jueves, 10 de marzo de 2011

Coge el dinero y corre (Sesenta mil satanases, 53)

La noticia del robo de un millón y medio de euros, o medio millón, lo mismo da, que unas monjas de clausura guardaban dentro de un armario, cual amante bandido, que hemos conocido esta semana, además de hacerme pensar, como a toda España, qué coño hacen unas monjitas con semejante pastón en negro, es en esos dineros que tradicionalmente se ha dicho que se guardaban en casa bajo el colchón, o debajo de una baldosa suelta. Siempre pensé que la historia tenía más de leyenda urbana que de realidad, porque la experiencia me ha enseñado que no hay forma de reunir cien euros ahorrados, ya sea en el banco o en un gorrino hucha. Otra cosa es guardar la calderilla en un tarro, que suele ofrecer interesantes sorpresas al cabo de un tiempo, y que además sirve para salvaguardar la integridad del filtro de la lavadora.

Lo cierto es que, de tanto en cuando, surge la noticia de que ha aparecido una pequeña fortuna en casa de un anciano con síndrome de Diógenes, o un vagabundo, recientemente fallecido y convertido de pronto en el susodicho "más rico del cementerio". La misma historia también ha motivado, también, casos donde algunos desaprensivos hijos de mala madre han irrumpido en una vivienda ajena, listos para apalizar al paupérrimo inquilino que, se supone, oculta un tesoro entre el somier y el pikolín. Si es que hay gente que cree que los Goonies está basado en un hecho real.

Que los bancos no son de fiar es un pensamiento paranoide muy español porque, en general, somos muy desconfiados a priori, aunque en verdad semos tontos del culo; o si no, explíquenme como a día de hoy, que llevamos internet en el bolsillo del pantalón, siguen cayendo vecinos en el timo de la estampita. Por pasarnos de listos es por lo que nos pasan estas cosas. Claro, qué va a ser más seguro para las joyas y los leuros que tanto nos ha costado juntar, o no, que una bolsa de basura escondida en un inexpugnable armario de formica. O un libro falso de esos de plástico, disimulado entre el Quijote y la Biblia. O una caja fuerte del Eroski... ¿Y por qué no una saca con el símbolo del dolar pintado en un lado? Son las personas que apuntan en el dorso de la tarjeta de crédito su clave personal quienes idean estos estupendos métodos de seguridad, y se quedan tan panchos, pensando en que ni los de Ocean's Eleven podrían dar con sus ahorros.

Caso aparte es el que esconde la pasta para mantenerla alejada de los largos y fríos tentáculos del Ministerio de Hacienda. Hombre, pues si has reunido un buen pellizco por cauces sospechosos, búscate un poco mejor la vida. Tan malo es comprarte un Porsche con tu sueldo de concejal, como esconder los fajos en bolsas herméticas para congelados en el trastero. Y es que hasta para ser un criminal hay que estudiar, y no morder más de lo que puedes tragar.

Como no conozco a nadie que posea tanto dinero que necesite esconderlo de los ladrones y del fisco, ignoro los sistemas que emplean para salvaguardar en casa su fondo de pensiones, pero supongo que les bastará con la Guía Michelín de paraísos fiscales. Lo más parecido que he visto en personas normales han sido billetes guardados en libros o en los bolsillos de las camisas, joyas dentro de un tupper en el congelador y cosas así; trucos que, imagino, un ladrón fogueado conocerá al dedillo, y que con toda seguridad causarán más desvelos que si estuvieran en un simple cajón de la cómoda.

Lo del convento tiene guasa porque debe de haber un millón de sitios en donde esconder el dinero. En un zulo VPO de los de ahora, de cuarenta y cinco metros cuadrados, sería más complicado de ocultar, como no fuera de relleno de los cojines. Claro que quien viva en un minipiso y tenga en su poder un hato lleno de billetes de quinientos, o es un narcotraficante, o un gilipollas.


El Pueblo de Albacete, 13 de marzo de 2011

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