lunes, 22 de febrero de 2010

Con los brackets en la mano (Sesenta mil satanases 02)

La tontuna de la semana en los corrillos periodísticos de lo rosa –pero no sólo- ha sido el aparato ortopédico dental de la princesa Letizia, quien va camino de convertirse, tras las extensiones de pelo, y las operaciones de nariz, barbilla y quién sabe qué más, en nuestra Cher patria (o en un regio Mr Potato). He leído por ahí que a sus piños marfileños le han colocado un aparato, brackets de zafiro, que son transparentes, y de más realeza, dónde va a parar, y cuyo coste se estima en 4.000 eurazos. Sale a 125 euros el diente, por si les interesa.
Brackets, en inglés americano, es corchetes [ya saben, estos paréntesis rectos]. Y con los dientes entre corchetes hablamos del tema. El caso es que, si uno mira imágenes de la princesa de Asturias de hace unos meses, y trata de encontrar dónde tiene esa mella, ese incisivo sobresaliente o esa pala al bies que justifique el gasto y la molestia, no lo encuentra. Yo, al menos, no. Claro que esperaba topar con una dentadura del estilo del Risitas (¡Cuñaaaoo!) y no es el caso. No sé, y lo cierto es que me da lo mismo, si lo de Letizia es necesidad o coquetería -que una princesa use aparato dental no es más raro que un gitano con gafas-. Lo que me llama la atención es que, si hasta hace unos años, los únicos que llevaban aparatos en los dientes eran los chiquillos, por una evidente cuestión de salud bucodental, en la actualidad son los adultos quienes, voluntariamente y cada vez más, se someten a este tipo de intervenciones por dictados estéticos, cuando deberían estar ahorrando para una dentadura postiza y un juego de petanca.
Recalco lo de voluntariamente porque, quien ha sufrido la tortura de la ortopedia de crío, dudo que le queden ganas de repetir la experiencia de mayor. Antes, el adolescente llegaba a la madurez con una dentadura perfecta, un trauma y, en ocasiones, un mote de por vida. Y es que los aparatos de ortopedia de antaño, los de acero y plástico, eran una fuente inagotable de chanzas y burlas en toda la etapa escolar y aún después, para desgracia de la víctima. Así, en el colegio, el niño de los brackets era el mascachapas o bocahierro; los gigantescos corsés para enderezar la columna vertebral te convertían en Terminator o Robocop; las gafas en cuatroojos o lupas, y los zapatos para pies planos en el primo de Frankenstein. Mi clase de BUP, con todos estos elementos, parecía una escena de Star Wars. No es de extrañar que la princesa quiera disimular con aparatos high tech, o directamente negar la mayor -como ha hecho la Casa Real-, no fuera a llamarla chupaclavos algún republicano y/o independentista con ánimo ofensivo.
La salud bucodental no está reñida con la belleza, por eso no está de más cuidarse las hileras de molar a molar. Pocas cosas hay más desagradables a la vista que una boca declarada zona catastrófica. Todos conocemos fauces por ahí que jamás deberían abrirse, con dentaduras que parecen hechas con piezas sobrantes de segunda mano –el Ratoncito Pérez en realidad es un protésico dental clandestino-. Algunas son tan terribles que hasta los propios dientes intentan escapar de las encías. Otras abarcan todo el pantone de amarillo a negro. Sí, para esta gente los brackets, o una extirpación masiva de dientes, no es una cuestión de moda, sino de ayuda humanitaria.
Lo cierto es que nadie quiere perder los dientes. Pregunten sino al piloto alemán David Moeller que, después de obtener la medalla de plata en su modalidad en los Juegos de Invierno de Vancouver, mordió la presea y se saltó un diente. Oro en gañanería para el muchacho.
Pero he de manifestar mi repulsa ante esta moda de homogeneizar dentaduras. No hay derecho a que traten de globalizarnos los piños, simétricos, clónicos, indistinguibles los tuyos de los míos. Ya no basta con blanquearlos hasta equipararlos a los faros de xenon de un Seat Leon, que parece que el colgate lo hagan con plutonio. Ahora tienen que estar cincelados, simétricos, como hechos por ordenador.
Nada de viva la diferencia. Democracia (dictadura) dental, señores. Y por ahí sí que no. Una boca debe tener personalidad, como las manos o los ojos. Forma parte de nosotros y de nuestra imagen –no hay nada más íntimo y más expuesto al exterior-. Transmite información sobre nosotros (si fumas, si has comido chorizo, si eres de la realeza o desconoces el significado de la palabra dentífrico). Hasta un dentista de Nueva York me da la razón, y asegura en su web que una dentadura perfecta tiene que tener algún defecto. Y como no le falta vista comercial al pájaro, cierra el círculo de la estupidez bucodental en su consulta, donde te retuerce ligeramente un diente para conseguir esa disarmonía deseada. Estoy deseando que se ponga de moda para ver quién pasará por caja para que le hagan algo que se puede tener gratis sólo con un paseo en bicicleta sin manos por la calle Valdeganga.


El Pueblo de Albacete, 21-02-2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Reto Fanzine 2023

 Bueno, pues parecía que no pero al final sí, así que... Queda convocada la 19 edición de nuestro Reto Fanzine para el VIERNES 29 de diciemb...