sábado, 30 de octubre de 2010

Viviendo en Ejmólvil (Sesenta mil satanases, 35)

Si son aficionados a los tebeos y/o las series de televisión ha de sonarles, aunque sea por aproximación fonética, esto de Ejmolvil, que no es sino la mancheguización de Smallville, ese pequeño pueblecito donde se crió Clark Kent antes de convertirse en Superman. Déjenme contarles en apenas unas líneas las primeras temporadas de la serie que emite TVE entre los episodios de Bob Esponja y Águila Roja. Básicamente la línea argumental nos cuenta cómo cuando el pequeñó bebé de Kripton aterrizó en la granja de los Kent, múltiples fragmentos del extinto planeta de origen de Kal-el llegaron con él, afectado de forma muy especial a varios cientos de smallvilianos, o smallvitenses. Vamos, lo que viene siendo que unos paletos del medio oeste desarrollan superpoderes por culpa de la kriptonita radioactiva. El adolescente Superman tendrá que luchar contra sus hormonas y su despertar sexual, como el Carlitos de Cuéntame, y además enfrentarse a la muchachada atómica que, por no ser de Marvel, no saben la premisa spidermaniana de "un gran poder conlleva una gran responsabilidad".
¿Y todo este rollo friki a qué viene?, se preguntarán algunos. Pues viene a que Albacete, además de estar hermanada con Vienne, Houndé, y tres o cuatro más, debería hacerlo ya con Smallville, o ya directamente, cambiarse el nombre por el propuesto en el título del artículo, ya que si de algo podemos presumir, además de nuestras navajas y rotondas -elementos mortales, ambas, en malas manos- es de tener el mayor porcentaje de vecinos con poderes que yo haya visto nunca. Para los incrédulos, y a la espera de que Iker Jiménez tome cartas en el asunto, sólo hay que explicarles unos cuantos casos que, por su cotidianidad, no damos importancia. Pero la tiene, y mucho.
Como si los fragmentos de kriptonita hubieran caído en el agua, de ahí su peculiar sabor, muchos albaceteños han desarrollado unos superpoderes como no se han visto en la tele ni en los cómics. Para empezar, está esa capacidad de muchos de conducir un vehículo sin mirar. Guiados por una fuerza mística, ultrasonidos a lo murciélago, o qué sé yo, muchos convecinos circulan por nuestras calles desafiando no sólo las leyes más básicas de la DGT, sino de la misma Física. Sin retrovisores ni intermitentes, ni pollas en vinagre, para un albaceteño a bordo de su albamóvil no hay inercia, ni deceleración, ni ceda el paso, y aún así, conduciendo de modo que haría giñarse encima a un kamikaze, apenas hay accidentes. Estos mismos poderes se trasmutan al llegar la tercera edad, cuando el sujeto es un peatón, siendo ahora la supervelocidad lenta y la capacidad de detener autobuses con la mirada sus principales bazas.
Otro de nuestros dones sobrenaturales más sobresalientes es el del conocimiento absoluto. No hay más que entrar a uno de estos templos del saber que son los bares, para encontrarse con verdaderas wikipedias humanas que, con la chusta de ducados en los labios y una cerveza, son capaces de recordar hasta el dato más nimio o la información macroeconómica más reservada. Por desgracia, nadie acude a ellos, y es que los superpoderes también tienen su lado oscuro.
También tenemos muchos ciudadanos con el don de la invisibilidad. Por alguna razón, este fenómeno suele afectar a empleados públicos, desde policías a encargados de ventanillas municipales, por lo que no se descarta que haya algún vestigio del meteorito mutante en el Altozano o sus inmediaciones. No hay constancia hasta la fecha, pero corren rumores de que en este sector de la población también se han dado casos de personas capaces de viajar en el tiempo, que fichan al salir del trabajo a las tres y llegan a su casa a los dos y media, u otros que, estando de baja, recupera milagrosamente la salud bajo los influjos de la luna, los neones y el Brugal-cola.
En los más jóvenes se han estudiado individuos cuya voz, a altas horas de la madrugada, es capaz de alcanzar más decibelios que el despegue de un bombardero; o mutaciones tales como la posesión de varios hígados, facultad que haría palidecer de envidia a un tornero-fresador de Siberia.
Nuestra clase política tampoco es ajena estos factores, por ejemplo, fuentes no contrastadas hablan de que se ha visto a la alcaldesa inaugurar unas jornadas medioambientales en la universidad al mismo tiempo que departía en el Ensanche con las amas de casa. ¿Ubicuidad o clonación? Quién sabe.
Están entre nosotros, convivimos con ellos, sin que por el momento nos causen demasiados perjuicios. Usted mismo, que lee esta columna, si lo piensa por un momento, seguro que conoce a más de una persona con un poder inexplicable al que hasta ahora no había dado importancia. Quizás hasta sea uno de ellos.
Al que no he visto por ahora es a Superman. Tal vez se haya quedado en su granja -¿de la carretera de Jaén?- a la espera de refuerzos, para crear la Liga de la Justicia de Albacete, o algo similar.
De todos modos, yo siempre he sido más de Batman.


El Pueblo de Albacete, 31 de octubre de 2010

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