domingo, 2 de diciembre de 2012

Románticos, pasando por París

En mi barrio somos tan románticos que todavía vamos al videoclub. Incluso hay quien usa el móvil solo para hablar por teléfono, que lo he visto yo. No está nada mal eso de que, de vez en cuando, echemos el freno de mano para tener tiempo para paladear un momento de nuestro pasado más cercano. Quizás en los pueblos baste con darse una vuelta por las eras, o ir a la matanza de la tía Agustina, para sentir en las entrañas que, a pesar del 3G, hay cosas que no cambian, pero en la ciudad, aunque esa ciudad sea nuestra paleta Albacete, hay que escarbar un poco más. Y es que, de tanto en cuando, necesitamos ese reconfortante vistazo atrás, satisfacer el ansia de nostalgia, y sentir la seguridad que da la familiaridad, lo reconocible, para poder tirar para adelante.
Porque ser romántico está bien. Es bueno dejarse llevar por el sentimentalismo, y más en otoño. Y sí, se puede ser romántico, sentimental y soñador cerca de casa. No hace falta ir a París. Qué demonios tiene París que todas las mujeres quieren ir para allá. Ojo, y no de visita normal, en plan vacaciones, sino de visita “romántica”, entendida desde el punto de vista del “amor”. Porque, de alguna manera, lo de “París, ciudad del amor” se ha insertado en el cromosoma X desde hace generaciones, y por ello, cada año cientos de miles de hombres son arrastrados contra su voluntad a hacerse la foto de enamorados con la Torre Eiffel de fondo. Si te fijas bien en estas fotos, por cierto, verás en los ojos de ella un brillo demente de satisfacción; en los de él no se aprecia más que cansancio.
¿Y aparte de la visita a la torre de acero más famosa del mundo, que tiene su aquel a pesar de las largas colas, y de la obligada cena en el Sena con velas y una reforzada tarjeta de crédito, qué se hace en París que sea romántico y amoroso? La respuesta es pasear. Pasear cogidos de la mano.
Pasear desde la plaza Abesses, en Montmartre, a Saint-Germain, pasando por el Marais, callejeando de plaza en plaza, viendo escaparates de cosas que no puedes pagar, menos después de la cena romántica, y cafés con historia, donde artistas de los que apenas has oído hablar se cogían sus cebollazos hace cien años. Pasear por las orillas del Sena, sin dejar de cruzar ni un solo puente: el Saint-Luis, el Des Arts, el Del Alma… Pasear por delante del Louvre, de Notre-Dame, de la ópera, del café de Amelie. Pasear por los Campos Elíseos, que no son pequeños… Pasear por todos y cada de los rincones de la ciudad con capacidad para parecer nostálgicos, evocadores y sentimentales.
Y así, venga a andar, venga a pasear, con el brazo dormido hasta el hombro, a lo largo de interminables kilómetros y kilómetros de París, como intentando recolectar las partículas de amor que deben desprender estos sitios, hasta que, de puro agotamiento, comiences a sufrir un colapso por fatiga extrema, que es un mal muy de atletas, con mareos y alucinaciones, empieces a contagiarte del entusiasmo romántico de ella hasta perder el control, y -¡es una trampa!- acabes pidiéndole que se case contigo en cualquier rincón parisino que parezca sonarte de alguna película que has visto en su sofá. Un consejo: para no tener que comprar un anillo lo mejor es entrenar en maratones y llevar un buen puñado de frutos secos para evitar el bajonazo de la hipoglucemia.
Y mientras te atiborras de almendras a escondidas, y te encuentras como si hubieras participado en el Iron Man de Hawai, piensas si de veras era necesario patear una ciudad que no es la tuya hasta el delirio para sentirte febrilmente enamorado. Las vejigas de tus pies dicen que no. Qué tiene de romántico París, que en Albacete no tengas, casi lo mismo, pero más corto. Hay parques, hay edificios con historia, músicos callejeros, café del caro, el Depósito del Agua para hacerte fotos… Si quieres río y velas, a cenar a las Mariquillas. Y si te sientes bohemio, pues vas al videoclub y alquilas Moulin Rouge. O Amelie.

Según A.L.A., "el romanticismo es lo de antes de follar".

El Pueblo de Albacete, 3 de diciembre de 2012

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