miércoles, 23 de febrero de 2011

Blitzkrieg Buffet (Sesenta mil satanases, 51)

Dos de la tarde. Un buffet libre de nuestras carreteras. La necesidad es mucha y los enemigos superaban a nuestros cuatro protagonistas en una proporción de tres a uno.
El pequeño comando de hambrientos, que ha conducido hasta allí tras un desafío a destiempo, establece la estrategia a seguir al grito de Blitzkrieg, que algunos presentes confunden erróneamente con el estribillo de los Ramones.
Comienza el ataque.
El objetivo principal es la fuente de chuletas de cordero, hábilmente colocada entre la paella y los macarrones con tomate. Tanto el arroz como la pasta se hayan copados de ancianos en su parada de viaje en autobús, cuya lentitud y tendencia a hablar mientras se echan comida en los platos impide el acceso a la carne. Por si fuera poco, un sujeto de aspecto bielorruso ha conseguido penetrar en la línea defensiva jubilista y amenaza con llevarse hasta la grasa de la bandeja del cordero.
El primer movimiento consiste en intentar abrir brecha en la defensa y atacar por retaguardia. El Hambriento A propone fuego de artillería, ya sea con migas de pan -descartado por demasiado descarado-, a base de estornudos baboseantes -no intimidaría a estos ancianos curtidos en mil enfermedades- o por salpicaduras de sopa, táctica, por lo que se ve, que ha seguido el exsoviet. Hambriento A coge un plato hondo, lo llena hasta los topes de sopa jardinera y avanza simulando una cojera que hace que el caldo se agite en marejada a derecha e izquierda. Le sigue los pasos Hambriento B, cargado de platos vacíos.
La irrupción de la sopa parece lograr su objetivo. Los primeros salpiconazos son recibidos con gritos de "¡Cuidao, nene!" y otras imprecaciones, pero la minusvalía fingida cohíbe a los afectados y neutraliza el deseo de venganza. Hambriento A logra su objetivo, no así Hambriento B, que ve con impotencia como las fuerzas imsersales cierran filas tras el bombardeo de fideos amarillos, dejando al primer compañero aislado en retaguardia, codo con codo con el gigantesco ruso blanco. No todo está perdido, Hambriento A deja la sopa y comienza a deslizarse, pegado al mostrador, hacia uno de los flancos, aun a riesgo de perder su privilegiada posición.
Entretanto, los Hambrientos Cy D rodeaban ese mismo mostrador, en un implacable y coordinado movimiento envolvente. El avance es lento, pero seguro, gracias a la hábil técnica de andar de lado, inclinado sobre los alimentos y con los codos hacia afuera. Hambriento B retrocede para observar. A y C logran establecer contacto. B entonces corre a unirse y entre los tres efectúan un rápido efecto palanca que obliga a la defensa sexagenaria a apartarse y adoptar una formación típica, y casi inconsciente, de cola de Mercadona.
Pero el bielorruso, con su gran envergadura, se mantiene firme en su posición y además con la superioridad aérea ganada. Mientras el valiente trío corre hacia las chuletas, D se llega hasta el forastero y trata de moverlo sin éxito. Hay que actuar a toda prisa, antes de que los abuelos tengan tiempo de reaccionar, ya sea de palabra u obra, y antes de que el soviet se lleve toda la carne a la brasa. La proporción numérica es ahora de cuatro a uno, pero el rival tiene músculos tatuados de verdad y una mirada azul que hiela la sangre.
Nuestros muchachos no se arredran. Rodean al interfecto en un ataque envolvente y directo. De nuevo, es Hambriento A quien decide entrar primero al cuerpo a cuerpo. Por un segundo, piensa en recuperar la sopa y arremeter con ella. Pero 1) apenas queda sustancia en el plato, y 2) no parece buena idea manchar a un individuo que parece salido de Promesas del Este.
A opta por la intervención directa. Apoya la mano en el bíceps descomunal del ruso y pregunta si sabe si el vino va incluido en los diez euros del buffet. La mención del alcohol a bajo coste parece turbar por unos segundos la mente inexpugnable del belaruski, que suelta una chuleta de palo, vuelve la cabeza hacia la entrada, donde se haya el cartel con los precios, y se obliga a girar el torso, no así los pies, en un giro de cintura a lo Robocop, hacia su compañero, que aguarda en una mesa cercana con dos panecillos y dos latas de cocacola. Esa minúscula abertura es aprovechada por nuestros Hambrientos, cuyas manos caen, como relámpagos en una tormenta, sin piedad, sobre el cordero. No habrá prisioneros. En un ejercicio de temeridad, C hasta se atreve a aligerar de carne el plato del despistado bielorruso.
Cuando éste se vuelve hacia su interlocutor, se encuentra con que este, y la práctica totalidad de las chuletas, se han esfumado.
Nuestros victoriosos muchachos, henchidos de satisfacción por tener las manos llenas de jugosa carne, se repliegan hacia las mesas, dispuestos a hacer, un poco más, el animal. Es entonces cuando comprueban, horrorizados, que sólo queda una libre, allá al fondo, y que un matrimonio con dos hijos pequeños avanza hacia ella.
¡Blitzkrieg!

El Pueblo de Albacete, 27 de febrero de 2011

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