domingo, 2 de octubre de 2011

Tienes una cita (Sesenta mil satanases,82)

Desde el advenimiento de internet, y sobre todo del Big Bang de las redes sociales, suelo toparme con citas y frases celebres por todas partes. Cualquier fulano, en ese afán de síntesis e inmediatez que se nos ha metido en el cuerpo desde que nuestras vidas dependen del router, intenta describirse a sí mismo y a su idiosincrasia con una línea de caracteres, extraídas de google sabe dónde, atribuida a un personaje popular, o populoso, real o de ficción. La cita, junto a la imagen de nuestro avatar –que es un tema aparte, a tratar otro día-, pasa a ser nuestra carta de presentación, la primera impresión que queremos dar, que es la que queda, ante el mundo.
Ojico, que no es que censure la ocurrencia, pues en ocasiones se nos hace necesario recurrir a lo que otro dijo antes, al respecto de algo, porque lo expresó, no sólo mejor, sino insuperablemente. Porque ocurre que las palabras no aparecen siempre cuando se las necesita, o se nos pierden entre el cerebro y la boca, o la mano, y lo que teníamos tanta prisa por compartir, se esfuma como la luz de una bombilla al pulsar el interruptor.
No es por falta de genialidad, estoy convencido de que la mayoría de este tipo de frases son fruto del ingenio y la oportunidad, de cierta espontaneidad, aunque no dudo de que haya quien se trabaja el esparto y se encierra, petulante, en la soledad de su dormitorio a pensar oraciones lapidarias por las que pasar a la posteridad. Por eso creo que cualquiera de nosotros está más que capacitado para soltar un par de one-liners de este tipo en su vida, otra cosa es que haya quien la recoja, y que tengamos la trascendencia necesaria para hacerla perdurar.
Más allá de la referencia cultural, que denota por dónde van nuestros gustos y pareceres, hay frases que definen a la perfección un estado de ánimo, una forma de vida, una actitud política. Como una referencia bibliográfica, la cita es el argumento avalado por un experto, requerido para dar empaque a esa idea que queremos transmitir de nosotros mismos, y que complementa la imagen de nuestros distintos perfiles virtuales. Y aún de nuestra persona física, pues por algo están de moda las frases “con mensaje” en las camisetas, y que nos convierte en signos –semióticamente hablando- encarnados.
Igual que sucede con las gambas, el peligro está en el abuso. Ni siempre son necesarias, ni siempre son acertadas. Más allá de lo expuesto, las citas se ven más como un recurso pedante para demostrar erudición, sobre todo por parte de esos autores con complejo de pene pequeño. Lo he visto mucho en poemarios reguleros y en novelas, malas, tan sobrecargadas de citas que más parecían un tomo recopilatorio y que han acabado con mi paciencia y con el libro. Y hablo no sólo por esos que ilustran el capítulo mentando a Dante, o a Kierkegaard, sino que los párrafos son pura filfa parafraseada; un ejercicio metalingüístico que ejemplifica que, en realidad, no tenía nada que contar. Un vicio, por cierto, que se ha extendido demasiado a otras artes, como el cine, donde si bien más que mencionar a grandes personalidades de antaño, son los guionistas quienes ponen en boca de los protagonistas grandilocuentes sentencias para la posteridad.
¿Quieren frases? Ahí tienen Wikiquote, que a fecha de 2010, cuenta con más de 364.000 páginas en decenas de idiomas, y casi 4.000 artículos sólo en español. Todo un agobio para alguien con poca personalidad. Recuerdo que en mi carpeta del instituto tenía escritas varias frases, unas motivadoras, otras guerrilleras y alguna transgresora. Una de ellas era la oración de Conan antes de la batalla final –de chaval ya apuntaba maneras-, que nunca he olvidado por ser el rezo más sincero que he visto nunca: “Crom, jamás te había rezado antes, no sirvo para ello, nadie, ni siquiera tú, recordarás si fuimos hombres buenos o malos, por qué luchamos o por qué morimos, no, lo único que importa es que dos se enfrentan a muchos, eso es lo que importa, el valor te agrada Crom, concédeme pues una petición, concédeme la venganza, y si no me escuchas ¡vete al infierno!”. No sé hasta qué punto me define hoy en día, pero desde luego, me sigue encantando.

http://www.youtube.com/watch?v=VDSvquo3b7w

El Pueblo de Albacete, 2 de octubre de 2011

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