miércoles, 17 de marzo de 2010

Fórmula yaya (Sesenta mil satanases 05)

Parecía que no, pero al final sí que ha llegado el buen tiempo. Bueno, al menos ha dejado de llover y nevar, y nos hemos reservado el frío para las horas nocturnas, pero es la mejor meteorología que hemos gozado desde que acabó la Feria. Menos mal, que tanta climatología adversa estaba trastocando las mentes locales, no en vano hace unas semanas podían verse a los mozos del botellón, vaso en mano, emulando a Gene Kelly en las formas, si bien su tonada decía algo así como “Miña terra manchega”. No han sido los únicos damnificados por la ola polar. Mi vecino Paco, un jubilado albaceteño de esos que no falta ni un día al bar, ni una semana al médico y ni un mes a la CCM el día de cobro de la pensión, había cambiado el carajillo de anís de toda la vida por un vaso de vodka ruso para combatir la helor. Y es que, por estas fechas, otros años estábamos ya en las terrazas de la calle Tejares en manga corta, y no como ahora, con lo difícil que es coger la caña con los guantes.
Pero el sol parece que calienta con gusto a mediodía, con lo que vuelve a producirse ese extraño fenómeno de las carreras de abuelas por los parques y vías verdes como la del canal de María Cristina. Ojo, no confundir a las yayas velocistas con aquellas otras personas que se lanzan a la mal llamada Ruta del Colesterol, paseando a velocidades variables durante un par de horas como mucho. Ambas comparten circuitos, pero las primeras suelen ser jóvenes abuelas que han superado con creces la barrera de los cincuenta y hasta sesenta; las segundas son sus hijas. Si éstas últimas caminan por objetivos tan loables como adelgazar, en dura pugna contra el incomprendido michelín, las primeras lo hacen por deporte -una actividad más peligrosa que fumar o cortar jamón-, hasta que sólo pueda quedar una en pie. Una especie de maratón de la muerte en el que las jóvenes abuelas albaceteñas se juegan algo más que un poco de flato y una rozadura en los talones. Otro factor distintivo, éste salta a simple vista, es que las velocistas de pelo blindado con laca visten los coloridos chandals de Los Invasores, con el riesgo de morir por electrocución estática que eso conlleva, mientras que las más jóvenes son más del Decathlon.
Las carreras de abuelas son un espectáculo digno de verse. Esos peinados antiviento, los morros y la raya del ojo pintados, los bolsillos lastrados por el monedero, las llaves y el móvil... Y en lugar del rugido de los motores, su incesante cháchara al trote. Mi trazado favorito es el perímetro del Parque Lineal, por donde se mueven y entrecruzan los grupos más salvajes y peligrosos de yayas corredoras. Desde un cómodo banco al sol, y con una bolsa de pipas, puedo pasar horas contemplando sus carreras.
Al principio, como probablemente le ocurra a usted, no veía en aquellas señoras más que eso, unas cuantas mujeres mayores andando por prescripción médica, pero una mirada más atenta me demostró la complejidad, el riesgo y la emoción de estas marchas a toda velocidad.
Las abuelas corren caminando al tiempo que hablan. Marchan sin perder el hilo de la conversación, cotilleando de lo humano y lo divino, poniendo al límite su capacidad aeróbica, en tanto buscan adelantar unas posiciones. La pugna es encarnizada, y no les duelen prendas si hay que recurrir al codazo “accidental” o al chisme bomba para distraer la atención y ganar la cabeza. Lo mismo se menta al ZP que el precio del bacalao en el Mercadona, lo último de la Esteban o de la panadera, sin perder el paso, ni siquiera cuando van a dos paradas, en la fuente.
Los del barrio ya tenemos nuestras favoritas y hasta hacemos apuestas. Les informo que, de momento, la líder de la competición es una yaya que viste de rojo -la Ferrari, entre nosotros-, y lleva unas deportivas de la marca Corre Corre (sic), a la que he visto driblar una zanja, dos críos con un balón, una moto mal aparcada en la acera y a tres ciclistas que circulaban fuera del carril bici y a los que también amonestó verbalmente, sin ceder el primer puesto y sin dejar de hablar sobre la boca de su hija la pequeña. Es algo entre admirable y escalofriante...
No se engañen cuando las oiga, en reposo, quejarse de sus achaques: estas mujeres corren que se las pelan gracias a toda una vida de actividad física en el hogar, y la lucha diaria con maridos, hijos, y ahora, nietos. Son fórmulas uno de dos piernas. O auténticos terminators.

El Pueblo de Albacete, 22-3-2010

PD: Aprovecho el tema para recomendar el libro 33 abuelas, de Luis Cauqui y Sergio Bleda.

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