miércoles, 10 de junio de 2009

Pa chulo yo y pa pegarse mi hermano


Siempre he odiado a los chulos. No los soporto desde crío. Repetidores del colegio (abusones, que dicen en las series norteamericanas), el macarrilla del barrio, el guayón con moto del instituto... Y así hasta el tipo que se cree tu jefe, el vendedor de billetes de Renfe, o cualquiera que piense que posee cierto poder/ventaja sobre ti, todos ellos pasan a mi lista negra de tipos a los que mandaría de cabeza a las fábricas de Soilent.
Puede que el término llame a equívoco. Hablamos de ir de chulo, de chuleta, no confundir con chuloputas (proxeneta). Chulo puede ser cualquiera, se puede chulear de coche, de tuboscape de moto, de trabajo, de novia, de abdominales... Un toque de chulería es necesario para no ir por la vida como un mindundi, además de que es un hecho empírico que a las chicas les gusta los chulos. El problema radica cuando la chulería pasa de ser un simpático guiño de nuestra personalidad a convertirse en una actitud, en un modus vivendi. El peligro, pues, viene en el momento en que el chulo de boquilla, el bacín, pasa a los hechos, a imponerse sin derecho a réplica, a ser el MÁS chulo.
Gracias a los documentales de gorilas, entiendo hasta cierto punto el instinto primigenio de ejercer el dominio sobre los menos fuertes, que no débiles, del que hacen gala ciertos individuos, lo entiendo dentro de una comunidad de gorilas, o en la cárcel, pero no en el patio de un colegio, en la plaza mayor o en la oficina de Correos. ¿Qué impulsa a un funcionario a putearte cuando vas a pedir un impreso o información? ¿Qué necesidad justificable tiene de demostrar que tiene cierto poder sobre ti, un poder momentáneo, ridículo, basado en la teórica inmunidad que le ofrece su contrato con la administración?
La chulería basada en el físico que sufrimos en nuestros primeros años respondería al esquema de los primates; los jóvenes luchan por hacerse con el puesto de macho alfa y los beneficios que esto conlleva. El repetidor de EGB era el mejor ejemplo de esto, y era más poderoso si era doblemente repetidor, jevi y fumaba celtas (así era en mis tiempos). Luego empezamos a vislumbrar nuevas formas de chulería, ya no tanto basadas en la relación altura/peso/melenas sino en los cuartos. Poderoso, y chulo, caballero es Don Dinero, ya saben. Los tipos con más perras en los bolsillos van y vienen donde quieren, tienen lo que y a quien desean. Porque si hay un axioma en esto de la chulería es que para ser chulo hay que poder; lo malo es que ese poder, ya sea físico, monetario o que cualquier otra clase, y he aquí el segundo corolario, es efímero, pero de eso hablaremos después. Conocemos la chulería del macarra, del billetoso, también a edades tempranas convivimos con la del tipo que posee alguna habilidad casi sobrenatural relacionada con tres los pilares básicos de un PJ rolero: fuerza, destreza y habilidad. La inteligencia... Ah, chulear de inteligencia sólo sirve para recibir hostias (y no conozco a nadie que tire dados para ver si su enano entiende los conjuros que roba a los cadáveres de sus enemigos). El clásico colega chupón del fútbol o el tipo que sabía marcar goles desde la defensa del futbolín encajan aquí. Su reinado suele ser corto y limitado, por circunscribirse a un área muy particular en un momento muy concreto, por mucho chándal del Alba juvenil que use hasta la Universidad...
Cuando uno abandona la adolescencia y el metabolismo comienza a moldear la figura con la que probablemente serás ingresado en urgencias antes de morir, es el momento en que empiezas a adivinar tipos de chulería más infame e irritante. La del poder burocrático, basada en esa estratégica posición al otro lado de la ventanilla, donde quien te atiende te considera culpable de todas las vejaciones que ha sufrido en la vida y ejerce de hijoputa vengador. Chulería sádica la de estos fulanos a los que podrías desmontar más fácilmente que a un playmóbil (pero no lo haces porque eres un ser presuntamente civilizado y educado, y a lo más que llegas es a tamborilear con los dedos en el mostrador o, los más aguerridos o desesperados, a alzar la voz; cuánto tenemos que aprender en este sentido de los gitanos).
La chulería de la escala de mando es muy chunga; en este caso, el macho alfa lo es por la vía ejecutiva, se sienta en la rama de arriba y estás obligado por contrato a obedecerle. Que el poder corrompe no es ninguna novedad, es inevitable que imponer tu autoridad sobre los demás por cuestiones del cargo acabe por desnortar a encargados y afines. Ebrio de poder, el dictador pasa a ser un chulo cuando encima hace gala de ello con un “esto es así porque lo digo yo”, por ejemplo.
Pero nada es eterno, fuera de la oficina, del ayuntamiento, del coche con faros de xenon, todos somos humanos, sometidos a otros, como muñecas rusas; las víctimas pasan a ser verdugos y viceversa. A nivel individual, sólo hace falta un palo y un pasamontañas para darle la vuelta a la tortilla. A nivel más amplio... pues vean el telediario. Y esto es lo que los chulos no comprenden, que el círculo puede romperse, que no hay necesidad de hacer el hijoputa... aunque puede que esto sea antinatural y comprometería la evolución del ser humano. Parafraseando al tío Ben, vacilar de un gran poder conlleva una gran responsabilidad, pero claro, se lo decía a un fulano que saltaba por los tejados.

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