domingo, 31 de julio de 2011

Diccionario (Sesenta mil satanases,73)

En los lejanos tiempos del televisor con dos canales, una casa cualquiera solía tener dos clases de libros: los intocables, como las enciclopedias que les endilgaban a nuestros padres en cómodos e interminables plazos, ese Quijote ilustrado por Doré, o la Biblia; y los de leer. Los primeros eran de adorno, hacían bonito, encuadernados en imitación piel, con sus letras en pan de oro, homogéneos, juntos como siameses, encajados en el faraónico mueble del salón. Un lujoso telón de fondo para las horrendas figuritas de porcelana, los recuerdos de comuniones y las fotografías más o menos conseguidas de parientes lejanos, o de nuestros progenitores, en tiempos pretéritos, cuando sonreían, ajenos a lo que se les venía encima.
Las enciclopedias, enormes, pesadas, ya fueran del Arte, de Historia, de Castillos de España o la de los Jóvenes Castores, estaban vedadas a las siempre grasientas y peligrosas manos infantiles, por lo que pocos pudieron aventurarse en ellas, al menos, hasta mediados los cursos altos de Primaria o el Bachillerato, cuando se recurría a sus páginas para hacer los trabajos de clase.  Estamos hablando de la no tan lejana era preinternet, pequeñuelos.
Al otro extremo estaban las novelas de a duro, las del oeste, de terror, del espacio, que podían pulular por el hogar gracias a un abuelo, un tío o un hermano mayor enrollado, desgastadas de tanto cambiarlas, pero que tampoco acostumbraban a caer en poder de los infantes por su “dudoso” contenido. Estas, al contrario que las anteriores, se guardaban en un cajón o una caja vieja de zapatos, como si se tratase de pornografía –que haberla, la había también, pero hoy no es el tema-.
No escondidas, pero sí relegadas a lejas más apartadas de la vista, estaban, por lo general, las ediciones en rústica de las novelas que sí se habían leído nuestros padres (o eso decían ellos); la temática variaba en función de cada familia, pero he visto repetidamente títulos como Nada, de Carmen Laforet o Tuareg de Vázquez Figueroa, autores como Cela o Martín Vigil, y tampoco era de extrañar tropezarse, en los más altos estantes, con cosas picantonas como decamerones, manuales del sexo y el amor, y de preparación al parto (que también contenían fotos de tetas y de lo que no son tetas).
En esa biblioteca casera convivían, asimismo, los libros del Círculo de Lectores, que eran un híbrido entre el ornato y el legible, o lo que es lo mismo, se leían si acaso una vez y punto, a hacer bonito en la leja.
Los libros para críos –sin entrar en tebeos- se reducían a las obras de Enyd Blayton, más de setecientas, los clásicos ilustrados, y los clásicos sin ilustrar, pero igualmente resumidos, y poco más, que se apilaban en el dormitorio del vástago.
Y por encima de todos ellos, el más útil, divertido y necesario, era el diccionario.
Al menos, para mí, claro.
No recuerdo que en mi casa hubiera uno hasta que me lo compraron a mí. Algún maestro de mente preclara declaró, allá en tercero de EGB o por ahí, que además de los libros de texto, debíamos traer un diccionario a clase.  El elegido por todos, el más barato, fue un Iter Sopena (cuadradico, blanco, con banderas de los países en la portada, “ilustrado de la lengua española”). Su encuadernación era una ful, y con el uso acababa hecho una baraja. No era raro perder varias páginas y encontrarte con que te faltaba desde ratón a romo, por ejemplo. Pero estaba cargado de ilustraciones alucinantes para un crío, desde ranas desventradas, a esqueletos, coches, armas, el sistema solar… Y lleno de palabras, mágicas, desconocidas, curiosas, intrigantes, sorprendentes...
Luego tuve un Aristos (más grande, tapa dura, gris, cosido pero igualmente frágil), que todavía conservo y consulto, con los mismos o parecidos dibujos, y además con excepcionales apéndices cargados de extravagante información, como las conjugaciones de los verbos, un glosario en latín, equivalencias entre el sistema métrico y el anglosajón... Toda una enciclopedia para mí solo, que podía manosear, leer al azar, o lo que me diese en gana. Y aunque nunca entendí por qué los insultos y los tacos, acaso las palabras más usadas por los hablantes, no existían entre sus páginas, descubrí el significado -y la imagen- de aquellos vocablos desconocidos de los clásicos sin ilustrar ni resumir que iba consiguiendo al crecer.
Ahora, con un televisor con TDT y más canales de los que necesito, por casa tengo un VOX, el María Moliner, el de la RAE, varias enciclopedias en cedés, la Wikipedia entera a mi disposición, y ninguno de ellos ha logrado darme tantas horas de satisfacción como el difunto Sopena y el maltrecho Aristos. Por eso, de vez en cuando me doy una vuelta por sus definiciones y sus dibujos, y me sonrío cuando busco aquello del cabritillo que mama y lo de soplar con fuelle.

El Pueblo de Albacete, 31 de julio de 2011

jueves, 28 de julio de 2011

Serrano en escarlata

Confirmado, el paquete con los ejemplares de La saga de la ciudad oscura ya está en la librería Estudio en Escarlata. Tienen desde el pack único y exclusivo de los cuatro tomos hasta ejemplares del II, III y IV a precios risibles. Nada mejor que un poco de pulp albaceteño para leer en la playa.
Aunque siempre es un placer pasarse por allí, ahora tienen un motivo más para hacerlo. Aprovechen porque no va haber más...
Desde aquí quiero pedir disculpas por la tardanza a todos aquellos que se habían interesado por los libros, y sobre todo a Juan Escarlata, por las molestias que el postergado retraso del envío pueda haberle ocasionado.
La lista con los libricos y sus precios la tienen aquí: http://www.estudioenescarlata.com//listalibros.php
Sí, ya sé que dije que no iba a publicar nada más aquí, pero hasta que logre mudarme de blog, pues tendré que aguantarme...
Por cierto, aprovecho para recomendarles, si no los tienen ya, los libros de mi vecino Alberto López Aroca, Candy City y Sherlock Holmes y los zombis de Camford, también disponibles en Escarlata y también muy apropiadas para esas noches veraniegas en las que cuesta dormir. Eso sí, ya advierto que no te quitarán el insomnio, más bien al contrario...

domingo, 24 de julio de 2011

Bastardos y cabrones (Sesenta mil satanases, 72)


Siempre me ha llamado la atención que, tradicionalmente, se haya venido traduciendo en España el insulto norteamericano "bastard" por "cabrón". Sospecho que la equivalencia viene dada por razones algo prosaicas -dado que ambas son palabras bisílabas cuadran mejor en el doblaje de las películas-, porque, etimológicamente, son dos conceptos muy distintos.
Bastardo es el hijo de padres no casados -porque no pueden o quieren casarse-, hijo ilegítimo, natural que se decía antes, por lo que pudiera pensarse que, empleado para insultar, su equivalente español estaría más cerca del hijo de puta, puesto que cabrón, en origen, era quien además de cornudo, era apaleao, el que es engañado por su mujer y encima consiente.
Son dos afrentas distintas al honor. Al bastardo se le echa en cara ser un hijo ilegítimo, concebido y nacido fuera de la institución matrimonial, con lo que se menta por extensión a los progenitores. Y aunque se infiera así que la madre era un poco ligerica de bragas, una frescales que no consiguió cazar marido, el insulto se focaliza en el origen del aludido, en la deshonra de, sin tener culpa, no ser reconocido, no tener apellido, ni clan ni casta.  Como un perro callejero. En una nación traumatizada por sus escasos tres siglos de historia, que busca y usurpa referentes históricos remotos del pasado de sus colonos -y el ejemplo lo tienen en la obsesión cinematográfica por Roma-, ser un don nadie es un estigma demasiado doloroso e hiriente, peor aún que ser un motherfucker.
El cabrón español es aún más grave, puesto que además de sugerir que la esposa le es infiel, el sujeto, además, consiente. Por lo tanto, la ignominia atañe directamente a la escasez de valor torero del varón, un golpe bajo y mortal al macho ibérico, un eufemismo para calificarte de impotente. El cabrón pues, en origen, no puede satisfacer los deseos sexuales de su mujer, y deja que lo haga otro. En este caso, la carga ofensiva se centraliza en el macho hispano, y hasta podría considerarse a la esposa insatisfecha como una víctima de la incapacidad eréctil del cónyuge, por lo que no es insulto machista. En un país como el nuestro, de donjuanes y latinlovers, donde prima la testosterona sobre el cerebro, donde enseguida se ponen las gónadas sobre la mesa para solventar discusiones, en resumen, donde impera el cojoncentrismo, es evidente que ser un cabrón en stricto sensu es una afrenta gravísima, peor que un hijoputa.
Por supuesto, con el tiempo, ambas palabras han perdido casi toda su fuerza ofensiva. Son palabrotas coloquiales, tacos desprovistos, casi en todos los contextos, de su capacidad para herir y denigrar, quizás porque el concepto del honor se ha diluido como el jabón en una bañera. Defender la virtud, propia, de nuestra madre o nuestra pareja, se antoja un concepto más medieval de lo que permiten los tiempos, y en cierto modo, es normal porque uno no puede ir por la calle retando a un duelo al primero que nos nombre a la madre. Se le replica en los mismos términos, si acaso se enfatiza con la visión de un dedo corazón bien extendido y sanseacabó.
También es posible que hayamos asumido “nuestros pecados” de mejor forma que nuestros abuelos. Cuando ves los informes que señalan que en EEUU que dos de cada cinco niños ya nacen de madre soltera (el 39,7% del total de nacimientos, a fecha de 2009), te hace replantearte que en unos años lo raro será ser hijo “legítimo” en un estado de bastardos. Por cierto que en España el índice rozaba, en ese mismo año, el 26%. De maridos coronados y consentidores no he encontrado estadísticas, salvo una que indica que una de cada diez mujeres españolas confiesa haber engañado a su marido (por cuatro de cada diez hombres a sus esposas).
La palabra honor viene del latín “honos, honoris”, que describe las cualidades (rectitud, decencia, dignidad, respeto…) que debían tener las personas que ejercen un cargo público. De ahí surgen las palabras honesto, honrado, honorable, etc., y también sus contrarias (deshonesto, deshonrado) cuando el político carecía de estas virtudes. En este último caso, creo que es lícito, además, evocarlo con el bastard inglés, el cabrón hispano, e incluso con palabras de más de dos sílabas de estas y otras lenguas.


El Pueblo de Albacete, 24 de abril de 2011

jueves, 21 de julio de 2011

Del precio de los libros y los regalos


Hoy me he comprado el segundo volumen de la trilogía La primera ley, de Joe Abercrombie, entitulado Antes de que los cuelguen. Eso sí, en edición bolsillesca, que son diez leuros de nada para el tochazo que es. Después de luchar y derrotar La estación de la calle Perdido, de China Mieville, ha sido un gustazo deleitarse con la prosa de Abercrombie, otro de los que le da sopas con honda a los tronos con hielo de Martin, por cierto. Pillarse esta saga por 30 pavos es todo un lujazo, y un acierto, y lo cierto es que si no me los he comprado todos a una es por culpa de mi mala experiencia con los Stark y su puta madre que creo que ya he contado por aquí.
Estaba yo tan contento con mi libro de Alianza de bolsillo de casi ochocientas páginas por 10 euros, pensando que me ha salido el negocio redondo. Bueno, bonito y sobre todo, barato. Tan barato, frente a los 24 y pico leuros de la edición en tapa dura, que hasta me parecía que en vez de gastar estaba ahorrando. Entonces cojo otro librete, para un regalo, y al retratarme ante la caja me sangran 28 euros.
¡Copón con las novedades!
Un rápido vistazo me confirma, otra vez, que las pilas irregulares de ediciones de No-Bolsillo son caras. Carísimas. Prohibitivas. Y el caso es que sólo se diferencian de las otras en unos cuantos centímetros más de alto y de ancho, joder, que ya ni se molestan en ponerles tapas "buenas", sobrecubiertas, o un papel mejor -y si te lo ponen, peor porque sube el precio diez o doce leuros más...-. Cómo coño puede pagarse la gente estos libros, pienso, y entonces miro la bolsa que llevo, y veo el ejemplar que amablemente me han envuelto.
Equilicuá. No lo hacen ellos, sino los demás. Los libros se han convertido en un artículo de lujo, como un reloj, un perfume, una joya, un objeto de regalo que hacemos a los demás... Y como no se puede ser rácano con un regalo, a aflojar la mosca.
En el trabajo leo cómo una señora, ante la pregunta de qué opina de las campañas de fomento de la lectura, confirma lo dicho, contesta que ella siempre regala libros a sus nietos para sus cumpleaños. No dice, y yo me lo pregunto, si les compra libros cuando es su no-cumpleaños. Me pregunto si cuando no es una fecha especial, la abuela les regala libros o tebeos a los chavales, si les da, un día cualquiera, mientras se dan una vuelta por ahí, unos libros sin envolver, sin la pegatina de "Felicidades".
O los lleva a la biblioteca, donde tienen miles de libros GRATIS para leer.
Siempre he pensado que las campañas de fomento de la lectura deben empezar en casa. Que haya lectura, del tipo que sea, que los críos vean leer a sus padres, y por supuesto, que les compren sus propios libros para que tengan su propia biblioteca. Y está bien que en Navidad, en su cumpleaños, o en el Día del Apaleamiento, se les regalen libros, pero no solo entonces. Porque entonces perpetuamos esa idea de que el libro es un artículo sibarítico, como una corbata de seda del día del padre del corteinglés o las gambas en Navidad, y justificamos que su precio sea desorbitado. Que sea absurdamente caro.
Y los editores y libreros deberían plantearse que es mejor ver al libro como un objeto cotidiano, y que comprar uno o dos debería ser tan común y cotidiano como echarse una caña, en lugar de ver colas el Día del Libro, el de los Enamorados y en vísperas de Reyes, y diferenciar entre los libros que hacen bonito en las estanterías, que ya se los compran en los anticuarios, de los que de verdad se leen y merece la pena regalar a un amigo, aunque no sea ni su santo, ni su cumpleaños, ni el aniversario de su primera operación de hernia discal.
Por un segundo, he estado a punto de devolver el libro del regalo y cambiarlo por la trilogía de Abercrombie, pero lo he dejado correr. Se la regalaré otro día, cuando menos se lo espere.

martes, 19 de julio de 2011

Si no está en la biblia, está en google

No quisiera adentrarme mucho en fangos religiosos, pero me ha sorprendido comprobar cómo los cristianos del mundo consultan algunas de sus dudas existenciales por internet, así como las dudas en sí. La preocupación más evidente y repetida es saber si pueden ser poseídos por demonios, pero hay muchas más, casi siempre aparecen en foros encabezadas por la frase "¿Puede un cristiano...
-ser poseído por un demonio?
-perder la salvación?
-ser músico de música normal?
-ser comunista?
-casarse con un incrédulo?
-consumir alcohol/vino?
-participar en una lotería?
-sufrir depresión?
-usar piercing?
-ser militar?
-jugar al Magic?
-ser ecologista?
-celebrar cumpleaños?
-tatuarse?
-usar redes sociales?
-ser policía?
-hacer ejercicio?
Las cursivas son mías y sí, todas son reales.
Desde aquí les invito a que compartan sus conocimientos teológicos con esta buena gente que necesita un poco de luz en su vida (sobre todo el tipo de los cumpleaños).

domingo, 17 de julio de 2011

Bichos (Sesenta mil satanases, 71)

Teman, amigos, a los bichos. Teman a los invertebrados que nos rodean por todas partes, en tamaños desde lo microscópico del ácaro a lo tremebundo de algunos tábanos. Son tan alienígenas a nuestros ojos que es imposible sentir empatía por ellos. A fin de cuentas, un perro, un burro, hasta un pájaro o un pez tienen órganos, miembros, actitudes que podemos reconocer. Pero un insecto…

Vistos de cerca, hasta la más bella mariposa causa desconcierto, cuando no repulsión. Cuerpos peludos, quitinosos, espinosos, anillados, rellenos de ocres líquidos viscosos, cargados de patas, alas, antenas, mandíbulas, ojos compuestos, aguijones. No hablan, no cantan, sólo hacen ruidos molestos. Mutan, se metaformosean en otra cosa. Seres que aparecen en casa sin ser invitados, como un primo segundo en Feria, que se regodean en nuestra inmundicia, en nuestros restos y despojos, y nos sacan por ello los colores, como ese mismo primo.

En el día a día apenas reparamos en su presencia, en su constante pulular a nuestro alrededor, y los dejamos ir porque, aunque nos superen en número -¿por qué habrá tantismos?-, nosotros lo hacemos con creces en volumen. A ojos de una mosca somos dioses, titanes que hollamos la tierra y el aire, mientras ella vuela en círculos sobre nosotros como un ejército de comanches. Para las hormigas debemos ser tan inescrutables, poderosos y crueles como el Jehova del Antiguo Testamento. Basta un movimiento del pie para provocar un holocausto en la boca de un hormiguero.

Sin embargo, cuando somos niños, cuando estamos más cerca del suelo y comprendemos lo que se siente al vivir casi ignorados en un mundo hecho por y para gigantes, es cuando más sintonía tenemos con los bichos, y más miedo nos dan. No es sino el miedo lo que nos saca el lado malo, la crueldad infantil, y nos empuja a atacar primero, a arrancarle las alas a las moscas y las antenas a las hormigas. Ahí devolvemos todo el horror de los mosquitos nocturnos que silban en nuestros oídos por la noche, la araña que recorre nuestro cuarto, el temible paso del cortachuchas, y la siempre odiaba avispa, que monta guardia en las fuentes y en los bordes de las piscinas cuando más necesidad de agua tenemos.

Cuando ruge la marabunta jugaba con esos sentimientos, con esas hormigas carnívoras que lo devoran todo, hasta la historia de amor, y le recorren a uno el cuerpo mientras ve la película. Porque Hollywood siempre ha sido muy sensible a las fobias humanas. De hecho, los americanos tienen tanto miedo a las plagas de abejas asesinas que hasta han dado en generar un subgénero propio dentro del cine catastrofista, con títulos donde destaca la palabra Killer (Killer Bees, Killer Buzz, Killer Swarm…). Pero sin duda, son las cintas de ciencia-ficción, de serie B, las que mejor han captado nuestra verdadera visión de los bichos, y es que cuando los insectos crecen, nos matan y nos comen. Da igual la imposibilidad física de la premisa de una araña gigante, o de un saltamontes del espacio, el bicho monstruoso se sostiene a sí mismo, se mueve y nos ataca. El aplastado se torna aplastador. Nos mira, ahora que puede, de igual a igual en altura, desafiante. Y el miedo nos paraliza, o nos hace gritar hasta enronquecer. Si una oruga per se es repugnante, qué no será una tan grande como un autobús. O una cucaracha americana, que además vuela y resistiría –decían- un holocausto nuclear. En La humanidad en peligro eran hormigas radioactivas gigantes las que atacaban a las personas, con saña, con frialdad, como armas perfectas cual terminators –o más bien más humanas que los humanos-, en su avance implacable. Quién es el dios ahora, parece decir la que atraviesa con su mandíbula a uno de los soldados…

Porque sólo faltaría descubrir que podemos comunicarnos con los bichos, como plantea Bernard Werber en su novela titulada, claro, Las hormigas. Nunca soportaríamos los reproches de estas especies, jamás podríamos atender sus demandas, sus derechos, sus reivindicaciones y, sobre todo, compensarles por siglos de daños causados. Ni siquiera podríamos existir con ese cargo de conciencia. Mejor que los insectos se queden como el resto de seres vivos, calladitos, y nos dejen gobernar el planeta en paz.

Pero haríamos bien en temerles, por lo que pudiera pasar. Quien sabe si el nieto de ese mosquito que fulminaste la otra tarde con Raid acudirá en un futuro a tu casa para cobrarse venganza. A ver cómo se lo explicas.

El Pueblo de Albacete, 17 de julio de 2011

domingo, 10 de julio de 2011

Reviviendo finales futbolísticas de infarto (Sesenta mil satanases, 70)

Todo está preparado para emular el épico partido de final de Champions de 2006. Entonces, los culés consiguieron remontar un 0-1 para llevarse el triunfo con un 2-1. Yo, sinceramente, espero sentenciar en los primeros compases del encuentro y luego limitarme a frenar al rival. No estoy en mi mejor forma. Los encuentros de entreno y los clasificatorios me han dejado un principio de tendinitis en los pulgares.
Enciendo la Game Boy Micro de segunda mano que compré hace un tiempo, con el cartucho del FIFA 06 insertado en ella y, mientras paso pantallas de presentación, trato de mantener la concentración al máximo. Según el baremo de los programadores, el Arsenal FC tiene una valoración de 4,5 sobre 5 estrellas, mientras que el FC Barcelona sólo posee 4. De hecho, la estadística les da más porcentaje de control en el medio campo que a mí. Hago de tripas corazón y sigo adelante. Por supuesto, jugaré con el equipo tal y como lo dispuso Frank Rijkaard (4-3-3). Pongo Modo Ofensivo+: hay que atacar a muerte. Las principales opciones de juego quedan así: dificultad Profesional, césped aleatorio y duración de cada parte en cuatro minutos.
Los jugadores saltan al terreno de juego, intercambian saludos y suena el pitido inicial. Saca el Arsenal. Pronto los ingleses dejan muestra de su superioridad en la medular. Desenvuelven un juego rápido y al toque que a los blaugranas les cuesta cortar. A los cuatro minutos, primera ocasión para el Arsenal, que se va fuera. Los nervios comienzan a hacer mella en el Barcelona. Una y otra vez, las jugadas de Puyol, Van Bronckhorst y Márquez no evolucionan más allá del medio campo. Márquez envía a los guantes de Lehmann el primer disparo a puerta de los de Rijkaard pasado el minuto 6. El contragolpe no se hace esperar, y en una combinación limpia, los gunners se plantan en el área de Valdés, aunque no aciertan a rematar la jugada.
El partido progresa con más sufrimiento de lo previsto para el Barcelona. Márquez, Eto’o y Xavi roban balones que luego pierden con demasiada facilidad frente a la rocosa defensa del Arsenal. Llegamos así a la media hora del encuentro. Valdés saca en corto para Van Bronckhorst, que combina con Van Bommel por la banda izquierda. El holandés cede a Márquez, y este dispara hacia Ronaldinho. Avanza en diagonal el brasileño con el balón. Pasa entre dos defensas. Chuta y Lehmann despeja a córner en una soberbia estirada. Es Xavi el que bota el esférico hacia el segundo palo y GOL de cabeza de Ronaldinho.
Minuto 34. Gana el Barça por 1-0.
Los gunners no se vienen abajo, y así lo atestigua un testarazo de Henry que se va alto hacia la grada apenas un minuto después. Mientras el Barcelona parece contar el tiempo restante hasta el descanso, el Arsenal pisa el acelerador, pero no pueden con Valdés. En los compases finales de la primera parte, el Barcelona se limita a echar balones fuera. Por fin, el árbitro pita y todos vuelven a vestuarios.
El Barcelona parece más tranquilo en su vuelta a la cancha. Las primeras ocasiones blaugranas, ahora volcados en la posesión, parten de los pies de Giuly. Pero no hay suerte ni acierto. El Arsenal no se deja desquiciar y mete presión a su rival. El combinado inglés hace gala de su preciso control de balón, bajándolo continuamente hasta el área contraria. El Barcelona aprieta para conseguir un segundo tanto tranquilizador, y el Arsenal pugna por la remontada.
A falta de diez minutos para el final, Lehmann saca de puerta, sus centrocampistas torean a Puyol, se meten en el área pequeña, y Valdés tiene que salir para atajar el disparo. El guardameta culé saca en corto y ERROR –me he equivocado de botón-, el balón lo recoge Henry, que pilla desprevenido y muy adelantado al carcerbero, y lo bate sin problemas. GOL.
Minuto 81. 1-1 en el electrónico.
El estadio es un hervidero de nervios. Deco coge las riendas del equipo. Apoyado por Van Bommel, sube balones al área rival, pero no hay manera de acertar entre los tres palos. Touré derriba a Ronaldinho en el 84 y se lleva la primera amarilla del partido. Dos minutos después, Deco ve la segunda tarjeta.
Se cumple el tiempo reglamentario, y aunque el árbitro añade dos minutos más, parece que habrá que ir a la prórroga. Pero aún hay tiempo para una última jugada. Valdés cede a Puyol, que pasa a Giuly, en corto para Van Bommel, pared con Larsson, que se mete en el área y chuta. Sale Lehmann y bloquea la trayectoria del balón, pero Deco, sin duda el mejor jugador de esta segunda mitad, atrapa el rechace y sólo tiene que empujarlo con el pie hasta el fondo de la red. GOL.
Minuto 92. El Barcelona logra el 2-1 y quedan apenas unos segundos intrascendentes hasta que, por fin, se para el crono y... ¡Campeones!
Desde el otro extremo del sofá, mi señora me observa con gesto inescrutable. Por el suelo se desparraman, recién caídos, la grabadora y los folios con tácticas y estadísticas del FC Barcelona vencedor de la Liga de Campeones 2005-2006. Creo adivinar lo que piensa, pero me da igual y salgo al balcón a celebrar la victoria.


El Pueblo de Albacete, 10 de julio de 2011

domingo, 3 de julio de 2011

Gilipollas por el balcón (Sesenta mil satanases, 69)

No descubro nada si digo que en el mundo hay más gilipollas que personas. Y el verano, en el que ya llevamos metidos unas semanas, es una época propensa a la proliferación de estos subindividuos y sus extraordinarias proezas, que llenan minutos de telediario junto a las tradicionales historias del mono que fuma y la nada nadea futbolística.
De entre tanto soplagaitas que circula por ahí, los que más me llaman la atención son los importados, esos turistas que acuden a nuestro país a liarla parda a cambio de cuatro euros mal gastados, con el beneplácito de las autoridades locales. Recorrer dos mil kilómetros para ponerse ciego de cerveza y kalimocho y acabar vomitando en un paseo marítimo noche tras noche me parece del género tonto; para esta gente no sé como a nadie en sus países de origen se les ha ocurrido construir un botellódromo cubierto, con ambiente tipical-ispanis, para satisfacer esta demanda. Si en Madrid hemos podido levantar una pista de esquí en un centro comercial, en Berlín o en Londres no puede costarles tanto recrear parte de Benidorm o Mallorca.
Lo cierto es que un gilipollas no necesita ponerse ciegos para quedar en evidencia, el alcohol y las drogas no son más que acelerantes de la propia insensatez, por ello en estos casos, más que un atenuante, los jueces y fiscales deberían considerarlo un agravante a la hora de su inevitable, más tarde o más temprano, paso por los tribunales. Y quizá por ello tampoco halla que lamentarse cuando, en un ejercicio de extrema idiotez, ponen en juego su vida saltando por los balcones.
El balconing es una moda que me hace mucha gracia. Es el mayor acto de gilipollez extrema que he visto nunca. Estoy seguro de se practica más de lo que vemos, y que las más de las veces acaba bien, lo que no quita para que el practicante sea menos idiota. Pero, y lo siento de veras por sus familias, que un joven –y estamos hablando de tipos de hasta 30 años- pretenda emular a Spiderman, brincando de un balcón a otro, o de éste a la piscina del hotel, y acabe con los sesos desparramados por el suelo, no es excusable ni defendible.
Conozco a una persona que se rompió un tobillo al bajar el bordillo de la acera. Tuvo mala suerte, pisó mal y se quedó sin vacaciones. La moraleja es que tienes que andar con cuidado. Y que no hay altura pequeña. Cuando tenía catorce años bajar a saltos de la plaza de La Mancha sin tocar un escalón. Ahora no me gustaría ni tirarme de lo alto de una silla. Y por supuesto, ni me ocurriría asomarme al balcón yendo como un orujo. Pero en el caso de alguien más joven, más ágil y, sobre todo, más gilipollas, estas obviedades desaparecen y es cuando saltar desde un segundo piso, unos seis metros de altura, a la calle, o a la piscina, que está a otros tantos metros en horizontal, parece algo inocuo y divertido. Hasta que aterrizas de cabeza, claro. Porque la física no entiende de drogas ni de mentecatos.
Lo dicho, pura gilipollez. Baleares se lleva la palma; según la prensa el año pasado hubo hasta 30 incidentes de este tipo, con seis muertos, y aunque en ocasiones es difícil saber diferenciar la imprudencia gilipollesca del accidente mortal –un resbalón lo tiene cualquiera-, no quita para que este año vuelvan a repetirse los saltos y las defunciones. Porque por mucha prevención y mucha multa que haya, a menos que tapien los balcones, los tontacos, en lugar de contentarse con el sex, sun and sand, seguirán intentando volar. O quién sabe, lo mismo sale otra moda nueva que sustituya a esta, como taladrarse la nariz con una broca del 9, electrocución genital con la lamparita de la mesilla de noche, o puenting con soga de esparto… Con esta gente nunca se sabe.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...