domingo, 23 de junio de 2013

El ataque de los clones


No sé si a vosotros os pasa, pero a mí más veces de las que me gustaría me han confundido con otro. Lo achaco a que la gente sólo es capaz de tener cuatro aspectos físicos genéricos (alto, gordo, gafas, pelo largo) de alguien, y confunde a cualquiera que encaje con esa parca descripción. Así, sin salir de Albacete capital, he sido confundido con más de una docena de individuos; algunos días, incluso varias veces. Pero no se trata de un fenómeno local, puesto que me ha sucedido en, al menos, cinco ciudades más.
La personalidad de uno se resiente un poco con tanta equivocación, ya saben, uno siempre piensa para sí que es único e irrepetible, y se encuentra con que tiene más copias que unas zapatillas Converse All Star. Que una señora mayor te pare en mitad de la calle, sólo para comprobar que te pareces al hijo de su prima, le da una patada en las inglés a tu autoestima. Tantos años para forjarte una identidad propia y resulta que eres poco menos que un clon de un tipo alto, gordo, con gafas y pelo largo. Un clon que forma parte de todo una legión de individuos repartidos por toda la geografía y que pululan por ahí, sin conciencia de copia hasta que, a fuerza de ser confundido con cualquiera de los otros clones, escribe acerca de la angustia existencial en su blog.
También es inquietante que nunca me haya encontrado con una de esas copias cara a cara. He visto tipos que podrían encajar en la descripción básica que decía antes, pero como no me he encontrado ningún parecido con ninguno e ellos, me niego a creer que se trate de un clon. O los tipos que se parecen tienen algún defecto en el cerebro que les impide reconocerse entre sí, o todo forma parte de una estrambótica conspiración. Pero como de conspiraciones ya vamos bien servidos, pensaremos que debe ser algo como cuando no reconoces tu voz cuando la oyes grabada. Aunque una vez confundí mi reflejo en el espejo de una tienda con un amigo, lo cual ya es bastante raro.
Surge la pregunta de qué ocurriría si cambio el paradigma de identificación. Qué pasaría si me cortase el pelo, adelgazara o me quitara las gafas. ¿Sería confundido con otra serie de tipos? ¿O al fin sería realmente único? ¿Bastaría con ponerme lentillas para salir del colectivo de copias, o hay que cambiar el máximo posible de características para ser ese ente único e irrepetible? ¿Merece la pena? No lo creo, porque hay tanta gente que siempre acabarías por asemejarte a otros y, por otro lado, eso de ser tan único, inconfundible, no parece muy buena idea. Primero, porque si no quieres ser el loco del barrio necesitas tener unos cuantos miles de millones para cubrirte el riñón, ya que, viendo lo que se ve por la calle y por la tele, convertirte en alguien inconfundible exige más dinero que vergüenza, y solamente con dinero a espuertas, la gilipollez se convierte en extravagancia. Segundo, que volverte tan inconfundible acaba por llamar demasiado la atención, lo que nunca es bueno en una sociedad que adora la homogeneización. Es tan peligroso como coserse una diana en el pecho. Pregúntale a cualquier bicho en peligro de extinción si no se cambiaría por otro más común, por otro por el que pudiera ser confundido. Por un tipo alto, gordo, con gafas y pelo largo. Pues eso.


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