo puede pasar sino hasta después de que ha pasado. Eso no es estupidez ni debilidad, es sólo la naturaleza humana. No culpo a nadie por no creer. Y no me considero mejor ni más listo que ellos. Supongo que todo se reduce a un simple accidente de nacimiento. Sucede que yo nací dentro de una sociedad que vive con un constante temor a extinguirse. Es parte de nuestra naturaleza, parte de nuestro estado mental, y hemos aprendido a través de muchos errores y ensayos a estar siempre en guardia.

El primer aviso que tuve de La Peste fue a través de nuestros amigos y clientes en Taiwán. Llamaron a quejarse de nuestro nuevo software de decodificación de mensajes. Aparentemente había presentado fallas al descifrar unos e-mails de sus fuentes en la República Popular, o al menos los había descifrado tan mal, que el mensaje resultaba incomprensible. Sospeché que el problema no debía estar en el software, sino en los mensajes como tal. Los rojos del continente… supongo que ya no los llamaban rojos… ¿pero qué espera de un viejo como yo? Los rojos tenían la mala costumbre de usar muchos tipos diferentes de computadores, de distintos países y generaciones.

Antes de sugerirle esa solución a Taipei, pensé que sería una buena idea revisar yo mismo los mensajes. Me sorprendió ver que los caracteres estaban claramente decodificados. Pero el texto… tenía que ver con algún tipo de virus que primero eliminaba a la víctima, y luego reanimaba el cadáver como algún tipo de animal furioso y homicida. Por supuesto, no creí que eso fuese literal, especialmente porque unas pocas semanas después, estalló una crisis en el área de Taiwán y todos los mensajes sobre cadáveres reanimados dejaron de llegar. Sospeché que había una segunda capa de encriptación, un código dentro de otro código. Era un procedimiento normal, que se remontaba incluso a los primeros días de la comunicación humana. Por supuesto que los rojos no podían estar hablando de cadáveres reales. Tenía que ser algún sistema nuevo de armas, o un plan de guerra ultra secreto. Dejé el asunto ahí, y traté de olvidarme de él. Sin embargo, como uno de sus grandes héroes nacionales solía decir: “Mi sentido arácnido me alertaba.”
(...)

Guerra mundial Z. Max Brooks

Gripe porcina o Capitán Trotamundos...

La CBS no emitió en toda la noche. La NBC tenía una programación regular, pero la imagen de la filial de ABC se difuminaba a cada momento, y a veces se borraba por completo para después reaparecer de súbito. El canal de la ABC sólo pasaba viejos programas grabados, como si el nexo con la red se hubiera cortado. No importaba. Lo que Nick esperaba era el noticiario.

Cuando empezó, se quedó perplejo: la noticia del día era la «epidemia de supergripe», como la llamaban ahora, pero los locutores de ambas emisoras dijeron que ya estaba siendo dominada. En el Centro de Control de Epidemias habían elaborado una vacuna, y a comienzos de la semana siguiente los ciudadanos podrían conseguir que su médico se la administrara. Al parecer, los brotes eran graves en Nueva York, San Francisco, Los Ángeles y Londres, pero los estaban conteniendo en todas partes. En algunas zonas, agregó el locutor, se habían cancelado temporalmente las reuniones públicas.
En Shoyo, pensó Nick, toda la ciudad había sido cancelada. ¿Quién engañaba a quién?
Al final, el locutor dijo que seguían restringidos los viajes a la mayoría de las grandes áreas urbanas, pero la situación se normalizaría apenas se contara con suficiente vacuna. A continuación pasó a ocuparse de un accidente de aviación ocurrido en Michigan y de algunas reacciones en el Congreso ante el dictamen del Tribunal Supremo sobre los derechos de los homosexuales.
Nick apagó el televisor y salió al porche. Allí había un columpio y se sentó en él. El movimiento de vaivén resultaba relajante, y no podía oír los chirridos del herrumbre, pues John Baker se había olvidado de engrasarlo. Se quedó mirando las luciérnagas que formaban irregulares festones en la oscuridad. Se percibían relámpagos entre las nubes allá en el horizonte, haciéndolas asemejarse a monstruosas luciérnagas del tamaño de dinosaurios. La noche resultaba pegajosa y agobiante.
Como para él la televisión era un medio exclusivamente visual, había notado algo que quizá pasó inadvertido a los demás: no habían proyectado anuncios de películas, ni resultados de béisbol. El informe meteorológico fue vago, sin un mapa que mostrara las variaciones... como si la Oficina Meteorológica de Estados Unidos hubiera cerrado sus puertas.
Los dos locutores le habían parecido nerviosos y ofuscados. Uno de ellos tenía un resfriado. Tosió una vez frente al micrófono y pidió disculpas. Y ambos habían mirado nerviosamente a derecha e izquierda de la cámara, como si hubiera alguien más en el estudio, alguien encargado de vigilar que no se extralimitaran.

(...)

Apocalipsis. Stephen King

martes, 28 de abril de 2009

Con la música a otra parte

Cuando era crío y acompañaba a mi padre o a mi abuelo a los bares a tomar el aperitivo, recuerdo que en la tele del bar, el que la tenía, sólo ponían el telediario, los toros o el fútbol. El resto del tiempo del aparato estaba apagado. Lo más que podías oír entonces, era, tachán-tachán, la radio. Y no los cuarenta principales, sino la ser, radio nacional o la cope, o lo que es lo mismo, gente hablando. Repito para las nuevas generaciones: música no, noticias, terturlias, debates... Gente hablando. A un volumen tal que tú también podías hablar con quien tuvieras enfrente sin tener que alzar la voz. De hecho, había sitios donde la radio era la reina absoluta y la clientela hasta se callaba para escuchar las señales horarias, esos pitidos encantadores que determinaban si llevabas demasiado tiempo sentado con sólo un cortado y te hacían comprender las miradas hoscas del camarero, que sin embargo, y sólo en casos flagrantes, te llegaba a decir algo así como “si no vas a querer nada más, humo que chispea” (igual que en la tienda de los tebeos te repetían “esto no es una biblioteca”, ante una excesiva y prolongada ojeada a un ejemplar de Los Vengadores).
Después, en algún momento de mi adolescencia los bares y cafeterías se fueron convirtiendo en altavoces de las peores tonadillas de moda pasadas de decibelios, donde se hacía necesario rozar el grito marcialesco (Marciaaaaaaaaaaaaaaal!!!) para hacerse entender, hasta llegar a nuestros días, donde no hay sitio que no tenga puestos los 40 latinos o similar, con Marta Sánchez y el venezolano de los dientes blanco-nuclear, hiriendo nuestros tímpanos, por poner un ejemplo. Ignoro qué técnicas de márketing siguen los hosteleros para creer que a quienes acuden a un bar a almorzar, o a tomar unos cafeses, para hablar de sus cosas, les gusta tener de fondo semejante banda sonora a todo trapo -pero qué digo banda sonora, si en las películas cuando hablan baja el volumen-. Supongo que serán de la misma escuela que los que creen que poniendo bakalao en las tiendas de ropa o en los supermercados la gente se abalanzará a comprar y a pagar lo más rápido posible (para escapar de allí). Pues señores, puede que funcione en Berska, pero no en un bar porque en el bar no tengo prisa. Al bar voy a relajarme, tomarme unas cervezas y a hablar, tres cosas que no tienen nada que ver con adquirir ropa o con esperar a que tu chica salga del probador con las 300 prendas que ha cogido previamente.
El bar es un templo, una iglesia, y como tal debe estar en silencio, aunque, sí, éste puede ocasionalmente romperse ante una celebración; de hecho, los partidos de fútbol, según el símil religioso, equivaldrían a una boda o una comunión, de hecho hay bodas (ya lo dije en el anterior post) que duran más que una final con prórroga y penantis, pero esto no viene al caso y además, respecto al balompié, añadir que quien ve los partidos en el bar, suele estar oyendo el Carrusel por la radio, con lo que es innecesario atronar el local con las absurdeces de los comentaristas.
El cafe-bar es más que un comercio, es una sede social, un centro de reunión, un lugar donde se bebe y se habla, a veces demasiado de las dos cosas. Si el truco que ha ideado el dueño del local es ponerme el canal Sol Música a toda pastilla para que me tome el cortao de un trago y le deje la mesa libre a otro cliente, es que, salvo que tenga un macdonald’s, no entiende su propio negocio. Insisto en esta idea, un café-bar no es un pub ni una discoteca, donde sí puede tener sentido la música y donde uno acude después/en lugar de un bar. Si tienes mesas, sillas y magra con tomate, no eres un pub, así que baja la televisión, porque, en todo caso, lo único interesante de la marea descontrolada de videoclips que nos vomita la pantalla extraplana son las zamarras que bailan con un mínimo de ropa, y a éstas nos basta con verlas y, en todo caso, comentarlas. Así que ya lo saben todos esos camareros de humilde bigotillo que pretender echarme del local con su música vomitiva televisada, algunos ya hemos desarrollado el casi superpoder de convertir la bazofia musical televisada en mero ruido de fondo, y podemos hacernos entender a gritos si es necesario, pero ¿por qué llegar a esto? Lo mejor sería cesar en su estéril estrategia, pulsar el mute del mando y poner otra ronda. Todos seremos más felices.


PD: Ejemplo práctico:

¿De veras necesitas oír la canción?

lunes, 20 de abril de 2009

Cásate y verás...


Comienza la temporada de bodas, ese momento especial para los suegros que ven cómo sus retoños dejan de vivir amancebaos para juntarse por lo legal. Porque, no se llamen a engaño, lo importante de un matrimonio no son los sentimientos que se profesen los cónyuges, sino que estén vinculados mutuamente por un papel. Y escribo vincular por no poner atar. A lo largo de los últimos años he podido ver y vivir las bodas de varios de mis parientes y amigos, todos en la treintena, y cuando les he preguntado qué les ha llevado al altar, en algunos casos después de estar viviendo juntos una decena de años, las dos respuestas más habituales y casi siempre ofrecidas al alimón son que “ya tocaba” y “por mis padres”. Dos extraños imperativos. ¿Pero esto no se hace por gusto? Ya sé que para la inmensa mayoría casarse tampoco es el martirio chino de la gota de agua, pero resulta curioso que, personas que no creen en dios, se vean forzadas por una fuerza superior a contraer matrimonio. ¿Se trata del Tiempo? No creo en eso del reloj biológico, no al menos que éste empuje a las parejas hacia las arras y la bendición. Una cosa es que te salgan granos en la pubertad, que el cabello se te llene de canas (o se pierda por el camino), o que tengas ganas de arrejuntarte con otra persona por aquello de la cópula y compartir gastos, pero no creo eso que tenga nada que ver con una boda, que no deja de ser la institucionalización de un hecho, insisto, por lo legal. Porque aquí lo que prima es el papel, el carné de casado, como si los no casados (ojo, no los solteros, que son una especie aparte) fuéramos unos sin papeles, ciudadanos de segunda clase.
¿Es realmente así? ¿Los casados copan el escalafón social? ¿Y los separados, o divorciados, qué? No lo entiendo. Si tu hijo nace sin que estés casado, ¿el crío no puede ir al colegio?, ¿pierdes beneficios fiscales, te quitan vacaciones en el trabajo, no puedes optar a una VPO (creo que no)?, o si, como he oído alguna vez, te mueres, tu (no legalmente) viuda ¿no cobra nada? Si es así, esta sociedad es una locura.
Pero a lo que vamos, las bodas y su tipología. Tenemos de ordinario dos tipos: por la iglesia y por el ayuntamiento. La primera debería estar reservada única y exclusivamente a católicos practicantes. En serio, los católicos deben casarse por la iglesia, y reproducirse cuanto antes, como está mandado en piedra, pero a quienes no profesan esta fe, los que no van a misa nada más que cuando muere alguien o a las bodas de los demás, no debían ni dejarles traspasar el umbral del templo. Estos ya tienen su propia imitación civil, así que seamos coherentes.
Casarse por la iglesia para contentar a ciertos parientes, o porque parece aún más legal es una estupidez. El divorcio existe, señores, desde 1981 y ahora hasta se puede hacer por internet (en España hay un divorcio cada 3,7 minutos, según un estudio). Nada es eterno, y menos que nada un matrimonio. De este tipo de boda, lo que más me llama la atención es cómo el sacerdote mete en su homilía, supuestamente dedicada a la exaltación del amor y la procreación, sus propias morcillas sobre el matrimonio homosexual o el aborto.
Las bodas en el ayuntamiento son una copia laica, en ocasiones demasiado fiel al original católico, en otras excesivamente peliculeras, sólo que aquí habla un concejal en vez de un cura y los novios, ya digo, a veces pierden el norte y convierten una sencilla ceremonia de quince minutos en una interminable sucesión de votos absurdos, cantos del cuarteto afónico de los primos, discursos infames y cosas así.
Pero una vez rubricado y por duplicado el contrato, perdón, el matrimonio, todo es lo mismo. Traca insoportable a cargo del tonto del grupo, fotos, fotos, fotos y el convite. Porque puedes casarte sin novia, pero no sin convite. Trescientos invitados de media encerrados en un recinto donde se come y se bebe sin hartura ni vergüenza, entre efluvios etílicos, voces garrulas y cantidades industriales de comida intragable, ya sea porque estás hasta los ojos de entrantes o porque el cocinero estaba ese día de baja y han puesto a dirigir los fogones al tipo de la limpieza.
No quiero profundizar en este tema porque daría para un libro tamaño Stephen King; prefiero centrarme brevemente, en cambio, de entre el millón de cosas reseñables de una boda, en cuatro elementos básicos y fundamentales: las invitaciones, los regalicos, el vestuario de los invitados y las gambas.
- Invitaciones. No puedo ni imaginar cómo deben estar las imprentas ahora que cualquiera con un ordenador, photoshop, un par de tutoriales y una impresora a color se hace su propia invitación de boda. Éstas abarcan todo el espectro del gusto, desde las que son verdaderos alardes de originalidad y creatividad, a las peores aberraciones ideadas por un adorador de Yog Sothoth con fiebre y diarrea. Eso si no te mandan un mensaje al móvil o al email.
- Regalicos. O mariconadillas envueltas en celofán. Es lo que te dan los novios como recuerdo inolvidable de tu asistencia a su boda, como si fueras a olvidar el día en que te pusiste corbata y zapatos -para acabar vomitándote en ellos en el Portón-, y te sacaron ciento y pico de euros by the face. Como con las invitaciones, los hay de todo tipo y condición, pero casi siempre son irremediablemente feos, molestos e imposible de guardar en toda la noche. Además, encima hay distintos tipos (dos) según el sexo de la víctima, perdón, invitado. Amigos, no es kitch, sino simplemente basura.
- Trajes. Está claro que un buen traje cuesta dinero, y es absurdo gastarse sueldo y medio en una prenda de vestir que sólo te vas a poner, a lo sumo, tres o cuatro veces al año (este razonamiento, sin embargo, no detiene a las mujeres, y mucho menos a los novios, que sólo llevarán sus "uniformes" puestos en torno a seis horas), por lo que lo lógico es aprovechar la época de rebajas o los saldos de las tiendas que van a cerrar para adquirir un disfraz de invitado y después olvidarlo en el fondo del armario hasta la próxima. Sea por lo que sea, conozco a muy pocos a los que les siente bien un traje, quizá el novio -que para eso se lo hace a medida- y poco más. En el caso de los hombres, parecemos tipos disfrazados de vendedores de Tecnocasa con el traje de nuestro hermano pequeño. En cuanto a ellas, siento decirlo así, pero la inmensa mayoría parecen haberse escapado de un cotillón de Nochevieja, cuando no directamente zorrupias salidas del Fenix a las diez de la mañana (lo que puede que acabe ocurriendo al acabar la jornada).
- Gambas. Qué tendrá este manjar, para sólo comerse en grandes festividades y eventos, como la Navidad y las bodas. Si no hay boda sin convite, no hay convite sin gambas, sin langostinos... A algunos les basta y sobra, pues comen como si fuera necesario extinguir lo más rápidamente posible el marisco, no vayan a desarrollar inteligencia y decidan emprenderla con la especie humana. También hay expertos en progromos de cordero. No hay que olvidarse de las toallitas perfumadas de limón que siempre acompañan a las fuentes de crustáceos, que sirven, además de para lo obvio, para la elaboración -estoy seguro de ello- de los sorbetes de limón, un aguachirle presuntamente digestivo en diversas fases de licuación, que se sirve a mitad de partido.

En fin, cásense como les dé la gana, pero tengan cerca el número de un buen abogado y a mí no me metan por medio, que no tengo culpa.

viernes, 17 de abril de 2009

El equipo A del espacio

No me gusta poner vídeos en el bloj, pero no tengo más remedio que calzaros este que es una obra maestra, ya que aúna dos de mis series favoritas de todos los tiempos. A disfrutarlo!



martes, 14 de abril de 2009

De cafés y cervezas

Me cuentan los amigos de viven en otras latitudes que por aquellos lares no se estila lo de quedar a tomar café. Se queda a las cañas, de vinos, pero no a echar un café a media tarde, pero me resisto a creer que esta sana tradición de cortao y tertulia sea algo propio de los albaceteños, y más bien culpo a mis amigos de no saber muy bien con quién se juntan... De lo que sí puedo dar fe es de haber recibido miradas extrañas -pero aquí y en otras ciudades- cuando después de un café pido una cerveza, como si con ello perturbase el orden natural del universo o estuviese violando alguna clase de mandato divino.
Pero no es así, independientemente de la cantidad o el orden de la ingesta, el café y la cerveza forman un binomio elemental en la dieta de cualquier persona de bien (así como la panceta y el gorrino en general); de hecho, basta un simple paseo por nuestras calles para comprobar que en Albacete no existe diferenciación entre bares y cafeterías, y surge aquí la figura hostelera por antonomasia que es el café-bar, donde lo mismo puedes desayunas un café con leche y una tostada de tomate, almorzar un bocadillo de lomo con tomate y mayonesa acompañado por una cuarta de tinto con casera, cenar una sepia a la plancha o ver un partido de fútbol rodeado de cubatas. Cualquier otro establecimiento es elitista, snob y está condenado al fracaso.
El café-bar tiene todo lo que el ciudadano medio necesita y todo lo que sueña, un paraíso en la tierra, de ahí que le guste entrar y le cueste tanto irse. El problema radica cuando el empresario, consciente de la acérrima fidelidad de la feligresía, se aprovecha de ello para ganar dinero impunemente a costa de nuestra salud y nuestro paladar. El dueño del bar no entiende nuestra devoción, nuestros sentimientos cuando, cual Quasimodo, entramos en su local pidiendo asilo y una caña, y por ello nos sangra donde más nos duele: en el café y en la cerveza.
Qué decir de ese oro negro que nos sirven en tazas cada vez más pequeñas a precios cada vez más altos... El café, por definición, es un artículo barato, cuyo beneficio para el hostelero es brutal, por ello, ya que nos lo cobra a precio de coltán, qué menos que exigir que por lo menos esté bueno. Ni por esas, el café albaceteño parece elaborado a partir de unas cuantas cagadas de mosca, agua y algo que nos dicen que es leche y que ahora se ha puesto de moda convertirla en espuma, supongo que por echar menos y para enmascarar el deleznable sabor de este brebaje salido del infierno. Un cortao, un euro (con suerte). Pero señores, qué cortao. La calidad de los cafeses albaceteños es peor que la del agua del grifo (quizá ahí radique el secreto de su éxitor). Ni aun recurriendo a las sólo-cafeterías de esas con una carta de cafés tan larga como mi pierna buena, no hay manera. Pagas 3,50 por un exprés Blue Jamaica y el dedal que te ponen sabe igual que el café con leche de la máquina del trabajo... Ah, las máquinas... Tengo memorables recuerdos diarreicos de la máquina de la Facultad de Magisterio, donde cualquier cosa que no fuera un con leche te provocaba una instantánea vista al váter, probablemente el más sucio del todo el campus, donde por poco no acababas vomitando a la par que evacuando los intestinos en la misma postura que Casillas ante un penalti. La de la Uned era simplemente una abominación salida del infierno. Supongo que debe tratarse de un oscuro plan de los Iluminati para fomentar el absentismo educativo por la vía digestiva.
Cuando viajo me arriesgo siempre a pedir un café, sólo para comparar, y hasta hace bien poco, en Madrid, los cafés estaban muy buenos. En Valencia no andan desencaminados, aunque ya surgen los locales dedicados en exclusiva a hacerte un lavado estomacal; en Ciudad Real o Cuenca por lo general tienen la calidad que gozábamos aquí hace quince años; en Granada va por barrios, Barcelona es muy cara, pero el café sabe a café, aunque lo mates con leche, y así, por todo el país. Pero en ninguna parte es tan vomitivo como aquí. Lo digo en serio, pareciera que una mano negra se cagara en nuestras cafeteras.
Luego está el segundo producto estrella más barato del local, la cerveza. A ésta cuesta más adulterarla, pero todos sabemos que es posible, y si no lo saben es que no se han pedido unos litros en la Feria. A nuestra bienamada rubia nos la trajinan por el precio. Es curioso que el segundo elemento con más agua en su composición después del café cueste diez o veinte céntimos menos que una cocacola o que una botella de agua. Todavía recuerdo cuando la mahou valía veinte duros... Después llegó el euro, el redondeo, y ahora tenemos la CAÑA a 1,20 (con mucha suerte) y el tercio, fuera del café-bar, más caro que una mortaja. Al menos que estemos en el apocalíptico mundo de El guerrero del amanecer, no tienen sentidos estos precios. Soy de los que prefiere tercio a caña (los quintos, extraño nombre para algo que en realidad contiene -generalmente- un cuarto de litro, ni los contemplo, son cervezas de juguete), y esto es porque, salvo honrosas excepciones, en esta ciudad no saben ni tirar cañas en condiciones. Tirar una caña (o una pinta, donde las haya, es lo mismo) debe exigir una habilidad y concentración mental que sólo debe de obtenerse tras años de entrenamiento con el señor Miyagi o algo así. Y ya de tapas ni hablamos.
Pero el caso es que, a pesar de todo lo mencionado, reincidiremos y volveremos a caer en la tentación... porque ¿qué sería de nosotros si no?

viernes, 3 de abril de 2009

No hay enemigo pequeño (no lo hay, no)

Noticias (que no patatas) traigo, y es que me he montado otro bloj para colgar semanalmente una especie de artículos de opinión, escritos ex profeso para ello. Dos retos a batir: el primero, conseguir mantener la periodicidad semanal durante al menos un año; el segundo, atraer lectores. Así que ya saben, sigan el siguiente enlace -no hay enemigo pequeño- y lean, lean mis paridas. Veremos qué sale de todo esto.

jueves, 2 de abril de 2009

Jungla de Asfalto

Desde que no me quedó más remedio que dejar la bicicleta y hacerme conductor he descubierto nuevos enemigos en las calles de la ciudad. Para empezar, están los baches que parecen multiplicarse como gremlins en un túnel de lavado. Los hay de dos tipos, cóncavos y convexos. De los primeros tenemos la zanja abierta en mitad de la vía, la tapa de alcantarilla que se hunde en el asfalto, el agujero misterioso obra quizá del Hombre Topo que habita el subsuelo albaceteño, jurando venganza eterna contra sus vecinos de arriba... Todos ellos amenazan con tragarte y enviarte al país de los morlocks con coche y todo, aunque lo normal es que las ruedas den un trastazo y te salte el cedé de la Creedence (en el coche siempre hay que llevar a la Creedence, lo dice John McClean). De las que sobresalen, mis favoritas son las zanjas cubiertas con chapas deformes que restallan cual campana del infierno en cuanto las pisas, para gran regocijo de los vecinos a los que les toca en suerte. Obstáculos que con la bicicleta podías evitar con facilitad, a bordo de un automóvil se convierten en trampas mortales ideadas con malicia por el lobby de los amortiguadores. El ayuntamiento se convierte aquí, una de dos, o en víctima de los tejemanejes de esta corporación en la sombra -que ríase usted de los Illuminati-, que contempla con estupor e impotencia cómo las sucesivas y carísimas “operaciones asfalto” son arruinadas por las manos invisibles de estos terroristas viarios; pues eso, que o víctima o cómplice, que pone el cazo y mira a otro lado. O quizá (no, no quiero ni pensarlo), sea el mismo consistorio el que hace los agujeros y los resaltes quién sabe con qué maléfica intención, pues ya les digo que si la cosa de convertir las calles en un bancal a medio arar es por ahorrarse unas bandas sonoras, podían al menos señalizarlos, o ya puestos, arrojar troncos, crear fosos con arenas movedizas, serpientes o lava ardiente y así convertir el trayecto de camino al trabajo en una aventura digna de Indiana Jones. Es lo que falta para convertir esta capital en un verdadero parque temático.
Pero, sin duda, el obstáculo estrella de Albacete son los vehículos aparcados en doble fila. Cualquier vehículo, desde taxis hasta gigantescos camiones de mudanza, hasta carritos de bebé he visto yo en mitad del carril. ¿Qué lleva a una persona a estacionar de cualquier manera, sin ningún respeto por el prójimo, ocupando parte de la carretera por la que tú tienes que pasar? (¡Yipi ka-yei, hijoputa!, que volvería a decir McClean). Desde los que bajan “un momento” para ir al cajero -y no son de los rápidos, sino de los que primero miran el saldo, se estudian en ticket para ver si se han cobrado la luz y luego sacan 20 euros-, hasta los que van a cargar/descargar a la abuela -que por aquello de la edad se le han convertido las articulaciones en madera-, o la compra -seiscientas bolsas del Carrefour y una estantería de aglomerado-. Luego están los que hablan por el móvil y, por aquello de respetar la norma, tiene cojones, detienen el coche para atender la llamada, o los que sacan la pda o la blackberry y se ponen a revisar su correo o a comprobar online si se han cobrado la luz. El grupo estrella, aquellos que merecen ser untados en miel y enterrados hasta el cuello junto a un hormiguero de hormigas de fuego rojas (Solenopsis invicta), lo forman quienes directamente estacionan y se van al bar. Algún cachondo de estos hasta pone las luces de emergencia, y es que todo el mundo sabe que la caña y el carajillo son más esenciales para la vida que el oxígeno. Y ahí nos quedamos los demás, parados en la puta rúa, tirando de intermitentes, a la espera de que el esclerótico tráfico nos abra un hueco para meternos de cabeza en él, cual metáfora de nuestra vida sexual, mientras el fritilla del Seat León que llevamos detrás nos toca el claxon como un endemoniado. La solución, lo tengo claro, no pasa por exigirles a los albaceteños más civismo y responsabilidad al volante -no pidamos utopías-, sino un Turbo Boost.



Cuentecico: Pasarse de listo

Diferencias térmicas en mis muñecas. El frío de las esposas contra la quemazón que éstas producían en mi piel. Demasiado apretadas a propósito. El policía evitaba mirarme a los ojos desde el otro lado de la mesa. Buscaba las palabras apropiadas para empezar, pero se le resistían. Otro tipo, de uniforme, aguardaba, indiferente, en pie junto a la puerta. Decidí empezar yo y le dije que sí, que lo había hecho. Yo había enviado las cartas. Si habían dado conmigo a pesar de mis precauciones era inútil negarlo. A decir verdad, no creí que llegaran a hacerlo, me había convencido de que era más listo que ellos y había resultado que no. Esto era lo que más me fastidiaba, lo que realmente me había jodido el día. El poli abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla y a centrarse en sus informes. Tocaba confesar, a explicarles cómo lo hacía, cómo sacaba la pólvora de los cartuchos, mi diseño del temporizador -versión propia y mejorada de un modelo que saqué de internet-, mi estratagema con los matasellos... pero callé aunque no tenía sentido hacerlo. Ellos ya debían saberlo todo y yo había perdido, si querían llevar la iniciativa y prolongar lo inevitable estaban en su derecho. El policía pronunció entonces las sílabas de mi apellido de una en una, con una voz sobrecogedora. “No está aquí sólo por lo de las cartas”, dijo a continuación, con un tono extraño, y ahí sí que me dejó helado. Quise bromear, hice un mal chiste sobre multas de tráfico o así, pero no conseguí la inflexión calmada que pretendía. El agente de la puerta modificó un ápice su postura para redistribuir su peso sobre los pies. O quizá se sentía incómodo ante la fotografía que su colega extrajo de entre los papeles y que yo todavía no podía ver. La giró. Era mi mujer. “Se trata de su mujer”, redundó el policía. Un primer plano. Despeinada, sin maquillaje, pálida en las partes de la cara que no estaban amoratadas o cubiertas de sangre, que no eran muchas. Aún podía ver la burla en sus ojos vidriosos. De pronto lo comprendí todo. Estaba allí por haberla matado. No por las cartas. No tenían ni idea del asunto ni aún después de mencionarlo. Sonreí, no pude evitarlo. Al final sí que había sido más listo que ellos.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...