domingo, 13 de noviembre de 2011

El voto de mi señora madre

Mi señora madre no podrá votar el día 20 porque hace unas semanas le robaron el DNI. En realidad, le quitaron el monedero, con el carné, las tarjetas, un billete de veinte y algunas monedas sueltas. Unos dedos ligeros abrieron su bolso casi en sus narices en el mercadillo de Los Invasores y, voilá, adiós a la documentación y a las perras. En mi casa nos quedamos sin guíscanos, puesto que ellos eran el destino de esos veinte lereles, y mi señora madre se ganó un sofoco y toda una hilera de llamadas y visitas para denunciar, anular y protestar. Por suerte, o por desgracia, tiene cierta experiencia en estas lides, puesto que tampoco era la primera vez que es víctima de los malos. En menos de diez años los cacos han demostrado la querencia a sus bolsos así, a bote pronto, dos o tres veces, aunque en ocasiones anteriores el método elegido había sido el poco sofisticado y doloroso tirón en moto. Si bien, no por conocido es menos molesto el lento procesionar burocrático de bancos, comisarías y demás, entre la vergüenza y la indignación. Una mañana perdida.
El caso es que mi señora madre llegó pasado el mediodía a casa, maldiciendo por lo bajo, sin bolsa de guíscanos pero con una copia de la denuncia y un teléfono apuntado para pedir cita para solicitar un nuevo DNI –el robado, por cierto, estaba casi a estrenar-, y la cita se la dieron para el veintitantos. O sea, pasados los comicios.
No cayó en la cuenta hasta cinco días después del incidente de que, sin documentación, no podría votar. Y aunque mi señor padre apuesta a que sí le dejan hacerlo con la denuncia en la mano, creo que ha renunciado del todo. Ella, que siempre ha sido muy demócrata y de votar, al final se quedará a las puertas del colegio electoral sin papeleta que echarse a la boca, como tampoco nosotros pudimos comer setas.
Ah, ese ladrón no sabía lo que estaba haciendo cuando deslizó sibilinamente la cremallera del bolso de mi señora madre. Pensaba que estaba reuniendo un buen botín -que digo yo que mucha habilidad, pero muy poca vista-, y a consecuencia de su acto delictivo una familia se quedó sin comer, o casi, y ha impedido a un elector ejemplar ejercer su derecho al voto. Digo yo que esto serán agravantes.
Porque mis progenitores son muy de votar. Lo han hecho desde siempre que se puede votar, concienciados, como si fuera una obligación, un deber moral como ciudadanos, manchegos y españoles. Son de esos que van a primera hora al colegio, cogidicos del brazo, con los datos de la tarjeta censal memorizados, y el sobre con la papeleta traído de casa, bien cerrado, hasta la mesa correspondiente. Y luego, si no hay que trabajar, a almorzar. Tanto lo viven que sus vástagos, que hemos salido pelín ácratas –pero limpios y decentes-, hemos de sufrir durante la campaña electoral sufridos cara a cara y duros discursos antiabstencionismo; y para colmo, nos miran mal cuando acudimos directamente al almorzaje sin pasar por la urna. O quizá sea porque vamos de gorra.
Y aunque estoy casi seguro de que mi señora madre lamenta más el vuelo de los 20 leuros que el deneí, lo de verse fuera de la cacareada “fiesta de la democracia” no le hace mucha gracia. Es como asistir a una boda y no poder chupar ni la cabeza de una gamba. Luego, en el bar, me hablaba un amigo de que, a pesar de tener el carné en regla, no piensa votar, me describe muy gráficamente cómo y por dónde les pueden dar a los políticos, y pienso en ella y en que es curioso como varían las prioridades según las personas. Yo, por ejemplo, sigo pensando en esos guíscanos que no me comí...

El Pueblo de Albacete, 13 de noviembre de 2011

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