lunes, 20 de septiembre de 2010

El juego de la muerte (Sesenta mil satanases, 29)

Pocos juegos hay tan nocivos para el conjunto familiar que un parchís. Pocos somos los que percibimos casi de inmediato la peligrosidad de tan extendido elemento lúdico, llevado al hogar inconscientemente, sin comprender la magnitud del peligro ni el significado de sus actos… Como quien lleva un gremlin, vamos.
En lo básico, el parchís supone competitividad, rivalidad pura y dura, no tiene ningún valor positivo ni educativo aceptable, si no eres nativo de Esparta. Ese tablero de cuatro colores, con su cubilete, su dado y sus fichas, han sido diseñados para hacerte morder el polvo, para hacerte perder la serenidad. Es sobre su retícula donde el pez grande no siempre se come al chico, donde el aura de autoridad y superioridad de los padres se arrastra al nivel de los vástagos, en una falsa igualdad de condiciones, donde toda acción se reduce a comer o ser comido, a cerrar el paso aún a costa de tu propia victoria. A jugar por joder. Fastidiar alegremente gracias a la inmunidad que otorga la confraternización inicial y el sometimiento voluntario a cuatro reglas estúpidas que sólo conocen los de la propia casa –jamás juguéis en otros hogares que no sean el vuestro- y la severa dictadura de los dados.
Porque la malignidad del parchís reside en el azar. Son los dados, por encima de la inquina íntima de cada uno, quienes sellan el destino de nuestra jugada. Dioses de seis caras que ordenan nuestro quehacer y nosotros, encantados de obedecer, libres de toda culpa, sin los remordimientos del libre albedrío. Si me como tu ficha no es porque quiera, es porque así ha salido en los dados, y se come, se ataca, como soldados en una batalla. Como autómatas despiadados. Afloran entonces el rencor, la venganza, el saldar viejas cuentas a través del tablero, haciendo tambalear las bases de la relación familiar, arruinándola. Cuántas partidas han acabado en bronca, en pelea, en gritos y fichas volando por los aires… Es una brecha que nunca volverá a cerrarse.
Y es que el parchís es un juego bélico, más aún que el ajedrez. No lo percibimos porque sus fichas carecen de personalidad, de identidad propia, sin percatarnos de que estamos tratando con peones, individuos como nosotros mismos, en pugna por conquistar un pedazo de tierra ajeno, arrancados de su hogar, sólo porque lo dice alguien más grande. Es una carrera en una sola dirección, en la que todos quieren ser los primeros y harán lo que sea para conseguirlo. Aquí no hay pactos, no hay negociación como en el Risk. Sólo violencia pura. El parchís es primera línea de fuego; a tomar la cota, muchachos.
Siento un profundo temor cuando llego a una casa y descubro uno de esos tableros malditos en una estantería o debajo de la mesa. Y es peor aun si en lugar de un cuadrado se trata de un pentágono o un hexágono para más jugadores. Más víctimas inocentes. Puedo comprender que le enseñen a jugar a esto en el colegio a los niños, a fin de cuentas, forma parte de su adiestramiento para la vida en nuestra sociedad americapitalista, pero me asombra ver cómo son propios los padres los que precipitan su propia destrucción arrojando a sus hijos a este juego. Saturno devorado por culpa del parchís.
Mucho se ha escrito sobre la influencia de la tele, o los videojuegos, pero nadie se ha atrevido a alzar la voz contra el parchís, o el trivial, otro juego aparentemente divertido e inocuo que, sin embargo, debería prohibirse antes que el fumar en los parques. El diabólico tablero de los quesitos basa su funcionamiento en ridiculizar y exhibir públicamente al menos inteligente de la casa, lo cual ofende y traumatiza al interfecto. Luego nos sorprendemos cuando esta gente crece, coge un fusil y entra en una hamburguesería en un mal día. Lo único que quieren es contarse veinte y llegar a la meta.
Cuídese mucho de los juegos de mesa, la próxima vez que quiera hacer un regalo, o vaya a visitar a un pariente. Ante un simple tablero reticulado de los veinte duros podría estar jugándose el pellejo.
De los naipes hablaremos otro día.

El Pueblo de Albacete, 19 de septiembre de 2010

1 comentario:

  1. Os dejo como extra ball las reglas del parchís sin dados, por si os interesa una forma más lógica de jugar a esto.
    parchís sin dados

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