martes, 28 de abril de 2009

Con la música a otra parte

Cuando era crío y acompañaba a mi padre o a mi abuelo a los bares a tomar el aperitivo, recuerdo que en la tele del bar, el que la tenía, sólo ponían el telediario, los toros o el fútbol. El resto del tiempo del aparato estaba apagado. Lo más que podías oír entonces, era, tachán-tachán, la radio. Y no los cuarenta principales, sino la ser, radio nacional o la cope, o lo que es lo mismo, gente hablando. Repito para las nuevas generaciones: música no, noticias, terturlias, debates... Gente hablando. A un volumen tal que tú también podías hablar con quien tuvieras enfrente sin tener que alzar la voz. De hecho, había sitios donde la radio era la reina absoluta y la clientela hasta se callaba para escuchar las señales horarias, esos pitidos encantadores que determinaban si llevabas demasiado tiempo sentado con sólo un cortado y te hacían comprender las miradas hoscas del camarero, que sin embargo, y sólo en casos flagrantes, te llegaba a decir algo así como “si no vas a querer nada más, humo que chispea” (igual que en la tienda de los tebeos te repetían “esto no es una biblioteca”, ante una excesiva y prolongada ojeada a un ejemplar de Los Vengadores).
Después, en algún momento de mi adolescencia los bares y cafeterías se fueron convirtiendo en altavoces de las peores tonadillas de moda pasadas de decibelios, donde se hacía necesario rozar el grito marcialesco (Marciaaaaaaaaaaaaaaal!!!) para hacerse entender, hasta llegar a nuestros días, donde no hay sitio que no tenga puestos los 40 latinos o similar, con Marta Sánchez y el venezolano de los dientes blanco-nuclear, hiriendo nuestros tímpanos, por poner un ejemplo. Ignoro qué técnicas de márketing siguen los hosteleros para creer que a quienes acuden a un bar a almorzar, o a tomar unos cafeses, para hablar de sus cosas, les gusta tener de fondo semejante banda sonora a todo trapo -pero qué digo banda sonora, si en las películas cuando hablan baja el volumen-. Supongo que serán de la misma escuela que los que creen que poniendo bakalao en las tiendas de ropa o en los supermercados la gente se abalanzará a comprar y a pagar lo más rápido posible (para escapar de allí). Pues señores, puede que funcione en Berska, pero no en un bar porque en el bar no tengo prisa. Al bar voy a relajarme, tomarme unas cervezas y a hablar, tres cosas que no tienen nada que ver con adquirir ropa o con esperar a que tu chica salga del probador con las 300 prendas que ha cogido previamente.
El bar es un templo, una iglesia, y como tal debe estar en silencio, aunque, sí, éste puede ocasionalmente romperse ante una celebración; de hecho, los partidos de fútbol, según el símil religioso, equivaldrían a una boda o una comunión, de hecho hay bodas (ya lo dije en el anterior post) que duran más que una final con prórroga y penantis, pero esto no viene al caso y además, respecto al balompié, añadir que quien ve los partidos en el bar, suele estar oyendo el Carrusel por la radio, con lo que es innecesario atronar el local con las absurdeces de los comentaristas.
El cafe-bar es más que un comercio, es una sede social, un centro de reunión, un lugar donde se bebe y se habla, a veces demasiado de las dos cosas. Si el truco que ha ideado el dueño del local es ponerme el canal Sol Música a toda pastilla para que me tome el cortao de un trago y le deje la mesa libre a otro cliente, es que, salvo que tenga un macdonald’s, no entiende su propio negocio. Insisto en esta idea, un café-bar no es un pub ni una discoteca, donde sí puede tener sentido la música y donde uno acude después/en lugar de un bar. Si tienes mesas, sillas y magra con tomate, no eres un pub, así que baja la televisión, porque, en todo caso, lo único interesante de la marea descontrolada de videoclips que nos vomita la pantalla extraplana son las zamarras que bailan con un mínimo de ropa, y a éstas nos basta con verlas y, en todo caso, comentarlas. Así que ya lo saben todos esos camareros de humilde bigotillo que pretender echarme del local con su música vomitiva televisada, algunos ya hemos desarrollado el casi superpoder de convertir la bazofia musical televisada en mero ruido de fondo, y podemos hacernos entender a gritos si es necesario, pero ¿por qué llegar a esto? Lo mejor sería cesar en su estéril estrategia, pulsar el mute del mando y poner otra ronda. Todos seremos más felices.


PD: Ejemplo práctico:

¿De veras necesitas oír la canción?

1 comentario:

  1. No sabía que tenías este otro blog, zamarro.
    Pues nada, bueno es saberlo.
    Ya sabes que opino lo mismo que tu respecto a este tema, pero me temo que es una batalla perdida. Total, otra más...
    Habrá que ir mirando lo de echar los cafetos en bares de sordomudos.
    O habrá que crear un listado de bares soportables. ¿No hay en internet un listado (ordenado por ciudades, incluso) de bares con wi-fi gratuito? Pues eso.

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