domingo, 21 de octubre de 2012

Exclusivos e imbéciles

Esta semana pasada se me han roto el coche y la fregona. Como siempre que se rompe alguna cosa, lo hace cuando más lo necesitas.
En el caso del coche, no sólo lo necesitaba para mi día a día, sino que, por añadidura, lo que a buen seguro no necesitaba era gastar doscientos euros en la reparación. Doscientos euros pasado el día quince de cada mes es una fortuna que hay que atesorar, distribuir, y gastar con cuidado extremo. Aflojar la gallina delante de un mecánico que tiene aspecto de no haber sudado ni diez minutos delante del coche es, cuanto menos, tan doloroso como una patada en los pendulantes. Y que conste que le estoy enormemente agradecido a este hombre que, como decía el cuento, no se le paga por apretar un tornillo, sino por saber qué tornillo hay que apretar. La explicación que me dio sobre el porqué de tan elevada suma por reemplazar la pieza rota fue que los recambios de esa marca son muy caros, y que, hay que joderse, o se les pone los suyos o nada. Nada de marcas blancas, genéricas, hacendado. Las suyas o nada.
Y yo pienso que hay que joderse. Porque si hay algo que me pone furioso son estas exclusividades de marca que lo único que consiguen es hacerte la vida más difícil, sacarte los cuartos injustificadamente, y que acabes renegando de la maldita marca de por vida. Sucedía hasta hace unos años los cargadores del móvil, hasta que –gracias a Odín- a alguien se le ocurrió obligar a los fabricantes a adoptar el puerto mini USB. Sucede aún con los malditos productos Apple, y sus clavijas y puertos diferentes, que te fuerzan a un matrimonio con ellos de por vida, sin infidelidades, e invirtiendo en ellos periódicamente grandes cantidades de dinero.
¿Pero no habíamos quedado que la economía era global? ¿Que el mundo entero era un gran zoco? ¿Qué demonios pinta entonces aquí un puñetero palo de fregona que sólo admite sus repuestos originales?
Porque ese fue el caso de mi fregona. Menos dramático y proporcionalmente más barato que el arreglo del coche, pero igual de irritante. Solo necesitaba fregar la cocina e irme, ojo, solo fregar e irme a la calle. Pero había que fregar, sí o sí. Para ello contaba con un palo rojo extralargo, un cubo lleno de agua con lejía, y un mocho random. El palo y el mocho se mantuvieron unidos durante los primeros dos minutos y luego se separaron. Estupefacto, tarde un poco en percatarme de que el problema radicaba en que lidiaba con dos chismes incompatibles de marcas distintas. Absurdo. Si hubiera querido una fregona exclusiva, la tendría con el palo de platino y diamantes, forjado en las minas de Moria, con el mocho de hebras de algodón egipcio procesado por la mano de cien vírgenes pelirrojas, y me la hubiera comprado de una tienda de fregonas de alto standing del barrio de Salamanca de Madrid. Pero lo único que quieres cuando te compras una fregona en el supermercado es fregar, e irte a la calle.
El ingenio me sacó momentáneamente del apuro. Dos vueltas de cinta americana y retrasé el divorcio fregotil lo justo para terminar mi cometido, sabedor de que, más pronto que tarde, deberé acudir a por el mocho de marca. Someterte a la política imbécil de una marca comercial, que necesita recurrir a estas argucias barriobajeras para conseguir fidelizar (por la fuerza) a sus clientes. O puede que me deshaga del palo traidor y busque uno universal. Pero eso ya el mes que viene.



El Pueblo de Albacete, 22 de octubre de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...