martes, 8 de junio de 2010

Comer de lata (Sesenta mil satanases 16)

Mátenme los gourmets del mundo, pero me encanta la comida en lata. Desde crío, me han atraído esos manjares precocinados y guardados en aluminio que para disfrutarlos era imperativo tener a mano un abrelatas. Con el mismo ansia que espero esa paella dominical en casa de la mama, tiro de la anilla supuestamente abrefácil de unos callos a la madrileña. Pura magia, la de asomarse al interior y ver con tus propios ojos el contenido a degustar, previo calentamiento al microondas. En ocasiones, puede resultar frustrante, al no encontrar lo esperado, lo que aparecía en la foto —¿dónde está el chorizo?—. Entonces, te quedas con la misma expresión que un chiquillo que descubre que su huevo kinder no lleva un coche sino un hipopótamo con tutú. En otras, lo que falla es el sabor, porque en el mundo de las latas, como en todo, no todo vale. Pero en este caso, cualquiera con unas pequeñas nociones de cocina —quién no ha visto al Arguiñano alguna vez— puede enmendar el entuerto. Para algo se inventaron las especias, el avecrén y la mayonesa.
Pero cuando lo de dentro es como debe ser mandas al pijo al Adriá, coges un tenedor y un cacho pan y a masticar a dos carrillos. Anda y que no habré yo brindado a la salud de la nueva cocina mientras devoro unas albóndigas de lata.
Las conservas me han solucionado más de una vez una jornada campestre, una excursión, un domingo de resaca… Imprescindibles hacerles un hueco en la cocina, ahora que no se estila lo de tener una despensa; obligado es que ocupen un sitio preferente en el frigorífico, junto a sus parientas las latas de cerveza de a 20 céntimos, sobre todo en estas fechas estivales donde con una lata de tomate entero o troceado, un par de atún, más cebolla y aceitunas te montas un moje fresquete en cinco minutos que es un delirio.
Una de mis conservas favoritas son las judías con salsa de tomate de Heinz. La lata verde, que por desgracia no se encuentra en muchos supermercados, o bien están siendo sustituidas por un sucedáneo marca blanca, es la madre de todas las comidas precocinadas. Pequeñas y deliciosas judías –frijoles- listas para calentar al baño maría, inmersas en una salsica secreta e inigualable que las convierten en todo un manjar. Encima son baratas y admiten todo tipo de acompañamientos, como un buen chorizo, un trozo de tocino o una tajada de jamón, que además le aportan el toque de sal que, según los paladares más exquisitos, es su única falta. Para comer con cuchara de madera al más puro estilo Le llamaban Trinidad.
En mi particular ranking no pueden faltar los ya mencionados callos. Tres minutos al microondas y les aseguro que buscarán en la lata el teléfono del cocinero para felicitarle. Si les parece que trae pocos garbanzos, pues se les añade de un bote de cristal de esos que ya vienen cocidos, y listo. Ni la rata de Ratatouille, oiga. Esos garbanzos cocidos, por cierto, también son ideales para ensaladas de legumbres express si le pegas una lavada para quitarles el sabor a cerrado.
A todos nos gusta lo fresco, pero no siempre nos lo podemos permitir. Nuestra cartera y nuestro reloj siempre van muy justos, por eso, cuando nos ruge el estómago y vemos que ya han empezado los Simpson, o llamamos a un telechino, o sacamos esa lata de albóndigas en salsa que sólo requiere de una ensalada previa y unas patatas fritas a golpe de freidora para acompañar, para que cuando suene la música del telediario ya estemos llenos y pensando en el café y la siesta.
Hoy día, la oferta de precocinados tiende más hacia el plástico que al aluminio, así, es diversos envases transparentes —que le quitan toda la emoción— tenemos tortillas, migas, ensaladilla rusa, lasañas, pollos asados y así hasta el infinito… Pero sin duda, y es de justicia reseñarlo aquí, la reina de estos productos son las pizzas. Cuántas comidas, y hasta vidas, han salvado estos discos de masa congelada con cosas por encima. Veinte minutos en un horno bastan para hacernos salivar cual perros paulovianos. Recomendables la carbonara de Tarradellas, y si eres un tío bragao, la de carne picada. Lo mejor que tienen es que pueden tunearse con cualquier alimento que haya en el frigorífico a punto de echarse a perder –sobre todo las margaritas-; lo peor, que una dosis de microondas las convierten en un chicle inmasticable, aunque ya han salido algunas con una base de cartón alumínico, que aguanta un par de usos —no pregunten— y que sí consiguen hacerlas comestibles.
Otro día les hablaré del arroz tres delicias de bolsa y sus innumerables variantes caseras.


PD. No dejen de visitar al Maestro de la cocina con latas: Falsarius Chef. (Falsarius, te amo!!)


El Pueblo de Albacete, 13 de junio de 2010

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