lunes, 28 de junio de 2010

Frikis on Arms: Haciendo el Rambo con armas de mentira (Sesenta mil satanases 18)

Kiss cantaba aquello de Love Gun, pero se referían a otra cosa. Lo cierto es que el ser humano siempre ha sentido fascinación por las armas, hasta las ha dotado de una pátina (palabra favorita de Iker Jiménez) de divinidad, por encima de cualquier otra herramienta o artefacto que haya ideado, salvo quizá el iPhone. Y de entre las armas, las que más nos atraen, por encima de ballestas, hachas o navajas capaoras, son las de fuego. La pistola es el símbolo perfecto de la simbiosis entre humano y arma. Un chisme pequeño, ligero y portátil pero con el grandísimo poder de, con un simple movimiento, acabar con la vida de un semejante. Y a distancia, se acabó el marcharse las manos de sangre, el sudor del esfuerzo al pelear.
Sólo hay que tirar del gatillo y zas, un paisano muerto. Con un revólver o una pistola en las manos, un hombre ambicioso puede tener cuanto quiera, al menos hasta que otro individuo armado se cruce en su camino. Pero, si a una pistola le quitas su letalidad, ésta se convierte en un juguete. Y he aquí la paradoja de que un instrumento de matar es, a un nivel más básico, un trasto para la chiquillería. El paso intermedio serían las armas simuladas de aire comprimido que se emplean en airsoft y paintball donde nostálgicos del servicio militar, fans de las películas del Nam y masocas en general juegan a la guerra sin matar, o lo que es lo mismo, combates políticamente correctos. De críos, nosotros también emulábamos a nuestros ídolos del Far West, a Braddock, desaparecido en combate, con el ojo guiñado y los índices enhiestos, que pronto sustituíamos por pistolas de mistos, de ruidos, de agua… Y es que la industria juguetera siempre ha tenido un filón en las armas de coña. Y sin duda, las mejores, aquellas armas que han traspasado las fronteras de la edad recomendada en las cajas para ser manejadas por los frikis treintañeros del mundo son las de Nerf.
Nerf, que comenzó siendo una bola de esponja producto de Parker Bros en 1969, para convertirse en una línea de productos, y finalmente una marca que acabó comprando Hasbro en 1991,es la mejor productora de armas de coña que disparan proyectiles “nerf”, o lo que es lo mismo, de esponja. Las habrán visto con toda seguridad en las zarpas de algún chiquillo repelente en películas y telefilmes made in USA. Su funcionamiento es el mismo que aquellas escopetas de corcho que usábamos de pequeños: por percusión. Una varilla de plástico con muelle golpea en plan aguja percutora la bala de esponja y ésta sale volando entre 4 y 12 metros, según el modelo del arma empleada.
Parece una chorrada, pero la gente de Nerf sabe lo que hace y ahí está su catálogo para demostrarlo. Su gran genialidad es aplicar conceptos de armamentística a sus inofensivos “blasters”, de tal manera que tenemos la NStrike Maverick, un revólver de simple acción
que carga seis tiros, o la joya de las navidades que viene, porque todavía no se ha puesto a la venta en nuestro país, la Vulcan EBF-25, una ametralladora montada en un trípode
que incorpora, por primera vez, un motor a pilas con el que podemos disparar hasta 25 proyectiles (en menos de diez segundos) que vienen dispuestos en una cinta al estilo de su prima real la M60. Conceptos simples por lo evidente pero que nadie hasta la fecha se había planteado. Por ello, pese a las toneladas de imitaciones que se encuentran en las jugueterías, son líderes en el mundo. También porque sus productos son baratos (la Vulcan cuesta 42,99 dólares, aunque aquí la pondrían a 60 eurazos), de buena calidad y, joder, divertidas.
Hay más, muchos más modelos, que disparan bolas, cilindros, discos, todo de esponja. Incluso sus arcos son réplicas sorprendentes de los reales.
Como principal pega podríamos señalar que las balas no son compatibles con todas las armas, pero no es un problema cuando puedes comprar decenas de ellas por cuatro perras. Las armas blandas de este tipo son las favoritas entre jugadores de rol en vivo y frikis en general, ya que al ser de plástico pueden fácilmente tunearse de mil modos distintos. Si eres capaz de pintar un batallón de enanos esto es pan comido. Y no es porque carezcan de accesorios oficiales, que hay miras láser, cargadores, cintas y correas, en el mercado americano, claro. Pero es lo mismo, cualquier persona con un poco de maña puede desde trucarlas para que disparen más lejos o más rápido, pintarlas de manera realista (o surrealista), o añadirles con pegamento cualquier chisme de todo a cien de chinos y que pueda servir de bayoneta. Todo vale. También existe un tipo de target para los blasters, siempre en Estados Unidos, que son los oficinistas. Por lo visto allí, los más frikis de las empresas se entretienen disparándose por los pasillos, por aquello de luchar contra el estrés y los malos rollos. Las office wars están más extendidas de lo que parece, sobre todo en multinacionales de esas modernas y enrolladas que tampoco tienen paredes, cuentan con gimnasios y sus jefes les llevan los donuts y el café. Aquí sería impensable que el Gutiérrez se pudiera a tirarle dardos de esponja al de compras, si acaso una goma o un clip, sin que esto le supusiera una amonestación, cuanto más el despido.
Aunque, bien pensado, con la que está cayendo, mejor no meter armas, de juguete o no, en las empresas, no sea que las cargue el diablo.



El Pueblo, 27 de junio de 2010

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