domingo, 11 de noviembre de 2012

El precio de la nostalgia

Es una lástima ser un proletario de medio pelo porque he encontrado un filón en el que invertir dinero: la nostalgia. Aquello de comprar cuadros u obras de arte no tiene ya ningún sentido a estas alturas; el mercado está tan saturado que lo único que se ha conseguido es elevar a los cielos a autores ciertamente patateros y equiparar una mierda seca al David de Miguel Angel. Por la misma senda de la extenuación discurre el sector del coleccionismo de cosas de celebrities, donde ya no quedan maletas de los Beatles por descubrir, y lo mismo se subastan por cantidades absurdas un pelo del bigote de John Lennon que las bragas con las que fue enterrada Marilyn.
Lo anterior demuestra que vender emociones vinculadas a buenos recuerdos da dinero. Se nos aplica el paradigma de la moda cíclica, que dice que lo que se lleva hoy se volverá a llevar pasado mañana, teniendo en cuenta que este enunciado no es más que una decisión dictatorial de la mercadotecnia para salvar los muebles en horas bajas de creatividad, y funciona, debido al concepto de apego generacional, que dice que una generación añora siempre los elementos comunes de su infancia. Generar nostalgia es, pues, un trabajo duro que desemboca en un negocio redondo.
Mirad a vuestro alrededor. La publicidad se ha encargado de meternos en la cabeza a lo largo de la década de los dosmiles y con más fuerza en esta, cómo molaban los ochenta. Antes de la crisis, cuando ser mileurista era un estigma y no un sueño al que aspirar, comenzó a gestarse este mercado de la nostalgia ochentena. Entonces, volviendo a los tiempos precrisis, quienes tenían dinero en abundancia eran los treintañeros, cuya infancia transcurrió en los ochenta, ergo había que venderles cosas relacionadas con aquellos años. Negocio redondo. Y más en España, donde las circunstancias políticas de nuestro país lograron forjar una generación bastante homogeneizada, con un pasado común de Espinete, Quimicefa, Marco y su mono, Zubizarreta y Butragueño, Alaska y los Electroduendes, el bigote de Resines, el VHS, la EGB, Chuck Norris, Los goonies, Trivial Pursuit, Mario Bros y Sonic, parkas coreanas, chicle Cheiw, la BH California, Naranjito, Coco-guagua, El imperio Cobra… En fin, un largo etcétera del que quien mejor ha sabido aprovecharse son los monologuistas del Club de la comedia.
Y al igual que estos tipos tan graciosos tratan de establecer un rápido vínculo de empatía con el público con referencias nostálgicas comunes, lo que, por otra parte, no deja de ser un truco, un parche en el monólogo, del mismo modo la industria ha intentado seguir vendiéndonos lo mismo, pero ahora entroncándolos con esa parte de nuestra mente que echa de menos los tiempos preadolescentes, cuando éramos básicamente felices. Cómprate esta camiseta con la abeja Maya, y siéntete feliz como cuando eras un crío, parecen decirte. Adquiere un icono de tu pasado por veinte euros y revive aquel momento en el que lo tenías todo gratis. Hasta amor.
O mejor aún, cómprate tú ahora lo que tus padres no quisieron, o pudieron, pagar entonces. Cúrate esa herida, el trauma de aquellas navidades en las que habías pedido a los –únicos e inigualables- Reyes Magos la Casa Grande de Pin y Pon, un Scalextric, o el barco pirata de -ojo- Famobil, y te trajeron tres pares de calcetines y un Airgamboy, o una caja de piezas de Tente. Cómpratelo ahora por internet.
Porque toda esa morralla de nuestra infancia perdura en la red de redes. Está ahí, para quien pueda pagarlo. Y este es gran el negocio especulador del que hablaba al principio. No hay más que ver los espectaculares precios de algunos juguetes originales de la época. Cifras de escándalo para un país inmerso en el abismo económico y el drama social, y ahí tenéis, el barco pirata de Famobil original por 150 euros, un En busca del Imperio Cobra en perfectas condiciones por 50 lereles, o cualquier álbum editado por Grijalbo de Spirou, que rondan entre los 20 y los 100 mauricios (la colección completa la he visto por más de dos mil pavos).
Dinero que puede hallarse en vuestros trasteros, en los altillos de casa de tu madre, o de los abuelos. Recuerdos que quizá no necesitas tanto como pagar el recibo de la luz y que otra persona está deseando comprar. Lo dicho, es la situación es ideal para especular e invertir en nostalgia. Mejor que el oro, oiga.

 
No es una leyenda urbana, realmente el Gran Juan Pardo compuso esta canción.


El Pueblo de Albacete, 12 de noviembre de 2012 (12-11-12)

4 comentarios:

  1. Aprovecho para cagarme en el Euro, a la vez que recuerdo los caramelos de cuba-libre y los chicles de peseta.
    Había veces que decías: ¡Voy a hacer una locura!, y con aquellos 20 duros que habías conseguido extras, te ibas al kiosco o a la papelería a comprar unos caramelillos.
    Esto no tendría na de importancia si no fuera porque pedias 100. ¡100!. A la mierda las caries; el placer que provocaba ver contar al hombre los caramelos, cortándolo a medio con un ¡y deme tambien una mora! era inconmensurable.
    Ahora, que a ver quien era el guapo que soportaba la tentación inenarrable de comprarse cuatro sobres de Montapléx o de muñequitos, a cinco duros que valían.
    Me cago en el Euro.

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  2. Montaplex y Montaman, juguetes de plasticuzo en sobres de papel. Anda y que no he jugao yo con ellos. Ahora rondan los cinco euros el sobrecico...

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  3. Montaplex y Montaman, juguetes de plasticuzo en sobres de papel. Anda y que no he jugao yo con ellos. Ahora rondan los cinco euros el sobrecico...

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  4. Ayy juanico, ese Imperio cobra de las 600, menudo juego de mesa se podía hacer allí con la fauna presente. Nosotros incluidos claro, jeje

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