viernes, 30 de julio de 2010

La vida es porno (I) (Sesenta mil satanases 23)

Hablar bien de las películas porno en voz alta siempre es complicado porque uno corre el riesgo de ser tachado de pervertido, enfermo mental o directamente pajillero. Yo lo haré desde una perspectiva masculina –que no machista- heterosexual, que es la mía. Del resto de opciones que escriban sus respectivos miembros, con perdón. Como indicaba al principio, no hay entre las filas de los aficionados a estos filmes más perturbados que, por ejemplo, entre quienes gustan del cine convencional, el fútbol o coleccionar dedales de porcelana. Todo es fruto de la hipocresía y de la miopía social bienpensante, que niega lo que no es políticamente correcto, y el porno, por desgracia, no lo es. A aquellos defensores de la moral que no saben distinguir entre realidad y ficción, entre lo que es entretenimiento y lo que es doctrina, les diré, antes de empezar, que el porno no es mejor ni peor que el cine comercial convencional, ni se humilla ni se veja a nadie ante las cámaras más que en cualquier otra forma de cine, literatura, teatro o fórmula de esparcimiento previo pago, cuyo cartel sí vemos anunciado en los media. Que en todo caso, habrá películas mejores y peores. Que si hay que culpar a alguien de algo, antes que nada, habrá que mirarse el ombligo como sociedad y especie. Y ajo y agua.
Teniendo clara la inexistencia de causalidad entre una mente enferma, asumimos que el porno, como el sexo, forma parte de nuestras vidas. La erotomanía social en la que nos desenvolvemos nos ofrece sexo en todas sus formas, tamaños y colores -lo mismo ocurre con las drogas, también implícitas en el ecosistema humano-; antes lo hacía de tapadillo, ahora de frente, mañana de nuevo de estrangis... La moralina, como la economía y la historia, es cíclica. Y hablando de historia, podemos observar a lo largo del tiempo cómo el sexo siempre ha arrimado el ascua a las nuevas tecnologías. El ser humano, guarrete él, nunca ha dejado de aplicar los productos de su ingenio a sus bajas pasiones, o lo que es lo mismo, el progreso y el sexo siempre han ido de la mano. Hay tetas desde Altamira hasta el móvil. Por supuesto, faltó tiempo para que el invento de los Lumiere se aplicase al fornicio. Había nacido el cine porno.
Mucho ha llovido desde esos casquetes en blanco y negro, ahora tenemos una industria mundial que genera empleos y cantidades ingentes de dinero. El secreto de su éxito es el mismo que el de los realities: el morbo de ver, en pantalla, las intimidades de los demás. ¿Y qué hay más íntimo que el sexo? Lo peliagudo, para algunos, es esa nueva dimensión que adquiere el sexo -un tabú, a fin de cuentas- al sacarlo de la privacidad del dormitorio y exponerlo públicamente en el televisor. Eso y que, a las claras, el porno sirve básicamente para masturbarse. Esto del autoestímulo parece ser que es lo que más molesta a quienes todavía creen que el contacto genital produce ceguera, que se desperdicia material genético, o que menearse la sardina te convierte en el asesino de la katana o en el violador del Eixample. Pues va a ser que no.
De hecho, les regalo un dato a tener en cuenta: el porno ha logrado lo que ningún sistema educativo español ni Lost, esto es, que veamos cine en versión original y sin subtítulos. Y creánme que hay películas que tienen argumento y nos cuesta, a la generación del Follow me, seguir el guión entre polvo y polvo.
Pero separemos la paja –con perdón- del grano. Al igual que Bricomanía no te incita a construir estanterías, tampoco el porno se reduce a facilitar cinco contra uno. Porque lo mismo que hay fans, gente sana y cuerda, de Star Wars, de la Pantoja o de las novelas de vampiros adolescentes, existen cinéfilos del porno. Pornófilos. Cuando te preocupas por leer los créditos, por saber cómo se llama tu actor o actriz favoritos, en qué películas más han participado, por directores, por el año de la producción… Amigo, has trascendido a otro nivel. A ojos de los demás serás siendo un guarro que le da al joystick, pero, entre tú y yo, te has hecho un pornófilo. Si conoces son más de tres nombres de actores/actrices porno no españoles y eres capaz de reconocer sus caras, amigo, eres de los míos, aunque no quieras reconocerlo ante tu “cari”.
Envidio a esos pornófilos sin vergüenza ni complejos cuyas estanterías lucen títulos que abarcan desde clásicos como Tras la Puerta Verde, paridas del tipo Eduardo Manospenes, refinamientos posmodernos como Latex o simples recopilatorios como The Best of New Sensations 2008, en lugar de las habituales carátulas gafapastiles de Peter Greenaway, Hitchcock o Amenábar. Lo ideal sería que unas y otras compartieran balda, y no que las primeras fueran sólo archivos .avi relegados a un disco duro externo. A mí, el modernillo intelectual me parece más reprobable socialmente que un sano aficionado al porno.
Así que, amigos pornófilos, basta de hipocresía, de bochornos y complejos, sed auténticos; relegar la enciclopedia Espasa a una caja en el trastero -ya tenéis la wikipedia, ¿no?- y colocad bien visibles vuestras películas favoritas. Vuestra casa, y por extensión, el mundo, será un lugar mejor. Y más divertido. A fin de cuentas, el sexo, aunque sea en soledad, es para pasárselo bien.

El Pueblo de Albacete, 1 de agosto de 2010

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