martes, 2 de febrero de 2010

La ropa y su puta madre

Ahora que podemos dar por finiquitada la época de rebajas, puedo decir que nunca he sido de esas personas que siguen los dictados (por dictador) de la moda, ni tampoco le he prestado demasiada atención a las tendencias en cuanto a vestimenta se refiere. Bastante preocupación tengo con encontrar ropa de mi talla y que ésta no te queme las pupilas con su fealdad; les aseguro que es un trabajo duro y fatigoso.
Sí es cierto que con la moda pasa lo mismo que con la política y el vino, uno no puede evitar discutir sobre ello aunque no tenga ni puta idea.
A lo largo de mi penoso penar por las tiendas de ropa, he podido comprobar cómo el trust de la moda ha ido traslando a ellas, las mujeres, prendas y complementos tradicionalmente masculinos, en detrimento nuestro, hasta tal punto que resulta imposible que un varón pueda comprarse una gabardina, es un poner, de precio y calidad equivalente a la que puede adquirir una señora, en cinco sitios distintos, de todas las tallas, formas y colores. ¿Acaso es porque la gabardina no se lleva entre los hombres? A lo mejor es porque no se la venden...
Otro caso curioso es el mono o peto vaquero, prenda arquetípica del paleto americano del medio oeste, y que yo recuerdo que, en mis tiempos de instituto, llevaban los macarras calorristas, ahora es patrimonio exclusivo de embarazadas. ¿Cómo dio el paso el peto del white trash al premamá?
Podría argumentarse que donde una prenda queda bien en una señorita, su equivalente masculino resultaría ridículo. Esto puede ser cierto en casos puntuales. Si yo me comprase unas botas de cowboy y me las pusiera por encima de unos vaqueros, haría el ridículo. Sin embargo, nuestras calles están llenas de amazonas de esta guisa que no han visto más equino que el pony de la Feria donde se hace uno fotos de crío. Particularmente creo que si no eres jinete, militar o punk, la caña alta de las botas, mejor por dentro del pantalón.
El sombrero, por poner otro ejemplo, es uno de esos complementos que desapareció, borrado del mapa por culpa de los progres que nos precedieron, que identificaban esta bella y útil prenda con sus padres carcas y fachas. Ese trozo moldeado de fieltro pasó, en los ochenta, al ostracismo, siendo únicamente patrimonio de algunos abuelos, cazadores y patriarcas gitanos. Es ahora cuando, sin apenas sombrererías, ha vuelto ha llevarse el sombrero. Y una vez más, su reentrada en el mercado ha sido con vistas al mercado femenino. Busque, busque usted un fedora de la talla 60 o superior sin recurrir a internet o a un amigo de Madrid, y me cuenta... Luego dé una vuelta por un Zara o similar y vea la gama que tienen ellas a su disposición por menos de 20 euros.
Escribía un poco más arriba sobre botas, y es que el calzado es uno de los temas más sangrantes. Faraónicos estantes repletos de zapatos de mil formas y diseños para ellas, y una esquina oscura con cuatro piezas clonadas de esas de puntera picopato para caballero. No hay color. Ni tallas.
Tanta oferta hacia el sector femenino provoca que éstas tengan un amplio margen de movimiento, pues gozan de una gran libertad para elegir diseño, talla y precio que les envidio. Si usted ha ido de compras con su señora sabrá de lo que hablo.
Los señores estamos condenados, al final, a pasar por la caja del C&A -con el bajón de calidad que ha pegado últimamente, que es lavar la ropa y tirarla a la mierda-. Un drama si, como yo, usted es un ser humano normal y carece de la corpulencia metrosexual de un niño de doce años, que es el modelo de hombre que tienen ahora en las secciones para hombre de las tiendas del centro. La ropa de las tiendas masculinas existen en tres variantes estilísticas: a) fritillista, b) perroflautesca/gafapasta, o c) directamente borjamari style (esas de ropa de padre de camisas a 100 euros). A veces me dan ganas de manejar el estilismo de John Rambo en Acorralado de saco y guita, o coger una manta, hacerle un agujero en el medio para sacar la cabeza y atármela a la cintura con una correa.
El mercado textil está claramente dirigido hacia ellas, y empuja al hombre hacia dos caminos: el mero complemento circunstancial con ropa de hipermercado, si es de ingresos moderados, o si por contra es funcionario o gana buenos dineros, el fashion victim, de crema hidratante, gimnasio y camisa de rayas encima del polo del lagarto jaén.
¿Han triunfado las feminazis en el tema del vestir, pues? Habrá que ver quién dirige el trust de la moda. ¿Son ellas un mejor blanco para las cadenas de ropa? No lo sé. He escuchado cosas como que a los hombres buscan ropa más funcional que estilosa. Velocidad y tocino. Que uno sea pragmático a la hora de vestir diariamente no significa que no le guste arreglarse de vez en cuando, el problema es que no tenemos dónde adquirir esas prendas. Tampoco creo que ellas sean más consumistas. Bueno, sí lo son, pero porque tienen dónde gastar.
Esta desigualdad entre ella y él tiene como consecuencia drámatica inmediata el constante conflicto por el espacio vital de armarios y cajones en la casa común. La experiencia me dice que ellas ocupan hasta tres veces más espacio en una casa con su ropa, zapatos y complementos que su partenaire masculino. Lo que no quiere decir que un hombre tenga sólo unos vaqueros, una sudadera y las converse all star. La diferencia se ve a las claras cuando una pareja sale de viaje y se comparan equipajes. Si además pensamos en que muchas de las piezas femeninas tienen menos tela que el parche de un pirata, nos daremos cuenta de la verdadera magnitud de su volumen de ropa y de este drama humano.
Una última reflexión: ¿se han dado cuenta de que cada vez mas gente, de ambos sexos, lleva ropa del decathlon? ¿Será por la crisis? ¿O acaso es la génesis de la indumentaria pansexual?

1 comentario:

  1. Mi sobrino Miguel trabaja en un Decathlon de Madrid, y me regaló un polo de esos o como se llame (el que le regaló a mi padre, su abuelo, no le venía y me lo quedé también).
    Son cómodos, se pueden lavar bien, y por lo que cuentas, no deben ser caros. (Todo esto ratifica tu tesis decathloniana).
    Con respecto a la gabardina y el sombrero (y todo lo demás), tienes razón. Es como para estar hasta los huevos.

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