domingo, 27 de mayo de 2012

Mike el Duradero


Merece la penar recordar la historia de Mike Malloy, alias Mike el Duradero, alias Iron Mike. Un relato auténtico, que deambula entre lo cómico y lo terrorífico, del que cada cual puede extraer sus propias conclusiones.
Malloy (1873-22 de febrero de 1933) era un irlandés de Nueva York, sin hogar y alcohólico hasta el tuétano, que solía acudir a un oscuro local del Bronx. Cuentan que su miserable aspecto solía conmover a alguno de los otros clientes, que le pagaban un trago o dos, pero en general, el camarero acababa por arrojarlo a la calle.
A principios de enero de 1933, Malloy encontró cinco amigos generosos, en lo que parecía un golpe de suerte: Tony Martino, el propietario del bar; Joseph Murphy, el camarero; Daniel Kreisberg, Hershey Green y Francis Pasqua.
En realidad, este quinteto de pajarracos acababa de descubrir las bondades de los seguros de vida como método de enriquecimiento rápido. Su primera víctima había sido la querindonga de Martino a la que, tras asegurarla, la atiborraron de alcohol hasta la inconsciencia, la metieron en una bañera llena de agua y le abrieron la ventana. El frío le produjo a la mujer una pulmonía que la quitó de en medio en cuestión de días y proporcionó al siniestro grupo de los cinco un fajo de billetes y un sistema de enriquecimiento fácil y rápido. La panacea.
Y claro, qué mejor candidato a siguiente asegurado que el pobre, solitario y borrachuzo de Mike Malloy.
Así que aseguraron a Mike por 1.788 dólares (que al cambio actual, creo, rondarían los 136.000), con doble indemnización, y planearon la forma de mandarlo al otro barrio.
Para empezar, Martino le dio barra libre en su local, pensando que el exceso de alcohol lo mataría. Por supuesto, no fue así. Mike era un borracho de raza; bebía hasta perder el conocimiento, luego se levantaba y seguía trasegando como si nada. Ni siquiera cuando le cambiaron el whisky por anticongelante, Mike dejó de beber. Tampoco cuando del anticongelante pasaron al aguarrás, seguido por linimento para caballos y, por último, veneno para ratas.
Probaron a pagarle una comida de ostras empapadas en metanol, una idea al parecer de Pasqua, que había visto morir a un hombre tras comer ostras empapadas en whisky. Nada. Dejando de lado cada vez más las sutilezas, también le dieron de comer un sándwich de sardinas pasadas con veneno y clavos, que tampoco pareció causarle el menor efecto.
Convencidos de que no había nada comestible ni bebible en el mundo que pudiera matar a Mike, volvieron al plan original, a liquidarlo por congelación. Esperaron a que se cogiera una curda como un piano, cosa que no tardaría en suceder, y cuando perdió el conocimiento, lo sacaron del bar, lo llevaron a un parque solitario, lo tiraron sobre la nieve (recordemos que estamos hablando de hechos que sucedían en pleno invierno de Nueva York, y dicen las crónicas que esa noche en cuestión la temperatura llegó a los -26 grados), lo desnudaron y le tiraron por encima cinco galones (19 litros) de agua.
Sin embargo, Malloy reapareció al día siguiente reclamando una copa. Se curó el constipado con alcohol de quemar.
Es de suponer que, quedándose sin opciones, a Green, que era taxista, sólo se le ocurrió atropellarlo con su coche. Le golpeó dos veces, una a más de setenta kilómetros por hora, lo que llevó finalmente a Malloy al hospital. Cuando la banda ya celebraba que lo habían conseguido, y pretendían ir a cobrar, descubrieron que Malloy sólo tenía algunos huesos rotos. En tres semanas le dieron el alta.
Había que afinar más. El 22 de febrero, después de que Malloy se desmayara por el exceso de bebida, los cinco conspiradores lo llevaron a la habitación de Murphy, le pusieron una manguera en la boca que estaba conectado a la espita del gas, y lo dejaron encendido. Malloy, ahora sí, murió irremediablemente.
El cadáver fue declarado muerto por neumonía, enterrado con rapidez, y pronto los cinco cobraron el seguro. Sin embargo, el grupo no estaba tan unido como parecía, y Martino, Murphy, Kreisberg, Green y Pasqua comenzaron a pelearse entre ellos por el reparto del dinero, atrayendo sobre ellos más atención que la deseada. La policía prestó oídos entonces a los rumores que hablaban sobre Mike el Duradero, y se decidió exhumar el cadáver para que fuera examinado por un forense.
Los cinco hombres, renombrados por la prensa como los Murder Trust, fueron llevados a juicio. Green fue a la cárcel, y los otros cuatro miembros fueron ejecutados en la silla eléctrica en Sing Sing.
Y todos murieron a la primera.



El Pueblo de Albacete, 28 de mayo de 2012

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