jueves, 31 de enero de 2013

Enid Blyton: Sexo, mentiras y cerveza de jengibre

Si eres una persona adulta, racional, y no inglesa, es fácil suponer que la Blyton no esté realmente entre tus escritores favoritos. Estoy seguro de que, de crío, como yo, leíste sus novelas de Los cinco, Los siete secretos, o tantos otros. Los leíste en su día, y hasta seguro que tienes uno o dos ejemplares rondando por tu dormitorio de casa de tus padres, y claro, les guardas cierto cariño porque son un pedazo de tu infancia, pero lo cierto es que hace al menos dos décadas que no le has echado un ojo a nada de esta buena mujer y de sus niños aventureros.
Por el contrario, hay otros individuos que, no sólo son devotos lectores de Blyton, sino que han traspasado la frontera de la mesura y ejercen, en páginas y foros de internet, de fanáticos de esta señora, en el peor sentido de la palabra, defensores y salvaguardas de su memoria.
Resulta escalofriante las cosas que he llegado a leer en algunos foros, españoles y anglófonos, mientras me documentaba para este humilde texto. Ríete tú de esos integristas que queman banderas o discos, esta gente está más emparentada con los que lapidan a niñas violadas de lo que podrían admitir. Ese afán por depurar la memoria de la Blyton hasta hacerla parecer una santa no hace más que resaltar el lado llamémosle menos prístino de la escritora.
Esta dualidad viene alimentada, sobre todo, por sus dos hijas. Mientras para una, Gillean Mary, su madre era una buenísima persona, una santa, una mujer dedicada a los niños y a sus libros, para la otra, Imogen Mary, su madre era una perra del infierno, una auténtica hijaputa.
Como siempre, es de imaginar que la verdad estará en el término medio.
Enid Blyton (1897-1968) nació en un piso encima de una tienda en East Dulwich, al sur de Londres. Cuando murió a la edad de 71 años, afectada de Alzheimer, era la autora de libros infantiles y juveniles más prolífica y leída del mundo entero de todos los tiempos.
Entre la publicación de su primer texto, un poema, con 26 años, y su muerte, Blyton publicó más de 600 novelas, poemas, obras de teatro y cuentos cortos.
Como suelen decir los amigos del psicoanálisis, todo comenzó en la infancia. El primer golpe de remo que le da la vida a Blyton es la marcha de su adorado padre, cuando ella tenía 12 años. El señor Blyton se fue a por tabaco y no volvió nunca, dejando mujer y tres hijos a su suerte. En lugar de guardarle rencor, Enid, hasta el día de su muerte, habló de su padre como la persona más maravillosa que había conocido. Por el contrario, focalizó toda la culpa en su madre y en sus hermanos, así que en cuanto cumplió los 17, se largó para no volver a verlos nunca más.
La joven Enid decía a todo el mundo que era huérfana, y que su madre —neurótica e irritable, por lo visto— había muerto, cuando en realidad esta no falleció hasta veinte años después. La noticia del deceso le llegó a través de uno de sus hermanos, Hanly, al que vio cuando este le entrego la invitación al funeral —al que no asistió—, y luego nunca más.
En 1924, se casó con Hugh Pollock, colaborador de Churchill, veterano de la Gran Guerra y editor, y en 1929 nació su primera hija, Gillian, seguida por otra niña en 1931, Imogen. Enid tuvo que recibir tratamiento de hormonas y cirugía para poder quedarse embarazada, porque se le había diagnosticado un útero inmaduro. Después se mudaron a Green Hedges, un cottage que se convirtió en el centro neurálgico de la vida y la obra de Enid Blyton. Prácticamente después de casarse fue cuando su carrera comenzó a despegar en serio. Publicado en 1929, The Secret Island fue su primer libro largo para niños.
El matrimonio con Pollock, de quien sólo tomó el apellido para firmar algunos libros como «Mary Pollock», duró 19 años. Y fue una pesadilla. Así, mientras la carrera de Enid despegaba, parece ser que Hugh se dedicaba a beber. Algo tenía que ver en todo este asunto la niñera, de la que hablaremos más adelante. El caso es que el señor Pollock, ninguneado por su mujer hasta el punto de verse reflejado en alguno de los personajes malvados que aparecían en los libros infantiles, decidió imitar a su suegro y largarse al estanco para no volver. Lo que ocurrió después es que Hugh encontró el amor, se volvió a casar, y Blyton le prohibió ver a sus hijas para siempre.
En 2002, Ida Crowe (Ida Pollock), la segunda mujer de Pollock, anuncia que va a publicar sus memorias, donde deja a las claras el odio que le profesaba a la escritora, a la que describe como una adúltera vengativa, intrigante que se dedicó a destruir su ex marido. Crowe, también escritora de éxito, utilizó sus memorias para romper una lanza a favor de su marido, y dejar entrever que la amiga de los niños era una mala persona. Muy mala. Crowe dice que durante su primer matrimonio, Blyton tuvo una serie de aventuras, incluyendo una relación homosexual con su niñera, a las que Pollock tuvo que hacer la vista gorda por aquello de evitar escándalos. Según Crowe, Pollock, que sirvió con distinción en dos guerras mundiales (ganó una medalla con los Royal Scots Fusiliers en 1919), se largó de casa, pero solo fue cuando se casó con ella —Crowe era 29 años más joven que él, por cierto—, que Blyton decidió joderle en serio la vida. Fue entonces cuando le impidió ver a Gillian e Imogen, e hizo todo lo que estuvo en su mano para evitar que el mundo editorial le diese trabajo. Así las cosas, Pollock fue a la bancarrota en 1950, se hundió en la depresión y en el alcohol, al que el matrimonio Pollock-Blyton ya había sido bastante aficionadillo. Pollock pasó los últimos años de su vida con Crowe en Malta, donde murió en 1971, a los 83 años. Pollock nunca denunció ni condenó públicamente a su exmujer.
Crowe y Pollock se hicieron amigos en 1939, estando el editor todavía casado. Ella tenía 21 años, él 50. Crowe fue a verle con su primer manuscrito (ahora tiene más de 200 novelas publicadas) y se quedó prendada de Pollock. Pollock comenzó a rondarla un año después. La contrató como secretaria en su trabajo para la Guardia Nacional. Poco después de que un ataque aéreo casi se la cargue, Pollock fue a ver Blyton y le pidió el divorcio. A pesar de que, según Crowe, la madre de Los Cinco era algo ligera de bragas, e incluso afirma que Pollock una vez la encontró encerrada en el baño con otra mujer, y ambas se negaron a salir, Pollock hizo, lo que se suele llamar, el gilipollas y aceptó quedar como el culpable del divorcio a cambio de una separación amistosa y el acceso a sus hijas.
Sobre las sugerencias del lesbianismo de Blyton, aunque no se puede afirmar ni desmentir nada, lo cierto es que durante un tiempo la autora mantuvo una relación muy estrecha con su niñera, Dorothy Richards, pero es imposible determinar hasta qué punto llegaron.
El divorcio llega en octubre de 1943. Pollock y Crowe se casan días después y se queda sin ver a sus hijas nunca más.
Por su parte, Blyton, que había publicado la primera historia de Los Cinco en 1942, volvió a casarse poco después con Kenneth Darrell Waters, un cirujano que, por lo visto, también había sido su amante. Ida Crowe, que en el momento de escribir este artículo tiene 104 años, logró editar sus memorias —tituladas Starlight— en 2009, después de hacer cambalaches con los herederos de Blyton, que andaban acojonados con lo que esta buena señora fuera a contar. Ella y Rosemary, su hija con Pollock, mantuvieron contacto con las hijas Blyton para evitar problemas. Dado que la hija mayor de Enid, Gillian Baverstock, falleció en 2007, parece evidente hubo que esperar a que el tiempo allanara el camino para dar a conocer esta parte de la historia, episodios como la hipotética relación lésbica de la autora, o las supuestas simpatías pro Hitler de Blyton en los años 30.
Y entramos aquí en el espinoso terreno de las hijas: Gillian y Imogen. Repetimos aquí el viejo clásico de las hermanas enfrentadas por culpa de una madre, un legado, una reputación familiar.
Blyton usó su vida familiar aparentemente ideal para promover sus escritos. En las entrevistas hablaba siempre de cómo le gustaba trabajar en casa porque podía pasar tiempo con sus hijas. Escribía en el jardín, en su máquina de escribir —dónde solo usaba los dedos índices, dicen—, mientras las niñas jugaban en el patio. Escribió cuentos protagonizados por su gato y su perro, con los miembros de la familia como actores secundarios. Su casa, Green Hedges, se convirtió en lugar de peregrinación para los fans. Todo era paz y felicidad en aquel reino de dulces y gominolas.
Gillian tiene felices recuerdos de aquellos días, de una madre que siempre se las arreglaba para tener tiempo para ella y un padre bondadoso. Contaba con orgullo lo trabajadora, dedicada e imaginativa que era Enid, que les contaba cuentos a sus hijas antes de dormir, de que tenía un don para empatizar con los niños...
Imogen recuerda a su madre como una persona distante y fría, y a su padrastro como un tipo ausente y tibio. Arrogante, insegura y sin una pizca de instinto maternal, son adjetivos que ha empleado para describirla, también que su acercamiento a la vida era infantil, y podía ser rencorosa, como un adolescente.
La escena más repetida y clarificadora de lo que era la relación de Enid Blyton con sus hijas es fruto de las memorias de Imogen. Enid solía recibir en su casa a sus lectores, clubes de fans, etcétera, compuestos, como es lógico, de decenas de niños. En estas fiestas, la escritora les contaba una historia y les daba té con pastas. Sin embargo, sus propias hijas no estaban invitadas. Así, mientras la madre celebraba sus reuniones de promoción, las hijas estaban encerradas en el piso de arriba, atendidas por la niñera.
Las dos hermanas permanecieron enfrentadas durante décadas, a causa de su diferente visión de su madre. Gillian se ocupó de beatificarla, primero a través de un intento de biografía encargada directamente por su madre, pero que no llegó a producir. En cambio, Gillian se la encargó a Barbara Stoney, que produjo un verdadero best-seller en 1974, y que sentó las bases del mito. Cuando la hija mayor supo de las memorias de la segunda mujer de su padre, las rechazó de plano. No se creía nada. Imogen Smallwood, que sigue viva, y sin página en Wikipedia, por cierto, saldó en 1989 sus particulares cuentas con sus propias memorias A Childhood at Green Hedges, que fueron convertidas a imágenes en un biopic televisivo, Enid (2009), producido por la BBC y que no hemos visto por aquí. El papel de la escritora recayó en Helena Bonham Carter, que afirmaba sobre Blyton que «era alérgica a la realidad, dice, si había algo que no le gusta, entonces lo ignoraba o reescribía su vida». Para la actriz, «era el sueño de un psicoanalista».
Casada con Kenneth Darrell Waters, con quien se ve que jugaba al tenis en cueros vivos, entre otras perversioncillas, Blyton alcanza la felicidad, la estabilidad y una vida sexual satisfactoria. Quizá el amor sea esto. La pareja permaneció unida desde entonces y hasta el final. Enid Blyton murió meses después de quedarse viuda, alejada de sus hijas y víctima del Alzheimer.
Mucho antes de que saliera a la luz este presunto «lado oscuro» Enid ya conocía de sobra la polémica. Y la censura. Sin ir más lejos, la BBC, para quien Blyton, vendiera los libros de vendiera durante décadas, era un autora carente de la mínima calidad. La escritora estuvo vetada en la radio y la televisión pública británica, no sólo a la hora de promocionar sus obras, de hacer programas sobre sus personajes, sino también como personaje público y mujer de éxito. En una circular «estrictamente confidencial y urgente» de los años 50, el director de La hora de los niños, un afamado programa infantil de radio, reconocía que existía un veto. Otro ejemplo de censura institucional lo encontramos en la década de los 80, donde gran parte de su obra fue prohibida por la red de bibliotecas de Nottingham, por incorrección política. La difusión en los medios de comunicación de esta medida hizo que muchas otras bibliotecas siguieran el ejemplo.
Pero, vistos con ojos adultos, ¿realmente son tan malos los libros de Blyton?
Si la BBC pensaba que los libros de Blyton les faltaba clase, calidad, otros han visto en ellos racismo. En ciertas historias ridiculiza a los personajes no ingleses, y sobre todo con los negros. Por supuesto, también han sido tachados de sexistas, donde las niñas preparan la merienda y son secuestradas por los contrabandistas, y los chicos son los verdaderos héroes rescatadores. La única excepción a esta regla es Jorge, de Los Cinco, sobre la que volveremos dentro de un párrafo. Los críticos suelen señalar el vocabulario limitado de Blyton y su estilo inmaduro, así como la repetición de tramas, más que evidente en las series largas. También surgían las dudas de la autoría de su prolífica obra: había quien veía manos de negros a sueldo detrás de aquella magna producción que llegó a editar veinte libros por año. Muchos libros para una madre de familia, que no sabía mecanografía, y que además ocupaba la mitad de su tiempo en promociones.
Los cinco (The Famous Five, en inglés, 21 libros en total), por delante de sus primos pequeños Los Siete Secretos (15), y las novelas de internados Torres de Malory y Santa Clara, son los más famosos en España. Cuatro niños con un perro en un mundo sin apenas adultos, rodeados por naturaleza, túneles, contrabandistas y todo tipo de peligros de baja intensidad. En general, los críos que protagonizan los libros de Blyton son pre/adolescentes de clase media, cuyos padres tiene trabajos bien pagados pero que los hacen viajar mucho, por eso, o los dejan solos, a su aire, durante días, o los meten en internados. Unos chavales inocentones, que nunca piensan en tocarle el culo a las niñas, ni en su aspecto, ni en nada que los haga mínimamente equiparables a un zagal de hoy. Ignoro las cifras de ventas actuales de la obra de Blyton, pero no creo que tenga muchas oportunidades en esta segunda década del siglo XXI, salvo como curiosidad arqueológica de unos padres nostálgicos.
Pero si le decimos a un crío de ahora que piense en las aventuras misteriosas de un niño en un internado, nos nombrará de inmediato a Harry Potter. No es casualidad que todo lo dicho antes, más la magia y la fantasía, curiosamente el género de Blyton que menos se ha editado en español, y que sin embargo supera en calidad a lo anterior, formen las bases de la saga del niño-magofranquicia más famoso del mundo. Rowlings sí ha sabido llenar las carencias de Blyton, y puede que se haya aprovechado más de lo que reconoce del poso literario de su legado.
Lo cierto es que, leídos de adulto, los libros son reguleros tirando a malos. No extrañan nada las acusaciones anteriores, porque hay cosas que pasadas la pubertad no es que carezcan de sentido, es que adquiere otro totalmente distinto. Es el sonado caso de la ambigüedad sexual de Georgina (Jorgina, en español).
Los cinco son los hermanos Julián, Dick y Ana (Julian, Dick y Anne Bannard, en original), su prima Jorgina. Y Tim, el perro de Jorgina. Jorgina no quiere ser una chica, y sólo responde cuando le llaman Jorge (George). ¿Es Jorgina/Jorge una marimacho? Pues
depende de quien lo lea. Puede que sólo sea una muestra de rechazo a su papel de mujer florero, un esbozo rebelde ante la perspectiva de hacer de criada o víctima de los chicos. Jorge quiere aventuras, y no cuidar de la otra chica, que además es la más pequeña del grupo. No quiere hacer de madre, sino de padre. Señalar que Jorge tiene 12 años en la serie, y aunque en ningún momento Blyton nos hable de tetas o menstruaciones, es evidente que a la chavala tendría que empezar a notar que algo en su cuerpo estaba cambiando. Es una niña que quiere ser tratada como un niño, se comporta como tal, y continúa así incluso en su pubertad. ¿Lesbiana en ciernes? Ni idea, porque insisto en que la sexualidad brilla por su
ausencia en las novelas de Blyton. Al menos explícitamente, porque vistos con la mente sucia, las series de los internados de Torres de Malory y Santa Clara tienen un puntico pervertido obvio. Estamos hablando de internados femeninos llenos de chicas revoltosas, donde son mayormente castigadas con azotes en el culito. Pero ya digo, es más cuestión de apreciación personal, aunque, con la señora Blyton, nunca se sabe.


2 comentarios:

  1. Hugh Pollock y su segunda mujer no se llevaban 29 si no 29 años (que ya son muchos), y se conocieron más de una década antes de casarse. La biografía de Ida Pollock fue publicada en 2009 (no en 2002) cuando cumplió los 100 años, y en su biografía también cuenta muchos defectos de su marido. Ida ha muerto este año a los 105 convirtiendo en la novelista en activo más anciana del mundo.

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  2. La verdad es que hoy he visto la peli de esta señora, y si es como aparece que incoherente era: escribía historias aparentemente maravillosas, pero como madre dejaba mucho que desear. No fue capaz de calmar a sus propias hijas ni acunarlas ni hablar con ellas ni escucharlas. Esta señora resulta ser un verdadero fraude.

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