sábado, 6 de noviembre de 2010

Más ketchup y mostaza (Sesenta mil satanases, 36)

A mí me gustan las hamburguesas. Eso no quita que las prefiera antes que un bocadillo de lomo o uno de jamón –discusión absurda por otra parte, puesto que cada comida tiene su momento y lugar-, pero lo cierto es que las cadenas de hamburgueserías han salvado mi vida en más de una ocasión. No acabo de entender, si no es como la enésima muestra de esnobismo barato, a aquellos quienes las critican porque alegan que no son sanas –como casi todo lo que nos rodea-, no están buenas –pues mejor que algunos platos de nueva cocina-, las hacen con carne de rata o terneras torturadas –vete al campo, hippy, y fúmatelo-, o simplemente, están afectados por el síndrome de la estupidez antiamericana, que lo mismo te rechazan un Halloween, que Papa Noel. Pues qué quieren que les diga, a mí las hamburguesas me parecen bien. Y puesto que de pequeño me enseñaron a comer de todo, pues no les encuentro ningún problema a esos bocatas redondos que se montan como un lego, se preparan en cinco minutos y son BARATOS.

De hecho, me las como de dos en dos.

Me dan igual las patatas y la bebida del menú, y la ensalada siempre ha sido para mi novia, a mí lo que me gustan son las de ternera, grandes y jugosas, que te chorreen brazo abajo hasta el codo. No hay Feria completa sin aplicarse una Uranga especial de madrugada. El resto del año tenemos cuatro sitios en Albacete donde las preparan estupendamente; dos son públicamente notorios, Pokins y Panchos, y los otros dos me los reservo para que no se me llenen de mordernos gastroturistas. Y por supuesto, también tenemos las nobles franquicias de producción en cadena harburguesil, bien representadas en toda la ciudad.

Estas cadenas me han dado de comer en muchos de mis viajes, porque está muy bien eso de probar la cocina local, pero está mejor mirar por el bolsillo de uno, y ante el dilema de un plato de fabes de quince euros y un MacMenu de siete, pues mandas al pijo las esencias asturianas, que el viaje de vuelta es muy largo, y cuando se trata de dinero, es mejor emular a “El último superviviente” que a Juan Echanove.

También he de reconocer que no me gusta comer en estas hamburgueserías, más que nada por la masificación, y porque parece que comer despacio está mal visto. Prefiero llevarme la comida a la pensión o a un banco de la calle antes que encajarme en esas sillas y mesas pensadas para personas de menor estatura y masa corporal. Además que mi fobia natural a las masas me ha hecho pasar malos ratos en sitios como Madrid y Valencia, donde recuerdo con especial cariño la lucha por una mesa, en el Mac Donald frente a la plaza de toros, más encarnizada y peligrosa que el desembarco en Omaha Beach cierto día D.

Pero lo que más molesta en estos sitios, y lo que ha motivado verdaderos torrentes de furia en mí, es la puta manía de racanear el ketchup y la mostaza.

Veamos, ya me parece indignante que no te den la mostaza si no la pides expresamente, cosa que además no está indicada en ningún cartel –y mira que hay carteles-, pero que

para un pedido normal de dos menús, la cantidad de sobres de ketchup, y en esto coinciden las dos principales cadenas, es dar tres, lo que resulta a todas luces insuficiente y estúpido, puesto que llevas al menos cuatro cosas (dos hamburguesas y dos de patadas) a las que, hipotéticamente, se puede añadir el tomate.

¿Acaso darte más sobres llevaría a la ruina a MacDonals y Burguer King? ¿Es un complot internacional para arruinar a Heinz?

Señores de ambas franquicias, les voy a dar la fórmula correcta para calcular cuántos sobres de ketchup y mostaza hay que darle al cliente: Por 1 hamburguesa, 2 de ketchup y 1 de mostaza. Por cada ración normal de patatas, 1 de cada. Si las patatas son súper o maxis, pues otros 2 sobres más. Y así hasta el infinito.

Porque esta es la cantidad que quiero, y que siempre pido. De hecho, junto a mis pedidos añado la frase “y ocho sobres de ketchup y cinco de mostaza, por favor”, aunque jamás me han hecho caso, lo que me cabrea aún más y ha dado lugar, a mi pesar, a broncas antológicas (con hoja de reclamaciones de por medio y todo).

Es incompresible que pueda elegir el tamaño de la cerveza, de las patatas, los ingredientes, sin pegas, pero cuando se trata de esos diminutos sobrecitos, entonces hay que ponerse a medir quién los tiene más gordos. Repito aquí lo que ya le dije a un encargado excesivamente listo: ¿quieres cobrarlos?, como me cobras la mayonessa, pues échale huevos y cóbramelos. Estoy dispuesto a pagar por ellos un precio razonable, pero no me racanees. No juegues con la comida de un hombre hambriento que no tenía para unas fabes.



El Pueblo de Albacete, 7 de noviembre de 2010

1 comentario:

  1. Que buenos tiempos aquellos del Uranga "clásico" de todas las ferias.

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