miércoles, 13 de octubre de 2010

Corazón torrao (una conversación sobre cascaruja al estilo Barry Gifford) (Sesenta mil satanases, 32)

Lucas y Elvira estaban sentados en la mesa del fondo de un bar en Arquitecto Vandelvira. El televisor gigante de la esquina proyectaba una serie interminable de videoclips de grupos de reggaeton que, por fortuna, no tenían el audio conectado. Era el partido de la selección femenina de baloncesto, retransmitido en una segunda pantalla de plasma, lo que vomitaban los altavoces. A la pareja no parecía importarles ni el ruido, ni las miradas de reojo cargadas de odio que, de tanto en cuando, les dirigían las dos mujeres de la mesa de al lado.Estaba claro que se trataba de dos exfumadoras a las que se les debía revolver bilis cada vez que Lucas o Elvira daban una calada.
—¿Qué te parece, Bombón? —dijo de pronto Lucas. Había entresacado del plato de revuelto de cascaruja un torrao y lo mostraba como si se tratase de una pepita de oro.
—Un garbanzo, ¿no, cariño?
—Un garbanzo torrao, Bomboncito —lo dejó sobre la mesa con cuidado,en todo el centro, y cogió su Camel y le dio una honda calada—. En Albacete hay dos tipos de revuelto en los bares, con y sin garbanzos. Los baratos llevan garbanzos, y los caros no.
—A mí me gustan los garbanzos,cariño. —Elvira dejó en el borde del cenicero su Nobel y acercó el garbanzo hacia ella con una uña pintada de rojo. Era un garbanzo hermoso, blanco, casi con un rostro propio.
—A casi todo el mundo le gustan los torraos, Bombón. No se trata de eso. Es una cuestión económica. En este tipo de revueltos lo más caro son las almendras. Son ellas las que determinan el precio final de un kilo de cascaruja.
—Pensaba que lo más caro eran los pistachos, cariño.
—Los pistachos, sí. Son caros, pero problemáticos, porque los baratos, lo que van a los revueltos, suelen ir cerrados en un gran porcentaje. Como parecen panchitos, pues los muerdes y se te llena la boca de cáscaras, te haces la dentadura polvo, te cabreas… Una movida. Estoy a favor de los pistachos, entiéndeme, pero las almendras son mejores. No hay cáscara, no hay cosas raras.
Elvira atrapó el garbanzo. Se echó para atrás en la silla, estirando la espalda y sacando pecho. Sus profundos ojos grises iban del garbanzo a Lucas y viceversa.
—¿Y cómo encajan ahí los garbanzos? —dijo con una sonrisa. Él no se dejó engatusar ante la generosa visión del balcón del escote, tan atractivo como una postal de Alcalá del Júcar. Bebió un corto trago directamente de la botella de Mahou y le quitó el garbanzo en un rápido movimiento.
—Está claro, Bombón. Sustituyen a las almendras. Con menos almendras, la bolsa sale más barata, pero tienes que rellenarla con torraos. En resumen, son como el garrafón de la cascaruja —Lucas dio una calada y exhaló el humo por la nariz, lentamente, como un dragón—. De hecho, casi podría asegurar que en un bar, por ejemplo éste, donde sirven este tipo de revuelto con tantos garbanzos, es muy posible que sirvan garrafón.
—Así que puedes deducir lo malas que son las bebidas de un lugar por la cantidad de garbanzos que te pongan de tapa.
—Así es. Pero esto no es una tapa, Bombón. Este platico es un acompañamiento.
—Perdona, cariño, pero no capto la diferencia.
—Esto es cascaruja. Lo mismo que unas aceitunas, una bolsa de patatas, o un puñado de gominolas,que también las ponen por ahí. Para acompañar. No es comida, en un sentido alimenticio de la palabra. Es algo para rumiar, para no beber en vacío, pero en el fondo da lo mismo —Lucas disparó el garbanzo y lo coló con precisión entre los senos de Elvira—. ¿Lo ves? Una tapa sí es comida, está pensada para que te la comas con la bebida. Es una ración.
—Cariño, tú estás pensado en las tapas de Úbeda…
—Y en las de Granada, y en las de Madrid, y las de León… —Lucas aplastó el cigarrillo contra el vidrio del cenicero—. Sí, puede que tengas razón, Bombón. Porque aquello sí que eran tapas y no las de aquí.
Elvira metió la mano por debajo de la camiseta y se sacó el afortunado garbanzo de entre los
pechos. Le dio un suave beso y lo devolvió al plato.
—Si lo encuentras —dijo con una sonrisa picantona— hay premio.
Lucas cogió el plato con una mano. Le tiró un beso a Elvira y se volcó todo el contenido en la boca de una vez. Por fortuna, no había pistachos.


El Pueblo de Albacete, 10 de octubre de 2010

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