miércoles, 8 de julio de 2009

Bestiario de bar (1): El Sabio

Leer la prensa y ver los telediarios no sólo informa, sino que enseña al que no sabe. El efecto secundario de esto es que hay individuos que, tras devorar muchas noticias, se convierten en sabios. De aquí que, los filósofos, los dueños de todo el conocimiento, estén acodados en las barras de los bares.
Estos individuos, seres preferentemente mayores de 50 años, prejubilados o directamente abonados al Inserso, dedican su tiempo de ocio, que suele ser todo su tiempo, a ir a los bares a adoctrinar a las masas. Su primer actividad diaria es leerse los periódicos sin comprarlos, para ello se desplazan a los hogares del jubilado o a las cafeterías. Con el conocimiento vampirizado de la letra impresa, la información recogida en el telediario del mediodía y algo de radio nocturna del día anterior, ya están listos para transmitirnos sus conocimientos, que abarcan casi todos los campos, y es que estos tipos saben son una wikipedia ambulante, aunque suelen especializarse en temas perfectamente definibles según la sección del periódico que más les guste o el tema de moda en los mass media. Cuando Fernando Alonso tenía un coche que corría, todos sabían a cuántas paradas había que repostar en Monza; si se estrella un avión, dilucidan enseguida que se trata de un problema con los flaps... Ahora mismo, la crisis es un filón constante a explotar y desarrollar por los sabios del bar. Si supieran los altos mandatarios la cantidad de expertos en macroeconomía de 60 años que pueblan nuestros establecimientos hosteleros, podrían sacarnos del pozo en veinte días, y sólo a cambio de un cartón de ducados y una arroba de vino. Intuyo que Botín sí conoce este hecho y celebra sus consejos de administración en la versión más cercana a su casa de Vinos el Gordo.
El ojo avizor de estos sabios para el análisis de la realidad les hace, además, los más indicados para descorrer las cortinas de humo y revelar conspiraciones, como la presunta muerte de Michael Jackson (que en realidad, está vivo), dónde esta el dinero de Madoff o quién mató a Roger Rabbit. Sí, amigos, las observaciones de estos fulanos suelen ser más acertadas que las de los tertulianos de Susana Grissom, e hilan con más coherencia los datos más dispares; y todo ello, a base de memoria, no en vano estamos hablando de una generación a la que obligaron a aprenderse de carrerilla la lista de los Reyes Godos y toda la orografía hispana.
Pero su dominio de la actualidad no se circunscribe sólo a lo ya dicho, sino que en su vasta sapienza brillan con luz propia los temas locales, el conocimiento de primera (o las más de las veces) segunda o quinta mano y la experiencia aportan ese cariz especial tan reclamado hoy en día por los gurús del periodismo. Si quiere usted saber por qué no se construyen más zonas verdes, quién y cuánto se llevan en negro los constructores de VPO, qué gustos y otros temas por el estilo referentes a su localidad, vayan a un bar y aprendan.
Si bien la convicción de sus palabras es escalofriante, su principal defecto es que no saben dosificarse. La gente común está hoy en día sobreinformada, así que recibir una lluvia de datos en los diez minutos que tienes precisamente para desconectar y tomar un cortao, no ayuda al reconocimiento de la gran labor social que el sabio de bar desempeña. Aunque pueda sonar extraño, la verdad es que estos prohombres, en la gran mayoría de los casos, se ponen muy cansinos. Pero ellos no cejan en su empeño, ante la falta de público ya se encargan de darle la tabarra al camarero, y aún en el improbable caso de que este se hiciera el sueco, siempre pueden hablar solos, en voz alta, emulando a aquellos profetas que aleccionaron a nuestros ancestros. Su audiencia favorita, como no podía ser de otra manera, son los jóvenes, seres indefensos en un mundo cruel a los que tienen la obligación de abrir los ojos, y éstos, pillados por lo general a traición, o tragan y asienten en silencio, o les preguntan con genuino interés (de que todo hay). Los sabios de bar normalmente admiten derecho a réplica -que no es recomendable hacer-, aunque jamás dan su brazo a torcer. Con el Maestro no se dialoga, se escucha en silencio y se aprende.
El mayor peligro es cuando se topan dos tipos de estos. El duelo entonces puede ser de dimensiones épicas, ruidoso y, en ocasiones, hasta violento. A esto último ayuda si el alcohol forma parte activa de la confrontación de ambos monólogos. En todo caso, es un espectáculo.

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