lunes, 20 de abril de 2009

Cásate y verás...


Comienza la temporada de bodas, ese momento especial para los suegros que ven cómo sus retoños dejan de vivir amancebaos para juntarse por lo legal. Porque, no se llamen a engaño, lo importante de un matrimonio no son los sentimientos que se profesen los cónyuges, sino que estén vinculados mutuamente por un papel. Y escribo vincular por no poner atar. A lo largo de los últimos años he podido ver y vivir las bodas de varios de mis parientes y amigos, todos en la treintena, y cuando les he preguntado qué les ha llevado al altar, en algunos casos después de estar viviendo juntos una decena de años, las dos respuestas más habituales y casi siempre ofrecidas al alimón son que “ya tocaba” y “por mis padres”. Dos extraños imperativos. ¿Pero esto no se hace por gusto? Ya sé que para la inmensa mayoría casarse tampoco es el martirio chino de la gota de agua, pero resulta curioso que, personas que no creen en dios, se vean forzadas por una fuerza superior a contraer matrimonio. ¿Se trata del Tiempo? No creo en eso del reloj biológico, no al menos que éste empuje a las parejas hacia las arras y la bendición. Una cosa es que te salgan granos en la pubertad, que el cabello se te llene de canas (o se pierda por el camino), o que tengas ganas de arrejuntarte con otra persona por aquello de la cópula y compartir gastos, pero no creo eso que tenga nada que ver con una boda, que no deja de ser la institucionalización de un hecho, insisto, por lo legal. Porque aquí lo que prima es el papel, el carné de casado, como si los no casados (ojo, no los solteros, que son una especie aparte) fuéramos unos sin papeles, ciudadanos de segunda clase.
¿Es realmente así? ¿Los casados copan el escalafón social? ¿Y los separados, o divorciados, qué? No lo entiendo. Si tu hijo nace sin que estés casado, ¿el crío no puede ir al colegio?, ¿pierdes beneficios fiscales, te quitan vacaciones en el trabajo, no puedes optar a una VPO (creo que no)?, o si, como he oído alguna vez, te mueres, tu (no legalmente) viuda ¿no cobra nada? Si es así, esta sociedad es una locura.
Pero a lo que vamos, las bodas y su tipología. Tenemos de ordinario dos tipos: por la iglesia y por el ayuntamiento. La primera debería estar reservada única y exclusivamente a católicos practicantes. En serio, los católicos deben casarse por la iglesia, y reproducirse cuanto antes, como está mandado en piedra, pero a quienes no profesan esta fe, los que no van a misa nada más que cuando muere alguien o a las bodas de los demás, no debían ni dejarles traspasar el umbral del templo. Estos ya tienen su propia imitación civil, así que seamos coherentes.
Casarse por la iglesia para contentar a ciertos parientes, o porque parece aún más legal es una estupidez. El divorcio existe, señores, desde 1981 y ahora hasta se puede hacer por internet (en España hay un divorcio cada 3,7 minutos, según un estudio). Nada es eterno, y menos que nada un matrimonio. De este tipo de boda, lo que más me llama la atención es cómo el sacerdote mete en su homilía, supuestamente dedicada a la exaltación del amor y la procreación, sus propias morcillas sobre el matrimonio homosexual o el aborto.
Las bodas en el ayuntamiento son una copia laica, en ocasiones demasiado fiel al original católico, en otras excesivamente peliculeras, sólo que aquí habla un concejal en vez de un cura y los novios, ya digo, a veces pierden el norte y convierten una sencilla ceremonia de quince minutos en una interminable sucesión de votos absurdos, cantos del cuarteto afónico de los primos, discursos infames y cosas así.
Pero una vez rubricado y por duplicado el contrato, perdón, el matrimonio, todo es lo mismo. Traca insoportable a cargo del tonto del grupo, fotos, fotos, fotos y el convite. Porque puedes casarte sin novia, pero no sin convite. Trescientos invitados de media encerrados en un recinto donde se come y se bebe sin hartura ni vergüenza, entre efluvios etílicos, voces garrulas y cantidades industriales de comida intragable, ya sea porque estás hasta los ojos de entrantes o porque el cocinero estaba ese día de baja y han puesto a dirigir los fogones al tipo de la limpieza.
No quiero profundizar en este tema porque daría para un libro tamaño Stephen King; prefiero centrarme brevemente, en cambio, de entre el millón de cosas reseñables de una boda, en cuatro elementos básicos y fundamentales: las invitaciones, los regalicos, el vestuario de los invitados y las gambas.
- Invitaciones. No puedo ni imaginar cómo deben estar las imprentas ahora que cualquiera con un ordenador, photoshop, un par de tutoriales y una impresora a color se hace su propia invitación de boda. Éstas abarcan todo el espectro del gusto, desde las que son verdaderos alardes de originalidad y creatividad, a las peores aberraciones ideadas por un adorador de Yog Sothoth con fiebre y diarrea. Eso si no te mandan un mensaje al móvil o al email.
- Regalicos. O mariconadillas envueltas en celofán. Es lo que te dan los novios como recuerdo inolvidable de tu asistencia a su boda, como si fueras a olvidar el día en que te pusiste corbata y zapatos -para acabar vomitándote en ellos en el Portón-, y te sacaron ciento y pico de euros by the face. Como con las invitaciones, los hay de todo tipo y condición, pero casi siempre son irremediablemente feos, molestos e imposible de guardar en toda la noche. Además, encima hay distintos tipos (dos) según el sexo de la víctima, perdón, invitado. Amigos, no es kitch, sino simplemente basura.
- Trajes. Está claro que un buen traje cuesta dinero, y es absurdo gastarse sueldo y medio en una prenda de vestir que sólo te vas a poner, a lo sumo, tres o cuatro veces al año (este razonamiento, sin embargo, no detiene a las mujeres, y mucho menos a los novios, que sólo llevarán sus "uniformes" puestos en torno a seis horas), por lo que lo lógico es aprovechar la época de rebajas o los saldos de las tiendas que van a cerrar para adquirir un disfraz de invitado y después olvidarlo en el fondo del armario hasta la próxima. Sea por lo que sea, conozco a muy pocos a los que les siente bien un traje, quizá el novio -que para eso se lo hace a medida- y poco más. En el caso de los hombres, parecemos tipos disfrazados de vendedores de Tecnocasa con el traje de nuestro hermano pequeño. En cuanto a ellas, siento decirlo así, pero la inmensa mayoría parecen haberse escapado de un cotillón de Nochevieja, cuando no directamente zorrupias salidas del Fenix a las diez de la mañana (lo que puede que acabe ocurriendo al acabar la jornada).
- Gambas. Qué tendrá este manjar, para sólo comerse en grandes festividades y eventos, como la Navidad y las bodas. Si no hay boda sin convite, no hay convite sin gambas, sin langostinos... A algunos les basta y sobra, pues comen como si fuera necesario extinguir lo más rápidamente posible el marisco, no vayan a desarrollar inteligencia y decidan emprenderla con la especie humana. También hay expertos en progromos de cordero. No hay que olvidarse de las toallitas perfumadas de limón que siempre acompañan a las fuentes de crustáceos, que sirven, además de para lo obvio, para la elaboración -estoy seguro de ello- de los sorbetes de limón, un aguachirle presuntamente digestivo en diversas fases de licuación, que se sirve a mitad de partido.

En fin, cásense como les dé la gana, pero tengan cerca el número de un buen abogado y a mí no me metan por medio, que no tengo culpa.

2 comentarios:

  1. "Cuarteto afónico de los primos"
    Genial.
    Por cierto que tengo yo unas fotos tuyas bailando en un bodorrio que convendría subir a algún blog...

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  2. Cuánta verdad junta. Este post debería ser de publicación obligatoria en el BOE

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