La mayoría de la gente no admite que algo puede pasar sino hasta después de que ha pasado. Eso no es estupidez ni debilidad, es sólo la naturaleza humana. No culpo a nadie por no creer. Y no me considero mejor ni más listo que ellos. Supongo que todo se reduce a un simple accidente de nacimiento. Sucede que yo nací dentro de una sociedad que vive con un constante temor a extinguirse. Es parte de nuestra naturaleza, parte de nuestro estado mental, y hemos aprendido a través de muchos errores y ensayos a estar siempre en guardia.

El primer aviso que tuve de La Peste fue a través de nuestros amigos y clientes en Taiwán. Llamaron a quejarse de nuestro nuevo software de decodificación de mensajes. Aparentemente había presentado fallas al descifrar unos e-mails de sus fuentes en la República Popular, o al menos los había descifrado tan mal, que el mensaje resultaba incomprensible. Sospeché que el problema no debía estar en el software, sino en los mensajes como tal. Los rojos del continente… supongo que ya no los llamaban rojos… ¿pero qué espera de un viejo como yo? Los rojos tenían la mala costumbre de usar muchos tipos diferentes de computadores, de distintos países y generaciones.

Antes de sugerirle esa solución a Taipei, pensé que sería una buena idea revisar yo mismo los mensajes. Me sorprendió ver que los caracteres estaban claramente decodificados. Pero el texto… tenía que ver con algún tipo de virus que primero eliminaba a la víctima, y luego reanimaba el cadáver como algún tipo de animal furioso y homicida. Por supuesto, no creí que eso fuese literal, especialmente porque unas pocas semanas después, estalló una crisis en el área de Taiwán y todos los mensajes sobre cadáveres reanimados dejaron de llegar. Sospeché que había una segunda capa de encriptación, un código dentro de otro código. Era un procedimiento normal, que se remontaba incluso a los primeros días de la comunicación humana. Por supuesto que los rojos no podían estar hablando de cadáveres reales. Tenía que ser algún sistema nuevo de armas, o un plan de guerra ultra secreto. Dejé el asunto ahí, y traté de olvidarme de él. Sin embargo, como uno de sus grandes héroes nacionales solía decir: “Mi sentido arácnido me alertaba.”
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Guerra mundial Z. Max Brooks