viernes, 4 de marzo de 2011

En la mesa, con navaja, por favor (Sesenta mil satanases, 52)

Todavía hace frío en el llano manchego, por lo que aún queda tiempo para practicar con los cubiertos antes de que dé comienzo la temporada de comuniones y bodas. Pero no hay que dejarlo, o sucederá lo que todos los años, uno se sienta junto a su pareja en la mesa de los primos, o un mix de amigos a los que no conoces, y lo único que aciertas a hacer con corrección, después de muchos banquetes, es a echarte el vino en la copa correcta. Si eres de los que vierten el tinto en la del agua, amigo, tu camino es más largo que el mío.

Pero a lo que iba. Siempre que llego a una mesa en una de estas pantagruélicas comidas, la desbordante cantidad de cubiertos me infunde un profundo temor. Si los comensales cercanos son de confianza, acabo por escoger una cuchara, un cuchillo y un tenedor y me deshago de todos los demás, ocultos en una de las cestas del pan. Esta maniobra hay que hacerla siempre de manera furtiva a los ojos de la conyuge si no quieres liarla antes de la llegada de la barra libre.

En cambio, si estás con unas personas a las que apenas conoces y que, con toda probabilidad, jamás vuelvas a ver, la situación se torna peliaguda. Antes que nada, observa los trajes de ellos: si están mejor planchados que el tuyo estás jodido. Seguro que estos saben hasta pelar una gamba con cuchillo y tenedor y tú vas a quedar como un porquerizo salido del Medievo.

Existen varias soluciones para salir del paso. Si bien lo suyo sería bajarse de internet un manual de buenas maneras en la mesa, empollarlo y practicarlo en casa de tu madre, que será la única con una cubertería completa, como mandan los cánones, ¿quién quiere perder el tiempo diferenciando entre la cuchara de postre y la de salsas, o la distinción entre cortar la carne a la americana o a la europea?

Alguien con mejor sensibilidad que yo podría aducir que dominar los cubiertos te hará quedar como George Clooney, y tu acompañante se sentirá como Sissí (emperatriz); pero para qué engañarnos; si estás leyendo esto es porque eres de los de apurar el Peñascal, tratar de repetir chuletas, pedirte un carajillo, y atarte la corbata en la cabeza. Y en cuanto a tu partenaire, como al final la vais a tener -sin que importe el pretexto-, pues para qué calentarse los cascos.

La mejor forma de salir del paso, y encima quedar como un campeón, es sacar una navaja. Una faca grande, de al menos siete muelles, que has de echarte al bolsillo antes de salir de casa. La navaja tiene prioridad sobre la cámara de fotos, el móvil, las llaves, la cartera y el mechero porque es con lo que vas a ganar la comida. En cuanto estén todos sentados, comience el reparto del vinate y la charla intrascendente, hay que sacarla y depositarla, con naturalidad, en mitad del plato frente a ti.

En un mundo perfecto, el mismo restaurante te la pondría junto al plato en lugar de media chatarrería, pero en un mundo perfecto, no te obligarían a ir a una boda, ¿no? Ante la aparición de la albaceteña, enseguida verás destellos de alarma en sus ojos, risicas nerviosas. Las impresiones oscilarán entre que eres un gañán, un psicópata o un idiota. Que no te afecten. Tú eres el dueño de la situación, así que mantén la calma y espera a que alguien -apuesto 50 euros a que será una chica- pregunte, retóricamente, "¿es una navaja?"

Aquí es donde tienes que mostrarte seductor y convincente. Sí eres ese George Clooney, solo que en lugar de anunciar cafeteras infernales eres accionista de Arcos. "Siempre como con navaja", miénteles, como un bellaco. Y a continuación, expón tus razones en un persuasivo monólogo, que has de llevar aprendido como el pin del móvil, y que debe incluir los siguientes puntos: a) tradición familiar: "Mi abuelo y mi padre siempre la usan"; consejo, si utilizas el pasado -"la usaban"-, añades un toque dramático incontestable; b) economía y ahorro de recursos: una navaja equivale a todos los cuchillos que te han puesto -y corta mejor-, y a todos los tenedores menos uno, incluso a algunas de las cucharas; c) exaltación de la identidad cultural propia: sólo funciona si eres de Albacete, pero funciona; por ahí fuera se piensan que en Albacete hablamos TODOS como Joaquín Reyes, que los burros aún recorren nuestras calles, y que llevamos la chaira en el fajín; aprovéchate del arquetipo; consejo: aunque bastan tres palabras para acallar las conciencias ("Soy de Albacete"), no está de más utilizar algunas de las frases comunes que suelen proferir nuestros políticos sobre las excelencias de la industria cuchillera local, para darle empaque al discurso.

Con todo esto, no sólo habrás roto el hielo, sino que además de justificar tu acto de forma impecable, habrás quedado como todo un caballero español que ya quisiera Arturo Fernández, amén de propiciar nuevos temas de conversación y desatar envidias.

Esa pátina de respeto desaparecerá paulatinamente, a medida que se extingan las botellas de vino y te suban los colores, pero para entonces ya habrán llegado los postres.

Una última recomendación: nunca chupes la hoja. Arruinarás todo el efecto, y podrías cortarte.


El Pueblo de Albacete, 6 de marzo de 2011

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