domingo, 12 de febrero de 2012

Hablar bien (no cuesta una mierda)

El otro día vi cómo una madre reprendía a su hijo, que no levantaba tres palmos del suelo, con la consabida imperativa “habla bien”. No sé qué había dicho el chiquillo para ganarse la amonestación materna, pero el caso es que hizo pensar en la frasecica de marras, en lo de hablar bien.
Tomen mi caso como ejemplo de cómo se llega a hablar bien o mal. Cuando tenía la edad de aquel mocoso mi dicción era perfecta y mi vocabulario algo más rico y formal que la media, seguramente gracias a los empachos de lectura que he tenido a bien meterme en el cuerpo desde que dilucidé aquello de la m con la ma. Así que ahí me tienen, de tierno infante bienhablado, que si no resultaba un bicho repelente –como muchos criaturos de ahora- era por culpa de la timidez patológica que también arrastro desde la cuna. Ese era yo, un crío correcto, y educado, de los de pedir las cosas por favor y dando muchas gracias y de nadas, en mi casa, con las visitas y en el colegio. Hasta que empezaron a lloverme las hostias.
Consideren que mi entorno social no era el mismo que el de, es un poner, las infantitas, donde a buen seguro aquellas capacidades hubieran resultado de lo más habitual, y aunque tampoco voy a contar aquí que me críe en el Bronx, lo cierto es que lo de leer libros por gusto no estaba demasiado bien visto en el barrio. Conque ya se pueden imaginar la clase de burlas y chistes que uno provocaba a poco que abriese la boca. A estas hostias psicológicas me refería yo -de las otras ya me cuidé yo de evitarlas-; las que hacen más daño a una mente prepúber. Uno, que ya tenía bastante con las gafas, los andares desgarbados y la torpeza deportiva extrema, no estaba dispuesto a ser humillado por esta vía, así que hubo que desaprender.
Tras mucho trabajo de observación e imitación, mi léxico hablado fue decayendo hasta los niveles medios de la manada escolar, con lo que logré cierto modo de integración en la tribu y una calma relativa. Hablar mal me incorporó a la sociedad.
Pasaron los años en paz, inmerso en la medianía, hasta que afloró el impulso adolescente de ser un ente único e irrepetible, y tras el lógico proceso del ensayo-error, al final concluí que aquello que no podía expresar verbalmente por miedo a las collejas, bien podía ponerlo por escrito y auparme en la individualidad. O lo que es lo mismo, a ver si es verdad que escribiendo se liga.
Y sí, pero no viene al caso ahora.
Podría extenderme a lo largo de treinta artículos contando la bipolaridad que supone poner por escrito palabras como lontananza, o bipolaridad, y luego hablar como Marcial Ruiz Escribano. Tampoco es que sea uno un Delibes, que los tiros no van por ahí, pero a la marcha, marcheta, se han ido consiguiendo cosas dándole a la tecla.
El principal problema de aquel camino de “normalización” social idiomática que emprendí es que no hay vuelta atrás. Ya no puedo desaprender lo desaprendido, ni reaprenderlo. Hay que joderse y bailar con la que queda, a pesar de que ese hablar bien me hubiera venido de perlas pasada la tontería juvenil, porque en el mundo adulto, como bien ejemplificaba la madre del primer párrafo, sí se valora y tiene utilidad. En la Universidad, en la cola del paro, en las oposiciones... No digamos ya para el tema de las relaciones interpersonales.
Pero no tiene sentido lamentarse por lo que pudo haber sido y no fue. Aplaudo a esa madre que, sin saberlo, le estaba allanado el futuro a su hijo, si bien hoy por hoy, en el patio, el crío se asegure ser el blanco de las mofas del resto de la clase. Dentro de veinte años ese zamarro podrá mirarles a los ojos y elegir entre decirles “vuestra manifiesta estulticia me resulta ofensiva” o soltarles un “veros a zurrir mierdas”. Que sí, que suena mejor lo segundo, pero en la posibilidad de elección está el gusto.




El Pueblo de Albacete, 12 de febrero de 2012

2 comentarios:

  1. SSB Jr: Papá, ¿se puede decir cabrón?
    SSB: No, hijo mío, no.

    Pero por dentro pienso: "Es una de las palabras que más vas a usar en toda tu vida. Y también es el calificativo para la mayoría de la gente con quien te vas a cruzar".

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