Ojo, que no tratamos aquí de chismes con cierto valor sentimental, como el reloj del abuelo, sino de objetos vulgares, con los que en realidad no nos une ningún vínculo emocional, salvo el que nosotros queramos inventar. Por lo tanto, tampoco hablamos de fetiches, ni de talismanes. Ni nuestros deseos, carnales o místicos, tienen nada que ver con esta relación de fascinación que se puede sentir, por ejemplo, con la grapadora.
Tengo colocada mi grapadora en el centro de la mesa, delante del teclado. Es una grapadora cromada en negro, modelo Petrus 226, cargada con grapas cobreadas del 24/6, un calibre superior al habitual 22/6, del cual conservo en casa una caja -Petrus también- con unas doscientas grapas (cuatro tandas). No recuerdo por qué me decidí por estas en lugar de las casi universales del 22, pero la única diferencia es que las mías son más finas. Según las especificaciones técnicas, con esta máquina podría grapar hasta 30 folios estándar, que no está nada mal. Por cierto, que nunca me han gustado las minigrapadoras pequeñas, esas que cargan del Número 10 plateadas y que solían venir en los estuches de dos pisos que algún tío nos regalaba en edad escolar.
La grapadora tiene carisma. Tiene un peso y unas dimensiones apropiadas para hacerla portátil y manejable con una sola mano, partes móviles que producen un característico sonido metálico, que me recuerda al que hacen las escopetas en las películas, un muelle -a los hombres nos gustan los muelles-, y es configurable: además de elegir entre dos tipos de grapas, puedes mover el yunque donde golpea y elegir entre las dos posiciones en que quieres que se claven las patillas (hacia dentro, hacia afuera). ¿Quién necesita un Iphone? En 2009, la Petrus 226 -que se fabrica en Santa Perpètua de Mogoda, Barcelona- cumplió cincuenta años, y según sus propios números, han superado los diez millones de unidades fabricadas, por lo que estamos ante la reina de las grapadoras. Es tan poderosa la personalidad de este modelo que veo claro que el diseño de la cabeza de los aliens de las películas de Sigourney Weaver está copiado de una grapadora como la mía. De hecho, si aprietas el resorte de atrás del cargador para meterle más grapas -el resorte de la «nuca»-, éste aparece en la misma forma que la segunda boca retráctil de los monstruos espaciales ideados por H.R. Giger. Imaginen el summun que sería una grapadora diseñada por el suizo...
Hay un juego interesante que se puede practicar con ella en una oficina. Intente adivinar cuántas grapas tiene dentro. Seguro que le introdujo una hilera completa de cincuenta dos días atrás -caben 70, por si se lo preguntaba-, y apenas la ha usado desde entonces, lo que ocurre con una grapadora es que nunca sabes a ciencia cierta si alguien más la ha utilizado. En el trabajo, por norma general, las grapadoras no es que escaseen, pero a la gente le gusta emplear el material de los demás. Con los bolígrafos rojos el tema es más violento, ya que nunca parece haber suficientes, y desaparecen de los escritorios con demasiada facilidad. En cambio, hay tantos clips que no es raro verlos por el suelo, en los cajones, en los armarios, en todas partes. Bien, coja la grapadora y piense. Hay oficinas en las que todo se grapa, otras en las que dos o más folios unidos por una delgada tira de cobre es una rareza. Calcule mentalmente, con un margen de error de, digamos, cuatro grapas, y compruebe si sus compañeros la han cogido sin permiso y la han usado para sus propios informes. Adivinar quién sería el gorrón es otro juego, con otras consecuencias.
Pero donde se demuestra bien a las claras que la grapadora es más que simple material de oficina es cuando se esgrime como un arma. A pesar de que es imposible que una grapa se le clave a alguien sin apoyársela expresamente en la carne, infunde temor verla empuñada como una pistola, y todos se cubren cuando aprietas y grapas el aire, como si la piececita de cobre hubiera salido despedida a 250 metros por segundo. Se trata de un ejercicio peligroso, no tanto por la grapa, sino porque te pueden cruzar la cara, por lo que desaconsejo este tipo de imbecilidades.
Otro día les hablaré del maravilloso mundo del bote portalápices...
El Pueblo de Albacete, 27 de marzo de 2011
Y de las misteriosas desapariciones de bolis rojos...
ResponderEliminar