domingo, 19 de junio de 2011

Una aproximación ontológica a El Nota (Sesenta mil satanases, 67)

Si  hay un personaje cinematográfico que ha marcado a toda una generación ese es El Nota. The Dude, en versión original, interpretado magistralmente por Jeff Bridges, es para el pobre mortal que lo desconozca, el protagonista de El Gran Lebowski, obra maestra del cine contemporáneo dirigida por los hermanos Coen allá en el lejano 1998. Desde entonces, ha llovido mucho, pero aún podemos aferrarnos a nuestros dvd y aprender mucho del Nota.
El Nota es un vago –“el hombre mas vago del condado de Los Angeles lo cual le convierte en favorito para el título de hombre mas vago del mundo”-, jugador de bolos, fumador de marihuana, fan de la Creedence, y ex activista de la era Nixon en los agitados noventa de Bush padre. Aspecto último este que, en muchos aspectos, lo define todo, puesto que, como bien señala el estudio Psychological analysis of the Dude, de James Kerr,  parece que El Nota no haya cambiado de personalidad, o madurado en los últimos 20 años. Entre otras cosas, se ha tachado al personaje de personificar la informalidad de América, y por extensión, culpa de la colonización cultural yanqui, de Occidente.
Ojo. En torno a este personaje se han creado dos multitudinarios festivales, uno en Louisville, Kentucky, localidad donde se filmó la cinta –que cumple 10 ediciones-, y otro en Londres, se editan sobre él decenas de libros y ha sido citado en cientos de tesis doctorales y trabajos académicos en la última década,  su merchandising siga reportando beneficios como si fuera una producción de George Lucas, y ha inspirado todo un estilo de vida del mundo real encarnado en una suerte de religión, el Dudeism. Quienes abrazan el Dudeísmo “viven en armonía con su espacio natural y se toman la vida siempre con calma” y “juegan a los bolos y fuman algún canuto”, detalla el Dudely Lama. En su decálogo online proclama además ser “la religión que crece más lenta”, una filosofía milenaria “que predica no predicar, y practicar lo menos posible”.
¿Pero qué tiene de atractivo El Nota? O lo que es lo mismo, cómo es posible que un, a priori, parásito social se haya convertido en un modelo de vida.
El Nota tuvo su momento de lucha, de reivindicación, cuando era joven, pero luego todo se fue al pijo, como suele pasar, y ahora sólo queda relajarse ante la vida y disfrutar de las cosas pequeñas, eso que siempre se dice en las películas pero que sólo en el retrato de Lebowski vemos y entendemos: los bolos, los rusos blancos, fumar marihuana, un buen baño y una alfombra que dé ambiente a la habitación. Frank Miller señala en su Daredevil que “un hombre sin esperanza es un hombre sin miedo”, pero este no es el caso. Tampoco es un tema de conformismo extremo, o de pasotismo. Elegir no actuar es en sí mismo un acto, y en El Nota hay una voluntad consciente e intencionada por dejarse llevar adonde sople el viento, como una planta rodadora.  El Nota es pues “un hedonista en la medida en que se esfuerza por los placeres efímeros que, sin embargo, evade las trampas del hedonismo. Porque él es demasiado perezoso para ir tras el placer, El Nota ha aprendido a disfrutar cada momento. (…) Sus gustos sencillos le permiten disfrutar de la vida a pesar de que está en paro y casi no tiene dinero”. (The Dude Abides: An Exploration of the Virtue of Authenticity, de David B.).
Y a este tipo, en la película, se le castiga y se le fuerza a actuar, a salir de su círculo vital, para obligarle a solucionar un problema que él no ha causado, sólo por una mera confusión nominal cuasi burocrática. El descenso a los infiernos de nuestro héroe se realiza a la inversa de lo que estamos acostumbrados a ver en la pantalla. El perdedor profesional sube al Olimpo de los triunfadores californianos: millonarios, artistas de vanguardia, directores de porno, músicos nihilistas Kraftwerkianos, sólo para corroborar que en el mundo real no es oro todo lo que reluce, que tras las lujosas mansiones, las fiestas en la playa, los modernos underground y los ricos filántropos todo es oscuro, caótico, podrido, un Nam social, donde no hay reglas, como en los bolos.
E, increíblemente, toda esta basura le resbala al Nota, no llega a tocarle, porque lo único que quiere es su alfombra, aunque esté meada. Honesto, auténtico hasta el final, El Nota sale triunfante e inmaculado, y vuelve a su bolera, a su vida de siempre. Y eso nos encanta.
El Nota enseña que hay que aceptar los vaivenes de la vida, que hay que asumir tu culpa, y que el sentido de la vida es ser lo más feliz posible en cada situación. “Unas veces te comes al oso, y otras veces el oso te come a ti”. Tan fácil y tan difícil.


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