jueves, 22 de abril de 2010

Algunas reflexiones ciclísticas (Sesenta mil satanases 09)

Hace dos años me robaron la bici en la puerta del trabajo. Aprovecharon la atracción popular de un Madrid-Barça para cortar la cadena y llevarse mi preciada Orbea roja -y la cadena- que apenas tenía un año. Mientras yo tachaba pasivas y la gente -incluidos los agentes de la ley- permanecía en sus casas o en los bares ante el televisor, dejando las calles vacías, alguien, con una cizalla y muy mala idea, me arrebataba mi vehículo. Mucha premeditación hubo en el acto, y no dudo de que el criminal fuera un fulano del barrio, o uno que recorría esa calle a diario y me tenía fichado.
Lo cierto es que he tenido muchas bicicletas a lo largo de mi vida, pero aquella era la primera de primera mano que pagaba de mi bolsillo y le tenía un cariño especial. La había tuneado a placer, sin excesos ni alardes (unos pedales metálicos, cambio de cubiertas, portamantas, crono y luces, guardabarros...). Era una mountain bike, de una serie barata (unos 200 leuros). Ya me lo advirtieron el día que la compré: "ten cuidado porque es roja".
Es roja. Esas palabras me persiguieron durante los días siguientes al robo. Mi bicicleta anterior era negra, me costó 7.000 pesetas, de vigésima mano, y podía dejarla apoyada en cualquier fachada, sin cadena ni nada, el tiempo que quisiera que no se la iban a llevar. La anterior era una Torrot verde reheredada, la de ahora es una Orbea azul (el mismo modelo que la robada, pero no igual). Ninguna ha atraído la atención de los mangantes como la roja. ¿A qué se debe esta atracción por los vehículos encarnados? Aunque se me ocurren varias teorías psicoanalíticas al respecto, sospecho que la respuesta está en la extravagante creencia humana de que "el rojo corre más". ¿No lo han oído nunca? No sólo referido a los Ferrari pre-Alonso, sino aplicado a los coches, a las motos, y parece ser que a las bicis y al Scalextric.
También es interesante pensar qué se hace con una bici robada. La policía local -cuyo sabio y consolador consejo fue "cómprate otra"- no supo explicarme si las venden por piezas, las cambian por droga o las exportan a países del tercer mundo -como con los Rolls Royce; ¿habrá algún jeque saudí dando vueltas en mi Orbea?-. Todos hemos leído cómo la mafia local de las bicis hizo el agosto con las del servicio municipal, pero se ve que estos cacharros tienen mucha demanda en el mercado negro y nunca hay bastantes.
Tiempo después visité Bruselas donde, como se le supone a una ciudad europea decente y moderna, las bicicletas eran las reinas de las calles. De préstamo, alquiler o en propiedad, circulando o estacionadas, las había por todas partes. Aquello parecía Madrigueras. Lo curioso del asunto es que vi muchas, muchas, sin cadenas, pitones, ni candados. Las dejaban toda la noche en la puerta de casa, y muchas de ellas no eran cacharros inmundos sino buenas máquinas, y al día siguiente seguían allí, sin que una mano siniestra les hubiera quitado el sillín, una rueda o las zapatas de freno. Era como haber cruzado a otra dimensión. La única explicación plausible que se me ocurre es que ninguna era roja. Todas eran negras.
Sean del color de sean, lo cierto es que en alguna parte hay que guardar la bici. Descartada la opción de la rua, vistos los antecedentes choricescos, las opciones que se nos plantean a los ciclistas urbanos son desalentadoras. Meterlas en casa es complicado, porque nuestros pisos son cada vez más pequeños, y lo que menos necesitamos es un chisme más por medio entre los muebles de Ikea. Pasar la bici al hogar en uno de estos días primaverales de lluvia, cuando ya nos fastidia pasar a casa con los pies manchados de barro, puede costarnos una disputa marital y acabar durmiendo en el rellano abrazado al cuadro chorreante. Eso si has logrado meterla (y sacarla) en el ascensor, una habilidad que sólo poseen ciertos seres humanos.
Si no tienes trastero estás vendido.
El párking sería una buena opción si hubiera dónde atarla, pero en la típica tubería al aire sólo podrá encadenarla el primero que llegase. Los demás podemos colocarla detrás del coche, en nuestra plaza de garaje, enganchada a un somier viejo o a algo lo suficientemente pesado y voluminoso para que no se lo lleve un vecino manguta. Con lo fácil que sería instalar algún tipo de anclaje en un rincón...
Salvo que se compren una de esas plegables, que no son nada baratas, tendrán que calentarse los cascos y jugársela. Dos consejos para terminar: cómprense un pitón de moto, o mejor dos, si piensan dejar más de una hora la bicicleta al aire libre; y afeen su bici hasta dejarla como un billete de cinco euros después de pasar por la lavadora. No podrán vacilar de cacharro, pero les durará más.

El Pueblo de Albacete (25-04-2010)

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