domingo, 11 de diciembre de 2011

Pequeñas cosas extraordinarias

Estoy sentado en la terraza plastificada de un bar mientras tecleo esta columna en mi móvil. Hasta que lo he escrito no me he dado cuenta de lo extraordinario que es que pueda tomarme un café –vale, una caña- en la calle, y escribir en una especie de miniordenador a la vez. Sí, como inconveniente está que tengo que usar la puntica del dedo para manejarme en este teclado diminuto (no vayan a pensarse ahora que tiro de iphone, ni mucho menos), pero es una mierda de pega comparada con el prodigio de la ingeniería y la electrónica que sostengo en la mano izquierda.

Y mientras mi índice tantea en el teclado qwerty virtual de la pantalla táctil, con un promedio de aciertos de tres de cada cinco letras, pues no soy hombre de escribir con los pulgares, hasta ahí llego, miro el café –la cerveza-, humeante en su taza –en realidad, no-, como un buen remedio contra el frío –y el calor-, me doy cuenta de lo extraordinario que es que pueda permitirme el estar sentado una mañana de sábado sin tener otras haciendas que estar así, sentado –un poco encogido por el frío- y bebiendo en un bar, tan a gusto, viendo a la gente pasar con prisa, en sus coches o a pie. Es un privilegio poder echar el freno y apearse de la frenética actividad humana aunque sea el tiempo que dura un cortado –o un par de cañas-.

El sol entra con ganas a través de los plásticos de la terraza. Hace un frío del carajo aquí fuera –el móvil me dice que estamos a dos grados-. Tengo cerca una estufa de butano de esas de exterior que tienen ahora todos los bares para estas circunstancias, pero nadie la ha encendido todavía. Podía haberme quedado dentro, pero me apetecía, en serio, sentir la helor junto al toque del sol en la cara. Igual que no lo soporto en verano, en invierno parece que el astro es mi mejor amigo. Siempre te alegras de verle. Me encanta el frío, pero sin abusar. Me percato ahora mismo de lo extraordinario que es que mi cazadora de cuero y mis botas sigan siendo lo bastante buenas como para mantenerme caliente a pesar de todo. Dos simples prendas perfectamente funcionales, a pesar de que llevan mucho tute a cuestas, de hecho, están tan castigadas por el uso que rara es la semana que alguien no me sugiere que me deshaga de ellas. Me resisto… Y me ratifico aquí, impermeable al par de grados centígrados, en la calle. Pero pijo, no hay nada en el Decathlon que se pueda comparar a mi vieja chupa y mis botas.

Y mientras hago un rápido cálculo mental sobre cuántas palabras llevo escritas y cuántas más quiero hacer, compruebo en el reloj que en poco más de media hora llegará todo el mundo, porque está bien tener un ratico de intimidad, a solas con tus pensamientos, tu móvil, tu café –cerveza- y tus consideraciones, pero está mejor poder compartir otro poco de este tiempo de oro con la gente que quieres, con la familia y los amigos, y eso, ajá, es extraordinario. Porque la verdad, más allá de esas historias de que el ser humano es un ser social, o que necesitamos establecer redes interpersonales con los demás, o que creamos familias no consanguineas, o lo que quieras leer en el "Muy interesante" para explicar cómo funcionamos las personas, lo que es cierto es que estar solo (de soledad, no de soltero) es una mierda. En cambio, es un delicioso milagro el poder contar con un círculo de buenos amigos, de gente que se quiere entre sí, con y a pesar de sus movidas, gilipolleces y traumas.

En estos treinta minutos que me quedan aprovecho para terminar de teclear, o más bien de pulsar, porque no hay teclado físico. Por la puerta entreabierta del bar se desliza hacia fuera un retazo de "I don't wanna miss a thing" de Aerosmith, una canción que no puede faltar en cualquier selección de canciones para ponerse tierno, pero con huevos. No es la mejor del grupo, pero bueno, salía en "Armageddon". Y en "Armageddon" Bruce Willis moría por salvarnos a todos, hasta a Ben Affleck. Me río, yo solo, asustando un poco a la chica de la mesa de al lado, porque, coño, me siento bien. Es extraordinario como cuatro pequeñas cosas te traen la felicidad y te hacen creerte el Rey del Mundo, como DiCaprio.

Lo único que puede rubricar este momento es otro café- cerveza- y en cuanto despegue el dedo del móvil, tras enviar el texto por mail, sacaré un pequeño habano –de la Habana de verdad, no de República Dominicana- que me han traído de una boda, y me lo voy a fumar aquí mismo a mi salud y a la de todos vosotros. Y eso sí que va a ser extraordinario.


El Pueblo de Albacete, 11 de diciembre de 2011

1 comentario:

  1. Di que sí. Me apunto a esos pequeños placeres que nos hacen llevaderos estos días ominosos bajo el signo de la Cospedal. Es el tiempo del recogimiento, de la cerveza y de los discretos deleites del smartphone. Vendrán tiempos mejores y los veremos. Y quién sabe. A lo mejor dentro de poco nos damos la alegría de ver al Undangarín entre rejas. Salud.

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