lunes, 23 de abril de 2012

Charles Manson

A fecha de hoy, Charlie sigue vivo. Es un abuelo de 77 años, larga y astrosa barba y gesto derrotado. Nada hay en su rostro ahora que recuerde el retrato de la famosa portada de Life; hasta la legendaria fuerza hipnótica de sus ojos ha desaparecido después de más de cuarenta años de cárcel. El pasado 11 de abril se desestimó por duodécima vez su petición de libertad condicional, y en la próxima cita, ya en 2027, volverá a fracasar si el reo sigue vivo. El tribunal de California se justificó de nuevo alegando que Manson sigue representando un peligro irracional para otras personas y podría dañar a cualquiera que mantenga contacto con él. O lo que es lo mismo, aún le tienen miedo.
Pero ¿tienen razón en temerle?
Sobre la figura mítica de Manson se ha volcado tanta bazofia que es casi imposible saber qué es real y qué ficción, y el mismo Charles no ha ayudado demasiado a aclararlo. Como hiciera Aleister Crowley, Manson ha usado los apelativos de El Hijo del Hombre (Man'Son), el Anticristo, Cristo, Jesús y Satán; se ha grabado a cuchillo en la frente cruces y esvásticas; igual habla de ecología que de su admiración por Hitler, y todo para, cuando le ha interesado, escandalizar y atraer sobre su figura a los medios de comunicación y propagar su mensaje.
Los crímenes de Cielo Drive fueron el 11-S de toda una generación de norteamericanos. Marcó el final de una era, la de Acuario, la muerte del espíritu de los sesenta, el tiro en la nuca que remató para siempre la revolución del amor. Quizá no le perdonen por eso. La Familia Manson demostró que los famosos de Hollywood, la nobleza americana, también eran vulnerables, asesinables. Ya no hacía falta ir hasta Camboya para ver norteamericanos hechos pedazos, ahora también los había en la zona rica de Los Ángeles. Nadie estaba a salvo de la violencia sin sentido.
Fue un hecho sin precedentes, y de hecho, irrepetible. Los atentados terroristas de Oklahoma (en 1995) o del 11-S causaron una profunda conmoción en la sociedad norteamericana, pero su «justificación» política le dio a la ciudadanía una cierta tranquilidad moral y un enemigo en el que centrarse. Pero en el caso de los asesinatos de Sharon Tate, Jay Sebring, Abigail Folger y Wojciech Frykowski, no tenían —en principio— un trasfondo comprensible para los ciudadanos de pro. Como en la masacre de Columbine, eran su propia gente, sus vecinos, los que les atacaban con una furia desmedida, y esto los traumatizó. Nótese mi intencionalidad al separar a estas cuatro (cinco, con el hijo nonato de Tate-Polansky) víctimas, de Steven Parent y el matrimonio LaBianca, pues son los de Cielo Drive, los famosos, los que convirtieron a Manson en leyenda viva, en un hombre condenado por conspiración y asesinato sin haber matado a nadie, en el Anticristo Americano.
Eso sí, en cuanto cogieron a los culpables, las hipótesis e interpretaciones se dispararon, y todavía hoy lo hacen, hasta el absurdo. Y más aún cuando comenzaron a conocerse los detalles escandalosos sobre la vida y el credo de la Familia. Sexo, satanismo, drogas, esvásticas y The Beatles, juntos en un cóctel demasiado fuerte de asimilar, demasiado confuso, en buena parte por obra y gracia del propio Manson. Todos ellos eran basura blanca, marginados, provenientes de familias desestructuradas, pero con un universo propio tan incomprensible para el resto que resultaba doloroso.
Tampoco tiene desperdicio la otra cara de la moneda, las teorías conspiranoicas que se entretienen en tejer vínculos entre los personajes, en buscar paralelismos, explotar las coincidencias, y hallar nexos tan traídos por los pelos que resultan ridículos las más de las veces.
Y, como en cualquier aspecto que tenga relación con el credo de la gente, aparecen además los aspectos sobrenaturales del caso: la brujería, el satanismo, los poderes de Manson, los rituales, el vampirismo… Todo tiene cabida aquí, todo sirve para dilucidar lo inexplicable y tranquilizar las conciencias de quienes ven la mano de Dios y del Diablo en cada lance de la vida. Charlie Manson se condenó el mismo día que se denominó públicamente como Satán en una nación donde Dios sale mencionado en los billetes.
En el documental Charles Manson Superstar (1989), se habla de Manson como un hombre que ya no existe, disuelto por el mito, absorbido por la cultura popular como Elvis, como el Che Guevara. Charlie se ha convertido en una marca registrada, desprovisto de significado para las nuevas generaciones. Marilyn Manson, Guns N´ Roses y decenas de grupos de metal pseudo satánicos lo usan en sus temas, en su imagen de «chicos malos». Manson tiene sus propias páginas web, blogs y redes sociales, por obra y gracia de su legión de fans.
Manson y los crímenes de su Familia, tan lejanos hoy, despiertan nuestro morbo e interés, pero no nos asustan. Al menos, no hasta que le dedicamos al caso una profunda reflexión, entonces, es probable que nos recorra un escalofrío por todo el cuerpo y veamos en los ojos de ese vejete la locura, el odio y el peligro, y quizá, hasta le demos la razón al tribunal de California.



El Pueblo de Albacete, 22 de abril de 2012

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