jueves, 2 de abril de 2009

Cuentecico: Pasarse de listo

Diferencias térmicas en mis muñecas. El frío de las esposas contra la quemazón que éstas producían en mi piel. Demasiado apretadas a propósito. El policía evitaba mirarme a los ojos desde el otro lado de la mesa. Buscaba las palabras apropiadas para empezar, pero se le resistían. Otro tipo, de uniforme, aguardaba, indiferente, en pie junto a la puerta. Decidí empezar yo y le dije que sí, que lo había hecho. Yo había enviado las cartas. Si habían dado conmigo a pesar de mis precauciones era inútil negarlo. A decir verdad, no creí que llegaran a hacerlo, me había convencido de que era más listo que ellos y había resultado que no. Esto era lo que más me fastidiaba, lo que realmente me había jodido el día. El poli abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla y a centrarse en sus informes. Tocaba confesar, a explicarles cómo lo hacía, cómo sacaba la pólvora de los cartuchos, mi diseño del temporizador -versión propia y mejorada de un modelo que saqué de internet-, mi estratagema con los matasellos... pero callé aunque no tenía sentido hacerlo. Ellos ya debían saberlo todo y yo había perdido, si querían llevar la iniciativa y prolongar lo inevitable estaban en su derecho. El policía pronunció entonces las sílabas de mi apellido de una en una, con una voz sobrecogedora. “No está aquí sólo por lo de las cartas”, dijo a continuación, con un tono extraño, y ahí sí que me dejó helado. Quise bromear, hice un mal chiste sobre multas de tráfico o así, pero no conseguí la inflexión calmada que pretendía. El agente de la puerta modificó un ápice su postura para redistribuir su peso sobre los pies. O quizá se sentía incómodo ante la fotografía que su colega extrajo de entre los papeles y que yo todavía no podía ver. La giró. Era mi mujer. “Se trata de su mujer”, redundó el policía. Un primer plano. Despeinada, sin maquillaje, pálida en las partes de la cara que no estaban amoratadas o cubiertas de sangre, que no eran muchas. Aún podía ver la burla en sus ojos vidriosos. De pronto lo comprendí todo. Estaba allí por haberla matado. No por las cartas. No tenían ni idea del asunto ni aún después de mencionarlo. Sonreí, no pude evitarlo. Al final sí que había sido más listo que ellos.

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