domingo, 12 de mayo de 2013

Gracias, Cine


Esta semana nos han dejado Alfredo Landa y Constantino Romero. Ha sido al ver los distintos vídeos recopilatorios de escenas que, como homenaje, han preparado de ambos desde las televisiones a gente anónima en Internet, cuando me he dado cuenta de la gran trascendencia que el trabajo de estos dos modestos hombres ha tenido en nuestras vidas. Sus obras se han instalado en nuestra memoria personal y colectiva, para siempre.  Gracias a la magia del cine. Y en el caso de nuestro querido chinchillano, el caso es aún más maravilloso, puesto que sólo con la voz, pero qué voz, nos ha hecho vibrar.
Siempre me ha fascinado el poder del cine para conmover, despertar emociones y sentimientos que, por norma, no afloran así como así en la vida diaria. Porque la vida se compone de pequeños momentos encadenados en el tiempo, y el cine los recoge, los condensa en un par de horas, y te los muestra, en principio para entretenerte. Pero a veces, resulta que lo que estás viendo te toca la fibra. Es más, lo experimentas como algo propio, y una escena se convierte en una vivencia. Es un chute directo a la vena de pura energía que te hace pensar, criticar y dudar sobre las cosas. Te hace soñar, y tener pesadillas. Y lloras, y amas, como un niño, en la intimidad compartida de una sala a oscuras. Y no es algo que te suceda a ti solo, sino que le ocurre a miles, decenas de miles de personas en todas partes, en una especie de comunión mística global -y perdonad si me estoy poniendo algo hippy, pero es así-. Y cuando hablas de ello con esas otras personas, y descubres que todos compartís ese recuerdo común, resulta maravilloso.
Es magia. O un milagro.
Milagros que, es evidente, se construyen con el esfuerzo y el trabajo de muchos. Inspiración y suerte son parte fundamental en la definición del éxito de una película, pero también mucha dedicación y profesionalidad. Creer en lo que está haciendo. Luego toca tirar los dados y a ver qué pasa. Y lo que pasa a veces es que tienen que pasar décadas para que la niveladora del tiempo deje a cada uno en su sitio. Pero, como las cerraduras de las cajas fuertes, una vez discas todos los números de la combinación en orden, la puerta se abre y accedes al tesoro.
Qué grande es el cine, sí. Y qué grandes quienes trabajan en él y logran, por méritos propios, quedarse con nosotros para siempre, formando parte de nuestra historia y de nuestras vidas, igual que un amigo o un familiar. Por eso a mí me gusta aplaudir al final de la proyección, aunque esta sea en mi casa. Para darles las gracias.



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