domingo, 2 de junio de 2013

Cuatro cuerdas


El otro día escuché de casualidad la conversación de dos señoras en la terraza de una cafetería. En realidad, solo hablaba una, y la otra escuchaba, con más atención puesta en su tostada que en el discurso de la primera. A mí, en cambio, sí me llamó la atención lo que aquella buena mujer estaba narrando. Y lo que le ocurría es que estaba muy molesta, aún más, indignada, porque su vecina del tercero había colocado una cuarta cuerda de tender en su tendedero.
La mujer se tomaba la instalación de aquella cuarta cuerda como si fuera una afrenta personal. “Qué se habrá creído esa”, le repetía a su amiga, la de la tostada. Yo no entendía nada, por qué una cuerda extra podía desatar las iras de un ama de casa aparentemente normal. Pero así era. Imaginé que aquel tema debía ser el enésimo conflicto entre ambas vecinas, quizás la gota que había colmado el vaso en una complicada convivencia entre habitantes de un mismo bloque, pero la señora no sacaba más trapos sucios que la dichosa cuerda. Con lo que, no, era esa cuarta cuerda la que la había sacado de sus casillas.
Más tarde, comprobé en mi propio hogar cómo todos los vecinos tenemos, en efecto, tres cuerdas para tender. A decir verdad, no hay espacio para colocar una más, salvo cambiando el modelo de tendedero. Si eso era lo que había sucedido, ¿le preocupaba a la señora la homogeneización del patio interior del edificio y por eso estaba furiosa? Aunque hay maniáticos para todos los gustos, parecía poco probable.
Porque una cuerda de más solo aporta que puedas secar un 33 por ciento más de ropa mojada. Si la del tercero había tenido que recurrir a poner otra cuerda más, la razón podía ser que eran más de familia, con mucha más ropa que lavar y que secar. Ahora podría llenar la lavadora a carga completa, ahorrando más agua y electricidad, a sabiendas de que podría tenderla toda de una vez. ¿Era su vecina, la protestona, tan mezquina como para quejarse de una medida tan inteligente?
Aquello sólo parecía pura envidia o simples ganas de criticar.
Tres cuerdas es el número estándar, según parece. Cuatro es sacar los pies del tiesto, al menos para una mujer. Todos deben tener tres cuerdas y el que pone una de más ha de ser el blanco de las críticas y las iras de sus convecinos. Alguno de ellos, un guardián de la moral y de las buenas costumbres, de esos que tanto abundan hoy en día, hasta podía decidir cortarle la cuerda de más, con nocturnidad y alevosía, avivando las llamas de conflicto. Zas, un tijeretazo, y adiós a la revolución cuerdil.
Por otro lado, quizá la del tercero en verdad había puesto esa cuerda a mala leche. Por hacerse de notar. Sutil, pero enfermizo. Para presumir ante las demás vecinas de mejor tendedero, para poder colgar en él más vestidos, más ropajes de más calidad. Como si aquellas cuatro cuerdas fueran una pancarta bajo las ventanas que dijese “miradme, soy mejor que vosotros”.
Y aún peor, consideré también qué ocurriría si otro vecino decidiera imitarla, y aún superarla, con cinco cuerdas de tender. Y otro, más envidioso, con seis. Y así, hasta desplegar una irracional carrera por llenar el patio de luces de cuerdas, porque ¿dónde está el límite en este caso? ¿Cuántas son demasiadas cuerdas de tender? Podía entender ahora, en cierto modo, la irritación de la señora, si ya se veía envuelta en una telaraña de cuerdas de nailon, con miríadas de calcetines y bragas capaces de ocultar el sol.
Ah, qué problema más complejo había desatado en mi mente una simple cuerda de tender la ropa de más. Cómo imaginar que un acto tan simple podría acarrear toda una gama de cuestiones éticas y morales detrás, perfectamente aplicables al conjunto de la humanidad. Conceptos como respeto, convivencia, libertad o límites estaban intrínsecamente relacionados con esa, ya, maldita cuarta cuerda. ¿Qué somos? ¿La persona que pone una cuerda de más porque lo necesita o por vanidad? ¿La rebelde o la irrespetuosa? ¿La intolerante, la envidiosa o la legal? ¿O somos como la amiga, la oyente de la tostada, la que masticaba con parsimonia mientras bajaba el pan untado con tomate con pequeños tragos de café con leche, sin importarle en absoluto ni las cuerdas, ni su número, ni los problemas que estas acarreaban a sus vecinas?
¿Entiendes ahora, cariño, por qué no pude tender la ropa este fin de semana?



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