lunes, 21 de mayo de 2012

Realismo no tan fantástico (SK)


Hace unos días terminé de leer la última novela de Stephen King publicada en español, 22/11/63, que trata de un viajero de tiempo que deber salvar a Kennedy de morir asesinado. Como seguidor del Maestro de Maine de toda la vida, lo cierto es que las expectativas que este argumento despertó en mí fueron bastante grandes. Pero antes de seguir por este camino, permítanme primero decirles a aquellos que critican y menosprecian a King sin haberse leído ni un libro suyo –todo lo más habrán visto alguna de las penosas adaptaciones a miniserie televisiva-, que se pueden ir a la mierda. Nunca entendí el desprecio a los autores de género, ni a los quienes tienen la inmensa capacidad y suerte de vender libros a millones. Por encima de envidias y manías, el Maestro es un buen escritor, lo cual no quita para que tenga en su bibliografía truños infumables de proporciones ciclópeas.
Este viaje en el tiempo de su última novela no es una de estas cagarrutas. Es una buena historia, bien escrita, con todos los defectos, virtudes y obsesiones de King, por lo que es imposible que defraude al fan. Si acaso, lo que uno echa de menos, lo que de verdad se echa de menos, es valentía. Hace ya mucho tiempo que King se quitó de encima el sambenito de “rey del terror”, al menos en los países donde la prensa sí se lee sus libros –aquí no-. De hecho, siempre ha sido un escritor de realismo fantástico –desde aquí ya escucho los gritos de los gafapastas-, con cierta tendencia hacia la oscuridad, a meter el dedo en la llaga de lo que asusta. Reinventó el género de terror, le enseñó ciencia ficción a los ciberpunks, creo el fantástico universo de la Torre Oscura para luego arruinarlo, lo atropellaron cuasi mortalmente y nos aburrió contándonoslo en todo lo que escribió después. En fin, un admirador puede llamar, con cariño, a Stephen King muchas cosas, pero hasta ahora timorato no era una de ellas.
Y lo es. 22/11/63 es una historia cobarde porque King se queda con la versión oficial, la de Lee Harvey Oswall como único tirador frente a Kennedy, porque es un americano rico e influyente, porque no quiere líos, y porque legalmente tiene razón. King no quiere oír hablar de la JFK de Oliver Stone, la cinta Zapruder, el montículo de hierba, la bala mágica, la chapuza de la autopsia en Washington… ni nada. Para King, Oswall es un gilipollas maltratador de mujeres (un rasgo de malvado de King con el que parece obsesionado últimamente) y lo demás son tonterías. Y estructura toda la novela en justificar cómo el protagonista no puede demostrar lo contrario, mediante un delicioso retrato de la América rural de los 60, trufado de malas casualidades y mala suerte. King no se atreve a desafiar a la Comisión Warren en ningún punto, no quieren que le llamen loco, o conspiranoico. Tampoco se trata de que haya querido ser original. King hace mucho que se bajó de ese tren. No es que quisiera ir a contracorriente por hacerse notar. Libros que defiendan la teoría de la conspiración los hay a miles pero que lo hizo Oswall, también. King no quiere problemas, no quiere acusar a otras personas habiendo ya un sospechoso condenado y ajusticiado.
¿Para qué meterse en camisas de once varas, si lo que quería contar era otra cosa? Kennedy, el viaje en el tiempo, no son más que un envoltorio para otra historia, a lo Steinbeck (el autor que siempre quiso ser). No sé si es que a sus 64 años, King se siente mayor, si le pone nervioso que su hijo Joe Hill escriba igual o mejor que él, o que se ha vuelto más gandul de lo que ya era. Porque King, a la hora de documentarse y diga lo que diga él, no mueve un esparto. O puede que, en la balanza del realismo y el fantástico, se ha inclinado hacia el primero por hartazgo del segundo.
Y es una pena, porque, siendo sincero, ya veo suficiente realismo a diario, demasiado humanos para mí. Lo que apetece es leer sobre vampiros, casas embrujadas, fantasmas, coches asesinos, poderes piroquinéticos y mascotas zombi… Creer por unas horas que el Mal habita en las alcantarillas, donde todo flota, en forma de payaso, y no en los bancos, en las bolsas, en los partidos políticos... Porque en la ficción, pueden ser derrotados, pero en la realidad, como Kennedy, estamos bien jodidos.



El Pueblo de Albacete, 21 de mayo de 2012

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