martes, 7 de septiembre de 2010

Cuando Nueva York da paso a Las Vegas (Especial Feria)

La Feria tiene múltiples facetas, pero si no eres padre, menor de 12 años o mayor de 50, lo que te interesa de la Septembrina es su juerga y su desmadre. Se trata de un vía crucis encantador de diez días por el que estás deseando pasar, aunque reniegues, como San Pedro, los días previos y posteriores. Pero lo haces con toda tranquilidad. Lo que pasa en la Feria se queda en la Feria.
Y sí, la Feria obra el milagro. Los edificios que tanto impresionaron al maestro Azorín se empequeñecen ante la noria y el poderío lumínico del Recinto Ferial, y así pasamos de ser la Pequeña Manzana del Llano a la Ciudad del Pecado Manchega. Y no es para menos. Como en la capital de Nevada, Albacete se sumerge durante esta semana y media en el frenesí y el exceso, como si el Paseo y la Sartén conjugasen una especie de fiebre en quienes la hollan, ya sean forasteros y locales. Una locura que nos empuja al desenfreno. No hay dolor, no hay hartura.
Echar el día en la Feria es una experiencia, que de haberla conocido Hunter S. Thompson nos hubiera dedicado un libro, Miedo y asco en La Feria, quizás. Nuestros particulares casinos, sin nada que envidiar en cuanto a luminotecnia y decibelios al Luxor, son las tómbolas, las casetas de tiro y las pinzas. Los hipnóticos neones y seductores fluorescentes de los bingos nos empujan a gastar euro tras euro en papeletas extrañas que siempre le tocan a otro, en pos de la chochona de turno. En realidad, el premio nos da lo mismo, de hecho suele ser un engorro caminar con un peluche de dos metros de alto toda la noche; lo hacemos por experimentar el chute de adrenalina de rozar la gloria con los dedos -¡Me falta el 33!- y porque nuestro subconsciente requiere de una frustración a modo de excusa para lanzarnos luego al consumo desaforado de alcohol. La casetas del gancho y las de tiro, de tirar lo que sea, dardos, balones, chorros de agua..., son otra forma de catarsis masculina, con la que satisfacer el instinto primigenio de cazador que todo macho alfa reprimido posee. Obtener el trofeo para la hembra se convierte en una obsesión para unos, especialmente intoxicados por la bebida espirituosa, y en diversión para otros, que miran y escuchan en la distancia. Especial mención tiene el chisme del punching ball,que congrega a su alrededor a lo más granado de la manada adolescente local, empeñada en destrozar la pelota a puñetazos como parte de su ritual de celo y apareamiento.
Las atracciones y conciertos gozan de gran acogida en nuestros lares. Podría pensarse que son los pequeños quienes más disfrutan de las primeras, pero no es cierto. No hay diversión completa sin pasar un mal rato en la noria, en el sapito loco o en cualquier otra máquina que te permita ponerte el estómago del revés y perder las llaves. Como en el caso del juego, se trata de purgar los pecados cometidos o tenemos previsto cometer; queremos acallar la pulsión suicida de la mala conciencia, para volver, absueltos y sin mácula, a la senda del mal camino de los Ejidos.
En cuanto a la música, hay tanta que hasta la venden en formato de conciertos, en la Caseta de Los Jardinillos, en el estadio José Copete, en el Teatro Circo, y ahora, hasta en la Carpa Rock. Pero quién quiere pagar por lo mismo que ofrecen gratis los Redondeles. Allí hay música por todas partes, a todas horas, como en los campos de prisioneros iraquíes, sólo que en lugar de Metallica se escuchan los últimos éxitos bizarros de Los 40 Principales que, sin embargo, no puedes dejar de corear y hacer como que bailas. En fiestas todo da lo mismo. No hay Creedence en la Feria, aunque puedes acercarte al stand de los heavys de la Amiga o al de los anarquistas para algo más contracultural, o a los de Amnistía si te va más el buenrollismo y robar vasos de plástico.
Los puestos y los vendedores ambulantes, por centenares, más allá de cumplir con su labor de sostén económico, ejercen la humanitaria labor de homogeneizar el paisaje ferial con cualquier disparate made in Taiwan. Sombreros vaqueros, gafas con luces, pulseras fosforescentes, lo que sea que ayude a crear comunión y hermandad entre las gentes. En la Feria, por unos eurillos, todos somos iguales.
Lo que en Las Vegas es excepción, aquí es norma: alcohol a cualquier hora. Y es que en realidad la Feria no entiende de horario. El sol sale el día 7 y se pone el 17 (este año, el 19). En medio, una suerte de maratón de comida y bebida que recuerda las grandes ocasiones del año. Como bien dicen los buenos ferieros, en Feria todos los días es Nochevieja. Flotamos a la deriva en esta vorágine atemporal, que como la cinta de Moebius, no tiene inicio, ni fin, y lo que está dentro, está a su vez fuera. Como en un fugaz pase de diapositivas, el tiempo corre entre miguelitos aplastados antes de tragarlos, noches de Ateneo, de cubalitros vendidos al peso de hielo y tabaco chino de imitación a la baguette de jamón traslúcido y los orujo-miel a litros del templete; del botellón en la plaza de toros -donde se lidia el garrafón con bolsas Hacendado- a los bocadillos de morcillas hechas con gorrinos radiactivos de Almaraz, que producen ardores infernales de madrugada; de los litros de agua con sabor a cerveza a precio de Cardhu, a los Ejidos, convertidos en afters para los más golfos, duros e insomnes; de la riña con la pareja a los mensajes en el móvil de los amigos perdidos; del momento de añoranza del toro de
fuego de Barrax que nos quemaba los pantalones, al caldico reparador que nos devuelve un pellizco de cordura; luego llegan las vaquillas del día siguiente, con el estómago apenas ocupado por una ración de pizza, o la lata de mejillones de la tómbola de Cáritas, o de churros y chocolate. Y a casa, a ducharse y cambiarse de ropa para seguir la marcha.
Y qué sería de una Feria sin las colas eternas en los váteres de chicas. Los varones se apañan en cualquier parte... Pero no importa, por mucho que se esmeren, que se esmeran, los servicios de limpieza -verdaderos héroes-, los auténticos aromas de estos días son el orín y las gambas.
Es la magia de la Feria, que une y separa. Te trae ese añorado reencuentro con el amigo perdido de la infancia, que se abraza a ti -borracho como una cuba- para rememorar aquellas melenas de más y esos kilos de menos. Te trae también a la ex novia que te puso los cuernos con tu ex mejor amigo. Te acerca a los brazos la chica soñada, a la que acabas por regalar una rosa envuelta en celofán; y te arrima una paliza por parte de unos fritillas pasados de vueltas porque, según ellos, los estabas mirando mal. De hecho, si hubiera capillas como en Las Vegas, más de uno se casaría a las cinco de la mañana al pie del pincho. Cualquier cosa puede pasar. Pero, ya se sabe, lo que pasa en la Feria...

O como cantaría Elvis,¡Viva la Feria!




El Pueblo de Albacete, 7 de septiembre de 2010

1 comentario:

  1. Falta la foto de la patrocinadora oficial de la feria, nuestra querida mahou.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...