domingo, 4 de septiembre de 2011

Queremos caldico reparador (Sesenta mil satanases, 78)

Escribo esto apenas unos días antes de que dé comienzo la Feria de este año, a ciegas por no haber podido ver aún el programa de 2011 y, pues, con la incógnita de si habrá o no caldico reparador.
La Septembrina del Centenario nos lo quitó sin mediar explicación, y sin que, al parecer, nadie salvo los habituales de las tres de la mañana en el stand diputacional, nos rasgásemos las vestiduras. ¿Adónde fue nuestro caldico? ¿Tan caro era de preparar que se eliminó del programa de un plumazo, a traición? Me cuesta creerlo, vista la cantidad de actividades más careras, y posiblemente prescindibles, que permanecieron vigentes. Hubo quien me dijo que su desaparición obedecía a “razones estéticas”, por aquello de no parecer paletos, pero dudo que fuera así, puesto que ¿acaso la misma Feria no es pura exaltación del paletismo manchego, del gañanerismo verbenero elevado a la enésima potencia? Está muy bien invertir buena parte del escueto presupuesto municipal en actuaciones culturales, pero no podemos permitirnos desechar los pequeños guiños a la vecindad, renegar de esa parte de nuestro pasado rural, origen de la misma Septembrina, por ser, o más bien parecer, “modernos”, reemplazando todo lo que huela a boina y a pana por wifi y proyecciones de powerpoints en los arcos. El caldico reparador, como la limpieza o la seguridad, es un servicio público y como tal debe mantenerse.
Han de saber las autoridades competentes que no es cosa fácil renunciar a ese líquido manjar de dioses que se nos ofrecía, calentico, en vasicos de plástico, que asentaba no sólo el estómago sino el espíritu. En las frescas, cuando no directamente frías, noches feriales, ese líquido maná nos confortaba como una madre, devolviéndonos la serenidad perdida entre tanta música pachanguera y estallido de luces. Un caldico casero, compartido fraternalmente con vecinos anónimos, tras una rápida cola ante la gigantesca olla de acero en la que, con suerte, hasta podías repetir. En este delicado momento se formaba un oasis de buen rollo que espantaba la fatiga, el aburrimiento y hasta la borrachera, se creaban espontáneas tertulias intergeneracionales donde se comentaba lo mejor y lo peor de la jornada, si los toros habían sido buenos, qué atracción era mejor o dónde se podía beber cerveza sin aguar.
Allí, cual galos ante el buen druida Panoramix, bebíamos la poción mágica que había de conferirnos el poder de calmar el ardor del bocadillo de guarra, de aguantar hasta el amanecer, o darnos las fuerzas para emprender a pie el largo camino a casa. Los que se habían perdido en la vorágine se volvían a congregar allí –en el Pincho no hay quien se encuentre-; los que andaban con hambre pero sin un duro hallaban ahí un gratuito consuelo; en definitiva, el caldico se conformaba como un imprescindible punto de encuentro que alguien, desde un despachito, se cargó por ahorrar unas perras.
Gratuito, decía. He ahí otra de las claves del éxito del mágico bebedizo, puesto que en Feria todo tiene un precio, y no suele ser barato, qué puede haber más satisfactorio que encontrarse con algo gratis después de todo un día de gastos desaforados. Gambas, mojitos, cañas, miguelitos, sidra, tómbolas, coches de choque, Caseta de los Jardinillos, hasta la Carpa Joven te saca los ahorros durante nuestros diez días grandes, sólo las vaquillas y el caldo iban libres de gasto, y ya sólo perviven las primeras. Porque la Feria va sobrada de ofertas atractivas a esas horas intempestivas, pero ninguna es gratis, ninguna te recompensa por haber sido un buen albaceteño, por haber cumplido con los cánones feriales. ¿Acaso les niegan a los atletas una botella de agua después de correr?
Pero también es una forma de que los poderes públicos se congratulen con nosotros, la ciudadanía, de devolvernos algo tangible de lo mucho que les damos, el caldico es un mínimo detalle bebible de que se preocupan de nuestro bienestar.
Sería mejor para todos que vuelva el caldico reparador, antes de que nos obliguen a hacer botellón de caldo –caldellón- en el aparcamiento de la plaza de toros.


El Pueblo de Albacete, 4 de septiembre de 2011

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