viernes, 29 de abril de 2011

DKKWP IIYXN MBTYE LWLX (Sesenta mil satanases, 60)

Ultimamente me ha dado por la criptografía. En buena medida es culpa de tres factores: el libro Criptonomicón, la película Los tres días del condor, y la serie Rubicón. De alguna manera, estos tres elementos se han confabulado durante este mes de abril para coincidir ante mis ojos, con lo que he pasado unas semanas envuelto en mensajes cifrados y conspiraciones secretas. Dada mi incapacidad innata para las matemáticas, como bien recordarán mis profesores del instituto, hay ciertas partes del análisis criptográfico que están más allá de mi comprensión, por mucho que haya visto y leído después sobre la máquina Enigma, análisis de frecuencias y cifrados asimétricos. Lo que no me cabe duda es que las contraseñas y pines que generalmente utilizo, y utilizamos casi todos, son pura filfa.

Lo que me sorprende aún más es que una multinacional como Sony esté al mismo nivel de seguridad que un usuario medio de hotmail, a tenor del escándalo del robo de datos que ha sufrido esta semana. Sony se ha visto más vulnerable que una cuenta de facebook hackeada por una novia ultracelosa que quiere ver si su pareja mantiene agregada como amiga a su ex, o que la wifi del vecino ante el Aircrack. Miedo me da pensar qué pasará con las empresas -privadas y públicas- españolas y hasta qué punto tienen o no protegidos nuestros datos.

Si algo tiene internet es que incita a la paranoia. En el caso concreto de los datos, constantemente vemos noticias parecidas a la de la megacorporación japonesa, con lo que parece que la red está llena de ávidos hackers empujándose por ser los primeros en apropiarse de la información de tus cuentas bancarias, de tus mails, de tus fotos y tus blogs. Cuando lees estos teletipos y piensas que tu clave de usuario es tu fecha de nacimiento, o los primeros dígitos del DNI, te sientes como un gilipollas, sobre todo porque sabes que, en algún momento mientras te registrabas, viste un mensaje donde se te advertía de que no empleases ese tipo de información y lo ignoraste porque, si no, cómo coño vas a recordarlo. La culpa es del cerebro, que no retiene datos sin sentido lógico, y de nuestra vagancia, por no plantearnos siquiera alguna regla mnemotécnica para conservarlos.

Entre el pin de la tarjeta de crédito, el del móvil, las contraseñas del correo, de tu blog, web y cuentas en todas las redes sociales habidas y por haber, tienes un cacao mental de números y letras para salir trastornado, así que es habitual que, al final, recurras a utilizar la misma para casi todo. O cosas peores: he visto de todo, desde gente que lleva escrita la clave al dorso de la tarjeta del banco, o el pin del teléfono detrás de la tapa de la batería, a un listado completo de claves apuntadas en una bonita libreta. Como dice el comisario Roldán, si no puedes recordar los números, no tengas tarjeta, y eso se hace extensivo a todo lo demás.

Deambulamos por las webs entre la confianza ciega y el recelo absoluto, confiamos en los códigos captcha y nos molesta que una tienda virtual nos pida el código de verificación de tarjeta, nos registramos en foros extraños para poder tener acceso al link de descarga directa de la última película de la Marvel, y sin embargo, clickamos en Cancelar cuando, para actualizar el firmware de nuestro móvil, nos piden una dirección de correo. Es mejor buscarla en otro foro, ¿eh? Hay quien expone toda su vida y milagros y quien sólo es un nick con un avatar oscuro. Los expertos señalan que falta cultura de seguridad en la red, que igual que le damos un par de vueltas a la cerradura de casa, hay que poner algunos cierres en nuestra faceta "virtual". Y aquí es donde entran los sistemas de encriptación.

Puede que pensemos que, como no tenemos un leuro en el banco, o en nuestro disco duro sólo hay terabytes de porno, no necesitamos meternos en estos fregados que nos suenan a película de espías, y es evidente que para enviarle a tu primo un powerpoint de chistes de Lepe no hace falta codificarlo con algoritmos PGP, pero sí hay otro tipo de transacciones, o de cuentas, a las que no vendría mal ponerle un par de cerraduras FAC virtuales. Ninguna clave es segura al cien por cien, claro, pero siempre será mejor una combinación de cifras y letras mayúsculas y minúsculas, que una serie tipo 123456.

Y por cierto, si tu novia te ha forzado la contraseña del facebook es hora de cambiar de clave. Y de novia.




El Pueblo de Albacete, 1 de mayo de 2011

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