lunes, 8 de marzo de 2010

El tren: breve manual de uso y disfrute (Sesenta mil satanases 04)

Viajar en tren es una catarsis necesaria para llegar a convertirse en una mejor persona. Olvídese de hacer a pie el Camino de Santiago; si lo que quiere vivir es una experiencia mística, reveladora, nada más sencillo que coger uno de esos maravillosos convoyes españoles de largo recorrido. En turista, claro está. Irá más descansado y recopilará suficientes vivencias para convertirse en el Paulo Coelho de la Renfe.
Pocas cosas hay comparables a pasar cuatro, cinco o seis horas metido en un tren. Por ejemplo, un Arco, con ese misticismo especial que le caracteriza, la paradoja temporal intrínseca de viajar hacia el futuro en un vehículo que ya salió viejo de fábrica. Como Fraga. Luego están esas entrañables paradas en Alcázar de San Juan, nombrada capital mundial del reenganche de vagones por la Unesco. Nunca entenderemos por qué se producen precisamente allí, y tal vez tengan razón aquellos que aseguran que si los trenes no hicieran esta típica maniobra no nos haría falta el AVE, pero sí nos negamos a creer que todo obedezca a un plan maestro ideado por las mafias de cuchilleros y loteros de la comarca, que obligan a detenerse a todos los trenes de largo recorrido para que ellos puedan subir a bordo y vender sus productos.
El caso es que aquí van una serie de breves consejos para facilitarle ese viaje en tren que ha de cambiar su existencia:
Compre los billetes por internet ahora que se puede. Ahorrará tiempo y disgustos. Recuerde que jamás debe discutir con el empleado de la taquilla. Tenga presente que una de las pruebas de acceso a ese puesto que estos hombres deben superar es hacer llorar a un doberman.
Lleve sólo una maleta, procurando que ésta no sobrepase la mitad de su masa corporal. Olvide esos titánicos ataúdes de plástico y ruedecillas. Usted se va de viaje, no de mudanza. A las malas, sáquele un billete a la maleta y siéntela a su lado, así tendrá a alguien silencioso e inoloro que no le disputará el reposabrazos central ni el hueco para los pies. El compañero perfecto.
En cuanto a la ropa a llevar durante el trayecto, es importante que sea de algodón. Tenga cuidado con las costuras; en un trayecto Albacete-Granada el bolsillo de un vaquero puede convertirse en un tatuaje tribal en la nalga. Vístase como una cebolla, con varias capas superpuestas, por las agudas fluctuaciones térmicas que se experimentan en los vagones, donde lo mismo la calefacción está puesta al punto de ebullición del centro de la tierra, que llegan a Alcázar, desenchufan todo y su sudor se escarcha hasta dejarle como Walt Disney chupando un polo-flash.
Con tantas horas de recorrido es normal que se le despierte el gusanillo. Para acallarlo, un bocadillo que debe traer de casa. No hay espectáculo más español que sacar los tupper a la hora de comer, sobre todo en vagones repletos de gente del agro. El aire cerrado se enriquece de aromas de chorizo, tortilla o ajo… Cuadro digno de Goya, en donde corren las cocacolas y los botes de cerveza, las migas de pan salpican a propios y extraños, y el griterío que nos ha ido acompañando durante horas se amortigua, por unos minutos, transformado en chasquear de mandíbulas, explosiones de saliva, tragos y hasta algún eructo. Tenga presente que la cacareada generosidad rural no existe en un tren, el asiento es la nueva linde y pobre del que la pise sin ser invitado, para desgracia de quienes no llevan en las tripas más que la triste tostada del desayuno o el sándwich de tres euros de la cafetería.
Si se ve en la desagradable tesitura de ir al servicio, santígüese y acuda ante la taza de aluminio a morir como un torero o un legionario. Si bien es cierto que en la mayoría de los váteres de los trenes no entraría a mear ni el Increíble Hulk, cuando la necesidad aprieta todos somos kamikazes. Ojo, viajar en preferente no garantiza que el WC esté en mejores condiciones, más bien al contrario.
Y lo más importante, nunca hable con su compañero de al lado. Ni aunque sea una bella persona del sexo contrario. Tenga por demostrado científicamente que jamás se liga en un tren y, mucho menos, se practica en sexo en los lavabos por las razones higiénicas antes mencionadas (a pesar de que el traqueteo favorecería mucho la faena). Sea antipático. Es mejor quedar como un hijoputa ante alguien a quien casi seguro nunca volverá a ver, a ser amable y abrir la caja de pandora que algunos pasajeros tienen por boca. Eternos e imparables anecdotarios pueden surgir de pronto de las preguntas más inocentes. A mí, un señor de Almería me preguntó la hora, y cuando llegué a mi destino ya conocía con precisión notarial sus cinco años de servicio militar en Melilla y el nombre de todos sus descendientes y parientes, vivos o muertos.
Y si, con la crisis, sólo le da para un billete de autobús, a las recomendaciones anteriores añada el de no descalzarse. Por favor. Por humanidad.

El Pueblo de Albacete, 7-3-2010

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